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jueves, 21 de julio de 2016

El fin del trabajo: el tiempo de los gurúes

Por Michel Husson





La crisis actual genera un clima degradado, por la desorientación y la desesperanza: "El viejo mundo se muere, el nuevo mundo tarda en aparecer y en ese claroscuro surgen los monstruos" (Gramsci). Es también el tiempo de los gurúes.
 La lista de los candidatos es larga pero aquí nos interesa Bernard Stiegler que prometió un proyecto de transformación social basado en las transformaciones tecnológicas. Siegler es un "filósofo francés que centra su reflexión sobre los desafíos de los cambios actuales, sociales, políticos, económicos, sicológicos, provocados por el desarrollo tecnológico y especialmente las tecnologías digitales. Fundador y presidente del grupo de reflexión filosófica Ars industrialis creado en 2005, así mismo, desde 2006 dirige el Instituto de Investigación e Innovación (IRI) que creó en el centro Georges Pompidou.
Así es la presentación que da Wikipedia/1 de Siegler. Pero también es un teórico del "fin del empleo" y de lo que hablaremos aquí a partir de un libro entrevista/2 más accesible que sus otras obras.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Una alternativa para Grecia




Eric Toussaint



En agosto-septiembre de 2013 redacté un proyecto de programa de medidas a poner en práctica en Grecia en caso de victoria electoral de la izquierda radical. Envié dicho texto el 10 de septiembre de 2013, como borrador, a los militantes de Grecia y otros lugares con el fin, como escribí entonces, de «recabar comentario críticos y propuestas de mejora».
Algunas personas me respondieron y corregí ligeramente mi propuesta. Presenté la propuesta en Atenas el 20 de marzo de 2014 en una reunión de trabajo con los militantes del DEA (1) e invitados de otros países (Francia, Estados Unidos, Suiza, Bélgica, Portugal, Italia, Alemania…). También presenté un resumen de la propuesta en una conferencia pública el 30 de marzo de 2014 en la que también tomó la palabra Panagiotis Lafazanis, líder de la nueva formación política griega Unidad Popular, lanzada el 21 de agosto de 2015.
Hasta ahora no se ha publicado la propuesta. Consideré que no había recibido suficientes respuestas a las repetidas peticiones de comentarios y mejoras para exponer la propuesta públicamente. También era consciente de que no conocía demasiado la realidad griega y de que era necesario elaborar una propuesta colectiva elaborada esencialmente por los griegos, conocedores de la realidad nacional. A pesar de las reservas que acabo de expresar, tras la capitulación de julio de 2015, he decidido publicar la propuesta escrita hace ya dos años.
He insertado en cuatro partes del texto las propuestas redactadas en julio de 2015. En el proyecto avanzaba la necesidad de salir de la zona euro sin prejuzgar el momento oportuno para hacerlo. Estaba convencido de que en vista del estado de la conciencia de la población griega había que tomar una serie de medidas prioritarias sin abandonar la zona euro. La salida, para que sea asumida por la mayoría de la población, debe resultar de la demostración práctica de que esta opción se ha convertido en una necesidad (lo que está claramente a punto de pasar desde julio de 2015). Finalmente, una salida de la zona euro implica que las demás medidas hay que tomarlas de forma que se realice una salida favorable para la mayoría de la población. Si no es el caso, la salida de la zona euro se convertirá en una salida de derecha que hay que evitar.

martes, 27 de agosto de 2013

La globalización de la pobreza

  




Por Miguel Romero - Pedro Ramiro*
Papeles 121



La crisis capitalista que estalló en el año 2008 está transformando el mundo con una radicalidad que sólo tiene parangón en los orígenes del capitalismo. Como diagnosticó Karl Polanyi en su imprescindible La gran transformación: «El mecanismo que el móvil de la ganancia puso en marcha únicamente puede ser comparado por sus efectos a la más violenta de las explosiones de fervor religioso que haya conocido la historia. En el espacio de una generación toda la tierra habitada se vio sometida a su corrosiva influencia». [1] El triunfo del neoliberalismo en los años ochenta del siglo pasado dio inicio a una “segunda corrosión”, que arrasó las economías de los países del Sur con los planes de ajuste estructural y comenzó una demolición sistemática tanto de los sistemas públicos en los que estaba basado el Estado del Bienestar como de los valores morales asociados a ellos.
Al comienzo de la crisis financiera que hoy sufrimos, se hizo célebre una frase del entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, llamando a «refundar sobre bases éticas el capitalismo». Expresaba así los temores de las élites hacia el rechazo social a un modelo económico desnudado por la caída de Lehman Brothers y las tramas ocultas de la financiarización que, en aquel momento, sólo empezaban a emerger. Lamentablemente, esa contestación no llegó a alcanzar ni la fortaleza necesaria ni una expresión política significativa en los países del Centro, con la excepción de la organización Syriza en Grecia.
Una vez comprobada la debilidad del adversario, cambió radicalmente el sentido de la “refundación”. «Claro que hay lucha de clases. Pero es mi clase, la de los ricos, la que ha empezado esta lucha. Y vamos ganando». El lema del multimillonario Warren Buffett, que como tantos otros –George Soros en primer lugar– ejerce de filántropo en los ratos libres con las migajas de sus actividades de especulación financiera, resume la dinámica fundamental de la situación internacional: ciertamente, asistimos a un intento de “refundación del capitalismo”, pero no sobre “bases éticas”, sino sobre las bases de la lucha de clases y por medio de la acumulación por desposesión –según la expresión de David Harvey– de los bienes comunes y públicos, y de los derechos sociales y las condiciones para una vida digna de la gran mayoría de la población mundial. [2] Las políticas de ajuste estructural de los ochenta y noventa en el Sur imperan ahora en la Unión Europea con fundamentos similares y nombres diversos: austeridad, disciplina fiscal, reformas, externalizaciones.
Este es el marco general de la “globalización de la pobreza” que es el tema del presente artículo. Llamamos así a la lógica común que produce y reproduce el empobrecimiento de las personas en todo el mundo, tanto en el Norte como en el Sur. Pero es necesario analizar las diferencias en los procesos políticos y económicos creadores de pobreza, en sus consecuencias materiales en la vida de las clases trabajadoras y en las percepciones sociales que se tienen de estos procesos. Mostraremos también el rol que, desde los gobiernos de los países centrales y las instituciones multilaterales, quiere asignarse al mercado y a las grandes empresas en la erradicación de la pobreza, así como el papel residual que va a cumplir la cooperación internacional para el desarrollo tras el estallido del crash global.
Somos conscientes de que las categorías, que utilizaremos indistintamente, Norte/Sur o Centro/Periferia simplifican la realidad, en general, y especialmente en lo que se refiere a la pobreza. Sin duda, hay muchos “Sures”, e incluso dentro de un mismo continente hay una enorme distancia política y social entre, por ejemplo, México y los países de la Alianza Bolivariana para América (ALBA). En los límites de este texto, trataremos de analizar por qué todavía pueden señalarse excepciones a esta regla, que aún permiten establecer diferencias significativas en el tratamiento que se da a la pobreza en los países centrales y periféricos. Para ello, partiremos de datos fiables, entre los que no está, por cierto, el Índice de Desarrollo Humano del PNUD, que en el año 2011 situaba a Chipre en el muy honorable puesto 31 y con tendencia ascendente; por tener una referencia, Venezuela ocupaba el puesto 71 en la misma clasificación.

Entre la pobreza y las “clases medias”
 
Según una interpretación ampliamente difundida, la crisis capitalista está siguiendo un curso paradójico que cuestiona los esquemas tradicionales sobre la jerarquía Norte-Sur: mientras que las economías del Centro, especialmente la de la Unión Europea, bordean o se hunden en la recesión, las economías periféricas, sobre todo las de los países llamados “emergentes”, mantienen año tras año altos niveles de crecimiento, por encima del 5% del PIB. Una de las consecuencias de esta asimetría es que la pobreza ha hecho su aparición en el Norte como un problema político importante, con un gran impacto social, mientras que, a la vez, parecería estar en retroceso en el Sur. Frecuentemente, se asocia esta situación con el estado de las “clases medias”, nuevo mantra sociológico que se ha convertido en el criterio de medida de numerosos fenómenos sociopolíticos relevantes, desde la movilidad social a la crisis de la democracia.
Hay en estos enfoques datos relevantes que dan cuenta de cambios profundos en la situación internacional: por ejemplo, la relativa y desigual autonomización de los países del Sur, bajo el liderazgo de aquellos que forman parte de los BRICS –Brasil, India, China y Sudáfrica; no cabe incluir a Rusia desde ningún punto de vista en la categoría “Sur”–, respecto a los “viejos” imperialismos, EEUU y la UE. [3] En lo que se refiere a la lucha contra la pobreza, sin embargo, esta consideración del contexto internacional es más que discutible. Empezaremos por el Sur, planteando dos tipos de problemas: el primero, la valoración de los logros alcanzados en la erradicación de la pobreza; el segundo, el uso y la manipulación de la categoría “clases medias”.
Con la habitual afición de los políticos del establishment a las cifras redondas, el secretario general de Naciones Unidas ha contado los mil días que quedan para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y se ha mostrado extraordinariamente satisfecho de los logros ya alcanzados. En especial, porque en los últimos doce años «600 millones de personas han salido de la pobreza extrema, lo que equivale al 50%». El cálculo es cuanto menos engañoso: según el Banco Mundial, en 1990 el 43% de la población mundial vivía con menos de 1,25 dólares al día, mientras en 2010 esta cifra ha caído al 21%; esta es la reducción a la mitad a la que se refiere Ban Ki-moon. Pero no informa ni de las condiciones de extrema pobreza que siguen existiendo cuando se supera la barrera de los 1,25 dólares de ingreso diario –más del 40% de la población mundial sobrevive con menos de dos dólares al día–, ni de que cerca de 1.300 millones de personas siguen viviendo por debajo de ese nivel. Al final, esa reducción de la pobreza extrema se debe a los grandes países emergentes, fundamentalmente a China, y no tiene nada que ver con las políticas y proyectos inspirados en los ODM ni tampoco con la ortodoxia económica imperante.
En la presentación de esta nueva campaña, que tuvo lugar el pasado 2 de abril en la Universidad de Georgetown bajo la marca de «Un mundo sin pobreza», el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, afirmó: «Nos hallamos en un auspicioso momento histórico, en que se combinan los éxitos de décadas pasadas con perspectivas económicas mundiales cada vez más propicias para dar a los países en desarrollo una oportunidad, la primera que jamás hayan tenido, de poner fin a la pobreza extrema en el curso de una sola generación». No puede tomarse en serio un proyecto que tiene como punto de partida una visión tan poco consistente de la situación internacional, en la que por cierto no podía faltar la ya habitual coletilla generacional.
La ingeniería estadística sobre las “clases medias” merece una mayor atención. Un reciente estudio publicado por el Banco Mundial [4] propone un cambio importante en la caracterización y medición de la pobreza: lo más significativo es el uso del concepto de «seguridad económica», entendido como «baja probabilidad de volver a caer en la pobreza». De ahí nace una nueva categoría, la población «vulnerable», una estación de paso desde la pobreza hasta la entrada en la «nueva clase media», formada por quienes han alcanzado la «seguridad económica» y garantizarían la «estabilidad económica futura». La suma de pobres, vulnerables y clase media supone el 98% de la población latinoamericana; por tanto, la medida del éxito en la lucha contra la pobreza sería una movilidad social ascendente hacia la clase media. Esto es lo que, según los autores, está ocurriendo, ya que «la clase media en América Latina creció y lo hizo de manera notable: de 100 millones de personas en 2000 a unos 150 millones hacia el final de la última década». Nos estaríamos acercando, siguiendo esa argumentación, a un continente de “clases medias” que habría superado definitivamente el peso determinante de la pobreza.
Aunque los criterios cuantitativos sean sólo unos de los que deben ser tenidos en cuenta en el análisis de la pobreza, en ocasiones son imprescindibles para concretar los términos del debate. [5] Si hacemos caso al Banco Mundial, se considera pobres a quienes tienen ingresos inferiores a 4 dólares; estos vienen a representar el 30,5% de la población latinoamericana. Las personas que tienen entre 4 y 10 dólares al día serían las “vulnerables”, el 37,5% de la ciudadanía de América Latina. Por encima de los 10 hasta los 50 dólares de ingreso diario estaría la “clase media”, el 30% de la población continental. Por último, el 2% restante son los considerados “ricos”, que ingresan más de 50 dólares al día. Tomando como referencia el salario mínimo existente en Ecuador, unos 300 dólares mensuales, podemos comprobar, en fin, que con un ingreso como este se tendría acceso a la “clase media”. No parece, pues, que tal clasificación sea razonable: lo suyo sería concluir que, al menos, el 68% de la población latinoamericana es pobre. Y además, continuando con la referencia ecuatoriana, vemos que esa “clase media” se compondría, en realidad, de trabajadores con ingresos de entre uno y cinco veces el salario mínimo, es decir, quienes están entre un frágil escalón por encima la pobreza y el nivel medio-alto de la población asalariada.
Brasil aparece como uno de los principales estandartes utilizados para justificar todo este proceso de ascenso de las “clases medias”. Así, el Gobierno brasileño define como clase media a quienes alcanzan un ingreso per cápita mensual de entre 291 y 1.019 reales, [6] de manera que el 54% de la población del país pertenecería a esta supuesta “clase media”. En la última década, 30 millones de personas (el 15% de la población) habrían “salido de la pobreza”, ya que pasaron a disponer cada mes de ingresos superiores a 250 reales. Teniendo en cuenta que en Brasil el salario mínimo es de 678 reales, esta “clase media” tendría unos ingresos que oscilarían entre el 42% y el 150% de un salario mínimo. Con semejantes criterios, parece fácil alardear de que Brasil sea ya un país de “clases medias”, unas “clases medias” cuyos ingresos no permiten siquiera alcanzar una cobertura digna de las necesidades básicas.
Es verdad que, para evaluar esta cobertura, también hay que tener en cuenta otros factores; sobre todo, la extensión y calidad de los servicios públicos al alcance de los ciudadanos y, por tanto, el volumen de gasto social destinado a ellos. Por eso es muy importante tener en cuenta que, en cuestiones económicas básicas, Brasil, como la gran mayoría de los países del Sur, se somete a la ortodoxia dominante: con nueve días del pago de la deuda externa podría cubrirse todo el presupuesto del programa Bolsa Familia, eje de la política asistencial y de la base electoral del partido gobernante. [7] Si podemos decir que con la crisis capitalista los programas de ajuste estructural han viajado del Sur al Norte, los fundamentos del Estado del Bienestar, por el contrario, no han hecho el viaje desde el Norte hasta el Sur.
Dice David Harvey que «el crecimiento económico beneficia siempre a los más ricos». Efectivamente, ellos están siendo los principales beneficiarios del crecimiento en los países del Sur, de ahí que el incremento del PIB se vea acompañado del aumento sostenido de la desigualdad. La bonanza económica no está produciendo un incremento de esas ficticias “clases medias”, sino de millones de empleos precarios, con bajos ingresos, mínimos derechos laborales y grandes carencias en servicios sociales. “Trabajos brasileños” se les llama, precisamente, en algunos análisis sociológicos con sentido crítico. Pero son mucho más habituales los enfoques afines a las ideas del Banco Mundial, que en sus versiones más delirantes llegan nada menos que a llamar “neoburguesía” a la “clase media”.
No han terminado los procesos de empobrecimiento en el Sur, pero es cierto que se han modificado. Sustancialmente, sólo en aquellos países –como Venezuela– que están realizando un esfuerzo considerable más allá del incremento de los ingresos de los trabajadores pobres, apostando por el establecimiento de potentes redes públicas de educación, vivienda y sanidad. Sin embargo, en la gran mayoría de los países, se ha pasado de la extrema pobreza al empleo extremadamente precario, en un camino que además tiene vuelta atrás. Si las frágiles expectativas de movilidad social ascendente se quebraran, una posibilidad nada descartable dadas las actuales perspectivas de la economía global, la situación en el Sur tendería a parecerse más a las revoluciones árabes que a los ficticios paraísos de la “clase media”.

Extensión y percepción social de la pobreza
 
En la Unión Europea, antes del estallido de la crisis financiera, 80 millones de personas –el 17% de la población– sobrevivían en la pobreza. En el año 2010, la cifra había aumentado hasta los 115 millones de personas (23,1%) y se estimaba que un número similar se encontraba «en el filo de la navaja». [8] Pero, para entender la situación actual, hay que considerar la etapa anterior al crash global. Porque si es significativo y alarmante el crecimiento de la pobreza, también debía haberlo sido que antes de 2008 la pobreza fuera ya una lacra masiva tanto en la Unión Europea como en España, donde entre 2007 y 2010 pasó de afectar a 10,8 millones de personas (23,1% de la ciudadanía) a 12,7 millones (25,5%).
La extensión de la pobreza es, sin duda, un problema de primera magnitud. Creemos, sin embargo, que no explica por sí sola que en cinco años la pobreza haya pasado de ser considerada por la mayoría de la población europea como un problema marginal y ajeno, “invisible”, cuyo control quedaba a cargo de las organizaciones asistenciales y con mínimos subsidios públicos, a afectar a la situación y los temores de esa mayoría de la ciudadanía que se consideraba liberada para siempre de “caer en la pobreza”. Se afirma ahora que la pobreza se ha hecho más intensa, más extensa y más cíclica. De estas características hay que destacar la tercera, que indica una tendencia al incremento de la pobreza sin “brotes verdes” en el horizonte, estimulada por las políticas que se imponen implacablemente en la Unión Europea, sin alternativas creíbles a medio plazo. La pobreza se ha hecho “visible” en la UE no sólo porque haya más pobres, sino fundamentalmente porque se ha masificado la conciencia del riesgo de caer en la pobreza. [9]

Diagnosticar el problema como una “crisis de las clases medias” es una simplificación que no permite entender ni las causas de la crisis actual ni las condiciones básicas para revertir esa tendencia al empobrecimiento. También en los países del Norte este es un concepto manipulable y fundamentalmente subjetivo: un mileurista era hace unos pocos años el símbolo de la precariedad, hoy sería considerado un miembro más de la “clase media”. Es más útil considerar en su conjunto los elementos principales, bien conocidos, que han ido produciendo la corrosión de la “seguridad social”, con minúscula, característica fundamental del Estado del Bienestar: el paro masivo, de larga duración y con subsidios decrecientes; el incremento de los “trabajadores pobres” porque el trabajo precario y sometido al poder patronal ya no asegura ingresos suficientes para una vida digna; los recortes drásticos en el empleo en la administración y en los servicios públicos, que amenazan al funcionariado; el riesgo de no poder hacer frente a las deudas contraídas en la etapa anterior, que permitieron una burbuja de alto consumo en las clases trabajadoras pese a la tendencia generalizada a la caída de los salarios desde los años noventa; el deterioro de la calidad de la sanidad y la educación, y el aumento de los pagos a cargo de los usuarios que sirven para avanzar en su privatización.
Todo este conjunto de medidas responde a una lógica común que es el principio fundamental de la economía política neoliberal: la reducción sistemática del coste directo e indirecto de la fuerza de trabajo. En condiciones de relaciones de fuerzas muy favorables para el capital, eso termina desgarrando las redes de seguridad que constituían la base de estabilidad del sistema. Es aquí, en la debilidad de las clases trabajadoras, incluso aquellas que consideraban un logro garantizado el empleo estable de calidad, con sanidad y enseñanza básica públicas y gratuitas y jubilación en condiciones dignas, donde ha nacido el pánico a la pobreza y, al mismo tiempo, la impotencia para hacerle frente. Y es que, a diferencia de la situación en muchos países periféricos, donde con independencia de la orientación política de los gobiernos se ponen en marcha políticas focalizadas en la pobreza –habitualmente por razones de gestión de conflictos y construcción de clientelas electorales, muy alejadas de la idea de solidaridad–, en los países del Centro, y particularmente en la UE, las políticas que se aplican siguen sometidas a la “regla de oro” de privilegiar los intereses del capital sobre las necesidades de la población, tratando la atención social a la población empobrecida como un lastre y recortando sistemáticamente los fondos destinados a ella. En este contexto, que el año 2010 haya sido etiquetado como el «Año Europeo de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social» no deja de ser un sarcasmo.
Desde los primeros estudios de los conflictos sociales característicos de la sociedad capitalista, se ha considerado un rasgo fundamental de la clase obrera la “inseguridad” en las condiciones de vida. Cuando, gracias a las políticas propias del Estado del Bienestar, pareció que esta característica desaparecía para una gran parte de la población trabajadora, la categoría de “clase media” cumplió la función de certificar esa nueva situación: «Hemos dejado de ser clase trabajadora», vino a decirse entonces. El neoliberalismo desarrolló con éxito «una demonización de la clase obrera», según la expresión de Owen Jones en su excelente reportaje Chavs, [10] tratando a esta como un grupo social en declive, cuyos ingresos no provienen del trabajo sino de los subsidios públicos.
Generalizando la inseguridad social y aproximando la amenaza de la pobreza, la crisis está debilitando estas barreras ideológicas que fragmentaban el tejido social de las clases trabajadoras. Pero no caerán si no se enfrentan a alternativas que comprendan que sólo puede lucharse eficazmente por la erradicación de la pobreza venciendo a quienes la producen.

Mercado y empresas para “luchar contra la pobreza”
 
«El capital, las ideas, las buenas prácticas y las soluciones se extienden en todas direcciones». [11] Sumidos en una crisis económica, ecológica y social como nunca antes había conocido el capitalismo global, estamos asistiendo al final de la “globalización feliz” y a la demolición de la belle époque del neoliberalismo. [12] Pero las grandes corporaciones y los think tanks empresariales insisten en no darse por aludidos; lejos de cuestionar su responsabilidad en el actual colapso del sistema socioeconómico y en la crisis civilizatoria, las empresas transnacionales vuelven a presentarse como el motor fundamental del desarrollo y la lucha contra la pobreza. Según el pensamiento hegemónico, la gran empresa, el crecimiento económico y las fuerzas del mercado han de ser los pilares básicos sobre los que sustentar las actividades socioeconómicas de cara a combatir la pobreza. Eludiendo su responsabilidad en el origen de la crisis sistémica que hoy sufrimos, así como el hecho de que ellas están siendo precisamente las únicas beneficiarias del crack, las grandes corporaciones nos proponen más de lo mismo: que el fomento de la actividad empresarial, la iniciativa privada y el emprendimiento innovador sean los argumentos fundamentales para la “recuperación económica”.
Esta reorientación empresarial consiste en aplicar, junto con una táctica defensiva basada en el marketing, una estrategia ofensiva para pasar de la retórica de la “responsabilidad social” a la concreción de la “ética de los negocios” en la cuenta de resultados mediante toda una serie de técnicas corporativas. Y su objetivo no es el de atajar las causas estructurales que promueven las desigualdades sociales e imposibilitan las condiciones para vivir dignamente a la mayoría de la población mundial, sino gestionar y rentabilizar la pobreza de acuerdo a los criterios del mercado: beneficio, rentabilidad, retorno de la inversión. Es lo que hemos denominado pobreza 2.0 y constituye uno de los negocios en auge del siglo XXI. [13] En los países del Sur global, por un lado, eso se traduce en el deseo del “sector privado” de incorporar a cientos de millones de personas pobres a la sociedad de consumo; en el Norte, por otro, significa la no exclusión del mercado de la mayoría de la población, una cuestión central ante el creciente aumento de los niveles de pobreza en las sociedades occidentales como consecuencia de las medidas económicas que se están adoptando para “salir de la crisis”.
«Ya es hora de que las corporaciones multinacionales miren sus estrategias de globalización a través de las nuevas gafas del capitalismo inclusivo», escribían hace diez años los gurús neoliberales que llamaban a las grandes empresas a poner sus ojos en el inmenso mercado que forman las dos terceras partes de la humanidad que no son “clase consumidora”. «Las compañías con los recursos y la persistencia para competir en la base de la pirámide económica mundial tendrán como recompensa crecimiento, beneficios y una incalculable contribución a la humanidad», decían entonces. [14] Hoy, las corporaciones transnacionales han asumido plenamente esta doctrina empresarial y han puesto en marcha una variada gama de estrategias, actividades y técnicas que tienen como objetivo que las personas pobres que habitan en los países del Sur se incorporen al mercado global mediante el consumo de los bienes, servicios y productos de consumo que suministran estas mismas empresas. “Responsabilidad social”, “negocios inclusivos” en “la base de la pirámide”, “inclusión financiera”, “alfabetización tecnológica” y, en definitiva, todas aquellas vías que permitan lograr el acceso a nuevos nichos de mercado se justifican con el argumento de que van a contribuir al “desarrollo” y la “inclusión” de las personas pobres. Pero, como recalcó Evo Morales en la última Cumbre Unión Europea-CELAC, «cuando nos sometemos al mercado hay problemas de pobreza; problemas económicos y sociales, y la pobreza sigue creciendo».
Al mismo tiempo, en los países centrales, donde también están aumentando los niveles de pobreza y desigualdad, en vez de emplear los recursos públicos en políticas económicas y sociales que pudieran poner freno a esa situación, las instituciones que nos gobiernan no se han salido de la ortodoxia neoliberal y han emprendido toda una serie de contrarreformas que van a contribuir a aumentar el empobrecimiento de amplias capas de la población. Y las grandes empresas, en este contexto, están rediseñando sus estrategias para no perder cuota de mercado: «En Madrid, Londres o París también hay favelas, aunque no se llamen así», sostiene un experto brasileño en “la base de la pirámide”, «es un mercado creciente que compone la nueva clase media con poder de consumo». [15] Gigantes como Unilever, por ejemplo, ya están pensando en trasladar aquí estrategias que antes probaron que funcionaban en países del Sur. [16] Pero, aunque algunas multinacionales están viendo cómo aplicar en Europa la lógica de los “negocios inclusivos”, la mayoría de las grandes corporaciones ha optado por no innovar demasiado cuando lo que se trata es de seguir incrementando los beneficios: la continuada presión a la baja sobre los salarios [17] y la expansión de la cartera de negocios a otros países y mercados han sido, hasta el momento, las vías preferidas por las empresas para continuar con sus dinámicas de crecimiento y acumulación.
La tendencia a considerar el incremento del crecimiento económico como la única estrategia posible para la erradicación de la pobreza se ha visto reforzada desde que estalló la crisis financiera. Con el actual escenario de recesión, las grandes corporaciones pretenden incrementar sus volúmenes de negocio y ampliar sus operaciones en las regiones periféricas para así contrarrestar la caída de las tasas de ganancia en Europa y EEUU. Por su parte, los gobiernos de los países centrales abogan por un aumento de las exportaciones y de la internacionalización empresarial como forma de “salir de la crisis”. Según la doctrina neoliberal, la expansión de los negocios de estas compañías a nuevos países, sectores y mercados redundará en un incremento del PIB y, por consiguiente, en una mejora de los indicadores socioeconómicos, fundamentalmente en el aumento del empleo. «La única solución posible para superar la crisis y volver a crear puestos de trabajo es recuperar el crecimiento económico», resume el presidente de La Caixa, quien para lograrlo propone «buscar nuevas fuentes de ingresos, diseñar nuevos productos y abrir nuevos mercados». [18]
A pesar de que las afirmaciones acerca de una correlación directa entre el crecimiento del PIB y los avances en términos de desarrollo humano no resistirían ningún análisis serio, la idea de que crecimiento económico es equivalente a desarrollo se ha hecho dominante en el discurso de la “lucha contra la pobreza”. De esta manera, las referencias al crecimiento de las economías nacionales –cuantificadas exclusivamente a través del aumento del PIB– como vía para la superación de la pobreza no solo forman parte de toda la arquitectura discursiva de la agenda oficial de desarrollo, sino que además se están pudiendo llevar a la práctica mediante la asignación de medios y recursos públicos para las estrategias de fomento de la actividad empresarial y de los “negocios inclusivos”. Esto es así porque las principales agencias de cooperación y los gobiernos de los países del Centro, así como los organismos multilaterales, las instituciones financieras internacionales e incluso muchas ONGD, avalan este discurso y trabajan por incorporar al “sector privado” en sus estrategias de desarrollo.

De la cooperación internacional a la filantropía empresarial
 
La cooperación para el desarrollo, en tanto que política pública de solidaridad internacional, difícilmente encuentra encaje en este marco. Y es que, en las contrarreformas estructurales que se imponen en la actualidad, la cooperación internacional no está teniendo un destino diferente al del resto de los servicios públicos: la privatización y la mercantilización. No puede decirse que en los últimos años se haya provocado un cambio de rumbo en la senda emprendida por los principales organismos y gobiernos que lideran el sistema de cooperación internacional, sino más bien lo contrario: en el marco de la búsqueda de alternativas neoliberales para huir hacia delante con la actual situación, la crisis ha llevado a que toda la renovada orientación estratégica de la cooperación para el desarrollo se refuerce y cobre aún más sentido.
Por eso, estamos asistiendo a una profunda reestructuración de la arquitectura del sistema de ayuda internacional con vistas a reformular el papel que han de jugar, tanto en el Norte como en el Sur, los que se considera que son los principales actores sociales –grandes corporaciones, Estados, organismos internacionales y organizaciones de la sociedad civil– en las estrategias de “lucha contra la pobreza”. La hoja de ruta para los próximos tiempos parece clara: otorgar la máxima prioridad al crecimiento económico como estrategia hegemónica de lucha contra la pobreza, considerar al sector empresarial como agente de desarrollo en las líneas directrices de la cooperación, reducir los ámbitos de intervención estatal a determinados sectores poco conflictivos y limitar la participación de las organizaciones sociales en las políticas de cooperación para el desarrollo. [19]
Ya no es posible «seguir exportando tanta solidaridad», las «circunstancias han cambiado» y los compromisos contra la pobreza han de reorientarse «hacia nuestro territorio». Eso afirmaba el pasado mes de septiembre el consejero de Justicia y Bienestar Social de la Generalitat Valenciana, Jorge Cabré, para justificar la decisión de su Gobierno de poner fin a las políticas de cooperación internacional. Es sólo un ejemplo de cómo, siguiendo una línea argumental similar, tanto el Gobierno central como la mayoría de las administraciones autonómicas y municipales del Estado español eliminaron o redujeron drásticamente sus presupuestos para cooperación al desarrollo en 2012. Y para este año, lejos de augurarse una recuperación –cierto es que existen algunas excepciones a esta tendencia generalizada–, caminamos en la misma dirección: como ha denunciado la Coordinadora de ONG para el Desarrollo, a los 1.900 millones de euros que se recortaron el pasado año se le sumarán este otros 300 millones más. Con todo ello, la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) española pasará a suponer solamente el 0,2% de la renta nacional bruta, lo que nos retrotrae a niveles de principios de los noventa. «Fue un error perseguir el 0,7%», dice ahora el secretario de Estado de Cooperación y para Iberoamérica, Jesús Gracia, renunciando así a la que desde hace dos décadas ha sido una de las reivindicaciones fundamentales de las ONGD en el Estado español y que los sucesivos ejecutivos se habían comprometido a cumplir firmando el Pacto de Estado contra la Pobreza.
En los años ochenta y noventa, la cooperación internacional contribuyó a apoyar el Consenso de Washington y las reformas estructurales que posibilitaron la expansión global de las grandes corporaciones que tienen su sede en los principales países donantes de AOD. Hoy, la cooperación al desarrollo ya no cumple un papel fundamental para la legitimación de la política exterior del país donante, como lo venía haciendo hasta el comienzo de la crisis financiera. Aunque aún puede seguir desempeñando un rol secundario en la proyección de imagen internacional, su función esencial es la de asegurar los riesgos y acompañar a estas empresas en su expansión global, así como contribuir a la apertura de nuevos negocios y nichos de mercado con las personas pobres que habitan en “la base de la pirámide”.
En el caso que nos toca más de cerca, todo ello se articula en torno a la famosa marca España, un proyecto para atraer capitales transnacionales a nuestro país –con EuroVegas como modelo bandera– y fomentar la internacionalización de las empresas españolas: en palabras de José Manuel García-Margallo, ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación, «los intereses de España en el exterior son en gran medida intereses económicos y tienen a las empresas como protagonistas». Esto se constata, sin ir más lejos, en el presupuesto del ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación para este año, en el que se observa que la partida de cooperación para el desarrollo ha disminuido el 73% entre 2012 y 2013 mientras, en el mismo periodo, han subido el 52% los fondos para la acción del Estado en el exterior a través de sus embajadas y oficinas comerciales. [20]
Nos hemos habituado a escuchar con frecuencia, en el discurso oficial, una frase que se repite a modo de justificación: «Bastante tenemos con la pobreza de aquí como para preocuparnos de la de otros sitios». Es evidente que los últimos gobiernos españoles, tanto el actual como el anterior, han incumplido una y otra vez sus compromisos sobre la cooperación internacional y la lucha contra la pobreza a nivel mundial. [21] Y a la vez, no es verdad que, a cambio, se estén destinando más fondos para afrontar la extensión de la pobreza en nuestro país. Aquí y ahora, esa labor se está dejando en manos de algunas ONG y de las grandes empresas, recuperando la obra social, la caridad y la filantropía como forma de paliar las crecientes desigualdades. Mientras crece la desigualdad a marchas forzadas –desde 2007, la diferencia entre el 20% más rico y el 20% más pobre en España ha subido un 30%–, [22] resurge con fuerza la filosofía del “neoliberalismo compasivo”, basada en la idea de que pueden paliarse la pobreza y el hambre aportando “lo que nos sobra”.
«Cada vez más gente de la que imaginas necesita ayuda en nuestro país», decía Cruz Roja en sus anuncios para el último «Día de la Banderita», poniendo el foco en la pobreza “local”. «Cuenta conmigo contra la pobreza infantil», ese era el lema de la pasada campaña navideña de La Caixa y Save the Children, añadiendo lo de “infantil” para darle un toque adicional de sentimentalismo. Y tenemos muchos más ejemplos de cómo las grandes corporaciones están intentando reapropiarse de las buenas intenciones y de la solidaridad de una ciudadanía cada vez más preocupada por el incremento de la pobreza y el hambre: desde la filantropía de Amancio Ortega, patrón de Inditex y tercer hombre más rico del planeta, que ha donado 20 millones de euros a Cáritas (el 0,05% de su fortuna), hasta los spots tipo «siente a un pobre a su mesa» que han publicitado diferentes ONGD, [23] pasando por el auge de los bancos de alimentos, a los que han anunciado donaciones grandes empresas como Mercadona o Repsol. Hace años, la “solidaridad de mercado” se medía en base al dinero recaudado en los telemaratones, hoy parece computarse a partir de la cantidad de bolsas de comida que pueden donarse a las organizaciones asistencialistas.

Repensando el modelo de desarrollo
 
«No es una crisis, es una estafa», gritan los manifestantes que protestan por la privatización de la sanidad, la educación y el agua. Y efectivamente, no hay otro nombre mejor para explicar el hecho de que los grandes capitales privados estén saliendo reforzados de la crisis mientras, por el contrario, la mayoría de mujeres y hombres van perdiendo empleo y vivienda, sanidad y educación, pensiones y derechos sociales conquistados en el último siglo. En este contexto, los cambios sustanciales para luchar contra la pobreza sólo pueden darse confrontando, en alianza con las organizaciones políticas y sindicales y con los movimientos sociales emancipadores, a las reformas económicas y los ajustes estructurales que cada día producen y reproducen un mayor empobrecimiento.
Ante el desmantelamiento de la cooperación como política pública de solidaridad internacional, la única forma de no perder ese sentido solidario que ha presidido las actividades de muchas organizaciones españolas de cooperación internacional en las dos últimas décadas es trabajar, aquí y ahora, en la formulación y puesta en práctica de una agenda alternativa de desarrollo en la que la cooperación solidaria se entienda como una relación social y política igualitaria, articulada con las luchas y los movimientos sociales emancipadores. No podemos pensar que vamos a aliviar la pobreza con lo que nos sobra, hace falta otro programa político. Trabajando en la construcción de alternativas solidarias que pueden contribuir a la resistencia social frente a los procesos de empobrecimiento y, en un futuro, a ganar fuerza para revertirlos, es decir, para cambiar de raíz la economía política dominante, tutelada por la dictadura de la ganancia. En eso estamos.




Miguel Romero es editor de la revista VIENTO SUR y Pedro Ramiro es coordinador del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) – Paz con Dignidad.

NOTAS.


[1] K. Polanyi, La gran transformación, La Piqueta, Madrid, 1989, p. 66.
[2] D. Harvey ha desarrollado recientemente las modalidades de esta acumulación, como puede verse en esta entrevista de E. Boulet al geógrafo británico: «El neoliberalismo como “proyecto de clase”», Viento Sur (web), 8 de abril de 2013.
[3] No es el tema central de este artículo, pero dejemos claro que no hay nada que lamentar en esto que podríamos llamar “desoccidentalización”, por más problemática que sea la nueva relación de fuerzas a nivel global desde el punto de vista de los intereses de las mayorías sociales.
[4] F. H. G. Ferreira, J. Messina, J. Rigolini, L. F. López-Calva, M. A. Lugo y R. Vakis, La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina. Panorama general, Banco Mundial, Washington, 2013.
[5] Los principales datos que aquí vamos a citar están tomados de J. L. Berterretche, «Los tramposos delirios de los tecnócratas del Banco Mundial», Viento Sur (web), 8 de abril de 2013.
[6] El tipo de cambio es de 1 real = 0,38 euros. El salario mínimo en Brasil es de 678 reales, por tanto, unos 257 euros.
[7] El 42% del presupuesto federal brasileño se destina al pago de la deuda pública. Los presupuestos de educación y sanidad equivalen solamente al 8% y 10%, respectivamente, de esta enorme sangría de los fondos públicos.
[8] Así lo recogía el diario El País, 30 de marzo de 2013, pp. 4-5.
[9] Diferentes estudios alertan de ello: Intermón Oxfam, por ejemplo, en Crisis, desigualdad y pobreza (Informe nº 32, 2012), pronostica que en España pasaremos de tener 12,7 millones de pobres (27% de la población total) en 2012 a 18 millones (38%) en 2022.
[10] O. Jones, Chavs. La demonización de la clase obrera, Capitán Swing, Madrid, 2012.
[11] Eso afirma el Consejo Mundial Empresarial para el Desarrollo Sostenible (WBCSD, Visión 2050. Una nueva agenda para las empresas, Fundación Entorno, 2010).
[12] R. Fernández Durán, La quiebra del capitalismo global: 2000-2030. Preparándonos para el comienzo del colapso de la civilización industrial, Libros en Acción, Virus y Baladre, 2011.
[13] Hemos desarrollado ampliamente estas ideas en: M. Romero y P. Ramiro, Pobreza 2.0. Empresas, estados y ONGD ante la privatización de la cooperación al desarrollo, Icaria, Barcelona, 2012.
[14] C. K. Prahalad y S. L. Hart, «The fortune at the bottom of the pyramid», Strategy and Business, nº 26, 2002.
[15] «En Madrid hay favelas aunque no se llamen así», El País, 3 de septiembre de 2012.
[16] «En Indonesia, vendemos dosis individuales de champú a dos o tres céntimos y aún así obtenemos un beneficio decente», afirma un ejecutivo de la compañía en «La pobreza regresa a Europa», Público, 27 de agosto de 2012.
[17] En este año, por primera vez los excedentes empresariales (46,1%) han superado a las rentas salariales (44,2%) en el cómputo del PIB español.
[18] I. Fainé, «Crecer para dirigir», El País, 2 de noviembre de 2011.
[19] G. Fernández, S. Piris y P. Ramiro, Cooperación internacional y movimientos sociales emancipadores: Bases para un encuentro necesario, Hegoa, Universidad del País Vasco, Bilbao, 2013.
[20] CONGDE, «Análisis y valoración de la Coordinadora de ONG para el Desarrollo-España del proyecto de Presupuestos Generales del Estado para 2013», 8 de octubre de 2012.
[21] Plataforma 2015 y más, «España lidera la reducción de la Ayuda Oficial al Desarrollo y lleva la cifra de cooperación a su mínimo histórico», 3 de abril de 2013.
[22] Cáritas, Desigualdad y derechos sociales. Análisis y perspectivas, Fundación Foessa, 2013.
[23] Acción contra el Hambre, por ejemplo, nos invitaba a dar un donativo por cada “menú solidario” que consumiéramos en uno de los «Restaurantes contra el hambre» que formaban parte de la campaña; en una línea similar, Intermón Oxfam nos llamaba a sentarnos en su «Mesa para 7.000 millones».

lunes, 5 de agosto de 2013

Discutir la Crisis

  




Por Francois Chenais
Herramienta 



Estamos todavía en la fase inicial de una crisis que será muy larga. Desde el punto de vista capitalista, la solución esencialmente está en Asia. Marx decía que este tipo de crisis, eran las crisis que marcaban los límites históricos del capitalismo, en las que se conjugan el conjunto de sus contradicciones. Actualmente, la expresión de estos límites históricos estará íntimamente ligada con una crisis de civilización, puesto que su desarrollo prolongado y sus sobresaltos se conjugarán con la aceleración del impactos, en diferentes puntos del mundo, de la crisis por el calentamiento climático. Se ha entrado en un período en el que la crisis de civilización integrará estas dos dimensiones.
Para los propietarios de los medios de producción, para el capital, estarán planteadas cuestiones agudas y nuevas para la reproducción de la dominación, que serán abordadas bajo formas de concertación común o de agudas rivalidades inter-imperialistas. Y el hecho de que China sea parte de la dominación inter-imperialistas jugará su rol.
Es muy importante no limitarse a las dimensiones financieras de la crisis, y considerarla la en su dimensión más amplia: la cuestión "¿Socialismo o barbarie?" está planteada de manera inmediata. Este momento coincide con el agotamiento completo de todas las formas de organización políticas y sindicales surgidas del combate de la clase obrera desde fines del siglo XIX.
Se está en una situación en la que, más que nunca y jamás en tal grado, los explotados no pueden contar más que con sus propios recursos.
Debemos asumir una situación inédita y grave.
¿Cómo interpretar la forma que la crisis ha tomado hasta ahora y cómo prever sus futuras formas de desarrollo?.
La crisis del sistema financiero asentada principalmente en el sistema bancario es el resultado de un proceso cuyos inicios se remontan a fines de los años 1960, cuando el capital portador de intereses (al comienzo bajo la forma de bonos del tesoro, después de acciones) comenzó a reconstituirse y a adquirir ritmos específicos de acumulación como capital de inversión o de colocaciones,[i] después de haber sido en gran medida desplazado tras la crisis de los años 30 y posteriormente puesto en muchos países en manos del estado capitalista.
De esta forma pasó a ser el elemento dominante en el seno del capitalismo y dio a los gobiernos directamente a su servicio medios de acción para poner en marcha la revolución conservadora.
El origen más remoto de esta crisis se encuentra en la reconstitución de un capital dinero de préstamo concentrado. El conjunto de los desarrollos que luego se produjeron en las políticas imperialistas apuntaron a darle cada vez más poder, pero también a poner en marcha un proceso mediante el cual este capital se alimentaba con intereses y dividendos manteniéndose acantonado en la esfera de los mercados financieros, pero manteniendo sin embargo la pretensión de llegar a compartir la ganancia, de tomar una fracción creciente de los presupuestos públicos, y estas pretensiones aumentaron al mismo tiempo que aumentaba su carácter ficticio.
La crisis es muy difícil de leer si se rechaza (como hacen muchos economistas) la noción de capital ficticio. El capital ficticio se presenta dos veces. Una vez como capital realmente invertido, y la segunda vez como su sombra que toma la forma particular de activos negociables e intercambiables en el mercado con la pretensión de incrementarse independientemente de la economía. La gente piensa que tiene capital, cuando no tiene más que títulos.
Entre los años 80 a 90, se asiste al formidable desarrollo de este tipo de capital que debía alimentarse, al menos parcialmente, con una plusvalía realmente producida en alguna parte y es acá donde interviene la China y en menor medida la India: el proletariado chino fue quien aportó a Wall Street y a la City los flujos de plusvalías a través de las operaciones internacionales.
Al comienzo del siglo XXI, a despecho de la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio, se ha profundizado la distancia entre la cantidad efectiva de plusvalía centralizada y la magnitud de las necesidades del sistema orientado hacia la satisfacción de las pretensiones de llegar a compartir de manera rentista la masa de plusvalía. Tendencialmente, no hay suficiente el plusvalía como para satisfacer las pretensiones del capital financiero.
Entre 2001-2002 se experimentó un salto en el tipo de operaciones destinadas ofrecer ganancias financieras. Esto se produjo sobre una doble base: por una parte, un formidable impulso dado en los Estados Unidos y en el Reino Unido al crédito para los hogares, por otra parte una cadena de encajes entre los bancos y fondos especulativos de acciones potencialmente portadoras de ganancia (que eran de hecho títulos con acreencias hipotecarias incobrables), exclusivamente factores de insolvencia.
Una explicación aparentemente semejante de la crisis, proveniente de la ortodoxia de la extrema izquierda (es por ejemplo la que ofrece Michel Husson) es la siguiente: serían los cambios en la repartición del valor agregado (a la ganancia del capital) lo que habría conducido a este recurso masivo al crédito. Pero esta explicación no toma en cuenta a la economía mundial como un todo, y borra completamente el hecho de que el desarrollo del crédito y el mismo cambio en la repartición del valor agregado son el resultado de este largo período de acumulación de un capital que se valoriza en los mercados financieros y conduce al incremento de los capitales ficticios.
La crisis a estallado y se ha desarrollado en estos sectores a través de pequeños pasos que representan otros tantos peldaños (negativa de los bancos a prestarse entre sí, quiebra de la banca Northern Rock en Gran Bretaña, y luego la de Bearn Stearns en los Estados Unidos). Durante todo el tiempo en que hubo inyección de dinero, es decir apertura por los bancos centrales de líneas de crédito que daban mayores facilidades de descuento con tasas de interés inferiores a la tasa de inflación (específicamente es lo que hizo la Fed después de septiembre de 2007).
En agosto-septiembre de 2008: aceleración de la cantidad de empresas financieras cercanas a la quiebra (la presencia de estos activos envenenados en sus "balances bis" es una gran fuente de insolvencia). Y las autoridades estadounidenses vuelan a socorrerlas, comprando estos activos "tóxicos".
Señalemos al pasar que estos activos "tóxicos" no son a priori reconocibles, lo que es parte del problema.
La crisis se agudiza entre los días 15 a 17 de septiembre, cuando el Departamento del Tesoro estadounidense dirigido por un antiguo ejecutivo de Goldman Sachs, toma la decisión, ya sea por ortodoxia republicana, ya sea para terminar con una casa rival, de no sostener a la empresa Lehman Brothers (la cual había efectuado préstamos 30 veces mayores que sus propios fondos, una proporción que, sin embargo, estaba preconizada por los especialistas...). Esta decisión llevó a que las otras sociedades financieras, que habían ocultado su verdadera posición financiera, la revelaran inmediatamente (por ejemplo AIG) y el Tesoro norteamericano desbloqueo miles de millones de dólares (85 mil millones el 17 de septiembre, y luego un agregado de 38 mil millones a la semana sólo para AIG que, mientras tanto, había recompuesto cuentas!), y luego se votó el Plan Paulson de 700 mil millones de dólares, porque el desbloqueo semejante suma exigía una ley dado que compromete a los contribuyentes.
En lo inmediato, estos 700 mil millones son operaciones contables, de capital ficticio diseñado para ir al salvataje de capital ficticio acumulado. Más adelante, si una parte de estos activos puede ser vendida en uno o dos años, la factura para el contribuyente será un poco menos salada, pero existirá de todos modos una punción a través de los impuestos sobre el ingreso corriente del país (como ya ocurriera cuando la crisis en los años 80 de las pequeñas cajas de ahorro estadounidenses, a un costo de 50 millones de dólares para los contribuyentes norteamericanos). A mediano plazo, habrá por lo tanto una punción sobre el poder de compra.
De igual modo, con el nombre de "nacionalización" se han planteado mecanismos que sólo representan diversas formas de injerencia de funcionarios de las finanzas y otros departamentos del estado en la gestión de las empresas. El término es abusivo: se trata del salvataje por los estados, comprometiendo presupuestos futuros, de instituciones financieras que van a continuar funcionando de la misma manera que antes, en un sistema sin cambios. En Francia, después de la Segunda Guerra Mundial, la nacionalización del sistema de crédito en su conjunto (bancos y sistema financiero), implicaba que aquel estado controlaba de punta a punta el destino del crédito, por medio del Comisariado del Plan que decidía a que sectores de la economía y a que empresas se beneficiaría: se estaba entonces en el marco de relaciones de producción capitalista y un estado que controlaba totalmente el destino del crédito. No existe ahora semejante configuración. Que nadie lo sueñe. La prensa especializada se ha tomado además mucho cuidado en precisarlo, insistiendo en el hecho de que se trata de una ayuda pasajera para los bancos acordada por estados cuya preocupación común es que salgan lo más rápido posible, y con las manos más libres que nunca. "Sí a una re-regulación, decía J-C Casanova éste mismo mediodía en la pantalla de France Culture, pero no demasiado!". Habrá representantes de los bancos centrales en los edificios de lo bancos auxiliados por los estados, pero no estarán allí para dirigirlos.
La crisis comenzó en el sistema financiero y afecta al sistema de crédito, pero la aplastante mayoría de los bancos corrientes tenían filiales con haberes puramente especulativos. No hay barreras insuperables entre los diferentes mercados y en un sistema totalmente internacionalizado, los intermediarios estadounidenses han propuesto a los bancos del mundo entero activos tóxicos. Y en el marco de la crisis bancaria, un proceso específico de concentración / centralización está en marcha (ver por ejemplo la compra de Fortis por la BNP) e irá acelerándose. De ahí la inquietud de los alemanes, por ejemplo, ante una concentración bancaria de la que no serían beneficiarios.
La restricción del crédito a los particulares y a las empresas se hizo sobre la base de la economía norteamericana, ordenada en torno al sector inmobiliario y financiero. Una recesión mundial esta en marcha. Desconocemos todavía muchos factores (¡nadie los conoce!): ¿podrá evitarse el hundimiento del sistema financiero? ¿A qué ritmo se prepagará la recesión mundial? ¿Se producirá un salto cualitativo? En Asia, Corea (que estuvo en el corazón de la fase final de la crisis asiática) logró reconstituir un aparato de producción muy dependiente del mercado mundial ¿Tendrá un exceso de capacidad? ¿Con qué consecuencias? Y la Argentina, que después del 2002 se recuperó sobre la base de las exportaciones de materias primas hacia China ¿será afectada?. En Alemania, debido a la disminución en la demanda china de bienes de equipamiento, apareció la recesión.
Tenemos por delante un momento necesario: el proceso de propagación de la recesión se transformará en una brutal crisis de superproducción (en los Estados Unidos, prefigurando este proceso, ya comenzó "la guerra de precios"de los juguetes infantiles, que representan el 80% de las exportaciones chinas).
En lo que concierne a China, uno de los leitmovs de las revistas especializadas es el razonamiento de que los chinos tienen posibilidades de compensar con su mercado interior lo que no puedan colocar en el extranjero, y que tienen reservas de cambio suficientes como para estimular el consumo interno. Todo el mundo espera que ellos lo hagan. Pero muchos piensa que no es seguro que los dirigentes chinos sean capaces de lograrlo, dada (y es acá donde política y economía están interconectados) las relaciones antagónicas que existen entre la población y sus dirigentes. Estos temen que dar cualquier señal en tal sentido podría ser interpretada como una muestra debilidad y sería el signo de partida para múltiples reivindicaciones y contestaciones que los superarían. Son sin embargo las únicas medidas estabilizadoras posibles del capitalismo mundial: que la plusvalía producida en China se realice en el mismo mercado chino y no en el mercado mundial. La lucha de clases en China será uno de los elementos determinantes en el futuro.
Esta es la piedra de toque de la actual situación: la evolución y la gravedad de la crisis nos remite a la lucha de clases.

 Chesnais, François. Profesor emérito en la Universidad de París 13-Villetaneuse. Destacado marxista, es parte del Consejo científico de ATTAC-Francia, director de Carré rouge, y miembro del Consejo asesor de Herramienta, con la que colabora asiduamente. Es autor de La Mondialisation du capital y coordinador de La finance mondialisée, racines sociales et politiques, configuration, conséquences. La finance capitaliste, último libro bajo su dirección, acaba de ser publicado por Ediciones Herramienta. E-mail: chesnaisf@free.fr

lunes, 8 de julio de 2013

Evasión fiscal: ¿cómo se esfuma el dinero?





Por Thilo Schäfer
LA MAREA



Sankt Gallen es una preciosa ciudad situada al pie de los Alpes suizos, famosa por su universidad y una abadía patrimonio de la humanidad. Esta localidad de 73.000 habitantes no suele aparecer en el mapa global de las finanzas. Sin embargo, a principios del año, San Galo –su nombre en castellano–se convirtió en el epicentro de un terremoto que ha sacudido al sector bancario suizo.
Allí se encuentra la sede de Wegelin & Co, un pequeño y discreto banco privado cuya sede, con contraventanas de madera verde y macetas de flores, podría pasar perfectamente por la residencia veraniega de Clara y la Señorita Rottenmeier. Es la primera entidad helvética que ha admitido sin tapujos haber ayudado a ciudadanos norteamericanos a evadir impuestos en el marco de una investigación por parte de la Hacienda de Estados Unidos. Sus directivos contaron cómo se recomendaba a los clientes abrir empresas pantalla en otros paraísos fiscales para desviar la atención de los inspectores, así como no hacer llamadas telefónicas o mandar correos electrónicos desde EEUU. En casos urgentes bastaba con mandar un mensaje de texto críptico.
Este servicio para fomentar el fraude fiscal es “una práctica muy extendida en la banca suiza”, reconocieron los directivos Konrad Hummler y Otto Bruderer ante las autoridades estadounidenses. A cambio de esta confesión, la entidad sólo tuvo que pagar  una multa de 58 millones de dólares, obteniendo además el compromiso de que sus directivos no serán procesados. Aun así, el banco más antiguo de la República Helvética, fundado en 1741, se vio forzado a echar el cierre.
Las confesiones de los responsables de la pequeña entidad de San Galo cayeron como una bomba entre sus colegas en Zúrich y Ginebra, provocando un verdadero escándalo público en el país alpino. El líder cristianodemócrata, Christophe Darbellay, acusó a los dos directivos de “traidores” por haber “difamado el sector bancario suizo”. El político recibió amplio apoyo de otros partidos y de gran parte de la prensa. Los otros bancos, entre ellos gigantes como UBS o Crédit Suisse, temen que sus colegas de Wegelin hayan complicado mucho su defensa ante las acusaciones del fisco de EEUU, que está persiguiendo ferozmente a las entidades helvéticas que dan cobijo al dinero evadido de estadounidenses pudientes.
Suiza sigue ocupando el puesto número uno en la lista de paraísos fiscales en todo el mundo, con fondos de no residentes por valor de más de dos billones de dólares, según algunos cálculos. Es también el destino predilecto para las grandes fortunas españolas que pretenden ocultar su patrimonio, como ha demostrado el descubrimiento de la cuenta suiza del extesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas, o la “regularización” de un depósito antiguo por parte de la familia Botín del Banco Santander.
Unas 3.000 cuentas de propietarios españoles figuran en la lista de clientes del banco HSBC, extraída en secreto por un exempleado, Hervé Falciani. La Justicia suiza le acusa del robo de los datos personales de 130.000 cuentas de clientes de la filial en Ginebra de esta entidad británica, por lo cual emitió una orden de búsqueda y captura. En julio, Falciani fue detenido en Barcelona y pasó medio año en prisión. Ahora está en libertad condicional a la espera de que la Audiencia Nacional decida si concede o no la extradición que reclama Suiza*.
La dimensión del dinero negro en el medio centenar de países y territorios coloniales considerados como paraísos fiscales es galáctica, aunque difícil de cuantificar. Hay por lo menos 21 billones de dólares de capital fuera del alcance del fisco de sus respectivos países, el tamaño conjunto de las economías de EEUU y Japón, según un informe de Tax Justice Network, una de las ONG más potentes en la lucha contra el fraude y la evasión fiscal, elaborado por el ex economista jefe de la consultora McKinsey James Henry. Esta cifra sube hasta 32 billones si se aplican parámetros menos conservadores. Los expertos de Tax Justice Network, con sede en Londres, calculan que el fraude podría traducirse en la pérdida de entre 190.000 millones y 280.000 millones de dólares en recaudación fiscal.
Tradicionalmente son los países en desarrollo los que más acusan esta fuga de capitales, que tiene un impacto brutal sobre la pobreza en el llamado tercer mundo. Pero ahora la crisis económica también estrangula los presupuestos de los países ricos que básicamente han respondido imponiendo fuertes recortes al Estado de Bienestar y aumentos de los impuestos que más afectan al poder adquisitivo del ciudadano común.
No sorprende entonces que dirigentes políticos, como el presidente de EEUU Barack Obama o la canciller alemana Angela Merkel, hayan puesto en la agenda la lucha contra el fraude y la evasión fiscal. El primer ministro británico, David Cameron, quiere aprovechar la presidencia de turno de su país del G-8, el club de los países más ricos del planeta, para avanzar en la lucha contra las ovejas negras. “Tras años de abusos, los pueblos en todo el mundo exigen que se tomen medidas y, más importante, está creciendo la voluntad política de actuar”, anunció el primer ministro en el Foro Económico Mundial, la reunión anual de la élite empresarial y política en el balneario suizo de Davos, en enero.
Los activistas que luchan contra el “casino global del capital”, como lo llaman en la organización Attac, aplauden este giro de los grandes líderes pero con una dosis sana de escepticismo. Todavía resuenan las palabras, tan grandilocuentes como vacías, del expresidente francés Nicolas Sarkozy, que en 2008 invitaba a sus colegas internacionales a “refundar el capitalismo”. Incluso la revista The Economist, el gran referente de la comunidad financiera internacional, advirtió en un editorial del pasado 15 de febrero de que las recientes diatribas de los líderes políticos contra los paraísos fiscales eran “un ataque hipócrita y equivocado” porque deberían empezar por “limpiar su propio patio interior”.
Roberto Velasco, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad del País Vasco, está de acuerdo. “Hay mucho cinismo en esto porque los que propagan la lucha contra los paraísos fiscales son los países ricos, que albergan a los mayores paraísos fiscales. Es la doble moral. ¿Cómo pretenden luchar contra el blanqueo cuando la mayor lavadora de dinero negro es la City de Londres?”, se pregunta el autor de Las cloacas de la economía (Editorial Catarata).
La capital británica, con sus leyes laxas para el capital extranjero, es uno de los principales destinos mundiales de dinero negro. En otoño, el Senado de EEUU, en un informe detallado, acusó formalmente a HSBC, uno de los gigantes de la banca británica y mundial, de haber ayudado activamente al blanqueo de dinero procedente del narcotráfico e incluso de redes terroristas. Pero no es solo la City de Londres. El Reino Unido, como herencia de su pasado colonial, ostenta la soberanía formal sobre tres decenas de territorios que albergan los principales centros financieros offshore, empezando por las islas del Canal de La Mancha, Jersey y Guernsey, y especialmente los archipiélagos caribeños, que ofrecen los regímenes fiscales más sigilosos del planeta.
El rey de los piratas del Caribe son las Islas Caimán, que con 54.000 habitantes son el hogar de unas 90.000 sociedades registradas, de las cuales 18.000 tienen su dirección en el mismo edificio, Ugland House. Lo que más aprecian los inversores internacionales, aparte del secretismo de las islas, es el excelente funcionamiento de los tribunales de confección británica, que les inspiran mucha confianza.
También Obama debería reflexionar antes de señalar con el dedo a otros. El pequeño estado de Delaware, en la costa este de EEUU, alberga casi un millón de empresas, entre ellas los grandes nombres de Wall Street, gracias a sus leyes y jurisprudencia muy favorables a ciertos intereses económicos. Y Miami es, desde hace tiempo, el destino preferido de los ricos latinoamericanos que prefieren ocultar su patrimonio lejos de casa.
Sólo se dan datos cuando los pide un juez
Durante décadas, los paraísos fiscales florecieron sin llamar la atención de los gobernantes de los estados que veían con cierta indiferencia cómo el dinero de sus ciudadanos pudientes escapaba del fisco. Pero en 1989 la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) creó el Grupo de Acción Financiera (GAFI), que elaboró una lista de países y territorios opacos a los que exigía mayor transparencia y colaboración.
El objetivo principal del GAFI era la lucha contra el blanqueo de dinero, en particular del procedente de redes terroristas. Casi todas las ovejas descarriadas han conseguido salir de la famosa lista negra a cambio de concesiones en materia de transparencia que dejan mucho que desear en opinión de muchos expertos. “Se ha hecho un paripé, pero los paraísos fiscales siguen funcionando como tales”, comenta el profesor Velasco. También The Economist reconoce que estos países normalmente sólo liberan los datos de sus clientes cuando se lo pide un juez “con una sospecha bien fundada”.
A Washington tampoco le basta el purgatorio montado por la OCDE. La nación más poderosa del mundo ha impuesto un acuerdo de intercambio de datos fiscales, llamado FATCA, a medio centenar de países, entre ellos Suiza. Hace unos años que los banqueros helvéticos sienten el acoso de los inspectores de Hacienda estadounidenses.
Algunos grandes bancos han pactado pagar multas sin admitir haber colaborado con el fraude de clientes norteamericanos. En agosto del año pasado, dos jóvenes suizos, a su llegada a un aeropuerto de EEUU, fueron interrogados por los agentes de aduana que se interesaban por las actividades de su padre, un gestor de patrimonios de Ginebra que estaba en el punto de mira de los inspectores norteamericanos. La noticia provocó pánico en el sector.
No sólo Washington está apretando las tuercas a la banca suiza. Varios empleados de entidades afincadas en la República Helvética, como el mencionado Falciani, han ofrecido datos de clientes extranjeros a las autoridades de los países de origen de los supuestos defraudadores. Algunos estados federados de Alemania compraron estos CD, que ayudaron a destapar grandes cantidades de dinero evadido. En Alemania se produjo un intenso debate sobre si era legítimo que el Estado se hiciera cómplice de un crimen –el robo de datos– para perseguir otros delitos como el fraude fiscal.
Al final, los gobiernos de los dos países vecinos llegaron a un acuerdo para que el capital escondido de ciudadanos alemanes en Suiza pagara de forma retroactiva una tasa entre el 21% y el 41% por los últimos diez años. A cambio, no se desvelaría la identidad de los defraudadores fiscales y no se enfrentarían a persecución judicial. Sin embargo, los socialdemócratas y los verdes tumbaron este pacto en la cámara alta del Parlamento alemán, donde tienen mayoría, porque lo consideraban injusto para el contribuyente honrado.
“Los bancos han vivido durante décadas del dinero negro, es decir, del capital de clientes privados extranjeros, que no querían declararlo en sus países. Sin gran esfuerzo, los bancos suizos recibían de esta manera miles de millones de capital, sólo porque los clientes conseguían así evadir impuestos”, comenta por correo electrónico Lukas Hässig, un reputado periodista financiero de Zúrich. Hässig cree que el legendario secreto bancario suizo tiene los días contados, a pesar de los intentos de algunos partidos conservadores de salvarlo incorporándolo a la Constitución.
“El secreto bancario, cuya razón de ser por supuesto consiste en facilitar la evasión fiscal de contribuyentes extranjeros en beneficio de la industria financiera del país, está tan anclado en el alma popular de Suiza como un icono nacional que es imposible que se produzca conciencia de injusticia”, escribió el catedrático alemán Ulrich Thielemann en el Wochenzeitung, un semanal progresista editado por una cooperativa de periodistas que colabora con La Marea. Hace tres años, cuando Thielemann era vicedirector del Institut für Wirtschaftsethik (Instituto de Ética Económica) de la Universidad de Sankt Gallen provocó un escándalo en Suiza que terminó con su abandono del centro. Ante una comisión parlamentaria del Bundestag en Berlín, el catedrático denunció esta falta de conciencia sobre la escasa ética de las actividades de la banca helvética. “Suiza solo ha hecho concesiones por la presión internacional”, concluyó. Un traidor y encima alemán.
Varios imputados de la Gürtel  tenían cuentas en Suiza
Debido a esta presión, Suiza ha firmado acuerdos con Reino Unido y Austria por los cuales los bancos helvéticos aplicarán un impuesto sobre los rendimientos de las cuentas de clientes de estos dos países que transferirán a las autoridades británicas y austríacas. A cambio, se guarda el anonimato del cliente. El Gobierno de Mariano Rajoy se interesó por este llamado Acuerdo Rubik pero aún no ha decidido firmarlo.
De momento, el ministerio del que es titular Cristóbal Montoro se conforma con la nueva norma que obliga a todos los contribuyentes en España a declarar sus bienes en el extranjero. Y eso que Suiza es el destino preferido por las grandes fortunas españolas, como han demostrado la lista de Falciani o el caso Bárcenas. Entre las 3.000 cuentas que figuran en los ficheros de Falciani, la Agencia Tributaria ha identificado 659 casos de fraude. Hasta hoy, los únicos nombres que se han hecho públicos son los del presidente del Banco Santander, Emilio Botín, y su hija Patricia, que alegaron que se trataba de una cuenta antigua abierta por el padre del banquero durante la Guerra Civil.
En teoría, las autoridades españolas pueden pedir información sobre cuentas a sus colegas suizos, pero en la práctica es un proceso extremadamente lento. Salvo cuando se trata de un proceso judicial. La cuenta de los 22 millones de Bárcenas se descubrió porque el juez de la Audiencia Nacional Pablo Ruz, en el curso de la investigación de la trama Gürtel, había cursado una comisión rogatoria a Suiza, es decir, la solicitud de datos basada en una sospecha concreta. Ruz ha formulado más de 30 de estas comisiones rogatorias a varios países, lo cual le ha permitido destapar cuentas ocultas de cinco exaltos cargos del PP, incluyendo Bárcenas.
Ocultar dinero en los Alpes se ha hecho un poco más incómodo para los ricos españoles, aunque sigue ofreciendo bastantes garantías. “Ahora los bancos suizos se han puesto muy exquisitos con los clientes. Algunos incluso han cerrado sus departamentos para atender a españoles”, asegura Pablo Alarcón, un abogado que representa a clientes con depósitos en Suiza, “todo legal”, ya que efectivamente no es ningún delito tener fondos en Zúrich y Ginebra siempre y cuando se declare a Hacienda en España.
A partir de ahora, para abrir una cuenta en la República Helvética, los no residentes deben firmar una declaración en la que aseguran que el dinero depositado ha sido previamente declarado en su país de origen y autorizan a la entidad a comprobarlo si ésta lo estima necesario. “Si firmas esto y no es verdad, es tu problema”, comenta Alarcón. Algunos expertos, sin embargo, no creen que los bancos suizos se vayan a tomar la molestia de molestar a sus apreciados clientes. “Se trata básicamente de autoprotección”, explica el periodista financiero Hässig: “Con esta declaración, los bancos pasan la responsabilidad a sus clientes. Así tienen un certificado de su inocencia, que les ayudará para evitar litigios en el extranjero”.
El abogado Alarcón, que también es profesor de Fiscalidad Internacional en el Instituto de Empresa de Madrid, asegura que ya no quedan muchos sitios donde se pueda refugiar el dinero negro amparado por un secreto bancario. “Ahora, el que quiere estar en el lado oscuro prefiere montar estructuras complejas, a través de varias empresas o trusts, para esconder el dinero”.
Las artimañas fiscales de las multinacionales
Las multinacionales de todo el mundo aprovechan cada vez más estas estructuras complejas para minimizar su carga fiscal. Es una práctica habitualmente legal. Se transfieren ganancias y pérdidas entre filiales para aprovechar al máximo el régimen fiscal de cada país. Así, los impuestos no siempre se pagan en el Estado donde realmente se realiza la actividad económica. Los paraísos fiscales son un instrumento muy útil para montar este tipo de estructuras. Sorprende que Barbados, Bermudas y las Islas Vírgenes Británicas en el Caribe sumaran en 2010 más inversiones directas exteriores que Alemania, según la OCDE. A la vez, las Islas Vírgenes fueron el segundo inversor extranjero en China, después de Hong Kong y por delante de EEUU.
De las 35 empresas españolas que conforman el Ibex, 30 tienen filiales en paraísos fiscales. Asesorar a las multinacionales sobre cómo construir estos esquemas para minimizar la carga fiscal es un negocio redondo para las cuatro grandes consultoras mundiales, Deloitte, Ernst & Young, KPMG y PwC.
El comercio electrónico es otra baza que permite a las multinacionales pagar los impuestos sobre sus ingresos en países con una fiscalidad baja. Inditex, dueño de Zara, canaliza sus operaciones online a través de una filial en Irlanda, donde el impuesto de sociedades es de sólo el 12,5%. Lo mismo hacen multinacionales como Google, Amazon, Ebay o Facebook.
Al igual que ocurre con los paraísos fiscales, muchos gobiernos pretenden ahora poner coto a esta práctica –básicamente legal pero poco ética– de eludir impuestos que supone una auténtica sangría para las arcas públicas. La OCDE acaba de publicar un informe con recomendaciones para los líderes del G20. “Cuando los gobiernos y sus ciudadanos tienen que luchar para llegar a fin de mes, es muy importante que todos los contribuyentes –tanto las personas físicas como las empresas– paguen una cantidad justa de impuestos y confíen en que el sistema fiscal internacional es transparente”, declaró el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría. Aparte del aspecto ético, para la organización, la facilidad con que las grandes multinacionales pueden reducir su carga fiscal supone una distorsión de mercado ya que de esta forma obtienen una ventaja competitiva frente a empresas más pequeñas que no tienen capacidad para elaborar una creatividad contable tan sofisticada.
Pero en una economía globalizada los gobiernos nacionales no lo tienen fácil para gravar los beneficios de las multinacionales. David Cameron acaba de proponer que se excluyan de contratos públicos a aquellas empresas que usen filiales extranjeras para eludir pagar impuestos en el Reino Unido. De momento, funciona mejor la presión social. La cadena Starbucks rectificó su estrategia de elusión fiscal después de un exitoso boicot de los clientes de sus cafés en Gran Bretaña.
En España, el sindicato de técnicos de Hacienda (Gestha) ha presentado un plan que permitiría al Estado recaudar casi 64.000 millones de euros más al año. Para ello proponen aumentar el impuesto de sociedades y eliminar deducciones que permiten a las grandes empresas pagar muy por debajo del tipo nominal del 30%. Gestha también exige restricciones para las famosas Sicav, el vehículo preferido de los grandes patrimonios para eludir impuestos (ver página siguiente). Una de las propuestas de los inspectores de Hacienda acaba de entrar en vigor. Once países de la Unión Europea han aprobado una tasa sobre transacciones financieras que aportará al Tesoro español 5.000 millones de euros anuales.
Finalmente, y más importante, Gestha reclama al Gobierno que se tome más en serio la lucha contra la economía sumergida que, según el cálculo de los inspectores, podría aportar casi 30.000 millones de euros más a las arcas del Estado. En los últimos días, coincidiendo con el escándalo de la cuenta suiza de Bárcenas y la polémica alrededor de la amnistía fiscal, inspectores, fiscales y jueces han alzado la voz para denunciar la escasez de medios con los que cuentan para luchar de forma eficaz contra los defraudadores.
En España son mucho menos frecuentes que en países como Alemania las inspecciones físicas de empresas e individuos y más común el simple cruce de datos informáticos. En este sentido, exigen al ministerio de Montoro que los inspectores puedan investigar a las 31.000 personas que se  acogieron a la amnistía del año pasado, “para comprobar que el origen de las rentas no procede de actividades delictivas”. Varios imputados de la trama Gürtel han aprovechado la amnistía para “regularizar” su dinero negro, oculto tras complejos entramados societarios.
El catedrático Velasco está de acuerdo con que hacen falta más medios para luchar contra el fraude, pero cree que también debe cambiar la mentalidad de los ciudadanos. “Hay que empezar en la educación y enseñarle a los jóvenes qué significa pagar impuestos”, dice el experto. Si algún efecto positivo tiene la interminable crisis económica es que parece mejorar la sensibilidad de los ciudadanos respecto al fraude. En 2007, el año en que estalló la burbuja inmobiliaria, el 49% de los españoles justificaba el fraude fiscal, según el barómetro del Instituto de Estudios Fiscales. Tras cuatro años de recesión y recortes, este porcentaje bajó al 33% en 2011. Dada la indignación ciudadana por los nuevos episodios de sobresueldos en sobres, cajas ‘B’ y cuentas secretas en Suiza, es bastante probable que la aceptación social del fraude siga perdiendo adeptos.

sábado, 6 de abril de 2013

La venganza de Marx, o cómo la lucha de clases está definiendo el mundo.

  



Por Michael Schuman


El corresponsal de la revista Time en Beijing, Michael Schuman, ofrece en la sección de “Negocios y dinero” del conservador semanario norteamericano esta angustiada y reveladora reflexión sobre el mundo actual.

Karl Marx parecía muerto y enterrado. Con el hundimiento de la Unión Soviética y el gran salto chino hacia el capitalismo, el comunismo se desvaneció hacia los mundos pintorescos de las películas de James Bond o hacia el mantra manipulado sobre Kim Jong Un. El conflicto de clase que Marx consideraba como determinante en el curso de la historia parecía desvanecerse en una era próspera de libre comercio y libre empresa. El inabarcable poder de la globalización conectó las más remotas esquinas del planeta con los lucrativos bonos de las finanzas y las industrias deslocalizadas y sin fronteras, ofreciendo a todo el mundo, desde los gurús tecnológicos de Sillicon Valley hasta las campesinas chinas, amplias oportunidades de hacerse rico. En las últimas décadas del siglo XX, Asia batió quizá el mas notable récord de reducción de la pobreza de la historia de la humanidad, todo ello gracias a las muy capitalistas herramientas del comercio, la iniciativa empresarial y la inversión extranjera. El capitalismo pareció cumplir sus promesas de elevar a todo el mundo hacia nuevas cotas de riqueza y bienestar. O eso llegamos a creer...

Con la economía global en una larga crisis, y con trabajadores de todo el mundo víctimas del desempleo, la deuda y el estancamiento de sus ingresos, la aguda crítica de Marx al capitalismo (que el sistema es intrínsecamente injusto y autodestructivo) no puede ser tan fácilmente descartada. Marx teorizó que el sistema capitalista empobrecería inevitablemente a las masas, a medida que la riqueza se concentraría en las manos de la codicia de unos pocos, causando crisis económicas y reforzando el conflicto entre los ricos y las clases trabajadoras. Marx escribió que “la acumulación de riqueza en un solo polo genera al mismo tiempo en el polo opuesto la acumulación de miseria, trabajo duro y agónico, esclavitud, ignorancia, brutalidad y  degradación mental”.

Un expediente cada vez más rebosante de pruebas sugiere que podría haber estado en lo cierto. Lamentablemente, son evidentes las estadísticas que demuestran que los ricos son cada vez más ricos, mientras que la clase media y los pobres cada vez son más pobres. Un estudio hecho en septiembre por el Economic Policy Institute (EPI) en Washington señaló que la media anual de ingresos reales de un hombre trabajador a tiempo completo en los EEUU en 2011, unos 48.202 dólares, era inferior a la de 1973. Entre 1983 y 2010, el 74% del aumento de la riqueza en los EEUU fue a parar a las manos del 1% más rico, mientras que el 60% más pobre sufrió un declive, según cálculos del EPI. No sorprende así que algunos estén repasando lo que escribió el filosofo alemán en el XIX. En China, el país marxista que dio la espalda a Marx, Yu Rongjun se inspiró en los acontecimientos actuales para escribir un musical basado en el clásico El Capital de Karl Marx. “Uno se da cuenta de que la realidad encaja con lo que escribió en su libro”, asegura el dramaturgo.

Eso no significa que Marx acertara completamente. Su “dictadura del proletariado” no funcionó como estaba planeado. Pero las consecuencias de este aumento de la desigualdad, son exactamente como lo predijo Marx. La lucha de clases ha regresado. El enfurecimiento de los trabajadores en el mundo va en aumento y exigen su justa parte de la economía global. Desde el suelo del Congreso de los EEUU hasta las calles de Atenas, pasando por las asambleas del sur de China, la actualidad está siendo sacudida por una escalada en la tensión entre el capital y el trabajo, en unos niveles inéditos desde las revoluciones comunistas del siglo XX. Cómo se resuelva este conflicto determinará la dirección de la política económica global, el futuro del estado del bienestar, la estabilidad política de China, y quién tendrá el mando del gobierno desde Washington hasta Roma. ¿Qué diría Marx de lo que hoy acontece? “Algo parecido a: os lo advertí”, asegura Richard Wolff, un economista marxista en la New School de Nueva York. “La desigualdad de ingresos está produciendo un nivel de tensiones que no había visto en mi vida”.

Las tensiones entre clases económicas en los EEUU están claramente al alza. La sociedad se muestra dividida entre el 99% (la gente normal que lucha para salir adelante) y el 1% (los privilegiados, bien conectados y muy ricos que cada vez lo son más). En una encuesta del Pew Research Center publicado en año pasado, dos tercios de los encuestados creían que EEUU sufría un conflicto “fuerte” o “muy fuerte” entre ricos y pobres, un aumento significativo de 19 puntos desde 2009, llegando a ser considerada el primer factor de división de la sociedad.

El señalado conflicto ha dominado la política americana. La batalla partidista sobre como arreglar el déficit presupuestario de la Nación ha sido, en gran medida, un conflicto de clase. Cada vez que el Presidente Barack Obama habla de aumentar los impuestos a los americanos más ricos para reducir el déficit presupuestario, los conservadores señalan que está lanzando una “guerra de clase” contra los acaudalados. Así mismo, los republicanos están comprometidos con una guerra de clase por su cuenta. El plan republicano de estabilización financiera sitúa la carga del ajuste en las clases medias y pobres, a través de recortes en los servicios sociales. Obama basó una gran parte de su campaña para la reelección caracterizando a los republicanos como insensibles hacia la clase trabajadora. El Presidente acusó al candidato republicano, Mitt Romney, de tener un plan para la economía norteamericana con un solo punto, “asegurarse que los tipos de arriba jueguen con reglas distintas al resto”.

Sin embargo, en medio de esta retórica hay señales que este nuevo clasismo americano ha cambiado el debate sobre la política económica de la Nación. La teoría del chorreo, que afirma que el éxito del 1% beneficiará al 99% restante, se encuentra bajo grave sospecha. David Madland, un director del Center for American Progress, un think tank con sede en Washington, cree que la campaña presidencial de 2012 ha hecho emerger el debate sobre la reconstrucción de la clase media, y la búsqueda de una agenda económica distinta para lograr este objetivo. “Toda la forma de concebir la economía está siendo revisada”, afirma. “Noto que se está produciendo un cambio fundamental”.

La ferocidad de la nueva lucha de clases está siendo incluso más pronunciada en Francia. En mayo pasado, a medida que el dolor de la crisis financiera y los recortes presupuestarios hizo que la división entre pobres y ricos se hiciera cada vez más dura, los franceses votaron al Partido Socialista de François Hollande, que una vez proclamó: “no me gustan los ricos”.  Parece haber mantenido su palabra. La clave de su victoria fue su promesa en campaña  de extraer más de los ricos para mantener el estado del bienestar francés. Para evitar los recortes drásticos que otros políticos en Europa han aplicado para reducir la amplitud de sus déficits presupuestarios, Hollande planeó aumentar el impuesto sobre la renta hasta el 75%. A pesar de que su idea fue tumbada por el Tribunal Constitucional del país, Hollande está buscando fórmulas para introducir una medida similar. Al mismo tiempo, Hollande ha enfocado su acción de gobierno de nuevo hacia la gente corriente. Retiró una medida impopular de su predecesor de incrementar la edad de jubilación en Francia, volviéndola a situar en los 60 años para algunos trabajadores. Muchos en Francia quieren que Hollande vaya aún más lejos. “La propuesta fiscal de Hollande tiene que ser un primer paso en la percepción del gobierno de que el capitalismo en su forma actual se ha vuelto tan injusto y disfuncional que corre el riesgo de implotar si no se reforma en profundidad”, asegura Charlotte Boulanger, una experta en desarrollo y ONGs.

Sus tácticas, sin embargo, están generando un contraataque por parte de la clase capitalista. Mao Zedong hubiera insistido en que “el poder político aumenta a partir del cañón de un arma”, pero en un mundo donde das kapital es más y más móvil, las armas de la lucha de clases han cambiado. En lugar de pagar a Hollande, algunos de los más ricos franceses se están marchando, llevándose con ellos empleos e inversiones muy necesarios. Jean Emile Rosenblum, fundador del empresa en línea Pixmania.com, está restableciendo su vida y su nuevo negocio en EEUU, donde siente que el clima es más hospitalario para los empresarios. “El aumento del conflicto de clase es una consecuencia normal de cualquier crisis económica, pero la explotación política de ello ha sido demagógica y discriminatoria”, señala Rosenblum. “En lugar de confiar en los empresarios para desarrollar las empresas y empleos que necesitamos, Francia les está empujando a marcharse”.

La división entre pobres y ricos es quizá mas volátil en China. Irónicamente, Obama y el recientemente instalado Presidente de la China comunista, Xi Jinping, deben hacer frente al mismo desafío. La intensificación de la lucha de clases no es sólo un fenómeno del endeudado y estancado mundo industrial. Incluso en los mercados emergentes que se expanden rápidamente, las tensiones entre ricos y pobres se está convirtiendo en una preocupación de primera magnitud para los políticos.  Contrariamente a lo que muchos de los contrariados americanos y europeos creen, China no ha sido un paraíso para los trabajadores. La “fuente de arroz de acero” (la práctica maoísta que garantizaba a los trabajadores un trabajo para siempre) se evaporó junto al maoísmo, y durante la era de las reformas, los trabajadores tuvieron pocos derechos. A pesar de que los ingresos en las ciudades chinas está creciendo substancialmente, el diferencial entre ricos y pobres es extremadamente grande. Otro estudio del Pew revela que cerca de la mitad de los chinos encuestados considera que la división entre ricos y pobres es un gran problema, mientras que 8 de cada 10 está de acuerdo con el propósito de que  en China “los ricos cada vez se hacen más ricos mientras que los pobres se siguen empobreciendo”.

La animadversión está alcanzando un punto de estallido social en las aldeas industriales de China. “La gente de fuera ve nuestras vidas muy prósperas, pero la vida real el la fábrica es muy distinta”, afirma el trabajador fabril Peng Ming en el enclave de Shenzhen en el sur industrial. Con largas horas a sus espaldas, con el aumento del coste de la vida, unos directivos indiferentes y muy a menudo con retrasos en las pagas, los trabajadores empiezan a parecer auténtico proletariado. “La manera en que los ricos obtienen dinero es a través de la explotación de los trabajadores”, afirma Guan Guohau, otro trabajador de la fabrica en Shenzhen. “El comunismo es a lo que aspiramos”. A menos que el gobierno actúe más decididamente para mejorar su bienestar, señalan, los trabajadores querrán de forma creciente actuar por su cuenta”. “Los trabajadores se organizarán más”, predice Peng. “Todos los trabajadores deben estar unidos”.

Eso puede que ya esté sucediendo. Medir el nivel de malestar de los trabajadores en China es difícil, pero los expertos creen que ha ido aumentando. Una nueva generación de trabajadores fabriles, mejor informados que sus padres gracias a internet, se hacen oír más en sus demandas de mejores salarios y condiciones laborales. Hasta ahora, la respuesta del gobierno ha sido ambigua. Los políticos han aumentado los salarios mínimos para incrementar los ingresos, reforzaron la legislación laboral para dar a los trabajadores mas protección, y en algunos casos, les permitieron ir a la huelga. Sin embargo el gobierno sigue desincentivando el activismo  obrero independiente, muy a menudo a través del uso de la fuerza. Estas tácticas han dejado al proletariado de China desconfiado de su dictadura proletaria. “El gobierno piensa más en sus empresas que en nosotros”, dice Guan. Si Xi no reforma la economía para que el chino de a pie se beneficie más del crecimiento de la nación, corre el riesgo de encender la llama del malestar social”.

Marx hubiera previsto exactamente este resultado: “a medida que el proletariado tome conciencia de su interés común de clase, hará caer el injusto sistema capitalista y lo reemplazará por un mundo socialista nuevo”. Los comunistas “declaran abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados con la derrota por la fuerza de toda condición social existente”, escribió Marx. “Los proletarios no tienen nada que perder, salvo sus cadenas”. Hay señales que indican que los trabajadores del mundo están cada vez más impacientes con sus debilitadas perspectivas. Decenas de miles han salido a la calle de ciudades como Madrid y Atenas, protestando contra el desempleo astronómico y las medidas de austeridad que están empeorando las cosas.

Hasta ahora, sin embargo, la revolución de Marx está por materializarse. Los trabajadores puede que tengan los mismos problemas, pero no se están uniendo para resolverlos. El nivel de la afiliación sindical en los EEUU, por ejemplo, ha continuado su declive a través de las crisis económicas, mientras que el movimiento Occupy Wall Street decaía. Los que protestan, señala Jacques Ranciere, un experto en marxismo en la Universidad de Paris, no tienen como objetivo remplazar el capitalismo, tal y como Marx predijo, sino simplemente reformarlo. “No estamos viendo a las clases que protestan pidiendo el derrumbe o la destrucción del sistema sociopolítico actual”, explica. “Lo que el conflicto de clase produce hoy son llamadas a arreglar los sistemas para que sean más viables y sostenibles a largo plazo a través de una mayor redistribución de la riqueza creada”.

Sin embargo, a pesar de estas llamadas,la política económica actual continua alimentando las tensiones de clase. En China, los altos funcionarios han mostrado poca convicción a la hora de reducir el desnivel de ingresos y en la práctica han eludido las reformas que podrían haberlo permitido (en la lucha contra la corrupción, permitiendo la liberalización el sector financiero). Los gobiernos endeudados en Europa han capado los programas del Estado del Bienestar incluso en momentos en los que el desempleo aumenta y el crecimiento se hunde. En la mayoría de casos, la solución elegida para reparar el capitalismo ha sido más capitalismo. Los políticos en Roma, Madrid y Atenas están siendo presionados por tenedores de bonos para que desmantelen la protección de los trabajadores y continúen desregulando sus mercados interiores. Owen Jones, el autor britanico de Chavs: The Demonization of the Working Class [hay traducción castellana en la editorial madrileña Capitán Swing; T.], llama a esto “guerra de clase desde arriba”.

Pocos aguantan la embestida. La aparición de un mercado laboral global ha desarmado a los sindicatos en todo el mundo. La izquierda política, arrastrada hacia la derecha desde el violento ataque del libre mercado de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, no ha sabido dibujar un horizonte alternativo creíble. “Virtualmente, todos los partidos progresistas y de izquierdas contribuyeron en algún momento al auge de los mercados financieros, y al retroceso de los sistemas de bienestar para demostrar que también eran capaces de llevar adelante reformas”, señala Rancière. “Diría que las perspectivas de que partidos laboristas o socialistas o gobiernos en cualquier lado vayan a cambiar (mucho menos derribar) los sistemas económicos actuales se han más bien evaporado”.

Eso deja abierta una posibilidad escalofriante: que Marx no sólo diagnosticara correctamente el comportamiento del capitalismo, sino también su resultado. Si los políticos no encuentran nuevos métodos para asegurar oportunidades económicas justas, acaso los trabajadores del mundo decidan, simplemente, unirse. Puede que entonces Marx se tome su venganza.



 Michael Schuman es, desde 2002, el corresponsal del semanario norteamericano conservador Time en Beijing, China. Especialista en asuntos económicos, antes de trabajar para Time, fue corresponsal del Wall Street Journal y escribió como columnista en la revista de negocios Forbes.