Por Paul Krugman
El Pais
Ha sido una gran semana para los documentos presupuestarios. De hecho, los miembros del Congreso han presentado no una, sino dos propuestas serias con todas las de la ley referidas a los gastos e impuestos de la próxima década.
Sin embargo, antes de entrar en eso, permítanme hablar brevemente sobre la tercera propuesta presentada esta semana (la que no es seria, la que es en esencia un chiste cruel).
Allá por 2010, cuando todo el mundo en Washington parecía decidido a ungir al representante Paul Ryan como conservador honrado y serio por excelencia, yo declaré que era un embaucador. Incluso entonces, sus propuestas eran evidentemente fraudulentas: recortes enormes en las ayudas a los pobres, pero rebajas de impuestos todavía mayores para los ricos, mientras que todas las demostraciones de responsabilidad fiscal se sustentaban sobre la afirmación de que recaudaría billones de dólares cerrando las lagunas fiscales (las cuales no quiso especificar) y recortando el gasto discrecional (de formas que se negó a especificar).
Desde entonces, sus presupuestos se han vuelto todavía más engañosos. Por ejemplo, a estas alturas Ryan afirma que puede reducir la base impositiva máxima del 39,6% al 25%, pero, de algún modo, recaudar un 19,1% del PIB en forma de impuestos, una cifra a la que no nos hemos acercado desde el estallido de la burbuja de las puntocom hace una docena de años.
La buena noticia es que el muy poco convincente numerito de Ryan como lumbreras de la política parece haber cansado al público por fin. En 2011, su presupuesto fue recibido inicialmente con un respeto reverencial que solo se disipó ligeramente cuando los escépticos señalaron los muchos absurdos que contenía el documento. Esta vez, un gran número de expertos y periodistas han recibido la publicación con el desdén que merece.
Y dicho eso, volvamos a las propuestas serias.
A menos que uno sea un lector de prensa muy meticuloso, probablemente solo haya oído hablar de una de estas propuestas, la presentada por los demócratas del Senado. Y seamos claros: en comparación con el plan de Ryan, y en realidad con muchas de las cosas que pasan por sensatas en la capital de nuestro país, este es de hecho un plan muy razonable.
Como muchos observadores han señalado, el plan demócrata del Senado es conservador con “c” minúscula: evita cualquier cambio político drástico. En concreto, se aleja de la austeridad draconiana, la cual es simplemente innecesaria dados el coste extremadamente bajo de los préstamos en EE UU y las previsiones fiscales a medio plazo relativamente propicias.
Es cierto que el plan del Senado pide que se siga reduciendo el déficit mediante una combinación de pequeñas subidas de impuestos y recortes del gasto. (Casualmente, las subidas de impuestos siguen estando muy por debajo de las que se pedían en el plan de Bowles-Simpson, que Washington, por alguna razón, trata como algo similar a las Sagradas Escrituras). Pero evita los grandes recortes del gasto a corto plazo, que perjudicarían nuestra recuperación en un momento en el que el paro sigue siendo desastrosamente alto, e incluso contempla un pequeño gasto en estímulo económico.
De modo que, sin duda, hay cosas peores que el plan demócrata del Senado, y probablemente las veremos. Es, sin embargo, una propuesta extremadamente cauta y que no profundiza en su propio análisis. Al fin y al cabo, si los recortes drásticos del gasto son malos en una economía deprimida —cosa que es cierta—, entonces el plan debería en realidad reclamar un aumento del gasto considerable aunque temporal. No es así.
Pero hay un plan que sí lo hace: la propuesta del Comité Progresista del Congreso, titulada De vuelta al trabajo, que solicita gastos de magnitud considerable ahora, los cuales incrementarían temporalmente el déficit, pero se verían compensados posteriormente por una importante reducción del déficit en la próxima década, por medio en gran parte, aunque no enteramente, de las subidas de impuestos a los ricos, a las empresas y a quienes contaminan.
He visto que algunas personas describen la propuesta del comité como un “plan Ryan de izquierdas”, pero eso es injusto. No hay asteriscos mágicos como los de Ryan, ahorros de billones de dólares que se supone que provienen de fuentes sin especificar; esta es una propuesta honrada. Y De vuelta al trabajo se basa en un análisis macroeconómico sólido, no en la fantasía económica de la “austeridad expansiva” —la afirmación de que recortar drásticamente el gasto cuando la economía está deprimida fomenta el crecimiento del empleo en vez de agravar la depresión— que Ryan sigue defendiendo a pesar del completo fracaso de dicha doctrina en Europa.
No, lo único que el comité progresista y Ryan comparten es su audacia. Y resulta refrescante ver a alguien que rompe con la idea, habitual en Washington, de que el “atrevimiento” político consiste en proponer que perjudiquemos a los pobres mientras protegemos a los ricos. No cabe duda de que el plan del comité es demasiado audaz para tener alguna posibilidad de convertirse en ley; pero lo mismo podría decirse del plan de Ryan.
¿Y adónde nos lleva todo esto? Siendo realistas, no es probable que alcancemos un gran pacto en breve. No obstante, tengo la sensación de que hay cierto movimiento real aquí, y en una dirección que no gustará a los conservadores.
Como he dicho, los esfuerzos de Ryan empiezan al fin a ser acogidos con el desdén que merecen, mientras que los progresistas parecen, después de mucho tiempo, estar encontrando su voz. Poco a poco, parece que se levanta la niebla de engaño fiscal que envolvía Washington.
Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de 2008.
El Pais
Ha sido una gran semana para los documentos presupuestarios. De hecho, los miembros del Congreso han presentado no una, sino dos propuestas serias con todas las de la ley referidas a los gastos e impuestos de la próxima década.
Sin embargo, antes de entrar en eso, permítanme hablar brevemente sobre la tercera propuesta presentada esta semana (la que no es seria, la que es en esencia un chiste cruel).
Allá por 2010, cuando todo el mundo en Washington parecía decidido a ungir al representante Paul Ryan como conservador honrado y serio por excelencia, yo declaré que era un embaucador. Incluso entonces, sus propuestas eran evidentemente fraudulentas: recortes enormes en las ayudas a los pobres, pero rebajas de impuestos todavía mayores para los ricos, mientras que todas las demostraciones de responsabilidad fiscal se sustentaban sobre la afirmación de que recaudaría billones de dólares cerrando las lagunas fiscales (las cuales no quiso especificar) y recortando el gasto discrecional (de formas que se negó a especificar).
Desde entonces, sus presupuestos se han vuelto todavía más engañosos. Por ejemplo, a estas alturas Ryan afirma que puede reducir la base impositiva máxima del 39,6% al 25%, pero, de algún modo, recaudar un 19,1% del PIB en forma de impuestos, una cifra a la que no nos hemos acercado desde el estallido de la burbuja de las puntocom hace una docena de años.
La buena noticia es que el muy poco convincente numerito de Ryan como lumbreras de la política parece haber cansado al público por fin. En 2011, su presupuesto fue recibido inicialmente con un respeto reverencial que solo se disipó ligeramente cuando los escépticos señalaron los muchos absurdos que contenía el documento. Esta vez, un gran número de expertos y periodistas han recibido la publicación con el desdén que merece.
Y dicho eso, volvamos a las propuestas serias.
A menos que uno sea un lector de prensa muy meticuloso, probablemente solo haya oído hablar de una de estas propuestas, la presentada por los demócratas del Senado. Y seamos claros: en comparación con el plan de Ryan, y en realidad con muchas de las cosas que pasan por sensatas en la capital de nuestro país, este es de hecho un plan muy razonable.
Como muchos observadores han señalado, el plan demócrata del Senado es conservador con “c” minúscula: evita cualquier cambio político drástico. En concreto, se aleja de la austeridad draconiana, la cual es simplemente innecesaria dados el coste extremadamente bajo de los préstamos en EE UU y las previsiones fiscales a medio plazo relativamente propicias.
Es cierto que el plan del Senado pide que se siga reduciendo el déficit mediante una combinación de pequeñas subidas de impuestos y recortes del gasto. (Casualmente, las subidas de impuestos siguen estando muy por debajo de las que se pedían en el plan de Bowles-Simpson, que Washington, por alguna razón, trata como algo similar a las Sagradas Escrituras). Pero evita los grandes recortes del gasto a corto plazo, que perjudicarían nuestra recuperación en un momento en el que el paro sigue siendo desastrosamente alto, e incluso contempla un pequeño gasto en estímulo económico.
De modo que, sin duda, hay cosas peores que el plan demócrata del Senado, y probablemente las veremos. Es, sin embargo, una propuesta extremadamente cauta y que no profundiza en su propio análisis. Al fin y al cabo, si los recortes drásticos del gasto son malos en una economía deprimida —cosa que es cierta—, entonces el plan debería en realidad reclamar un aumento del gasto considerable aunque temporal. No es así.
Pero hay un plan que sí lo hace: la propuesta del Comité Progresista del Congreso, titulada De vuelta al trabajo, que solicita gastos de magnitud considerable ahora, los cuales incrementarían temporalmente el déficit, pero se verían compensados posteriormente por una importante reducción del déficit en la próxima década, por medio en gran parte, aunque no enteramente, de las subidas de impuestos a los ricos, a las empresas y a quienes contaminan.
He visto que algunas personas describen la propuesta del comité como un “plan Ryan de izquierdas”, pero eso es injusto. No hay asteriscos mágicos como los de Ryan, ahorros de billones de dólares que se supone que provienen de fuentes sin especificar; esta es una propuesta honrada. Y De vuelta al trabajo se basa en un análisis macroeconómico sólido, no en la fantasía económica de la “austeridad expansiva” —la afirmación de que recortar drásticamente el gasto cuando la economía está deprimida fomenta el crecimiento del empleo en vez de agravar la depresión— que Ryan sigue defendiendo a pesar del completo fracaso de dicha doctrina en Europa.
No, lo único que el comité progresista y Ryan comparten es su audacia. Y resulta refrescante ver a alguien que rompe con la idea, habitual en Washington, de que el “atrevimiento” político consiste en proponer que perjudiquemos a los pobres mientras protegemos a los ricos. No cabe duda de que el plan del comité es demasiado audaz para tener alguna posibilidad de convertirse en ley; pero lo mismo podría decirse del plan de Ryan.
¿Y adónde nos lleva todo esto? Siendo realistas, no es probable que alcancemos un gran pacto en breve. No obstante, tengo la sensación de que hay cierto movimiento real aquí, y en una dirección que no gustará a los conservadores.
Como he dicho, los esfuerzos de Ryan empiezan al fin a ser acogidos con el desdén que merecen, mientras que los progresistas parecen, después de mucho tiempo, estar encontrando su voz. Poco a poco, parece que se levanta la niebla de engaño fiscal que envolvía Washington.
Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de 2008.
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