Por Reinaldo A. Carcanholo*
HERRAMIENTA
La sociedad capitalista vive actualmente una crisis estructural. Esa
es una afirmación que constituye punto de partida para la interpretación
de algunos autores actuales que se sitúan en el amplio campo del
pensamiento crítico. En este momento, por otra parte, desarrollase, en
ámbito mundial, una crisis económico-financiera cuyo elemento detonador
fueron los créditos
subprime norteamericanos, en el interior de una situación de sobreendeudamiento de las familias consumidoras norteamericanas.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la actual crisis económica mundial generada por los créditos
subprime
no es, en verdad, la crisis estructural del sistema capitalista. No
puede ser confundida con ella. Constituye simplemente una de sus
manifestaciones; la más notoria en los últimos meses debido al destaque
dado a ella por la prensa del mundo entero y, además, por el hecho de
que afecta directamente el conjunto de países del centro del
capitalismo, en particular su sistema financiero y el mercado de
capitales.
Al lado de la crisis financiera actual, cuyo seguimiento en los
próximos meses no es previsible, convivimos con otras manifestaciones de
la crisis estructural: la del desempleo, la energética, la ecológica,
la de los alimentos y, con esta última, el agravamiento de la miseria de
enormes contingentes de la población mundial.
Esas manifestaciones de la crisis estructural del sistema
capitalista, incluyendo las de carácter directamente económico, no son
tan difíciles de ser reconocidas como tales, de ser identificadas. Basta
un mínimo de sentido crítico y podemos llegar a un consenso más o menos
amplio sobre la existencia de ellas. Incluso, en lo que respecta a sus
causas más inmediatas, no es tan difícil encontrar personas, aún con
ciertas diferencias de enfoque científico, que lleguen a un mínimo de
acuerdo.
Algo mucho más difícil ocurre con la crisis estructural, en
particular, con la crisis económica estructural. Su misma existencia,
aunque aceptada por algunos, es ampliamente discutida por aquellos que
se sitúan en una perspectiva teórica o ideológica distinta. Y es eso lo
que ocurre actualmente. No son tantos los que tienen la osadía de
sostener su existencia y de caracterizarla en toda su complejidad.
Además de eso, la verdad es que no son muchos aquellos que, desde un
punto rigurosamente científico, están en condiciones de antever las
perspectivas futuras de un sistema que padece de una crisis estructural,
como es el sistema capitalista actual.
Desde un punto de vista en que predomine nuestra emoción y nuestra
perspectiva ideológica, nuestra formación y principios humanistas, es
fácil hablar de esa crisis y de sus eventuales consecuencias trágicas;
no es difícil pensar en el derrumbe del sistema y de su sustitución por
una nueva sociedad en la que predomine la justicia, la solidaridad, la
igualdad y la verdadera y no formal democracia, en una sola palabra, no
es difícil creer que después de la tragedia advendrá el socialismo.
Sin embargo, una actitud como esa, aunque adecuada para el trabajo
político, especialmente el de divulgación y agitación ideológica, no es
lo que más nos interesa aquí, ni es el especial propósito que deben
tener aquellos que quieran mantenerse en el campo científico.
Aquí, queremos una actitud que sin negar la necesaria divulgación de
las ideas para amplias camadas de la población esté basada en una
perspectiva realmente rigurosa y en fundamentos teóricos serios.
Siendo así ¿por qué estamos en condiciones de sostener
científicamente que el capitalismo actual sufre una crisis económica
estructural? ¿Cuál es la teoría que está por detrás de nuestra
convicción sobre la existencia de esa crisis? ¿Cuáles son los elementos
esenciales de esa teoría? ¿En que medida hay una cierta homogeneidad
entre quienes defienden, en líneas generales, esa misma teoría? ¿Cuáles
son los aspectos sobre los que teóricamente tenemos algunas divergencias
y en cuáles de ellos podemos avanzar en nuestras discusiones para una
mejor comprensión del sistema, de sus contradicciones y de sus
perspectivas para el futuro?
De partida hay que decir que no se puede pretender una homogeneidad
de pensamiento entre tantas personas que pueden aportar
significativamente para la tarea de explicación de la actual etapa
capitalista, aún cuando se sitúen en el mismo campo teórico. Sin embargo
hay una cosa que es fundamental y es que en cada una de las posiciones
que se presente, en cada manifestación que ocurra, en cada texto que se
escriba, en cada posición que se defienda, no se escamotee, no se niegue
la teoría que está por detrás y que sostiene cada una de esas
expresiones. Cuando la perspectiva teórica no esté presente de manera
explícita, es tarea nuestra preguntarnos por ella, identificarla y
explicitarla.
Con la explicitación de la base teórica que sostiene cada una de
nuestras interpretaciones o conclusiones, auque no se pueda pretender
encontrar una identidad, una homogeneidad teórica, es posible que
logremos una aproximación a ella, por lo menos entre los que nos
situemos en la misma tradición científica.
Por nuestra parte, hay algunos aspectos teóricos que nos parecen
fundamentales y que deben ser explicitados. En primer lugar está nuestra
convicción de que el sistema capitalista es único y global. De la misma
manera que la economía alemana y la norteamericana son dos de sus
elementos, y en el caso, elementos fundamentales, la realidad económica
de Etiopía y del Haití, también son sus elementos, y elementos
indispensables para que se pueda adecuadamente comprender el sistema
como un todo. Las características económicas y sociales de Etiopía y del
Haití, en líneas generales, no son el resultado de un no desarrollo
capitalista o de un subdesarrollo. Al contrario, son consecuencias
directas e inevitables del pleno desarrollo del régimen mundial del
capital; esenciales para que la Alemania y los USA sean lo que son.
Desarrollo económico de unos y subdesarrollo de otros son dos caras del
mismo proceso global.
En ese sentido nos identificamos totalmente con la perspectiva de la
teoría de la dependencia, en su tendencia representada especialmente por
los trabajos de Ruy Mauro Marini
[1].
¿Cuáles son los aspectos centrales de esa teoría? En ella se destaca la
cuestión de la transferencia de riqueza-valor desde los países
dependientes, a través de varios mecanismos, siendo uno de ellos el
sistema internacional de precios, es decir, el conocido fenómeno del
intercambio desigual y el deterioro de los términos de ese intercambio.
Íntimamente relacionado con eso se encuentra el concepto de
superexplotación, fenómeno característico de la dependencia.
Es importante destacar aquí que la teoría de la dependencia no es
solamente relevante para la comprensión del "subdesarrollo" de los
países periféricos, sino que también lo es para la interpretación del
conjunto del sistema capitalista contemporáneo y, por lo tanto, de la
riqueza de los estados centrales. La dependencia y el imperialismo son
dos caras de la misma moneda; dos aspectos complementares de una misma
teoría.
Para muchos de nosotros, aceptar los aspectos centrales de la teoría
de la dependencia es un punto de poca o ninguna dificultad, pues no
parecen existir mayores diferencias o divergencias en ese aspecto en
nuestras perspectivas.
Ahora bien, la perspectiva de la dependencia es sólo un aspecto de la
teoría que establece la base de nuestra interpretación sobre el
capitalismo, y sobre el capitalismo contemporáneo. Creemos que el
aspecto decisivo de nuestra perspectiva teórica es la adhesión
incondicional a los principios científicos de la
teoría dialéctica del valor trabajo.
En verdad, la teoría de la dependencia, entendida adecuadamente,
presupone esa visión dialéctica del valor y de la riqueza económica.
Al contrario de lo que muchos pueden pensar, la teoría del valor,
dentro de esa perspectiva, no es una teoría de los precios, de la
determinación de los precios en condiciones de equilibrio. Posee una
mucho más grande significación. La teoría dialéctica del valor, en
primer lugar, considera el trabajo humano como concepto central en el
análisis del sistema capitalista; dicho concepto es determinante en lo
que se refiere al origen de la riqueza económica en cualquier análisis
económico, ya sea más coyuntural o estructural. La tecnología o, mejor,
el avance tecnológico, no es un aspecto que deba ser desechado, pero se
refiere sobre todo al contenido material de la riqueza capitalista y
menos a su forma social, que es el aspecto decisivo. Así, para esa
teoría, la ganancia solo puede ser el resultado de la explotación del
trabajo
[2].
Esa perspectiva teórica exige, de partida, la respuesta a dos
preguntas fundamentales: ¿quién y cómo se produce la riqueza? por un
lado, y por otro, ¿por quién y cómo es apropiada esa riqueza producida?.
Dichas preguntas, como es obvio, suponen la fundamental distinción
entre los conceptos de producción y apropiación de la riqueza económica
producida por el trabajo y exigen que sean identificados los mecanismos
de transferencia desde aquellos que producen hacia los que finalmente se
apropian o apropiarán de ella.
En verdad, radicalizar la perspectiva dialéctica sobre el valor
económico implica entender que la riqueza capitalista exige especial
atención tanto en su contenido material cuanto en su forma de social, es
decir, presupone considerarla en su doble determinación.
En lo que se refiere al contenido material, sería absolutamente fuera
de propósito desconocer el papel del avance tecnológico en la
producción de la riqueza capitalista contemporánea. Sin duda que el
avance tecnológico es el responsable por el crecimiento desmedido de esa
riqueza material pero, al mismo tiempo, también es el responsable por
su contrafaz, por la expansión, profundización y exacerbación de la
miseria en muchas partes constitutivas de la estructura mundial del
sistema. Y eso justamente por la desigual distribución espacial del
desarrollo tecnológico.
Desde el punto de vista del contenido material, el trabajo, en los
espacios donde se presenta el desarrollo tecnológico, es altamente
productivo. Y, por el contrario, en aquellos espacios del sistema de
poco o ningún avance tecnológico, el trabajo, como creador de riqueza
material, es poco efectivo.
Sin embargo, desde el punto de vista de la forma social, la cosa es
muy diferente. Si radicalizamos la perspectiva dialéctica de la teoría
del valor y, así, reconocemos que la riqueza económica es una relación
social entre seres humanos, relación esa de dominación, tendremos
forzosamente que sostener que no importa el grado diferenciado de
desarrollo tecnológico de la región en que se encuentre o del sector que
se trate, el hecho es que cualquier trabajo subsumido al sistema
capitalista produce, en un determinado tiempo, la misma cantidad de
valor y por tanto de riqueza capitalista. Si ese trabajo está o no
subsumido
directamente al capital, poco importa; es suficiente
que exista alguna forma o tipo de subsunción. La única condición para
que lo anterior sea correcto es que ese tipo de trabajo sea necesario
para el sistema, aporte al mismo, y no sea totalmente marginal.
Marx es muy claro en cuanto a eso, aún en el capítulo sobre la mercancía, en
El Capital:
Por el contrario, los cambios operados en la capacidad productiva no
afectan de suyo el trabajo que el valor representa. Como la capacidad
productiva es siempre función de la forma concreta y útil de trabajo, es
lógico que tan pronto como se hace caso omiso de su forma concreta,
útil, no afecte para nada a éste. El mismo trabajo rinde, por tanto,
durante el mismo tiempo, idéntica cantidad de valor, por mucho que
cambie su capacidad productiva
[3].
Es verdad que podemos encontrar en el mismo libro de Marx lo que
parece ser una contradicción en términos, eso en el capítulo 10 (tomo
I), cuando el autor se refiere a la plusvalía extraordinaria:
El trabajo, cuando su fuerza productiva es excepcional, actúa como
trabajo potenciado, creando en el mismo espacio de tiempo valores
mayores que el trabajo social medio de la misma clase
[4].
Sin embargo, en otra oportunidad tuvimos la posibilidad de esclarecer esa aparente contradicción en términos
[5].
Digamos aquí, en resumen, que Marx se siente obligado, en esa parte de
su exposición, a hacer una breve referencia a algo que sólo podrá
explicar adecuadamente en un momento posterior. Nos referimos a la
plusvalía extraordinaria, cuya comprensión exige la clara diferenciación
entre producción y apropiación de valor, diferenciación esa que Marx
aún no había considerado. Por eso, el autor se vale de una salida
provisoria y, en verdad, inadecuada.
Así, la conclusión dialéctica sobre la cuestión tiene dos caras y es
la siguiente. Por una parte, del punto de vista del contenido material,
el trabajo menos productivo, como consecuencia del nivel tecnológico en
que opera, produce en determinado tiempo menos riqueza que el trabajo
que opera con tecnología superior; y eso parece más o menos obvio. Sin
embargo, por otra parte, del punto de vista de la forma social y dentro
de los límites necesarios para el sistema, aquel trabajo "menos
productivo" en el mismo tiempo produce, lo que puede parecer un absurdo,
la misma magnitud de riqueza que el trabajo "más productivo". Esa
aparente contradicción en términos se explica justamente porque estamos
tratando de dos puntos de vista distintos: produce menos riqueza dsde el
punto de vista del contenido material (valores de uso), pero por otra
parte, produce la misma magnitud de riqueza desde el punto de vista de
la forma social (valor).
Destaquemos un aspecto esencial: en el capitalismo actual,
ampliamente desarrollado, el polo dominante es la forma social. Así,
cuando consideramos la tasa de ganancia o, en particular, la tendencia a
la baja de la tasa de ganancia, por ejemplo, lo que interesa del punto
de vista de la teoría dialéctica del valor es el punto de vista de la
forma y no el del contenido material, pues este último trata
exclusivamente de la dimensión de valores de uso de la riqueza.
En relación con la tecnología, es importante decir que aunque ella no
tenga significación directa desde el punto de vista de la forma social
sobre la magnitud de la riqueza
producida, llega a determinar la
magnitud de la plusvalía por intermedio de la plusvalía relativa y,
además, tiene significativa importancia como instrumento de
apropiación
por quien la detiene; opera, por medio del sistema de precios, como
elemento que impone transferencia de riqueza. La plusvalía
extraordinaria y la renta de monopolio constituyen los mecanismos
fundamentales de esa apropiación.
Así, dentro de una perspectiva de la teoría dialéctica del valor, ¿cómo interpretar la actual etapa capitalista?
El Capitalismo Especulativo
Nuestra perspectiva privilegia la contradicción
producción/apropiación de valor para interpretar la actual etapa del
capitalismo.
Hay un cierto consenso en el sentido de que el capitalismo desde los
años 70 vive una nueva etapa, muy distinta de la anterior. Llamamos a
ella de
capitalismo especulativo.
No pocos autores que se colocan en el terreno del pensamiento crítico
sostienen que la característica principal de esa etapa capitalista es
la
financiarización[6],
es decir, un cierto predominio de las finanzas sobre las actividades
realmente sustantivas del capital, sobre las que realmente producen
riqueza. Es el caso, por ejemplo de François Chesnais, Gerard Duménil y
muchos otros.
Consideramos que desde el punto de vista de la teoría dialéctica del
valor esa es una perspectiva adecuada, aunque es indispensable destacar
las diferencias que nos alejan de otras interpretaciones similares.
Es también verdad que algunos autores que sostienen la idea del
dominio de las actividades financieras pasaron a hcer uso, con un grado
mayor o menor de profundidad teórica, de la categoría marxista de
capital ficticio,
para entender la naturaleza del llamado capital financiero. Sin
embargo, la dificultad para la utilización adecuada de esa categoría
científica se encuentra en el hecho de que ella supone un satisfactorio
conocimiento de la teoría de Marx y, más específicamente, exige una
adecuada interpretación de la teoría dialéctica del valor, raramente
presente. Sin eso, la categoría de capital ficticio pierde significación
y capacidad de explicar correctamente la realidad.
Si dicha categoría es entendida de manera satisfactoria, la
conclusión debe ser, en primer lugar, que el capital ficticio es a la
vez ficticio y real, según la dimensión observada. Además, se debe
concluir que ese tipo de capital exige remuneración y nada contribuye, a
diferencia del capital a interés, para la producción del excedente
económico, para la extracción de la plusvalía. Así, el capital ficticio
es parasitario. De esa manera, y de forma inevitable, caemos en las
mencionadas preguntas fundamentales de la teoría dialéctica del valor,
que parten de la distinción entre la producción y la apropiación de la
riqueza capitalista, ésta desde el punto de vista de la forma social.
Entonces, si es cierto que la "financiarización" es una de las
características significativas de la actual etapa capitalista y si la
naturaleza del capital dominante es el capital ficticio, plantease la
pregunta fundamental: ¿quién y cómo se produce la plusvalía suficiente
para atender las exigencias de remuneración del capital, incluyéndose la
del capital ficticio? Esa pregunta alcanza mayor significación si
consideramos que lo que se conoce como reestructuración productiva en el
capitalismo contemporáneo habría significado una reducción del papel
del trabajo en la producción, por lo menos en lo que se refiere al
trabajo formal y aquel relacionado directamente con las actividades
productivas industriales del capital.
En verdad, la contradicción principal y básica de la actual fase del
capitalismo y que se profundiza cada vez más, en nuestra opinión, es la
contradicción entre la producción y la apropiación del valor, del
excedente mercantil, de la plusvalía en sus diferentes formas. Es
justamente por esa razón que la categoría de trabajo productivo
(entendido como aquel que produce plusvalía o excedente en la forma
mercantil y apropiable por el capital) llega a tener mucha relevancia
teórica en los días actuales.
Es verdad que algunos autores, aunque consideran la financiarización
como característica fundamental de la actual etapa capitalista,
identifican como su contradicción principal la que existiría entre la
propiedad y la gestión del capital, y no la que existe entre la
producción y la apropiación. Consideran como relevante y aún fundamental
la contradicción entre aquellas fracciones de la sociedad poseedoras de
las diversas formas de títulos de propiedad sobre el capital y otra
que sería la encargada de la gestión profesional de las empresas
productivas; también sería mas significativa la contradicción entre
empresas gestoras do capital parasitario y las empresas realmente
productivas.
Sin negar la existencia de contradicciones entre los intereses de
sectores propietarios y gestores del capital, se puede afirmar que es un
error considerar que la oposición entre el capital sustantivo y el
capital ficticio tiene como contraparte la existencia claramente
diferenciada de sectores representantes de esas formas distintas de
capital. Sin lugar a dudas, los gestores son también propietarios de
capital y de ambas formas de capital. La verdad es que pensar la
existencia de intereses claramente contradictorios y hasta antagónicos
entre tales fracciones sociales propietarias y gerenciales del capital y
la consideración de que se trata de la contradicción principal del
sistema lleva a la posibilidad de propuestas de salidas reformistas para
las dificultades del capitalismo actual.
Aunque la mencionada oposición entre propiedad y gestión de alguna
manera se relacione con la contradicción entre producción y apropiación
de valor, y sea la primera derivada de la segunda, esta última tiene
implicaciones mucho más significativas.
Hagamos ahora un resumen de nuestra interpretación sobre la actual
etapa del capitalismo, interpretación que hemos presentado ya en otros
trabajos. Podemos decir que la tendencia a la baja de la tasa de
ganancia tuvo una notoria manifestación en los años 70 y hasta el
comienzo de los 80, especialmente en los EE.UU. y en Europa. Las nuevas
inversiones sustantivas, es decir en capital industrial (productivo y
comercial) se presentaban con una perspectiva de reducida remuneración
y, por eso, los capitales, en magnitud considerable, buscaron como
salida la especulación. Esa circunstancia se ha visto favorecida y, más
que eso, ha quedado sancionada por las políticas neoliberales (políticas
esas que expresan directamente los intereses del capital especulativo) y
han tenido como contraparte indispensable la inestabilidad cambiaria y
la deuda pública creciente de los estados (tanto en el primer mundo,
cuanto en los periféricos). El capital, de esa manera, creyó haber
encontrado su paraíso: rentabilidad sin necesidad de
ensuciar sus manos con la producción. Y eso, de hecho, fue lo que ha ocurrido; lamentablemente, para él, por poco tiempo.
Es verdad que las remuneraciones del capital, a partir del inicio de
los años 80 tendieron a crecer. Y aquí, para esa interpretación, parece
existir una dificultad. ¿Cómo eso ha sido posible? Si, por un lado, el
ritmo de la acumulación de capital sustantivo se redujo y si, al mismo
tiempo, se amplió asustadoramente la tasa de crecimiento de la masa de
capital ficticio, especulativo y parasitario en el mercado mundial,
¿cómo fue posible el crecimiento de las tasas de remuneración de los
capitales, tanto la de los capitales sustantivos cuanto la de los
parasitarios? ¿Qué factores llegaron a contrarrestar la tendencia a la
baja de la tasa general de ganancia?
La explicación de eso, para ser coherente con la teoría dialéctica
del valor, sólo puede ser encontrada, como factor principal, en el
aumento de la explotación de trabajo. Y aquí nos debemos preocupar
especialmente con la explotación del trabajo productivo, aunque también
podemos hablar de la explotación del trabajo no productivo. Es cierto
que el incremento de este último no implica aumentar la magnitud del
excedente o plusvalía producidos, sin embargo al reducirse la parcela de
la riqueza apropiada por los trabajadores improductivos, se amplía el
margen disponible para la remuneración del capital.
De esa manera, para nosotros la explicación estaría en la elevación, a
niveles sin precedentes, de la explotación del trabajo, sea por medio
de la plusvalía relativa, sea por de la plusvalía absoluta (extensión de
la jornada, múltiples jornadas, intensificación del trabajo), o
mediante la superexplotación de los trabajadores, además de explotación
de los trabajadores no asalariados.
No hay que olvidar, para la cuestión mencionada, el significativo
crecimiento de las transferencias de valor desde la periferia y también
el hecho de que, en el período, pudo haber contribuido de manera
significativa el incremento de la rotación del capital. Este último
aspecto es fundamental si tenemos en consideración el concepto de tasa
anual de ganancia.
Sin embargo, todo eso no nos parece que sea suficiente para explicar
el significativo incremento de la tasa general de remuneración del
capital global (incluyendo en él la creciente parcela especulativa y
parasitaria) observado a partir del inicio de los años 80.
Nuestra explicación para eso es que, al mismo tiempo que se amplió
exageradamente la explotación del trabajo en todo el mundo (países
centrales y periféricos) y se incrementó la rotación del capital, surgió
de manera considerable algo nuevo, nuevo por lo menos en lo que se
refiere a su magnitud y a su persistencia. Lo nuevo en el capitalismo
actual es la magnitud que las
ganancias ficticias adquieren en el total de la remuneración del capital.
Las ganancias ficticias no son algo
sui generis en la lógica
capitalista. Surgen naturalmente en períodos de especulación exacerbada,
pero rápidamente desaparecen con el fin de ellos. Además, no logran
alcanzar magnitudes muy elevadas. Pero en la etapa actual del
capitalismo, la situación es diferente. Han persistido por prolongado
período y han presentado volúmenes nunca antes observados, como
consecuencia del dominio del capital especulativo y de la extensión de
esa etapa, garantizada que estaba y sigue estando por la política de los
estados más importantes del planeta. Justamente por eso, porque no han
tenido relevancia en periodos anteriores, las ganancias ficticias no han
sido incorporadas, hasta ahora, como categoría en el interior de la
teoría dialéctica del valor
[7].
En verdad, ese tipo de remuneración del capital, con dimensión ficticia, no se diferencia
en la práctica
de las ganancias derivadas de la explotación del trabajo, aunque no
tenga ese origen. Por lo menos eso es cierto desde un punto de vista del
acto aislado e individual, es decir, desde el punto de vista del
mercado. No es posible saber cuánto de una determinada masa de ganancia
de un capital es ficticio o real. Más que eso, desde ese punto de vista,
no hay la más mínima diferencia práctica. No tiene sentido preguntarse
por la dimensión ficticia. El monto de ganancia es absolutamente
homogéneo.
La distinción entre lo que es excedente real apropiado como ganancia
por el capital y las ganancias ficticias sólo es comprensible y
significativo de un punto de vista global, desde una perspectiva macro.
Eso significa que, del punto de vista individual, todo capital puede dar
a sus ganancias, si quiere, un destino efectivamente real, sea el
consumo o la inversión. Pero eso no es posible para el conjunto del
capital. Aquella parte de su remuneración que tiene origen ficticio no
puede ser convertida en algo sustantivo. Sólo puede incrementar la
magnitud total del capital ficticio. Y aquí está el problema.
De esa manera, para nosotros y en resumen, la actual etapa
capitalista especulativa se caracteriza por el hecho del dominio del
capital especulativo y parasitario, que crece como resultado de un
período de aguda manifestación de la tendencia a la baja de la tasa de
ganancia. Los capitales, huyendo de las bajas remuneraciones, encuentran
salida en la especulación, que se fortalece con por las políticas
económicas adoptadas por los diferentes estados.
Paradójicamente esa salida, que incrementa el capital parasitario a
costa del productivo, favorece los mecanismos que permiten contrarrestar
la baja de la tasa general de ganancia. Eso porque resulta en
crecimiento de la explotación de los trabajadores de todo el mundo, en
incremento de la rotación del capital productivo y comercial y,
especialmente, en el surgimiento en magnitud muy elevada de las
ganancias ficticias.
Sin embargo, en economía no puede haber soluciones milagrosas. El
problema está justamente en el hecho de que las ganancias ficticias
resuelven circunstancialmente las dificultades del capital, ampliando la
parcela especulativa del capital global, parcela esa que, por ser
creciente exige cada vez mayor parcela de la remuneración que se destina
al capital y, como antes mencionado, en nada contribuye para la
producción del excedente, de la plusvalía.
Así, resuelven el problema en el momento, pero solo logran hacerlo
amplificando la contradicción principal (producción/apropiación) y, por
tanto, amplificando el problema para el futuro, una vez que las
ganancias ficticias solo pueden traducirse en ulterior incremento del
capital especulativo y parasitario.
Por todo eso, nuestra conclusión es de que la crisis económica
estructural del sistema tiene como trasfondo la tendencia a la baja de
la tasa de ganancia y que la fase especulativa del capitalismo que
vivimos es el intento del capital de darle una respuesta. Dicha
respuesta es el dominio del capital parasitario, el incremento a niveles
sorprendentes de la explotación y el mantenimiento de magnitudes
elevadas y crecientes de ganancias ficticias.
Esa etapa especulativa solo puede tener vida corta. Es verdad que la
incorporación significativa de nuevos espacios para la explotación
capitalista, como es el caso de China y de los países del ex-bloque
soviético, le garantiza, por cierto tiempo, una adicional supervivencia.
Y los niveles de remuneración del trabajo en esos espacios son
suficientemente bajos para garantizar magnitudes significativas de
excedente capitalista producido.
Sin embargo, y a pesar de eso, la vida corta está determinada por el
hecho de que en algún momento el crecimiento desproporcionado del
capital ficticio, como consecuencia de la relevancia año a año, de las
ganancias ficticias, tiene que detenerse. La actual etapa capitalista
especulativa, sólo sobrevive y seguirá sobreviviendo por más un tiempo
sobre la base de un adicional incremento de la explotación de trabajo;
pero eso tiene un límite. Y no estamos lejos de él.
Obviamente que el fin de esta etapa capitalista especulativa no
necesariamente significa el fin del capitalismo y, como consecuencia, su
sustitución por una forma social nueva. El capitalismo podrá sobrevivir
sustituyendo eventualmente esa etapa por una de nuevo tipo,
reconstruyendo la predominancia del capital sustantivo. Pero para lograr
eso no sería por medio de un proceso fácil ni indoloro. Ello supondría
niveles insospechables de explotación del trabajo, superior en mucho los
niveles actuales, no sólo como forma de contrarrestar el bajo nivel de
la tasa general de ganancia, pero también como resultado de una crisis
capaz de inducir la desaparición del capital ficticio, por lo menos en
gran medida.
¿Cómo se daría ese proceso? ¿Por medio de una explosiva crisis
financiera y económica, de amplitud mundial y de magnitud superior, como
consecuencia de la crisis estructural? ¿Sería la actual crisis de los
créditos subprime el punto de partida para esa explosiva crisis
financiera? ¿O el proceso podría darse, como está ocurriendo, por un
largo proceso de estancamiento económico, sembrado de crisis aquí y
allí, de magnitudes variables? Cualquiera que sea la respuesta, una cosa
es cierta, la tragedia humana que ya vivimos se manifestará con aún más
profundidad en el futuro.
Creer en la posibilidad de un retorno a un capitalismo más humano, si
es que eso existió en algún momento, o por lo menos no tan violento
como el actual, es en verdad creer en ilusiones. La perspectiva
reformista nunca ha sido tan engañosa.
NOTAS
[1] Véase por ejemplo: Marini, R. M. Dialéctica de la dependencia, Ediciones Era, México, decimoprimera reimpresión, 1991.
[2]
Más adelante se hará referencia al concepto de ganancias ficticias que,
como podremos observar, aun no siendo resultado de la explotación del
trabajo, no violenta la teoría dialéctica del valor. Es justamente por
eso que son ficticias.
[3] Marx, K.
El Capital. Tomo I. México, FCE, 1966. p. 13.
[4] Idem, pp. 255-256.
[5] Véase: Carcanholo, R.A.
"Sobre
o conceito de mais-valia extra em Marx" (versão preliminar). V Encontro
Nacional de Economía Política. Brasil, Fortaleza, 21 a 23 de junho de
2000.
[6] Es verdad que también existen, en ese medio, autores que contestan dicha interpretación.
[7]
Chesnais en el último trabajo que le conocemos hizo breve mención a
ellas, pero sin la amplitud que le damos.Véase:. Chesnais, F. "
El fin de un ciclo. Alcance y rumbo de la crisis financiera", en
Herramienta Nº 37, Buenos Aires, marzo de 2008. pp. 07 a 36.
Reinaldo A Carcanholo, Profesor del programa de graduados en politica social y del departamento de Economia de la Universidad Federal do Espírito Santo *