Por Joseph E. Stiglitz
Project Syndicate
El resultado de las elecciones italianas debería constituir un mensaje claro para los líderes europeos: las políticas de austeridad que han implementado están siendo rechazadas por los votantes.
Project Syndicate
El resultado de las elecciones italianas debería constituir un mensaje claro para los líderes europeos: las políticas de austeridad que han implementado están siendo rechazadas por los votantes.
El
proyecto europeo, idealista como era, siempre constituyó una iniciativa
verticalista. Pero fomentar el gobierno de los países por tecnócratas,
en una aparente burla de los procesos democráticos, y endilgándoles las
políticas que conducen a la miseria pública generalizada, es algo
completamente distinto.
Mientras
los líderes europeos rehúyen el mundo, la realidad es que gran parte de
la Unión Europea está en una depresión. La pérdida del producto en
Italia desde el comienzo de la crisis es tan significativa como la de la
década de 1930. La tasa de desempleo entre los jóvenes griegos supera
actualmente el 60 % y la española, el 50 %. Con la destrucción del
capital humano, el tejido social europeo está desgarrándose, y su futuro
está siendo puesto en peligro.
Los
médicos de la economía dicen que el paciente debe mantener su curso.
Los líderes políticos que sugieren alternativas son tildados de
populistas. La realidad, sin embargo, es que la cura no está funcionando
y no hay esperanza de que lo haga –esto es, sin resultar peor que la
enfermedad. De hecho, llevará una década o más recuperar las pérdidas
incurridas durante este proceso de austeridad.
En
breve, ni el populismo ni la cortedad de miras han conducido a los
ciudadanos a rechazar las políticas que se les han impuesto. Lo han
hecho al comprender que estas políticas están profundamente equivocadas.
Los
talentos y recursos europeos –su capital físico, humano y natural– son
los mismos hoy que antes de la crisis. El problema es que las recetas
que se imponen conducen a una masiva subutilización de esos recursos.
Sea cual fuere el problema europeo, una respuesta que implica
desperdicios a tal escala no puede constituir la solución.
El
diagnóstico simplista de la aflicción europea –que los países en crisis
estaban gastando por encima de sus posibilidades– está claramente, al
menos en parte, equivocado. España e Irlanda tenían superávits fiscales y
bajos índices de deuda respecto de sus PBI antes de la crisis. Si
Grecia fuese el único problema, Europa podría haberlo resuelto
fácilmente.
Un conjunto
alternativo de políticas ya ampliamente discutidas podría funcionar.
Europa necesita un mayor federalismo fiscal, no solo una supervisión
centralizada de los presupuestos nacionales. Por cierto, es posible que
Europa no requiera la relación de dos a uno entre el gasto federal y el
estatal que se da en Estados Unidos; pero claramente necesita un gasto
mucho mayor al nivel europeo, a diferencia del actual minúsculo
presupuesto de la UE (reducido aún más por los defensores de la
austeridad).
También es
necesaria una unión bancaria. Pero tiene que ser una unión verdadera,
con seguros comunes para los depósitos y procedimientos comunes de
resolución, así como una supervisión común. También habrá que tener
eurobonos, o un instrumento equivalente.
Los
líderes europeos reconocen que, sin crecimiento, el peso de la deuda
continuará creciendo, y que la austeridad por sí sola es una estrategia
anticrecimiento. Sin embargo, han pasado años y no se ha puesto una
estrategia de crecimiento sobre la mesa, aún cuando sus componentes son
bien conocidos: políticas que se ocupen de los desequilibrios internos
europeos y del enorme superávit externo alemán, actualmente a la par del
chino (y proporcionalmente más del doble respecto de su PBI).
Concretamente, eso implica aumentos salariales en Alemania y políticas
industriales que promuevan las exportaciones y la productividad en las
economías periféricas de Europa.
Lo
que no funcionará, al menos en la mayoría de los países de la zona del
euro, es la devaluación interna –es decir, forzar los salarios y los
precios a la baja– ya que esto aumentaría el peso de la deuda para los
hogares, las empresas y los gobiernos (que en su inmensa mayoría
mantienen deudas en euros). Y, como los ajustes en los diversos sectores
ocurren a distintas velocidades, la deflación alimentaría masivas
distorsiones en la economía.
Si
la devaluación interna fuese la solución, el patrón oro no hubiese
constituido un problema durante la Gran Depresión. La devaluación
interna, combinada con austeridad y el principio del mercado único (que
facilita la huida de capitales y la hemorragia de los sistemas
bancarios) es una combinación tóxica.
El
proyecto europeo fue, y es, una gran idea política. Tiene potencial
para promover tanto la prosperidad como la paz. Pero, en vez de fomentar
la solidaridad en Europa, está sembrando discordia al interior de los
países y entre ellos.
Los
líderes europeos reiteradamente prometen hacer todo lo necesario para
salvar al euro. La promesa de hacer «todo lo necesario», efectuada por
el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, logró brindar una
calma temporaria. Pero Alemania ha rechazado continuamente todas las
políticas que proporcionarían una solución en el largo plazo. Los
alemanes, parece, harán todo, excepto lo necesario.
Por
supuesto, los alemanes han aceptado a regañadientes la necesidad de una
unión bancaria que incluya un seguro común para los depósitos. Pero el
ritmo al que acceden a esas reformas está desfasado del de los mercados.
Los sistemas bancarios en muchos países ya tienen respiradores
artificiales puestos. ¿Cuántos más estarán en terapia intensiva antes de
que la unión bancaria se haga realidad?
Sí,
Europa necesita una reforma estructural, como insisten los defensores
de la austeridad. Pero es una reforma en los acuerdos institucionales de
la zona del euro, y no las reformas dentro de los países, lo que
producirá el mayor impacto. A menos que Europa esté dispuesta a
implementar esas reformas, puede tener que dejar morir al euro para
salvarse a sí misma.
La
Unión Económica y Monetaria de la UE fue un medio para un fin, no un fin
en sí mismo. El electorado europeo parece haber reconocido que, si
continúan los acuerdos actuales, el euro está socavando el propio
propósito para el cual supuestamente fue creado. Esa es la sencilla verdad que los líderes europeos aún no han comprendido.
Premio Nobel de Economia, profesor de Columbia Universidad.
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