Por Joseph Stiglitz
Project Syndicate
A la sombra de la crisis del euro y del precipicio fiscal en los Estados Unidos, resulta fácil pasar por alto los problemas a largo plazo de la economía mundial, pero, mientras nos centramos en las preocupaciones inmediatas, siguen agravándose y no por no tenerlos en cuenta dejarán de afectarnos.
Project Syndicate
A la sombra de la crisis del euro y del precipicio fiscal en los Estados Unidos, resulta fácil pasar por alto los problemas a largo plazo de la economía mundial, pero, mientras nos centramos en las preocupaciones inmediatas, siguen agravándose y no por no tenerlos en cuenta dejarán de afectarnos.
El
problema más grave es el calentamiento planetario. Si bien los débiles
resultados de la economía mundial han propiciado una desaceleración
correspondiente del aumento de las emisiones de carbono,
representa tan sólo un corto respiro. Y estamos muy retrasados: como la
reacción ante el cambio climático ha sido tan lenta, lograr el objetivo
de limitar a dos grados (centígrados) el aumento de la temperatura
mundial requiere reducciones pronunciadas de las emisiones en el futuro.
Algunos
indican que, dada la desaceleración económica, debemos relegar la lucha
contra el calentamiento planetario. Al contrario, reequipar la economía
mundial para luchar contra el cambio climático contribuiría a
restablecer la demanda agregada y el crecimiento.
Al
mismo tiempo, el ritmo de cambio tecnológico y mundialización requiere
rápidos cambios estructurales tanto en los mercados de los países en
desarrollo como en los de los desarrollados. Dichos cambios pueden ser
traumáticos y con frecuencia los mercados no reaccionan bien al
respecto.
Así como la Gran
Depresión se debió en parte a las dificultades para pasar de una
economía agraria y rural a otra urbana y manufacturera, así también los
problemas actuales se deben en parte a la necesidad de pasar de la
manufactura a los servicios. Se deben crear nuevas empresas, pero los
mercados financieros modernos son mejores para la especulación y la
explotación que para aportar fondos para nuevas empresas, en particular
las pequeñas y las medianas.
Además,
para hacer la transición hacen falta inversiones en capital humano que
con frecuencia las personas no pueden costear. Entre los servicios que
las personas necesitan figuran la salud y la educación, sectores en los
que el Estado desempeña de forma natural un papel importante (dadas las
imperfecciones inherentes a los mercados en esos sectores y las
preocupaciones por la equidad).
Antes
de la crisis de 2008, se hablaba mucho de los desequilibrios mundiales y
la necesidad de que países con superávits comerciales, como Alemania y
China, aumentaran su consumo. Esa cuestión sigue pendiente; de hecho,
uno de los factores de la crisis del euro es el de que Alemania no haya
abordado su crónico superávit exterior. El superávit de China, como
porcentaje del PIB, ha disminuido, pero aún no se han manifestado sus
consecuencias a largo lazo.
El
déficit comercial total de los Estados Unidos no desaparecerá sin un
aumento del ahorro interno y un cambio más esencial en los acuerdos
monetarios mundiales. El primero exacerbaría la desaceleración del país
y no es probable que se dé ninguno de esos dos cambios. Cuando China
aumente su consumo, no necesariamente comprará más productos de los
Estados Unidos. En realidad, es más probable que aumente el consumo de
productos que no son objeto de comercio –como la atención de salud y la
educación–, lo que originará perturbaciones profundas en la cadena
mundial de distribución, en particular en los países que han estado
suministrando los insumos a los exportadores de manufacturas de China.
Por
último, hay una crisis mundial en materia de desigualdad. El problema
no estriba sólo en que los grupos que tienen los mayores ingresos estén
llevándose una parte mayor de la tarta económica, sino también en que
los del medio no están participando del crecimiento económico, mientras
que en muchos países la pobreza está aumentando. En los EE.UU. se ha
demostrado que la igualdad de oportunidades era un mito.
Aunque
la Gran Recesión ha exacerbado esas tendencias, resultaban evidentes
antes de su inicio. De hecho, yo (y otros) hemos sostenido que el
aumento de la desigualdad es una de las razones de la desaceleración
económica y es en parte una consecuencia de los profundos cambios
estructurales que está experimentando la economía mundial.
Un
sistema político y económico que no reparte beneficios a la mayoría de
los ciudadanos no es sostenible a largo plazo. Con el tiempo, la fe en
la democracia y la economía de mercado se erosionarán y se pondrá en
tela de juicio la legitimidad de las instituciones y los acuerdos
vigentes.
La buena noticia
es la de que en los tres últimos decenios se ha reducido en gran medida
el desfase entre los países avanzados y los países en ascenso. No
obstante, centenares de millones de personas siguen sumidas en la
pobreza y se han logrado sólo pequeños avances en la reducción del
desfase entre los países menos desarrollados y los demás.
A
este respeto los acuerdos comerciales injustos –incluida la
persistencia de subvenciones agrícolas injustificables, que deprimen los
precios de los que dependen los ingresos de muchos de los más pobres–
han desempeñado un papel. Los países desarrollados no han hecho realidad
la promesa que formularon en Doha en noviembre de 2001 de crear un régimen comercial pro desarrollo o la que formularon en la cumbre del G-8 celebrada en Gleneagles en 2005 de prestar una asistencia mucho mayor a los países más pobres.
Por
sí solo, el mercado no resolverá ninguno de esos problemas. El del
calentamiento planetario es un problema de “bienes públicos”. Para hacer
las transiciones estructurales que el mundo necesita, es necesario que
los gobiernos desempeñen un papel más activo... en un momento en que las
exigencias de recortes van en aumento en Europa y los EE.UU.
Mientras
luchamos con las crisis actuales, debemos preguntarnos si no estaremos
reaccionando de formas que exacerban nuestros problemas a largo plazo.
La vía señalada por los halcones del déficit y los defensores de la
austeridad a un tiempo debilita la economía actual y socava las
perspectivas futuras. Lo irónico es que, al ser una demanda agregada
insuficiente la causa mayor de la debilidad mundial actual, hay una
opción substitutiva: invertir en nuestro futuro, en formas que nos
ayuden a abordar simultáneamente los problemas del calentamiento
planetario, la desigualdad y la pobreza mundiales y la necesidad de
cambio estructural.
Profesor de la Universidad de Columbia, Premio Nobel de Economia 2001.
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