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jueves, 26 de enero de 2017

Descomposición del neoliberalismo

Por Claudio Zulian*






“La sociedad no existe” dijo Margaret Thatcher a modo de resumen de un credo neoliberal que empezaba a manifestarse con poder y sin embozo. No era sólo un análisis, era también un proyecto: había que barrer todo aquello que pudiera sustentar una “sociedad” – del latín “socius”: compañero, aliado -, en aras de un individualismo radical que supuestamente habría liberado toda las energías y las capacidades de la gente. Como tal proyecto no era nuevo: se trataba más bien de la adaptación de las ideas liberales clásicas, al contexto social, político y tecnológico actual. Cuarenta años después, las políticas neoliberales han efectivamente cuarteado la “sociedad”, arruinando bienes comunes – cuya capacidad de aglutinación social no es fruto sólo de las necesidades que cubren, sino también del sentimiento de pertenencia a lo común que generan (por la contribución de todos a su creación y a su sustento). Han mermado así la sanidad, el paro y las ayudas a los más pobres, entre otros. En cuanto a la enseñanza pública, la razón de su intento de desmantelamiento ha sido doble: por ser un bien común y por ser el lugar donde se transmiten aquellas enseñanzas humanísticas que han constituido, hasta ahora, la base de la cultura ciudadana: reflexión y sentido crítico.


El neoliberalismo no habría podido aplicar sus políticas con tanto éxito, si estas no correspondieran de manera precisa a una forma de vida que ya había ido transformando la sociedad: el consumismo. El individuo consumista y el neoliberal son el mismo individuo: edonista y calculador, sabe, en teoría, escoger racionalmente lo que en cada momento le conviene. Sólo él existe de verdad, no la sociedad – que no es más que la suma de todas las decisiones individuales. Con sus cálculos, este individuo haría el bien para sí mismo y, por eso mismo, para todos. Desde un punto de vista filosófico y científico, se trata, obviamente, de una abstracción y, en cuanto a la política, de una utopía. Incluso Hayek – una de las referencias más importantes del neoliberalismo -, consciente de que un conjunto de individuos estrictamente egoístas y calculadores no sólo no existe en la realidad, sino que además, no podrían hallar una forma de gobierno – de hecho, el liberalismo clásico tiene versiones anarquistas – propuso algunos guardarrailes para su propia teoría: “prefiero un dictador liberal a un gobierno democrático que no sea liberal”. Por si cabían dudas, lo dijo, además, refiriéndose a Pinochet. De hecho, el neoliberalismo ha mostrado siempre estas dos caras: por una parte, el fomento de la libertad del mercado, entendida como máxima expresión de la libertad humana y del progreso; por otra, el despliegue de políticas autoritarias, incluso limitadoras de la libertad de expresión, para imponer tal libertad de mercado. Por esta razón, los gobiernos neoliberales han sido siempre conservadores en lo social y en lo político. La contradicción de un discurso económicamente liberal y socialmente autoritario es, en parte, fruto de la raíz decimonónica del pensamiento (neo)liberal: como otras utopías del siglo XIX y XX, al identificar una idea política con la verdad – del espíritu o de la historia -, ha tendido a imponer su orden de manera coercitiva – para proteger al pueblo de sus propios “errores”. En este sentido, el neoliberalismo ha sido la última de las utopías de la modernidad de la que nos hemos tenido que hacer cargo. Mal que les pese a Hayek y sus sucesores, su modo de pensar revela su pertenencia a la misma cultura del comunismo y del socialismo “real” al que con tanto ahínco se opusieron. Y hasta podría parecer una síntesis legítima que China, con su gobierno autoritario, antes comunista, y su política de desarrollo capitalista a ultranza, pueda ser ahora el país más próximo a la utopía neoliberal.


Nuestro problema, sin embargo, no es la imposición de un orden neoliberal, sino los efectos de su descomposición. Las quiebras de 2008 rasgaron el velo que cubría las disfuncionalidades y las contradicciones de unos discursos y unas políticas que, como toda utopía, habían prometido una libertad y un bienestar que, cuatro decenios después, sólo pertenecía a unos pocos mientras el desorden y el malestar se extendían para el resto. La crisis de 2008 mostró además de manera meridiana que se trataba de un discurso instrumental de grupos que luchaban por la hegemonía económica y social: las élites de la banca y la industria abandonaron súbitamente todos los discursos neoliberales y pidieron a gritos la intervención estatal – el pecado más grave según la vulgata neoliberal – para socializar las pérdidas de las empresas y bancos afectados. La supuesta libertad de mercado reveló su carácter de coartada para el expolio y la rapiña cometidos al amparo de la “globalización”. El discurso neoliberal se empezó a cuartear, para ser finalmente abandonado y criticado por los mismos grupos que lo habían defendido – y que ahora consideraban que ya no servía sus intereses. El giro de los conservadores británicos – ¡el partido de Margaret Thatcher! -, ha sido espectacular en este sentido: del neoliberalismo globalizador al proteccionismo nacionalista. Un giro que ha encontrado en el autoritarismo conservador consustancial al neoliberalismo el puente por el que han transitado sin demasiado esfuerzo las élites neoliberales. La práctica de políticas autoritarias ha dejado, además, un conocimiento de cómo forzar y debilitar las instituciones democráticas. Ahora, cínicamente, la debilidad de esas instituciones es esgrimida para justificar otro autoritarismo que, supuestamente, quiere remediar los desastres del neoliberalismo.


Aunque ahora se abandonen, las políticas neoliberales han afectado profundamente todas las sociedades del planeta, desarticulando modos de vidas y prácticas sociales, de modo que su desaparición no supone volver a un estado anterior – por ejemplo a una sociedad genéricamente socialdemocrática -, sino encontrarnos con una sociedad herida y desorientada. Lo que el derrumbe del neoliberalismo trae a la luz, no es una sociedad pretérita, con todos sus elementos orgánicamente funcionantes – si es que eso existió alguna vez – sino restos dislocados de formas sociales “anteriores”. Pongo anteriores entre comillas, porque siguiendo el símil arqueológico, no hay realmente tal anterioridad: los restos son siempre contemporáneos, conviven con las construcciones actuales como una construcción más. Están sin embargo des-funcionalizados y su descubrimiento los re-funcionaliza. El racismo que infecta a muchos europeos es un buen ejemplo. Amin Ash, en su lúcido análisis de nuestra sociedad en “Europe, land of strangers” dedica todo un capítulo a la “resistencia de la ideas de raza”, llegando a la pesimística conclusión que habrá que contar con ellas e intentar tratarlas, más que pensar que se puedan erradicar. El neoliberalismo ha roto el equilibrio socialdemocrático que fue dominante en la Europa de la postguerra, atrayendo hacia sí las élites socialdemocráticas y erosionando su legado. Sin embargo, no ha sido capaz de fundar una nueva sociedad “neoliberal”: demasiados excluidos, demasiada angustia en los no excluidos – siempre al borde la exclusión, o siempre confrontados al cálculo de su propio placer y de su goce-, demasiado desorden en el mundo debido a la propia cultura neoliberal de las élites, ellas también presa de cálculos cortamente egoísticos: el cálculo y el interés personal no producen ningún “estadista”, ni siquiera un simple “hombre público”.

Vivimos pues, en el paisaje después de la batalla de la última utopía de la modernidad – y del último proyecto de dominio: el neoliberalismo. Algunos “generales” neoliberales todavía intentan dictar órdenes: mantener a toda costa la austeridad, subir los impuestos indirectos, atacar a los movimientos sociales. Pero sus propias tropas empiezan a desobedecer, desanimadas. Y los generales más avispados ya cambian completamente de estrategia – Trump, por ejemplo -, pensando ya en el después y, a la vez, anticipándolo.


Para quien vive un momento de descomposición de un proyecto de poder como el actual, la historia es un libro abierto – como dijo Hannah Arendt a propósito de los refugiados. La abrupta discontinuidad del discurso de las élites y el rápido aflorar de los síntomas de malestar en la sociedad, nos permiten tener una consciencia clara de las razones de estos cambios – de las fuerzas en campo, de sus puntos de tensión, de sus tendencias. Este conocimiento puede ayudarnos a imaginar nuevas formas políticas. Intentar substituir una utopía que se resquebraja con otra – aunque tenga las mejores intenciones -, sería simplemente empezar un nuevo ciclo de imposición, opresión, dislocación. Quizá ha llegado el momento de que miremos de cara el campo de restos que tenemos ante nosotros y tengamos en cuenta, de una vez, la historia. No como un lastre, sino como el territorio preciso en el que tenemos que operar. Cada crisis, como la que vivimos, nos muestra que las ruinas de las crisis anteriores están allí, siempre disponibles a resignificaciones y actualizaciones. Una de nuestras tareas es, sin duda, que la resignificación sea benigna y fértil – incluso en lo que atañe a los restos del neoliberalismo. Pero, para ello es fundamental que interpretemos correctamente estas ruinas: en su composición podemos detectar las ideas e intereses que constituyeron, durante un tiempo, los discursos dominantes; en sus bordes y sus grietas, podemos hallar restos de aquello que acabó con ellos y su intento de imponer un orden total a la sociedad; y también de aquello que ningún proyecto de dominio ha conseguido domar: el núcleo indecible que nos habita – llámese pulsión, deseo, goce o pasión. Una nueva política debería tener en cuenta, de una vez, la historia de eso y de su inacabable vitalidad.


* Cineasta

FUENTE: PUBLICO

jueves, 24 de julio de 2014

Cómo disminuir las desigualdades y salir de la crisis





Por Vicenc Navarro



He indicado en artículos anteriores (ver mi artículo “Capital-Trabajo: el origen de la crisis actual”, Le Monde Diplomatique, julio de 2013) que el incremento de las desigualdades ha sido una de las principales causas de las crisis financiera y económica actuales. Las políticas neoliberales llevadas a cabo por los gobiernos Thatcher y Reagan primero, y extendidas más tarde a otros países, causaron una gran concentración de las rentas derivadas de la propiedad del capital a costa de un descenso muy marcado de las rentas del trabajo. Esto último determinó una disminución de la demanda y del crecimiento económico, con lo cual disminuyó el porcentaje de personas trabajando, a la vez que creció el desempleo. No es casualidad que los países más desiguales en Europa, como España y Grecia, estén también entre los que están en una situación económica peor.
De esta explicación de las causas de las crisis debería derivarse que la reducción de las desigualdades tendría que estar en el centro de las políticas económicas y sociales de los gobiernos de los países en crisis. Y una de las medidas más eficaces para reducir las desigualdades es llevar a cabo políticas de pleno empleo. No es tampoco casualidad que los países europeos con menos desigualdades (como los países escandinavos) tengan también menos desempleo, un mayor porcentaje de población empleada y que estén entre los que tienen un mayor crecimiento económico. La explicación de ello es que el pleno empleo aumenta las rentas del trabajo, disminuyendo proporcionalmente las rentas del capital, con lo cual disminuyen las desigualdades. Y puesto que el crecimiento de las rentas del trabajo estimula más la demanda y el crecimiento económico que el crecimiento de las rentas del capital, las políticas orientadas a incrementar las primeras ayudan al país a salir de la recesión, ese agujero que está dañando enormemente la calidad de vida de las clases populares.
La causa de que la creación de empleo origine este círculo virtuoso se debe a que el pleno empleo empodera al mundo del trabajo, permitiendo que aumente su seguridad y su nivel de exigencias. A menor desempleo, mayor es el nivel salarial. En EEUU, por ejemplo, una disminución de la tasa de desempleo de un 1% se traduce en un incremento de los salarios de los trabajadores de menor renta (las dos decilas inferiores) de un 12,4%.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Los saldos del neoliberalismo

  




Por David Brooks
La Jornada



Resulta que el modelo económico estadounidense –ese que dicen que es ejemplo para el mundo– funciona requetebién, algo verdaderamente milagroso que ofrece un esquema para aquellos que promueven los consensos multipartidistas en otros países para un proyecto de política económica, donde el gobierno asume su responsabilidad para asegurar que el interés nacional prevalezca. Bueno, siempre y cuando uno sea rico.

Para todos los demás, es otra historia. La aplicación de las políticas que en el resto del planeta se conocen como neoliberalismo ha tenido justo los mismos efectos en el país más rico del mundo que en cualquiera de los países del llamado Tercer Mundo (obviamente, en el contexto de cada uno). Esta es la gran guerra en uno de los países más belicosos del mundo en las últimas tres décadas.

Los saldos del neoliberalismo al estilo estadounidense se resumen rápidamente así: nunca desde antes de la Gran Depresión los ricos han concentrado tanta riqueza mientras todos los demás –a pesar de que su productividad se ha incrementado 40 por ciento desde 1979– se han mantenido, en el mejor de los casos, igual, pero en muchos rubros peor, que hace 30 años, cuando primero se aplicaron las formulas clásicas neoliberales.

lunes, 5 de agosto de 2013

Discutir la Crisis

  




Por Francois Chenais
Herramienta 



Estamos todavía en la fase inicial de una crisis que será muy larga. Desde el punto de vista capitalista, la solución esencialmente está en Asia. Marx decía que este tipo de crisis, eran las crisis que marcaban los límites históricos del capitalismo, en las que se conjugan el conjunto de sus contradicciones. Actualmente, la expresión de estos límites históricos estará íntimamente ligada con una crisis de civilización, puesto que su desarrollo prolongado y sus sobresaltos se conjugarán con la aceleración del impactos, en diferentes puntos del mundo, de la crisis por el calentamiento climático. Se ha entrado en un período en el que la crisis de civilización integrará estas dos dimensiones.
Para los propietarios de los medios de producción, para el capital, estarán planteadas cuestiones agudas y nuevas para la reproducción de la dominación, que serán abordadas bajo formas de concertación común o de agudas rivalidades inter-imperialistas. Y el hecho de que China sea parte de la dominación inter-imperialistas jugará su rol.
Es muy importante no limitarse a las dimensiones financieras de la crisis, y considerarla la en su dimensión más amplia: la cuestión "¿Socialismo o barbarie?" está planteada de manera inmediata. Este momento coincide con el agotamiento completo de todas las formas de organización políticas y sindicales surgidas del combate de la clase obrera desde fines del siglo XIX.
Se está en una situación en la que, más que nunca y jamás en tal grado, los explotados no pueden contar más que con sus propios recursos.
Debemos asumir una situación inédita y grave.
¿Cómo interpretar la forma que la crisis ha tomado hasta ahora y cómo prever sus futuras formas de desarrollo?.
La crisis del sistema financiero asentada principalmente en el sistema bancario es el resultado de un proceso cuyos inicios se remontan a fines de los años 1960, cuando el capital portador de intereses (al comienzo bajo la forma de bonos del tesoro, después de acciones) comenzó a reconstituirse y a adquirir ritmos específicos de acumulación como capital de inversión o de colocaciones,[i] después de haber sido en gran medida desplazado tras la crisis de los años 30 y posteriormente puesto en muchos países en manos del estado capitalista.
De esta forma pasó a ser el elemento dominante en el seno del capitalismo y dio a los gobiernos directamente a su servicio medios de acción para poner en marcha la revolución conservadora.
El origen más remoto de esta crisis se encuentra en la reconstitución de un capital dinero de préstamo concentrado. El conjunto de los desarrollos que luego se produjeron en las políticas imperialistas apuntaron a darle cada vez más poder, pero también a poner en marcha un proceso mediante el cual este capital se alimentaba con intereses y dividendos manteniéndose acantonado en la esfera de los mercados financieros, pero manteniendo sin embargo la pretensión de llegar a compartir la ganancia, de tomar una fracción creciente de los presupuestos públicos, y estas pretensiones aumentaron al mismo tiempo que aumentaba su carácter ficticio.
La crisis es muy difícil de leer si se rechaza (como hacen muchos economistas) la noción de capital ficticio. El capital ficticio se presenta dos veces. Una vez como capital realmente invertido, y la segunda vez como su sombra que toma la forma particular de activos negociables e intercambiables en el mercado con la pretensión de incrementarse independientemente de la economía. La gente piensa que tiene capital, cuando no tiene más que títulos.
Entre los años 80 a 90, se asiste al formidable desarrollo de este tipo de capital que debía alimentarse, al menos parcialmente, con una plusvalía realmente producida en alguna parte y es acá donde interviene la China y en menor medida la India: el proletariado chino fue quien aportó a Wall Street y a la City los flujos de plusvalías a través de las operaciones internacionales.
Al comienzo del siglo XXI, a despecho de la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio, se ha profundizado la distancia entre la cantidad efectiva de plusvalía centralizada y la magnitud de las necesidades del sistema orientado hacia la satisfacción de las pretensiones de llegar a compartir de manera rentista la masa de plusvalía. Tendencialmente, no hay suficiente el plusvalía como para satisfacer las pretensiones del capital financiero.
Entre 2001-2002 se experimentó un salto en el tipo de operaciones destinadas ofrecer ganancias financieras. Esto se produjo sobre una doble base: por una parte, un formidable impulso dado en los Estados Unidos y en el Reino Unido al crédito para los hogares, por otra parte una cadena de encajes entre los bancos y fondos especulativos de acciones potencialmente portadoras de ganancia (que eran de hecho títulos con acreencias hipotecarias incobrables), exclusivamente factores de insolvencia.
Una explicación aparentemente semejante de la crisis, proveniente de la ortodoxia de la extrema izquierda (es por ejemplo la que ofrece Michel Husson) es la siguiente: serían los cambios en la repartición del valor agregado (a la ganancia del capital) lo que habría conducido a este recurso masivo al crédito. Pero esta explicación no toma en cuenta a la economía mundial como un todo, y borra completamente el hecho de que el desarrollo del crédito y el mismo cambio en la repartición del valor agregado son el resultado de este largo período de acumulación de un capital que se valoriza en los mercados financieros y conduce al incremento de los capitales ficticios.
La crisis a estallado y se ha desarrollado en estos sectores a través de pequeños pasos que representan otros tantos peldaños (negativa de los bancos a prestarse entre sí, quiebra de la banca Northern Rock en Gran Bretaña, y luego la de Bearn Stearns en los Estados Unidos). Durante todo el tiempo en que hubo inyección de dinero, es decir apertura por los bancos centrales de líneas de crédito que daban mayores facilidades de descuento con tasas de interés inferiores a la tasa de inflación (específicamente es lo que hizo la Fed después de septiembre de 2007).
En agosto-septiembre de 2008: aceleración de la cantidad de empresas financieras cercanas a la quiebra (la presencia de estos activos envenenados en sus "balances bis" es una gran fuente de insolvencia). Y las autoridades estadounidenses vuelan a socorrerlas, comprando estos activos "tóxicos".
Señalemos al pasar que estos activos "tóxicos" no son a priori reconocibles, lo que es parte del problema.
La crisis se agudiza entre los días 15 a 17 de septiembre, cuando el Departamento del Tesoro estadounidense dirigido por un antiguo ejecutivo de Goldman Sachs, toma la decisión, ya sea por ortodoxia republicana, ya sea para terminar con una casa rival, de no sostener a la empresa Lehman Brothers (la cual había efectuado préstamos 30 veces mayores que sus propios fondos, una proporción que, sin embargo, estaba preconizada por los especialistas...). Esta decisión llevó a que las otras sociedades financieras, que habían ocultado su verdadera posición financiera, la revelaran inmediatamente (por ejemplo AIG) y el Tesoro norteamericano desbloqueo miles de millones de dólares (85 mil millones el 17 de septiembre, y luego un agregado de 38 mil millones a la semana sólo para AIG que, mientras tanto, había recompuesto cuentas!), y luego se votó el Plan Paulson de 700 mil millones de dólares, porque el desbloqueo semejante suma exigía una ley dado que compromete a los contribuyentes.
En lo inmediato, estos 700 mil millones son operaciones contables, de capital ficticio diseñado para ir al salvataje de capital ficticio acumulado. Más adelante, si una parte de estos activos puede ser vendida en uno o dos años, la factura para el contribuyente será un poco menos salada, pero existirá de todos modos una punción a través de los impuestos sobre el ingreso corriente del país (como ya ocurriera cuando la crisis en los años 80 de las pequeñas cajas de ahorro estadounidenses, a un costo de 50 millones de dólares para los contribuyentes norteamericanos). A mediano plazo, habrá por lo tanto una punción sobre el poder de compra.
De igual modo, con el nombre de "nacionalización" se han planteado mecanismos que sólo representan diversas formas de injerencia de funcionarios de las finanzas y otros departamentos del estado en la gestión de las empresas. El término es abusivo: se trata del salvataje por los estados, comprometiendo presupuestos futuros, de instituciones financieras que van a continuar funcionando de la misma manera que antes, en un sistema sin cambios. En Francia, después de la Segunda Guerra Mundial, la nacionalización del sistema de crédito en su conjunto (bancos y sistema financiero), implicaba que aquel estado controlaba de punta a punta el destino del crédito, por medio del Comisariado del Plan que decidía a que sectores de la economía y a que empresas se beneficiaría: se estaba entonces en el marco de relaciones de producción capitalista y un estado que controlaba totalmente el destino del crédito. No existe ahora semejante configuración. Que nadie lo sueñe. La prensa especializada se ha tomado además mucho cuidado en precisarlo, insistiendo en el hecho de que se trata de una ayuda pasajera para los bancos acordada por estados cuya preocupación común es que salgan lo más rápido posible, y con las manos más libres que nunca. "Sí a una re-regulación, decía J-C Casanova éste mismo mediodía en la pantalla de France Culture, pero no demasiado!". Habrá representantes de los bancos centrales en los edificios de lo bancos auxiliados por los estados, pero no estarán allí para dirigirlos.
La crisis comenzó en el sistema financiero y afecta al sistema de crédito, pero la aplastante mayoría de los bancos corrientes tenían filiales con haberes puramente especulativos. No hay barreras insuperables entre los diferentes mercados y en un sistema totalmente internacionalizado, los intermediarios estadounidenses han propuesto a los bancos del mundo entero activos tóxicos. Y en el marco de la crisis bancaria, un proceso específico de concentración / centralización está en marcha (ver por ejemplo la compra de Fortis por la BNP) e irá acelerándose. De ahí la inquietud de los alemanes, por ejemplo, ante una concentración bancaria de la que no serían beneficiarios.
La restricción del crédito a los particulares y a las empresas se hizo sobre la base de la economía norteamericana, ordenada en torno al sector inmobiliario y financiero. Una recesión mundial esta en marcha. Desconocemos todavía muchos factores (¡nadie los conoce!): ¿podrá evitarse el hundimiento del sistema financiero? ¿A qué ritmo se prepagará la recesión mundial? ¿Se producirá un salto cualitativo? En Asia, Corea (que estuvo en el corazón de la fase final de la crisis asiática) logró reconstituir un aparato de producción muy dependiente del mercado mundial ¿Tendrá un exceso de capacidad? ¿Con qué consecuencias? Y la Argentina, que después del 2002 se recuperó sobre la base de las exportaciones de materias primas hacia China ¿será afectada?. En Alemania, debido a la disminución en la demanda china de bienes de equipamiento, apareció la recesión.
Tenemos por delante un momento necesario: el proceso de propagación de la recesión se transformará en una brutal crisis de superproducción (en los Estados Unidos, prefigurando este proceso, ya comenzó "la guerra de precios"de los juguetes infantiles, que representan el 80% de las exportaciones chinas).
En lo que concierne a China, uno de los leitmovs de las revistas especializadas es el razonamiento de que los chinos tienen posibilidades de compensar con su mercado interior lo que no puedan colocar en el extranjero, y que tienen reservas de cambio suficientes como para estimular el consumo interno. Todo el mundo espera que ellos lo hagan. Pero muchos piensa que no es seguro que los dirigentes chinos sean capaces de lograrlo, dada (y es acá donde política y economía están interconectados) las relaciones antagónicas que existen entre la población y sus dirigentes. Estos temen que dar cualquier señal en tal sentido podría ser interpretada como una muestra debilidad y sería el signo de partida para múltiples reivindicaciones y contestaciones que los superarían. Son sin embargo las únicas medidas estabilizadoras posibles del capitalismo mundial: que la plusvalía producida en China se realice en el mismo mercado chino y no en el mercado mundial. La lucha de clases en China será uno de los elementos determinantes en el futuro.
Esta es la piedra de toque de la actual situación: la evolución y la gravedad de la crisis nos remite a la lucha de clases.

 Chesnais, François. Profesor emérito en la Universidad de París 13-Villetaneuse. Destacado marxista, es parte del Consejo científico de ATTAC-Francia, director de Carré rouge, y miembro del Consejo asesor de Herramienta, con la que colabora asiduamente. Es autor de La Mondialisation du capital y coordinador de La finance mondialisée, racines sociales et politiques, configuration, conséquences. La finance capitaliste, último libro bajo su dirección, acaba de ser publicado por Ediciones Herramienta. E-mail: chesnaisf@free.fr

jueves, 4 de julio de 2013

La silenciada lucha de clases



 




Por Vicenc Navarro
VNAVARRO.ORG



¿Existe la lucha de clases? En realidad, muchos se preguntarán incluso si existen clases sociales. Algunos columnistas ultraliberales que gozan de grandes cajas de resonancia en los medios públicos y privados de Catalunya incluso han llegado a ridiculizar el mero concepto de clase social. En realidad, términos como burguesía , pequeña burguesía o clase trabajadora casi nunca aparecen en las páginas de los medios de mayor difusión. El único término que se utiliza en tales medios es el de clase media, donde, por lo visto, la mayoría de la ciudadanía se encuentra. En esa estructura social, la población se divide en ricos, clase media y pobres. Esta definición de la estructura social refleja, por cierto, la enorme influencia en España de la cultura dominante en EEUU, donde términos como burguesía o clase trabajadora nunca se utilizan. Son parte del lenguaje prohibido. En aquel país, el término clase media se utiliza para definir clase trabajadora. La americanización de la cultura política y mediática de España (fenómeno masivo que considero muy preocupante) se traduce, así, en la americanización del lenguaje.
Y en este nuevo lenguaje, el concepto de lucha de clases aparece también en España como anticuado. Ya nadie lo utiliza. ¿Por qué? Por la misma razón por la que está en la práctica prohibido en EEUU. La enorme influencia de la clase dominante, es decir, de la clase capitalista (término que es considerado más que anticuado; se define casi como blasfemo) aparece en una cultura en la que el lenguaje de clases y lucha de clases no existe. Este es uno de los mayores indicadores de aquel dominio de clase. El mero concepto de clase desaparece. Y esto es lo que está ocurriendo en nuestro país.
Y, sin embargo, continúa existiendo lo que Noam Chomsky, en la introducción al libro Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar en España (de Vicenç Navarro, Juan Torres y Alberto Garzón) ha definido acertadamente como la guerra de clases unilateral , es decir, la agresividad que se ve y se palpa en bases diarias de la clase capitalista en contra de la clase trabajadora y de las clases medias, que juntas suman la gran mayoría de la población, las clases populares. Es lo que en lenguaje anglosajón radical (del Occupy Wall Street Movement) se llama la lucha del 1% de la población (los súper ricos, que junto con otro 9% constituyen los establishments financieros, empresariales -de las grandes corporaciones-, mediáticos y políticos que dominan las instituciones mal llamadas representativas del país) contra la gran mayoría de la población. En esta “guerra de clases”, la lucha de la burguesía en contra de la clase obrera se ha ampliado y redefinido para pasar a ser la lucha de una minoría –las elites financieras y de las grandes corporaciones que controlan la actividad económica del país- ayudada por las elites mediáticas y políticas, frente a la gran mayoría de la población (el 90%).
No hay manera más fácil de demostrar que España tiene clases sociales que mirar a nuestro alrededor, observando dónde vive la gente, cómo vive y cuándo muere. Cojan ustedes un taxi y conduzcan por los barrios de Barcelona. Verán ustedes que hay claramente barrios burgueses, barrios pequeño burgueses, barrios de clase media y barrios de clase trabajadora, que a su vez pueden diferenciarse entre clase trabajadora cualificada y clase trabajadora no cualificada. Verán fácilmente que no es cierto que todos los barceloneses vivamos en barrios de clase media. Y verán también como el tipo de comercio va orientado a distintas clases sociales. Y si miran las tasas de mortalidad verán que siguen un gradiente según su clase social, de manera que en España un burgués, como promedio, vive diez años más (sí, diez años más) que un trabajador no cualificado en paro crónico.
¿Existe lucha de clases?
Una manera fácil de verlo es analizar la distribución de las rentas en el Estado español hoy. Estas, las rentas del país, derivan bien de poseer capital (tal como acciones bancarias u otros bienes que generan dinero) o del trabajo, es decir, de los salarios y otras rentas asociadas al trabajo. La gran mayoría de la ciudadanía consigue sus rentas a partir de su trabajo. Solo una minoría (muy minoría) deriva sus rentas del capital.
Pues bien, analicemos cómo han ido evolucionando estos dos tipos de rentas en España. Si las rentas estuvieran distribuidas proporcionalmente a como se distribuye la población, las rentas del capital serían un porcentaje del total de rentas muy bajo, pues los capitalistas –que obtienen sus rentas de la propiedad del capital- son un sector muy pequeño de la población. Pero en realidad, debido a la mala distribución de las rentas a favor del capital (es decir, de los capitalistas) a costa del mundo del trabajo (incluido usted lector y yo, puesto que deduzco que los capitalistas no me leen), observamos como las rentas del capital alcanzaron más del 40% de las rentas totales. Y las rentas del trabajo oscilaron alrededor de un 50% (hay un 10% que procede de otras fuentes) durante los últimos treinta años.
Esta cifra ya le da a usted una idea de quién tiene más poder en España. Por cierto, que España es uno de los países de la UE-15 donde las rentas del capital son más altas, y por lo tanto donde las rentas del trabajo son más bajas. El poder del capital sobre el Estado explica que las rentas del capital se grabaran mucho menos que las rentas del trabajo. Incluso el Banco Central Europeo (que es una institución de las más conservadoras que hay en el establishment conservador que gobierna la Eurozona) ha indicado que los beneficios de las grandes empresas en España son demasiado altos en comparación con otros países de la Eurozona.
Pero, por si fuera poco, las políticas neoliberales (que son las políticas promovidas por el capital en los medios y en las instituciones llamadas democráticas) han ido acentuando todavía más esa polarización, de manera que este año las rentas del capital, por primera vez desde que se recogen datos sobre la distribución de las rentas, han sido mayores (46%) que las rentas del trabajo (45%). La situación no podía haber ido mejor para los capitalistas. Aunque usted no lo sabrá puesto que no aparecerá en los medios de mayor difusión, donde usar la palabra “capitalista” es anticuado, y hablar de “lucha de clases” es “demagógico”. ¿Se da cuenta usted, lector, del significado que tiene que a un lenguaje se le fuerce y margine para que aparezca como anticuado? Y mientras tanto la lucha de clases ha alcanzado un nivel de hostilidad sin precedentes. Excepto en la mal llamada Guerra Civil, que fue una lucha de clases de primera magnitud, realizada por medios militares, no habíamos visto una lucha con semejante agresividad. Llevada a cabo ahora por el gobierno más reaccionario que España (ver “El gobierno Rajoy, el más reaccionario de la eurozona”, El Plural , 01.07.13) ha tenido desde el establecimiento de la democracia, se están recortando derechos laborales, sociales, civiles y políticos con una hostilidad que justifica la definición de “guerra de clases” que utiliza Chomsky. La única alternativa a esta situación es que esta guerra sea bilateral y que la mayoría de la ciudadanía, que deriva sus rentas del trabajo, se rebele por todos medios (siempre y cuando no sean violentos) a fin de parar/revertir aquella agresividad. Nunca olvidemos lo que se nos quiere hacer olvidar: que Franco murió en la cama pero la dictadura murió en la calle. Hoy estamos al final del periodo que se inició con aquella Transición de la dictadura a la democracia, una Transición profundamente inmodélica que nos dio una democracia profundamente limitada y un bienestar sumamente insuficiente. Hoy se requiere una segunda Transición que permita el paso a una democracia completa y a un bienestar social que responda a las necesidades de las clases populares (que son la gran mayoría de la ciudadanía), revirtiendo y cambiando la enorme concentración de las rentas y de la riqueza en España que están corrompiendo la democracia subdesarrollada que existe en este país.

lunes, 10 de junio de 2013

Los arquitectos del desastre económico

  



Por Dean Baker



Las economías de Estados Unidos y Europa están experimentando su peor recesión desde la Gran Depresión. Decenas de millones de personas están desempleadas o subempleadas. Esto ha llevado a millones de personas que pierdan sus hogares, su acceso a servicios de salud y, en algunos casos, sus vidas.
Sorprendentemente, los dos individuos que tienen la mayor responsabilidad de este desastre,son- el ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan, y el ex presidente del Banco Central Europeo Jean-Claude Trichet, que no parecen estar sufriendo en absoluto por su fracaso. Ambos viven cómodamente y siguen siendo buscados por su experiencia en materia de política económica. Esto debería enfurecer a la gente razonable en todas partes.En este punto, todo el mundo debe entender que los resultados económicos destruyeron decenas de millones de vidas en todo el mundo,  un desastre totalmente evitable. En el caso tanto de los Estados Unidos y Europa se les permitió burbujas de activos insostenibles - crecer a niveles cada vez más peligrosos. Era inevitable que  las burbujas estallasen y cuando lo hicieron el resultado sería una grave recesión de la que no sería fácil de recuperar.En el caso de los Estados Unidos, la historia de una burbuja inmobiliaria  dio lugar a un aumento sin precedentes en los precios inmobiliarios. Después de tan sólo mantener el ritmo de la inflación durante cien años, los precios inmobiliarios en todo el país aumentó en más de 70 puntos porcentuales por encima de la tasa de inflación durante la década 1996-2006.

sábado, 1 de junio de 2013

Nubes de tormenta económica se avecina

  



 Por ROBERT  REICH
Blog del Autor


Existen analistas económicos que los astrólogos ven bien. Pero el reciente júbilo es suficiente para hacer que incluso los meteorólogos hoy se ruborizen."Basta con mirar el mercado. Mira los precios de la vivienda! Mira la confianza del consumidor " Por favor.
Puedo entender el júbilo en el sentido estricto de que hemos estado abajo tanto tiempo que todo se ve arriba. Además, los economistas profesionales tienden a saludar porque creen que si los consumidores y las empresas piensan que el futuro va a ser grande, que van a comprar e invertir más - esto conduce a una profecía autocumplida.Pero las profecías no pueden ser auto-cumplida si están basados ​​en ilusiones.
La realidad es que todavía estamos en  crisis, y los datos más recientes es motivo de seria preocupación. 
Casi todo el movimiento  de la economía está llegando a los consumidores - cuyo gasto es del 70 por ciento de la actividad económica. Pero los salarios  todavía no van a ninguna parte, lo que significa que el gasto del consumidor se reducirá ya que los consumidores simplemente no tienen el dinero para gastar. 
El jueves el Departamento de Comercio informó que el gasto del consumidor subió un 3,4 por ciento en el primer trimestre de este año. Sin embargo, la tasa de ahorro personal se redujo a 2,3 por ciento - de 5,3 por ciento en el último trimestre de 2012. Ese es el nivel más bajo de los ahorros desde antes de la Gran Recesión. Usted no tiene que ser un pronosticador económico, o un astrólogo, para ver que esto no puede seguir así.
  Sí,los precios de la vivienda están aumentando. El problema es que están comenzando a elevarse por encima de su media histórica a largo plazo. (Antes de la crisis inmobiliaria se fueron muy, muy por encima de la media a largo plazo.) Así que cuidado con sus carteras. Hemos estado aquí antes: La Fed mantiene los tipos de interés artificialmente bajos, lo que permite a los consumidores obtener préstamos bajos con garantía hipotecaria y préstamos frente a los valores crecientes de sus hogares. Huelga decir que esta tendencia también es insostenible.
 ¿Qué pasa con el mercado de valores? Es hora de que dejemos el supuesto de que un mercado de valores en aumento conduce a la prosperidad generalizada. Más del 90 por ciento del valor del mercado de valores - incluyendo 401 (k) s, y IRAs - está en manos del 10 por ciento más rico de la población.
 Por otra parte, la  razón principal que los precios de las acciones suban, es que  han aumentado las ganancias corporativas y  se han disparado. Pero eso es en gran parte porque las empresas han reducido sus nóminas y mantienen salarios bajos. Lo que nos lleva al punto de partida, de nuevo al hecho fundamental de que los salarios no van a ninguna parte de la mayoría de la gente.
 Ni siquiera los beneficios de las empresas gordas son sostenibles si los consumidores estadounidenses no tienen suficiente dinero en sus bolsillos. Las exportaciones no pueden compensar el déficit, dada la forma podrida que se encuentra Europa y la desaceleración en Asia.
 Así que no espere que los beneficios continúen. De hecho, el nuevo informe del Departamento de Comercio muestra que los beneficios empresariales se contrajeron en el primer trimestre, revirtiendo algunas de las ganancias en el segundo semestre de 2012.Y, por cierto, el efecto total de los recortes en el gasto del gobierno ni siquiera se ha dejado sentir aún. El secuestro va a ser un gran lastre fiscal a partir del próximo mes.
 Mira, yo no quiero aguar la fiesta. Pero cualquier meteorólogo que se precie le advertiría de la cremallera y tomar un paraguas. No se deje llevar por toda la charla soleada. Hay demasiadas nubes de tormenta por delante.

miércoles, 15 de mayo de 2013

El neoliberalismo es una ideología, no una ciencia.





Es el sistema británico – el libre comercio – el más gigantesco sistema de esclavitud que el mundo haya visto jamás, y por tanto es la libertad lo que gradualmente desaparece de cada país sobre el cual Inglaterra pretende obtener el control
Adoptando el libre comercio, o sistema británico, nos colocamos a nosotros mismos junto a los hombres que han arruinado a Irlanda y la India, y están ahora envenenando y esclavizando al pueblo chino
Henry C. Carey, economista estadounidense partidario del proteccionista “Sistema Americano” y asesor económico del presidente Abraham Lincoln, 1793 – 1879.

Los abogados del capitalismo son muy propensos a apelar a los sagrados principios de la libertad, los cuales están personificados en una máxima: los afortunados no deben ser refrenados en el ejercicio de la tiranía sobre los desafortunados
Bertrand Russell, filosofo, matemático y escritor británico, 1872 – 1970



El pensamiento neoliberal es el presente valedor de la ideología del libre comercio. Su pensamiento es por ellos mismos calificado como único y carente de alternativas válidas. Es el que, actualmente, se enseña e impone en medios de comunicación y universidades. Supuestamente ha alcanzado la preeminencia intelectual porque siendo contrastado con todas sus alternativas se ha demostrado superior. Nada más lejos de la realidad. Si se hubiera contrastado con los datos reales, se hubiera llegado a la conclusión que ninguna nación hoy industrializada lo puso en práctica en su desarrollo económico. No se a cierta a comprender desde la buena fe a qué responde la imposición de una ideología nunca usada para el progreso económico y social.
Dado este déficit de realidad que sufre el actual pensamiento único es lógico que nos enfrentemos a tan grande precariedad intelectual entre nuestros “expertos”. Parece que el intelecto haya sido nuevamente asolado por esa especie  conservadurismo montaraz – teñidas muy habitualmente sus visiones de un dogmatismo acérrimo impenetrable al discurso lógico y a la fuerza de las pruebas. De esta forma se ha sembrado la ignorancia en los últimos decenios. Y nada mejor para extender el obscurantismo que hurtar a la sociedad y a nuestros estudiantes de las pruebas y los datos empíricos, los hechos históricos, que dejarían desnudo y desacreditarían de plano, un pensamiento – el neoliberalismo o libre mercado – que es fácilmente rebatible.
El neoliberalismo es una ideología, no una ciencia. Nuestros alumnos están siendo educados en un conocimiento parcial. Van a ser técnicos sin ningún tipo de perspectiva general ni ninguna capacidad de valorar las consecuencias de sus acciones. En la universidad se está haciendo común el rechazo al conocimiento histórico – bien se entorpece su enseñanza o se mitifica su realidad –, a la interdisciplinariedad en pos de enseñar la verdadera economía. Nada hay de verdadero en un pensamiento que falsifica la realidad histórica, política y social. Un pensamiento contenido en una burbuja al resguardo de su exposición a la realidad. Lo que se está enseñando son los intereses de una clase social, una determinada forma de ver el mundo y actuar sobre él donde el enriquecimiento individual, la codicia y el afán de conquista – competencia – tienen unas consecuencias terribles para la mayoría de la sociedad y el desarrollo económico y social de las diferentes naciones.
Realmente ¿Qué nos están hurtando? ¿Cuál es la historia del desarrollo capitalista? ¿Son los mercados libres? ¿Es la mano invisible? ¿Es un Estado alejado de la vida económica? Podemos decir sin temor a equivocarnos, con el respaldo de los hechos, que no. Verdaderamente es una historia de intervención estatal, proteccionismo, conquistas, agresiones militares, imperialismo, desposesiones, colonialismo, tratados desiguales, esclavitud, trabajo infantil, explotación sin igual de los seres humanos y el medio natural. Volviendo a citar a Bertrand Russell:[El capitalismo] es una sociedad en la cual una minoría muy pequeña de propietarios somete a la explotación al resto de la población, arremete contra la naturaleza y despilfarra los recursos naturales del planeta”.
Por tanto, si la historia y sus hechos no dicen que los países desarrollados han llegado a ser ricos gracias al libre comercio”, sino debido al proteccionismo y la intervención estatal ¿por qué somos bombardeados con una información radicalmente diferente? ¿Existe una grave deshonestidad intelectual? ¿Únicamente estamos aprendiendo un pensamiento lleno de prejuicios y dogmatismo? No se puede obviar que Reino Unido, por ejemplo, basó en gran parte su expansión industrial y comercial en la destrucción de industrias y mercados que le hacían la competencia como la manufactura de la lana irlandesa, el algodón indio, o las guerras del opio contra China. Una práctica de imponer bajo coacción, agresión o tratados desiguales una apertura comercial de nuevos mercados que todavía es usada en nuestros días.  
¿La “mano invisible”? La realidad a pesar de lo que nos cuentan los teóricos neoliberales es bien distinta. La mano era bien visible. Reino Unido se desarrolló con políticas intervencionistas y proteccionistas. Sus gobernantes – el primero, Enrique VII – se dieron cuenta que tenían que dar un enorme giro a sus políticas para dejar de ser una nación relativamente atrasada en la última década del S.XV. Más tarde – con Isabel I – logró el monopolio de los mares con el fin de conquistar nuevos mercados y colonias. Monopolio logrado con una ingente inversión estatal en construcción naval. A partir de 1721, Robert Walpole comenzó a impulsar las nuevas industrias manufactureras que darían a Inglaterra mediante su promoción y protección la hegemonía tecnológica antes de mediar el S.XIX.
A pesar de eso se considera a Inglaterra la cuna del laissez – faire y a Francia del proteccionismo, cuando el grado de proteccionismo británico había sido mucho mayor que el francés hasta 1860. Nos enfrentamos, por tanto, a un pensamiento ilusorio. Una propaganda muy poderosa y muy dañina. Reino Unido alcanzó la primacía tecnológica[detrás de unas altas y duraderas barreras arancelarias P. Bairoch], sólo entonces viró su política hacia un régimen de libre comercio que sólo 20 años después de su adopción se tambaleaba ante la competencia de otras potencias. Tuvo que ser la dura bofetada que recibió Francia de realidad, cuando el retraso tecnológico se hacía cada vez más evidente, que Napoleón III se vio obligado a girar a una política más proteccionista e intervencionista.
[Inglaterra] adoptó el Libre Comercio con una lentitud dolorosa: 84 años hubieron de transcurrir desde la publicación de La Riqueza de las Naciones hasta el presupuesto Gladstone de 1860; 31 desde Waterloo hasta la victoria ritual de 1846… En 1848, el Reino Unido tenía 1.146 artículos sujetos a derechos arancelarios; en 1860 tenía 48, siendo todos ellos, menos 12, artículos de lujo o semi–lujo. Habiendo sido [el sistema arancelario británico] el más complejo de Europa…” K. Fielden.
Todas estas medidas auspiciadas por todos los Estados fueron acompañadas de otras encaminadas a la creación y el fortalecimiento de instituciones sociales. No era el “libre emprendimiento individual lo que llevaba al desarrollo económico sino las política públicas y las instituciones sociales fuertes. Esto se refleja en el pensamiento estadounidense de la escuela americana que bebía directamente del proteccionismo británico: “Por más industriosos, ahorrativos, creativos e inteligentes que sean los individuos, no pueden compensar la falta de instituciones libres. La historia también enseña que la mayor parte de las capacidades productivas de los individuos provienen de las instituciones sociales y de las condiciones bajo las cuales se sitúan Fiedrich List. Tanto copió Estados Unidos el proteccionismo de sus hermanos británicos que el historiador Paul Bairoch los llamó: la madre patria y bastión moderno del proteccionismo”.

Para concluir ¿Qué más deberíamos saber? ¿Qué políticas aplicaron realmente las naciones actualmente hoy más ricas en sus procesos de industrialización y desarrollo económico? El especialista en desarrollo económico de la Universidad de Cambridge Ha–Joon Chang nos enumera las siguientes políticas verdaderamente realizadas por Reino Unido, Alemania, Francia, EEUU, Suecia, Bélgica, Países Bajos, Japón o Suiza para alcanzar la industrialización y la preponderancia tecnológica:

  • Protección arancelaria para ayudar a la creación de nuevas industrias mediante una política de promoción activa y coherente.
  • Concesión de monopolios, incluso, cárteles.
  • Implicación del Estado en industrias clave.
  • Subsidios y subvenciones a la industria, a la agricultura y a la exportación.        
  • Prohibición de exportación de materias primas sin manufacturar, es decir, sin tratar y aportarles un valor.
  • Controlar la calidad de los productos manufacturados para la exportación. Búsqueda continuada de una alta calidad y valor añadido en los productos.
  • Prohibición de importaciones de productos que se puedan realizar dentro del país.
  • Atracción de trabajadores extranjeros cualificados y capacitación de los trabajadores nacionales. Reino Unido, por ejemplo, en un principio importó trabajadores cualificados flamencos, holandeses y alemanes. Y, más tarde, prohibió la emigración de trabajadores nacionales cualificados.
  • Apoyo al espionaje industrial, robo de tecnología, copia de maquinaria, etc. No reconocimiento de las patentes extranjeras.
  • Favorecimiento de la importación e introducción de maquinaría y tecnología avanzada extranjera para su copia.
  • Prohibición de exportar tecnología avanzada a los competidores.
  • Inversión en educación pública  – primaria y universitaria – Construcción de escuelas y universidades. Alemania, además, reorientó su educación desde la teología a la ciencia en el S.XIX.
  • Inversión en “mejoras internas”, es decir, obras públicas e infraestructuras – carreteras, transportes, canalizaciones, teléfono, telégrafo, ferrocarril, electricidad, irrigación agrícola, etc. –  con menor o mayor colaboración privada.
  • Creación de institutos de investigación gubernamentales. Financiación de las políticas de investigación y ciencia. Concesión de becas para el estudio en el extranjero y la investigación.
  • Asunción de una política social en menor o mayor medida según cada país.
  •  Esta es la historia del libre mercado”. En ningún lugar encontramos la libertad o el desarrollo autónomo e independiente. Por todos lados, está la mano del Estado, el intervencionismo, las subvenciones, los aranceles, etc. Se nos niega conocer que los economistas clásicos eran partidarios de la intervención estatal con el fin de destruir la producción rural a pequeña escala convirtiendo a los campesinos en precarios trabajadores a sueldo de las fábricas. Asistimos bien a una tergiversación y manipulación de la historia que pone en entredicho la honradez profesional de ciertas personas, o bien, a un gravísimo desconocimiento de la realidad que pone en duda la competencia intelectual de algunos.
  •  Por último ¿El Estado reducido? ¿Los mercados naturales? ¿De verdad? No guardan eso los hechos históricos:
    No había nada natural en el laissez–faire; los libres mercados nunca pudieron haber existido simplemente permitiendo que las cosas siguieran su curso. De la misma manera que las fábricas de algodón – la principal industria de libre comercio – fueron creadas con la ayuda de aranceles proteccionistas, ayudas a la exportación y subsidios indirectos a los salarios, el propio laissez–faire fue aplicado por el Estado. En los años 30 y 40 tuvo lugar no solo una explosión de leyes que anulaban reglamentos restrictivos, sino también un enorme aumento de las funciones administrativas del Estado, que pasó a estar dotado de una burocracia central capaz de cumplir con las tareas impuestas por los partidarios del liberalismo. Para el utilitarista típico… el laissez–faire no era un método para obtener una cosa, era la cosa que quería obtenerse” Karl Polanyi.
 

sábado, 16 de febrero de 2013

Transición energética: últimas posibilidades para Europa

  


Por Alain Lipietz
Ecopolitica


Durante mucho tiempo, la Unión Europea (UE) estuvo a la cabeza en la lucha por un medio ambiente sano y por la justicia ecológica. Primero fue líder en el plano interior: la normativa medioambiental europea siempre fue superior a la de la mayor parte de sus países miembros. Después fue líder mundial: desde la Conferencia de Río de Janeiro de 1992, las propuestas voluntaristas de la UE en las negociaciones internacionales han hecho posible arrancar compromisos que afectan a la mayor parte del mundo en el ámbito medioambiental, ya se trate del clima o de la biodiversidad.
Ese tiempo parece pasado. Arrastrada por la ola liberal, como el resto del planeta, la Unión está atascada desde el Tratado de Niza por métodos de toma de decisiones que conceden un derecho de veto a los países "rezagados". La UE ha reducido progresivamente su ambición en el peor momento: la crisis que afecta al mundo desde 2007-08 tiene, claramente, una raíz doble.
Como consecuencia del neoliberalismo, la polarización de la renta mundial lleva consigo una crisis de la demanda efectiva mundial, como en los años 30 del siglo XX. Pero, y esto es novedoso, una crisis ecológica cierra el camino al "New Deal" de Roosevelt por una sencilla modificación del reparto del valor añadido mundial. Una crisis en la relación entre la sociedad y sus recursos naturales por el lado de la alimentación (y, por consiguiente, de la sanidad) y por el de la energía (y, en consecuencia, del clima y del riesgo nuclear). Esta doble crisis fue la desencadenante de la crisis del capitalismo: la crisis de las "subprime". Los asalariados pobres de Estados Unidos, viendo crecer el precio de los alimentos y del carburante para sus vehículos, tuvieron que elegir y renunciaron a devolver los créditos sobre sus viviendas hipotecadas, ocasionando la quiebra de sus prestamistas y de todo el sistema bancario mundial atragantado con sus títulos "podridos". Y, después, esa crisis impide una "recuperación" basada en el consumo masivo de bienes materiales. Europa no puede ya escapar al "New Deal" verde. Más aún: le interesa totalmente.

La erosión de la hegemonía europea en el terreno medioambiental

La normativa ecológica es casi contemporánea a la construcción de la UE. En sí mismo es una ventaja: la Unión se reforzaba hasta ahora mientras reforzaba la defensa del medio ambiente. Las reglas específicas de toma de decisiones en la UE acentuaban esa ventaja. Las decisiones de la Unión se someten a una codecisión entre el Parlamento (que representa a los ciudadanos europeos) y el Consejo (que representa a los gobiernos nacionales). El Parlamento es muy sensible al progreso de la preocupación por la ecología en la población, pero los Estados miembros defienden los intereses de sus principales agentes económicos. En el terreno social esta doble decisión lleva, en general, al bloqueo: la norma europea se alinea con la del país menos avanzado socialmente. Por el contrario, en el ámbito medioambiental se puede encontrar otro equilibro asignando a todos los Estados un objetivo-reto, superior a la normativa del país más avanzado.
De hecho eso es lo que ha pasado hasta la pasada década. Aunque se pueda criticar la debilidad de los resultados logrados, no se puede negar que esos objetivos son, con frecuencia, los más avanzados del mundo en el terreno medioambiental, como el reglamento REACH sobre los productos químicos, el rechazo a la ternera tratada con hormonas y a los transgénicos, etc.
Pero en 2004 la situación empezó a cambiar con la adhesión masiva de los países de Europa del este y con la adopción del Tratado de Niza, que tenía en cuenta sus exigencias. Estos nuevos países adheridos eran reticentes a aceptar las directivas de la Comisión de Bruselas después de haber sufrido durante décadas las del COMECON, el organismo de planificación económica del imperio soviético. El Tratado de Niza les concedía casi un derecho de veto en todas las materias. El proyecto de Tratado constitucional europeo (que en la mayor parte de los casos reforzaba regla de la mayoría) fue rechazado en 2005 por una alianza de los liberales y los nacionalistas. El Tratado de Lisboa, suscrito en 2007, restableció la regla de la toma de decisiones por mayoría, pero ya era demasiado tarde: la vía "intergubernamentalista" estaba fijada. Desde 2005 los gobiernos han retomado la costumbre de negociar entre ellos, buscando la unanimidad, sin preocuparse demasiado ni del interés general europeo ni de la evolución de la opinión pública reflejada en el seno del Parlamento Europeo.
De este modo, la crisis alimentaria mundial, que en Europa adopta la dimensión de una degradación de la calidad de los alimentos, con la explosión de enfermedades vinculadas (obesidad, cáncer, diabetes, etc.) y de una reducción de la esperanza de vida en el segmento de la población empobrecida por el liberalismo (incluso en Alemania), suscita en la opinión pública un llamamiento a una evolución que favorezca la agricultura ecológica y los circuitos de distribución cercanos. Sin embargo, es lo contrario de lo que se esboza en la negociación para la reforma de la Política Agraria Común (PAC) en 2014.
Más espectacular aún es la pérdida de liderazgo de Europa en el terreno de la transición energética: se trata de escapar a los riesgos vinculados a las energías fósiles (su rarefacción y el cambio climático) y a la energía nuclear (reavivados por el drama de Fukushima y la amenaza de proliferación de su uso militar). Las soluciones son conocidas y reconocidas por el Parlamento: austeridad, eficacia energética a través de la generalización de los transportes públicos y el aislamiento de los edificios y el recurso a energías renovables.
Sin embargo, desde 2008, en vísperas de la cumbre de Copenhague, el entonces presidente francés Nicolas Sarzoky y la canciller alemana Angela Merkel acordaron rebajar del 30% al 20% el objetivo propuesto por la UE en materia de reducción de emisiones de gas de efecto invernadero para 2020 en relación con su nivel de 1990. Naturalmente, tomaron como pretexto los intereses de Polonia, "que no podía asumir tal esfuerzo"... Resultado inevitable: las conferencias sobre el clima de Copenhague y las posteriores de Cancún y Durban han fracasado.
El planeta está ya sometido a los dictados de las dos superpotencias menos inclinadas a luchar contra el cambio climático: China y EEUU. Este bloqueo ha desmotivado a la población europea. Cuando la crisis económica se ha transformado en crisis de la deuda soberana, varios Estados, entre ellos Francia, han aprovechado para reducir el calado de sus inversiones en la transición energética.
No obstante, no todo está perdido. Al menos la UE ha conservado su objetivo de una bajada de las emisiones de efecto invernadero del 20% para 2020. Incluso ha conseguido ganarse el apoyo de Australia, pero juntos esos países no representan ni el 15% de las emisiones de gas de efecto invernadero de todo el mundo.
Sería sin embargo un grave error valerse del pretexto de la pasividad del resto del mundo para renunciar a la lucha contra el calentamiento climático. A la UE le interesa perseverar: eso es lo que demuestra un breve balance entre costes y ventajas.

El coste de "seguir como antes"

Anticipándose al muy esperado informe de los expertos mundiales en clima, el Banco Mundial hizo pública el 18 de noviembre de 2012 una terrible reprimenda. Al ritmo al que van las cosas - afirma - la temperatura media del planeta habrá aumentado cuatro grados en 2060 en relación con la primera mitad del siglo XX. El coste, que el informe Stern (1) ha había fijado, sería en términos monetarios del orden de una guerra mundial.
Es verdad que Europa estará en zona templada, pero cuanto más nos acercamos a los Polos, más importante será el cambio. Pero cuatro grados más de media a nivel mundial son ¡seis grados más en verano en la zona mediterránea!
En 2060, los jóvenes europeos que hoy tienen 20 años serán jóvenes jubilados dinámicos, pero en verano tendrán que refugiarse en cuevas, al fresco. Las decenas de miles de muertos por la ola de calor de 2003 podrían convertirse en norma. La sequía que ha arrasado las cosechas de Europa del Este en 2010 y 2012 será casi anual. La mayor parte de la producción alimentaria de calidad, como el vino francés, estará condenada. El caudal de los ríos habrá decrecido a la mitad y las centrales nucleares que con ellos se refrigeran tendrán que parar...

La ventaja de "salir el primero"

El cambio climático empieza a notarse y no va tardar en empujar a China y a EEUU hacia la transición energética. En la actualidad los países que han tomado la delantera (y era hasta ahora el caso de Europa) tendrán una ventaja competitiva decisiva. Otras potencias son conscientes de ello. Después de 30 años de desarrollo ultraproductivista, China mide el terrible coste ecológico de su imprudencia. Su reciente hegemonía en el terreno de la energía solar fotovoltaica suena como una advertencia: China se prepara para conquistar el liderazgo en las tecnologías de la transición energética.
Pero al margen de ese problema de competitividad, cualquier salida de la crisis del neoliberalismo llevará consigo un aspecto de "crecimiento de la demanda interna". Y como ya no podrá ser como la demanda de automóviles en tiempos de la multinacional Ford, la inversión en la transición energética se convertirá con seguridad en el primer motor de la recuperación de la actividad económica en Europa en las próximas décadas.
Recopilando los estudios de la Comisión Europea y de la Confederación Europea de Sindicatos, Pascal Canfin, que fue periodista de Alternatives économiques y después diputado europeo y ministro francés de Desarrollo, propuso en 2009 una evaluación de la ganancia en empleos europeos de la transición energética dirigida a una reducción del 30% de las emisiones de gas de efecto invernadero. El la cuantificaba en 11 millones de empleos en Europa para 2020 combinando el fomento de los transportes públicos, el aislamiento de los edificios y las nuevas fuentes de energías renovables (2). Estudios posteriores cifran la ganancia potencial en 650.000 empleos sólo para Francia en 2020, pero con una reducción del 40% del gas de efecto invernadero.

Una política dubitativa

La vía de un "New Deal" verde parecería pues trazada para Europa. Problema: las ventajas en términos de descontaminación y de empleos, que llegan más que varios años después de la inversión inicial. Ahora bien, las nuevas reglas, institucionalizadas por el Pacto de Estabilidad, prohíben a Europa y sus Estados miembros  el recurso al endeudamiento. La transición energética es, no obstante, el equivalente económico a una reconstrucción después de una guerra. Debería ser financiada por el presupuesto comunitario y los préstamos del Banco Europeo de Inversiones, pero la derecha, en la actualidad mayoritaria en Europa, no escucha.
Ciertamente hay países que se lanzan resueltamente hacia esa transición. Dinamarca cuenta con renunciar a las energías fósiles como carburante antes de 2036. Alemania ha lanzado un ambicioso y costoso proyecto de abandono de la energía nuclear. Sin embargo, incluso el Parlamento Europeo duda en pronunciarse claramente contra la explotación del gas de esquisto, deseada decididamente por Polonia (una vez más).
La combustión de gas es un 30% menos contaminante que la del petróleo, pero más allá de los desastres locales, la explotación del gas de esquisto o gas pizarra deja escapar un 5% de metano... que es 40 veces más contaminante que el gas carbónico o convencional. Resulta que el gas de esquisto es más contaminante que el carbón. Aceptar esta opción sería renunciar a la transición energética y a la defensa del clima.
En materia de transición energética, como en otros temas, Europa está en la encrucijada.
Notas:
(1) Ver el resumen en castellano: http://www.oei.es/decada/informestern.htm
(2) Canfin, P. (2009): Le contrat Écologique pour l'Europe, Les Petits Matins.
Traducción: Elisa Santafe para Ecopolítica.

 Alain Lipietz, economista y ex-eurodiputado de Europe Écologie-Les Verts

lunes, 7 de enero de 2013

Las crisis posteriores a la crisis

 Por Joseph Stiglitz
Project Syndicate


A la sombra de la crisis del euro y del precipicio fiscal en los Estados Unidos, resulta fácil pasar por alto los problemas a largo plazo de la economía mundial, pero, mientras nos centramos en las preocupaciones inmediatas, siguen agravándose y no por no tenerlos en cuenta dejarán de afectarnos.
El problema más grave es el calentamiento planetario. Si bien los débiles resultados de la economía mundial han propiciado una desaceleración correspondiente del aumento de las emisiones de carbono, representa tan sólo un corto respiro. Y estamos muy retrasados: como la reacción ante el cambio climático ha sido tan lenta, lograr el objetivo de limitar a dos grados (centígrados) el aumento de la temperatura mundial requiere reducciones pronunciadas de las emisiones en el futuro.
Algunos indican que, dada la desaceleración económica, debemos relegar la lucha contra el calentamiento planetario. Al contrario, reequipar la economía mundial para luchar contra el cambio climático contribuiría a restablecer la demanda agregada y el crecimiento.

lunes, 31 de diciembre de 2012

El capitalismo feliz

  

Por José Luis Fiori 


La historia de la evolución capitalista en los siglos XIX y XX registra la existencia de algunos países con altos niveles de desarrollo, riquezas y calidad de vida y con baja propensión nacional expansiva o imperialista. Estos países operan como pequeñas “bisagras felices”  de la estructura militar y del poder global de los Estados Unidos.
Tal es el caso de las ex colonias británicas, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, y de los países nórdicos, Suecia, Dinamarca, Noruega y Finlandia. Todos presentan desde 1870 tasas de crecimiento alta y convergente, solamente inferior a la de Argentina, hasta la primera Guerra Mundial. Hoy son economías industrializadas, especializadas y sofisticadas; Noruega tiene la tercera renta per cápita y el mayor índice de desarrollo humano (IDH) del mundo;  Australia tiene la quinta renta per cápita y el segundo mejor IDH del mundo (0,929); y casi todos tienen una renta media per cápita entre 50 y 60 mil dólares anuales. Noruega es considerado hoy el país más rico del mundo, en “reservas per cápita”, y fue considerada por la ONU, en 2009, como “el mejor país del mundo para vivir”. Y Dinamarca ya fue clasificada – entre 2006 y 2008 – como “el lugar más feliz del mundo”, el segundo país más pacífico de la tierra, después de Nueva  Zelanda y al lado de Noruega.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Los siete momentos del cambio social

Por David Harvey
Herramienta




La crisis es, a mi juicio, una racionalización irracional de un sistema irracional. La irracionalidad del sistema queda perfectamente clara hoy: masas de capital y trabajo inutilizadas, de costa a costa, en el centro de un mundo pleno de necesidades insatisfechas. ¿Acaso esto no es una estupidez? La racionalización que el capital desea tiene por objeto restablecer las condiciones de extracción de plusvalía, restaurar los beneficios. El medio irracional de lograr este objetivo consiste en suprimir trabajo y capital, condenando inevitablemente al fracaso la racionalización buscada. He aquí lo que entiendo por racionalización irracional de un sistema irracional.
Sin embargo, el socialista que soy considera que existe otro medio de racionalizar el sistema. La cuestión fundamental, a mi modo de ver, consiste en determinar las condiciones que permitan al capital y al trabajo, reunidos, ir efectivamente al encuentro de las necesidades de la humanidad. Es la racionalización a la cual deberíamos tender todos de ahora en adelante. En efecto, hoy día la crisis abre la oportunidad de pensar la transición hacia el socialismo, hacia el comunismo. Ahora bien, buscar respuestas en el sistema en el cual vivimos implica reafirmar nuestro entusiasmo revolucionario. Entiendo que para ello es necesario volver de nuevo a los orígenes de este entusiasmo. Aunque aprecié mucho el impulso revolucionario que reinaba ayer aquí por la noche, con Alex Callinicos o Slavoj Žižek, me pareció no obstante que éste no estaba libre de peligros. En nuestra época, el adjetivo revolucionario se ha vaciado de sentido. Todo es revolucionario, incluidos los cosméticos, y no estoy seguro de querer llegar a ser un experto del último pulverizador capilar revolucionario; ¿Acaso Margaret Thatcher no se definía ella misma como revolucionaria?

sábado, 10 de noviembre de 2012

La política de los Estados Unidos, propia del Tercer Mundo

 Por Dani Rodrik
Project Syndicate




Una vez concluida la elección presidencial, los Estados Unidos pueden por fin tener un respiro después de tanta política de campaña, al menos por algún tiempo, pero queda pendiente una pregunta incómoda: ¿cómo es posible que el país más poderoso del mundo y su democracia ininterrumpida más antigua exhiba unas formulaciones políticas que recuerdan más a un Estado africano fallido?
Tal vez sea una evaluación demasiado severa de las nacientes democracias de África. Si cree el lector que exagero, no habrá prestado bastante atención. El halago a los grupos extremistas, el rechazo de la ciencia, las mentiras y distorsiones descaradas y la desatención a las cuestiones reales que han caracterizado el ciclo electoral más reciente representa un nuevo nivel mínimo para la política democrática.