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jueves, 2 de marzo de 2017

La globalización no ha muerto: respuesta a Álvaro García Linera

Miguel Angel Barrios*






En los últimos días ha proliferado en numerosos sitios de Internet una nota de opinión sobre un diagnóstico de la situación mundial del actual Vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera titulada "La globalización ha muerto" (1)

Teniendo en cuenta la personalidad internacional de Linera y su profundidad intelectual, la nota nos parece sirve como disparador del debate para la acción que necesita Nuestra América en un momento crucial de su historia y del destino que nos toca en la globalización.

Nos tomaremos la humilde licencia de disentir con Linera en algunos puntos de sus planteos porque consideramos que el tiempo estratégico que nos toca vivir y actuar, nos obliga al coraje de discutir y debatir sin medias tintas, ya que nos une el mismo objetivo y los idénticos anhelos: la independencia de América Latina. Por eso realizamos esta nota, no con el afán de ponernos a la altura de Linera, pero con el convencimiento que a la independencia la haremos -si la realizamos- entre todos, que no estamos en la época del Rey Filósofo de Platón.

Por lo tanto, no entraremos a analizar desde que paradigma reflexiona Linera, sino señalar errores que nos parecen nodos estratégicos de la situación mundial y regional que Linera soslaya. Demás está decir que es un planteo distinto, pero no pretende ser monopólico, sino que sirva como disparador de un debate de ideas para la acción.

No escribimos desde una "neutralidad cientificista" sino embarrados en la militancia político académica por la Patria Grande de Manuel Ugarte y del continentalismo de Juan Domingo Perón. Aclarado este punto, pasamos a enumerar en general lo que consideramos errores o verdades parciales que pueden conducirnos a falsos diagnósticos, para lograr una hoja de ruta que nos ubiquen en el horizonte de la autonomía.

Álvaro García Linera realiza en la nota citada un muy importante bosquejo del estado de la situación mundial bajo el título "La globalización ha muerto".

En verdad la llamada globalización , mundialización, sistema-mundo o universalismo-como lo denominó Juan Perón de manera anticipatoria -es un proceso histórico multidimensional- de interconexión mundial no de integración ni de homogeneización que abarca y atraviesa todas las dimensiones, desde lo político, lo económico, lo científico-tecnológico, lo social, lo cultural , lo demográfico. Lo que queremos decir que independientemente del nombre, este sistema de interconexión mundial que se inició en el siglo XV en Europa con la emergencia del capitalismo y las grandes expansiones geográficas que dan origen a la política mundial y a la generación de centros y periferias y viceversa, no puede ser reducido a un fenómeno exclusivamente capitalista, porque caeríamos en una interpretación dogmática del proceso histórico y no estratégica.

La globalización puede ser parcialmente entendida, si se lo asocia exclusivamente con el neoliberalismo , en verdad la última sub etapa de la globalización, que se inicia hace unos 40 años cuando se rompe el consenso keynesiano .El neoliberalismo entiende a la globalización desde una visión ideológica donde el mercado gobierna y la política administra, y el mercado se unifica a través del gobierno de las finanzas y nos hallamos ante el "fin de la historia", de la "geografía" y hasta del mismísimo Estado, sin precisar qué Tipo de Estado entra en crisis y que tipo de Estado surge.

Lo que está en crisis -punto de inflexión desde su origen etimológico griego krisis- es un capitalismo monopólico corporativo transnacional con ramificaciones en los ejes financieros-económicos-comunicacionales-militares de carácter global con epicentro en los EEUU.

Pero no debemos asociar mecánicamente y confundir neoliberalismo con sistema mundo. El neoliberalismo como dijimos, es una sube tapa del sistema mundo que empezó en el siglo XV en Europa occidental.

El primero que utilizó la categoría de sistema mundo como política global, ha sido el gran geopolítico inglés Halford Mackinder cuando en su famosa conferencia de 1904 "El pivot geográfico en la historia”, afirma que la etapa de los grandes descubrimientos había llegado a su fin y que el mundo se había transformado en un único sistema.

La crisis de la globalización en el subperíodo del sistema mundo ha sido, entre otras, las causas del triunfo de Trump en los Estados Unidos, la derrota del Brexit , la crisis europea con la consecuente aparición de partidos "anti sistema" -mal llamados populismos- sino que en el fondo representan la vieja xenofobia que condujo a los totalitarismos.

La Unión Europea, a diferencia de lo que afirma Linera, no fue nunca "la mayor y mas exitosa ilusión liberal de nuestros tiempos". Y que "provenga de dos naciones que hace 35 años atrás, enfundadas en sus corazas, anunciaron el advenimiento del libre comercio y la globalización como la inevitable redención de la humanidad".

Esto en verdad, es un concepto abstracto y hasta un poco confuso. Europa fracasó porque no pudo llevar a cabo el ideal fundacional de un Estado europeo con los fundadores Schumann, Adenauer, Monnet, etc. Prevalecieron sus fracturas religiosas, culturales, lingüísticas y políticas y Europa no pudo armonizar o sincronizar la identidad entre la Unión Europea, la Eurozona y la OTAN. Más aun, al carecer de un brazo militar propiamente europeo y con Inglaterra erosionando o jaqueando como punta de lanza norteamericana .En síntesis, es la vieja pero siempre vigente política que aconsejo el gran geopolítico norteamericano del poder marítimo, el Almirante Alfred Mahan a los ingleses en 1904, que se acoplasen a la política norteamericana.

La globalización como "horizonte político" ideológico capaz de encausar las esperanzas colectivas hacia un único destino que permitiera realizar todas las posibles expectativas de bienestar, ha estallado en mil pedazos".

Aquí nos parece, un error clave de Linera, porque lo que estalló fue la dictadura del pensamiento único del neoliberalismo y de su falsa opción, de que el mercado gobierna y el Estado administra. Sin embargo, el sistema mundo -nosotros utilizamos esta categoría analítica desde la visión Geopolítica de Mackinder- avanza con una velocidad inédita .Y esta falsedad ideológica, tiene tanta potencialidad en Occidente que terminó colonizando culturalmente al pensamiento político occidental en todo su espectro, desde el arco ideológico del liberalismo al socia-liberalismo en lo político y en las ciencias sociales, la tercera vía de Antonny Giddens fue una caricatura del liberalismo.

Esto no quiere decir, como sostiene Linera, que "hoy no existe en su lugar nada mundial que articule esas expectativas comunes; lo que se tiene es un repliegue atemorizado al interior de las fronteras y el retorno a un tribalismo político, alimentado por la ira xenofóbica , ante un mundo que ya no es el mundo de nadie".

Está fuera de discusión el aporte de Marx como uno de "los primeros y más acucioso investigador de los procesos de globalización del régimen capitalista”. Tampoco "los esquemas de Giovanni Arrighi en su propuesta de ciclos sistémicos de acumulación capitalista a la cabeza de un Estado hegemónico: Génova-siglos XV-XVI-, los Países Bajos -siglo XVIII-, Inglaterra-siglo XIX- y Estados Unidos-siglo XX-."

Linera, se queda en la cita de Marx y de Arrighi pero no precisa, y esto se torna medular, los tipos y capacidades estatales en cada ciclo sistémico del capitalismo. El recorrido histórico seria: ciudad-estado burguesa, Estado-monárquico, Estado-Nación industrial -este actor dejó de ser exclusivamente europeo y llegaron a poseer esa capacidad Inglaterra, Francia, Alemania e Italia -en esa secuencia-, Japón, el primero extra europeo- y el Estado continental industrial- EEUU, luego de la guerra de la secesión y la URSS. En el fondo un Estado continental industrial reúne, en un espacio de dimensiones geográficas continentales, un poder que reúna la dimensión científica-tecnológica, industrial, militar, cultural y por lo tanto la renta geoestratégica de sumar un poder estatal continental industrial. En verdad, la guerra fría más que una confrontación ideológica fue la bipolaridad de dos Estados continentales industriales. Cuando implosiona la URSS se inicia una nueva lógica mundial. Aquí se hace altamente necesario dos puntualizaciones:

A-En la historia habían existido Estados continentales, pero agrarios multiétnicos. Como el romano, el imperio mongol, etc.  Pero, el primero industrial fueron los EEUU, superadores de toda unidad política previa.

 B-Linera ha expresado en muchas ocasiones la necesidad de concretar en Nuestra América un "Estado continental plurinacional". Se vuelve difícil de entender esta categoría porque en verdad somos una Nación fragmentada en múltiples Estados. Una Nación en la diversidad, donde lo común es lo ibérico y la diversidad reside en la riqueza de nuestras etnias originarias y las diferentes formas que tomó el mestizaje con sus choques y confluencia.

Es decir, la única respuesta al desafío que nos somete el sistema mundo es la Nación de Repúblicas de Bolívar, la Patria Grande de Ugarte, el continentalismo de Perón. Allí se encuentra el núcleo de nuestra razón de SER o NO SER.

Es la Patria Grande o la nada. Así de simple. Así de complejo. Así de difícil. Así de apasionante.

La caída de la URSS significó para George Bush-padre- el comienzo de un "nuevo orden mundial" en correlato con el japonés norteamericano Francis Fukuyama que afirma "El fin de la historia". Esta fue la interpretación oficial que irradia al mundo la República Imperial, al decir de Aron. Linera cae en esta conceptualización al decir: “Hoy, cuando retumban los últimos petardos de la Larga fiesta del fin de la historia, resulta que quien salió vencedor, ha fallecido dejando al mundo sin final ni horizonte victorioso".

No estamos de acuerdo para nada de esta afirmación incluso riesgosa, porque en verdad desde nuestra óptica, la caída de un polo -URSS- no se reflejó en la victoria del otro polo -EEUU-, sino que se iniciaba una nueva lógica mundial donde las incertezas predominan por sobre las certezas. Uno de los que advirtió de esta nueva lógica mundial, es justo reconocerlo, fue el Papa Juan Pablo II en 1991 en la Encíclica Centésimas Annus -a cien años de la República Novarum-.

-"Entonces con el socialismo de Estado derrotado y el neoliberalismo fallecido por suicidio, el mundo se queda sin horizonte, sin futuro, sin esperanza movilizadora".

Repetimos, Linera expresa un pesimismo que opaca su relativo optimismo -nos atenemos a su nota-, por la crisis de Occidente.

Sin embargo, esta crisis de Occidente para nada debe eclipsar para Nuestra América en categoría de José Martí, dos sucesos centrales del actual sistema mundo:

 -la emergencia definitiva de un "orden” multipolar de carácter global desoccidental -por primera vez en la historia- y multicivilizacional de círculos culturales que convergen geoculturalmente con los Estados continentales (EEUU, China, Rusia, India, Irán, etc.).

-la irrupción de un Papa Latinoamericano por primera vez en la historia, como el Papa Francisco, hijo de la Teología de la Cultura que rescata la religiosidad popular, la opción por los pobres y la Patria Grande. Partidario de un Estado Continental en América Latina, de gran influencia en su formación, el pensador uruguayo Alberto Methol Ferré

-un "orden" multipolar nos brinda a los latinoamericanos un mayor margen de viabilidad, si nos ponemos en la altura de las exigencias de la época

El final o conclusión de Linera nos parece interesante. Apela a la esperanza: “No existe ser humano que pueda prescindir de un horizonte y hoy estamos compelidos a construir uno. Eso es lo común de los humanos y ese común es el que puede llevarnos a diseñar un nuevo camino distinto a este emergente capitalismo que acaba de perder la fe en sí mismo”.

Nadie puede prescindir de la esperanza. Pero en esta conclusión de Linera, dejamos esta observación. En primer lugar, no se trata de un capitalismo emergente sino de una economía casino que está llenando al sistema mundo de lo que el Papa Francisco llamó "la globalización de la indiferencia". Y refugiarnos solo en la esperanza es un camino de derrota anunciada. Aquí también volvemos al último libertador José Martí, cuando decía: "Para crear hay que creer".

Desbordaría esta nota y caeríamos en el intelectualismo inútil y dañino, creer que se puede elaborar un plan de gobierno como hoja de ruta de compromiso con el futuro a partir de nuestras raíces y no de evasión y de refugio pasivo con la esperanza.

Este enorme desafío nos conduce al Maestro del Libertador Simón Bolívar, Don Simón Rodríguez y su apotegma: “O inventamos o erramos".

En este sentido, rescatamos la oleada integracionista postconsenso de Washington que integró los peldaños del Mercosur, la Unasur y la CELAC. Pero, como dijo el ex presidente de Uruguay José Mujica, quedamos rehenes de los discursos.

Una hoja de ruta constituye puntos concretos transformados en metas estratégicas a realizarse en no más de dos años. Es decir las metas relegan a los discursos. Metas que deben ser conducente al Estado continental. En forma de ejemplo me permitiré enumerar algunas a realizar dije en dos años como máximo:

-Ciudadanía común suramericana y latinoamericana.

-Reconocimiento de estudios en todos sus niveles

-Tierra, techo y trabajo sea los acuerdos programáticos de todas las fuerzas políticas y movimientos sociales

-Integración de infraestructura y energética del subcontinente con el paradigma de la Casa Común del Desarrollo Sustentable y Sostenible

-Armonización de códigos penales y criminalidad económica para una lucha frontal contra la criminalidad organizada

-Ley común regional para el financiamiento de las campañas políticas con el fin de evitar el financiamiento de la política y transparentarla al máximo

-Recuperar una Pedagogía Latinoamericana que incluya las nuevas tecnologías y nuevas redes en la globalización. Debemos generar el humanismo que reconcilie a la Ética con la Ciencia. La educación inclusiva sólo es, si es de calidad. Esto es imposible sin una política que devuelva la alianza entre el estado, la familia y la escuela

-Fortalecer y potenciar medios de comunicación desde y para la comunidad. Con decisión y respetando la libertad.

-Impulsar cadenas de complementariedad económica industrial que tenga como base las pymes y el cooperativismo.

Estas son simples enunciados concretas a manera de ejemplo. Pero todas ellas resultan imposible sin el primer punto que ahora enunciamos y todo sería una mentira

-Solo es posible llevar a cabo estas medidas con una reconstrucción de un poder ético político impenetrable a la corrupción. El cáncer más difícil que nos ha tocado vivir. No, porque sea nuevo, sino empieza a ser sistémico. Por lo que esta epopeya nos involucra a todos.

Agradezco enormemente a Álvaro García Linera que me hizo pensar. Y esta es una tarea de todos, porque el pensar con muchos es mejor que con uno.



Miguel Ángel Barrios -Argentina- es doctor en educación y en ciencia política. Autor de reconocidas obras sobre América Latina.

FUENTE: ALINET

LA GLOBALIZACIÓN HA MUERTO

Por Alvaro García Linera*
















El desenfreno por un inminente mundo sin fronteras, la algarabía por la constante jibarización de los estados-nacionales en nombre de la libertad de empresa y la cuasi religiosa certidumbre de que la sociedad mundial terminaría de cohesionarse como un único espacio económico, financiero y cultural integrado, acaban de derrumbarse ante el enmudecido estupor de las élites globalófilas del planeta.
La renuncia de Gran Bretaña a continuar en la Unión Europea –el proyecto más importante de unificación estatal de los cien años recientes– y la victoria electoral de Trump –que enarboló las banderas de un regreso al proteccionismo económico, anunció la renuncia a tratados de libre comercio y prometió la construcción de mesopotámicas murallas fronterizas–, han aniquilado la mayor y más exitosa ilusión liberal de nuestros tiempos.
Y que todo esto provenga de las dos naciones que hace 35 años atrás, enfundadas en sus corazas de guerra, anunciaran el advenimiento del libre comercio y la globalización como la inevitable redención de la humanidad, habla de un mundo que se ha invertido o, peor aún, que ha agotado las ilusiones que lo mantuvieron despierto durante un siglo.
La globalización como meta-relato, esto es, como horizonte político ideológico capaz de encauzar las esperanzas colectivas hacia un único destino que permitiera realizar todas las posibles expectativas de bienestar, ha estallado en mil pedazos.
Y hoy no existe en su lugar nada mundial que articule esas expectativas comunes.
Lo que se tiene es un repliegue atemorizado al interior de las fronteras y el retorno a un tipo de tribalismo político, alimentado por la ira xenofóbica, ante un mundo que ya no es el mundo de nadie.

La medida geopolítica del capitalismo

Quien inició el estudio de la dimensión geográfica del capitalismo fue Karl Marx.
Su debate con el economista Friedrich List sobre el capitalismo nacional, en 1847, y sus reflexiones sobre el impacto del descubrimiento de las minas de oro de California en el comercio transpacífico con Asia, lo ubican como el primero y más acucioso investigador de los procesos de globalización económica del régimen capitalista.
De hecho, su aporte no radica en la comprensión del carácter mundializado del comercio que comienza con la invasión europea a América, sino en la naturaleza planetariamente expansiva de la propia producción capitalista.
Las categorías de subsunción formal y subsunción real del proceso de trabajo al capital con las que Marx devela el automovimiento infinito del modo de producción capitalista, suponen la creciente subsunción de la fuerza de trabajo, el intelecto social y la tierra, a la lógica de la acumulación empresarial; es decir, la supeditación de las condiciones de existencia de todo el planeta a la valorización del capital.
De ahí que en los primeros 350 años de su existencia, la medida geopolítica del capitalismo haya avanzado de las ciudades-Estado a la dimensión continental y haya pasado, en los pasados 150 años, a la medida geopolítica planetaria.
La globalización económica (material) es pues inherente al capitalismo.
Su inicio se puede fechar 500 años atrás, a partir del cual habrá de tupirse, de manera fragmentada y contradictoria, aún mucho más.
Si seguimos los esquemas de Giovanni Arrighi, en su propuesta de ciclos sistémicos de acumulación capitalista a la cabeza de un Estado hegemónico: Génova (siglos XV-XVI), Países Bajos (siglo XVIII), Inglaterra (siglo XIX) y Estados Unidos (siglo XX), cada uno de estos hegemones vino acompañado de un nuevo tupimiento de la globalización (primero comercial, luego productiva, tecnológica, cognitiva y, finalmente, medio ambiental) y de una expansión territorial de las relaciones capitalistas.
Sin embargo, lo que sí constituye un acontecimiento reciente al interior de esta globalización económica es su construcción como proyecto político-ideológico, esperanza o sentido común; es decir, como horizonte de época capaz de unificar las creencias políticas y expectativas morales de hombres y mujeres pertenecientes a todas las naciones del mundo.

El fin de la historia

La globalización como relato o ideología de época no tiene más de 35 años.
Fue iniciada por los presidentes Ronald Reagan y Margaret Thatcher, liquidando el Estado de bienestar, privatizando las empresas estatales, anulando la fuerza sindical obrera y sustituyendo el proteccionismo del mercado interno por el libre mercado, elementos que habían caracterizado las relaciones económicas desde la crisis de 1929.
Cierto, fue un retorno amplificado a las reglas del liberalismo económico del siglo XIX, incluida la conexión en tiempo real de los mercados, el crecimiento del comercio en relación con el producto interno bruto (PIB) mundial y la importancia de los mercados financieros, que ya estuvieron presentes en ese entonces.
Sin embargo, lo que sí diferenció esta fase del ciclo sistémico de la que prevaleció en el siglo XIX fue la ilusión colectiva de la globalización, su función ideológica legitimadora y su encumbramiento como supuesto destino natural y final de la humanidad.
Y aquellos que se afiliaron emotivamente a esa creencia del libre mercado como salvación final no fueron simplemente los gobernantes y partidos políticos conservadores, sino también los medios de comunicación, los centros universitarios, comentaristas y líderes sociales.
El derrumbe de la Unión Soviética y el proceso de lo que Antonio Gramsci llamó transformismo ideológico de ex socialistas devenidos furibundos neoliberales, cerró el círculo de la victoria definitiva del neoliberalismo globalizador.
¡Claro!
Si ante los ojos del mundo la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), que era considerada hasta entonces el referente alternativo al capitalismo de libre empresa, abdica de la pelea y se rinde ante la furia del libre mercado –y encima los combatientes por un mundo distinto, públicamente y de hinojos, abjuran de sus anteriores convicciones para proclamar la superioridad de la globalización frente al socialismo de Estado–, nos encontramos ante la constitución de una narrativa perfecta del destino natural e irreversible del mundo: el triunfo planetario de la libre empresa.
El enunciado del fin de la historia hegeliano con el que Francis Fukuyama caracterizó el espíritu del mundo, tenía todos los ingredientes de una ideología de época, de una profecía bíblica: su formulación como proyecto universal, su enfrentamiento contra otro proyecto universal demonizado (el comunismo), la victoria heroica (fin de la guerra fría) y la reconversión de los infieles.
La historia había llegado a su meta: la globalización neoliberal.
Y, a partir de ese momento, sin adversarios antagónicos a enfrentar, la cuestión ya no era luchar por un mundo nuevo, sino simplemente ajustar, administrar y perfeccionar el mundo actual, pues no había alternativa frente a él.
Por ello, ninguna lucha valía la pena estratégicamente, pues todo lo que se intentara hacer por cambiar de mundo terminaría finalmente rendido ante el destino inamovible de la humanidad, que era la globalización.
Surgió entonces un conformismo pasivo que se apoderó de todas las sociedades, no sólo de las élites políticas y empresariales, sino también de amplios sectores sociales que se adhirieron moralmente a la narrativa dominante.

La historia sin fin ni destino

Hoy, cuando aún retumban los últimos petardos de la larga fiesta del fin de la historia, resulta que quien salió vencedor, la globalización neoliberal, ha fallecido dejando al mundo sin final ni horizonte victorioso; es decir, sin horizonte alguno.
Donald Trump no es el verdugo de la ideología triunfalista de la libre empresa, sino el forense al que le toca oficializar un deceso clandestino.
Los primeros traspiés de la ideología de la globalización se hacen sentir a inicios de siglo XXI en América Latina, cuando obreros, plebeyos urbanos y rebeldes indígenas desoyen el mandato del fin de la lucha de clases y se coligan para tomar el poder del Estado.
Combinan- do mayorías parlamentarias con acción de masas, los gobiernos progresistas y revolucionarios implementan una variedad de opciones posneoliberales, mostrando que el libre mercado es una perversión económica susceptible de ser remplazada por modos de gestión económica mucho más eficientes para reducir la pobreza, generar igualdad e impulsar crecimiento económico.
Con ello, el fin de la historia comienza a mostrarse como una singular estafa planetaria y de nuevo la rueda de la historia –con sus inagotables contradicciones y opciones abiertas– se pone en marcha.
Posteriormente, en 2009, en Estados Unidos, el hasta entonces vilipendiado Estado, que había sido objeto de escarnio por ser considerado una traba a la libre empresa, es jalado de la manga por Barack Obama para estatizar parcialmente la banca y sacar de la quiebra a los banqueros privados.
El eficienticismo empresarial, columna vertebral del desmantelamiento estatal neoliberal, queda así reducido a polvo frente a su incompetencia para administrar los ahorros de los ciudadanos.
Luego viene la ralentización de la economía mundial, pero en particular del comercio de exportaciones.
Durante los 20 años recientes, éste crece al doble del producto interno bruto (PIB) anual mundial, pero a partir de 2012 apenas alcanza a igualar el crecimiento de este último, y ya en 2015 es incluso menor, con lo que la liberalización de los mercados ya no se constituye más en el motor de la economía planetaria ni en la prueba de la irresistibilidad de la utopía neoliberal.
Por último, los votantes ingleses y estadunideneses inclinan la balanza electoral en favor de un repliegue a estados proteccionistas –si es posible amurallados–, además de visibilizar un malestar ya planetario contra la devastación de las economías obreras y de clase media, ocasionado por el libre mercado planetario.
Hoy, la globalización ya no representa más el paraíso deseado en el cual se depositan las esperanzas populares ni la realización del bienestar familiar anhelado.
Los mismos países y bases sociales que la enarbolaron décadas atrás, se han convertido en sus mayores detractores.
Nos encontramos ante la muerte de una de las mayores estafas ideológicas de los siglos recientes.
Sin embargo, ninguna frustración social queda impune.
Existe un costo moral que, en este momento, no alumbra alternativas inmediatas sino que –es el camino tortuoso de las cosas– las cierra, al menos temporalmente.
Y es que a la muerte de la globalización como ilusión colectiva no se le contrapone la emergencia de una opción capaz de cautivar y encauzar la voluntad deseante y la esperanza movilizadora de los pueblos golpeados.
La globalización, como ideología política, triunfó sobre la derrota de la alternativa del socialismo de Estado; esto es, de la estatización de los medios de producción, el partido único y la economía planificada desde arriba.
La caída del muro de Berlín, en 1989, escenifica esta capitulación.
Entonces, en el imaginario planetario quedó una sola ruta, un solo destino mundial.
Lo que ahora está pasando es que ese único destino triunfante también fallece.
Es decir, la humanidad se queda sin destino, sin rumbo, sin certidumbre.
Pero no es el fin de la historia –como pregonaban los neoliberales–, sino el fin del fin de la historia.
Es la nada de la historia.
Lo que hoy queda en los países capitalistas es una inercia sin convicción que no seduce, un manojo decrépito de ilusiones marchitas y, en la pluma de los escribanos fosilizados, la añoranza de una globalización fallida que no alumbra más los destinos.
Entonces, con el socialismo de Estado derrotado y el neoliberalismo fallecido por suicidio, el mundo se queda sin horizonte, sin futuro, sin esperanza movilizadora.
Es un tiempo de incertidumbre absoluta en el que, como bien intuía William Shakespeare, todo lo sólido se desvanece en el aire.
Pero también por ello es un tiempo más fértil, porque no se tienen certezas heredadas a las cuales asirse para ordenar el mundo.
Esas certezas hay que construirlas con las partículas caóticas de esta nube cósmica que deja tras suyo la muerte de las narrativas pasadas.
¿Cuál será el nuevo futuro movilizador de las pasiones sociales? Imposible saberlo.
Todos los futuros son posibles a partir de la nada heredada. Lo común, lo comunitario, lo comunista es una de esas posibilidades que está anidada en la acción concreta de los seres humanos y en su imprescindible relación metabólica con la naturaleza.
En cualquier caso, no existe sociedad humana capaz de desprenderse de la esperanza.
No existe ser humano que pueda prescindir de un horizonte, y hoy estamos compelidos a construir uno.
Eso es lo común de los humanos y ese común es el que puede llevarnos a diseñar un nuevo destino distinto de este emergente capitalismo errático que acaba de perder la fe en sí mismo.


*Alvaro García Linera es el actual vicepresidente de Bolivia.

FUENTE: PAGINA/12

viernes, 10 de febrero de 2017

El Origen del Neoliberalismo

A 60 años de la "invención" del Neoliberalismo





Por Marco Antonio Moreno


En abril de 1947 a las faldas del Mont Pèlerin, en los Alpes Suizos, Friedrich von Hayek y Milton Friedman reunieron a un nutrido grupo de intelectuales de derecha para expresar su repudio al New Deal y el keynesianismo que en ese momento dominaba el mundo económico.


El objetivo de Hayek, Friedman y la treintena de empresarios y políticos convocados, entre los que se contaba Karl Popper -quien acababa de publicar La Sociedad Abierta y sus Enemigos-, era sentar las bases ideológicas para una reducción del aparato estatal que con la revolución del economista británico John Maynard Keynes había cobrado un nuevo ímpetu en el liderazgo del desempeño económico.

A Hayek le molestaba la presencia del keynesianismo por su posibilidad de llegar a establecer y legitimizar al socialismo, lo que constituiría un verdadero camino de servidumbre para el mundo civilizado. Su crítica a la planificación del Estado era frontal: “no puede constituir una solución económica adecuada debido a la complejidad de los cálculos económicos”. Para Hayek la planificación del estado “solo puede conducir al caos o al estancamiento”. Esta vehemente reacción teórica y política contra el intervencionismo de Estado y contra el Estado de Bienestar Social, se conoce como el origen del Neoliberalismo, movimiento ideológico que crea y desarrolla –a través de los think tanks- modelos de ataque a toda limitación impuesta por el Estado a los mecanismos del mercado.

La "biblia" de Thatcher, Reagan y Pinochet




Son los años postreros de la Segunda Guerra Mundial y Winston Churchill levanta “la cortina de hierro” para dividir en dos a Europa. Hayek intuye que el decisorio protagonismo del Estado, validado por las ideas de Keynes, puede llevar a los países al mismo desastre que el nazismo germano. De ahí el libro que sirve de carta fundacional del Neoliberalismo: Camino de servidumbre (The road to Serfdom, 1944), que años más tarde, Margaret Thatcher (1979) tomaría como su “biblia” económica.

Richard Cockett, en su libro Pensando lo imposible, documenta en detalle cómo y por quienes fue ideada la contrarrevolución económica para contrarrestrar el impacto de las ideas keynesianas. La secta se creó en 1941 con el objetivo de derribar los argumentos de Keynes. Industriales, banqueros y la Fundación Rockefeller financiaron la operación cuyo fin era convertir a una importante generación de intelectuales al credo del liberalismo pregonado por Adam Smith. Cockett escribe con entusiasmo: “Hayek y la Sociedad del Monte Peregrino fueron al siglo XX lo que Karl Marx y la Primera Internacional fueron al siglo XIX".

Mark Hartwell, economista y miembro de la sociedad señaló que ésta “produjo en todo el mundo instituciones que propagaron el liberalismo económico contribuyendo al cambio de políticas en los gobiernos mediante el papel de sus miembros como asesores directos o creadores de políticas internas”.

Este grupo de fundamentalistas ideológicos se consagró a las divulgación de las tesis neoliberales para combatir el keynesianismo y toda forma de Estado Social y a preparar las bases teóricas de un capitalismo duro y un libre mercado exento de toda regla ética y social.

Con estos hechos reales, las advertencias de los neoliberales sobre los peligros que representa cualquier control del Estado sobre los mercados se vio muy poco creíble. Sin embargo los debates para encontrar mecanismos de regulación social tienen gran repercusión. Hayek y Friedman argumentan que este Estado “igualitario” es destructor de la libertad de los ciudadanos y de la vitalidad de la competencia, dos factores de los cuales depende la prosperidad general.
Cabe destacar que Hayek y Friedman ven en la desigualdad un valor positivo, del cual requiere la sociedad para avanzar y crecer. Esto no es otra cosa que la tesis del salvajismo y la selección natural de Spencer, en la cual sólo las especies más idóneas logran adaptarse y sobrevivir a los cambios.

Nixon y el colapso financiero de Vietnam



Tenía que pasar un cuarto de siglo para que las tesis de Hayek y Friedman pudieran saltar a la palestra. Y la relación causal fue el genocidio bélico de Vietnam. Tan grande fue el déficit fiscal del gobierno de Nixon por el costo de la guerra, y tanta la liquidez internacional de los países europeos en dólares, que cuando los banqueros centrales de Europa fueron a cambiar los billetes verdes a la Reserva Federal de los EE.UU. por el oro correspondiente (según el acuerdo de Bretton Woods, firmado al terminar la S.G.M.) se encontraron con la sorpresa de que la FED no tenía oro alguno que entregar.

Richard Nixon decretó la inconvertibilidad del dólar en oro el 15 de agosto de 1971, en un acto que tuvo consecuencias desastrosas para toda la humanidad. Y la crisis que devino a raíz de la decisión unilateral del gobierno estadounidense desestabilizó los mercados de todo el mundo. Y Chile no fue la excepción. El gobierno de Allende llevaba ocho meses…

Esta situación generó una crisis generalizada y en 1974 provocó una recesión mundial que reventó con la crisis del petróleo. La inflación y el desempleo se dispararon, situación que permitió meter la cuña de Hayek y Friedman al sistema: “los Estados están haciendo mal las cosas, hay que poner Orden”.
Milton Friedman vino en persona a Chile, en Abril de 1975, a iluminar el camino que debería tomar Pinochet para evitar la debacle. Y su tesis fue bien clara: “hay sólo una, y sólo una manera de detener la inflación: reducir la oferta monetaria, reducir el gasto, hacer una política de shock”

El Programa del Neoliberalismo



La espera de casi treinta años a la sociedad de Monte Peregrino de Hayek y Friedman valió la pena. En 1979 Margaret Thatcher, en Inglaterra, se compromete públicamente a poner en práctica el programa neoliberal. En 1980 le sigue Ronald Reagan, en Estados Unidos, y en 1982 el democratacristiano Helmuth Kohl en Alemania Federal. Japón, Argentina, México y otros países, adoptaron el modelo a mediados de los 80.

¿Cuáles fueron las realizaciones de los gobiernos neoliberales? Los diferentes modelos siguieron el pie de la letra las recetas para restringir la oferta monetaria, elevar las tasas de interés, reducir drásticamente los impuestos a los ingresos más altos, abolir los controles a los flujos financieros (entrada y salida de divisas), elevar fuertemente la tasa de desempleo (para así aplastar las huelgas y quitar poder a los sindicatos), imponer fuertes recortes a los gastos fiscales y, sobretodo, dieron inicio a un amplio programa de privatizaciones que se constituyó en el proyecto más sistemático y ambicioso de todos los experimentos económicos.

Los resultados de la aplicación irrestricta de estas medidas de la hegemonía neoliberal como ideología están llevando al mundo a una polarización en términos de exclusión social. La elevación de la tasa de desempleo, conocida como un mecanismo natural y necesario para el funcionamiento eficaz del modelo, constituye su victoria más contundente.

La demostración empírica de la trampa que ha impuesto el neoliberalismo está en la creciente y sistemática ampliación de la brecha entre ricos y pobres. La última encuesta para Chile arrojó que el decil más rico se lleva el 65% del producto, mientras el decil más pobre apenas el 2%.
La ideología de mercado puede arrojarse otro éxito: la globalización de la pobreza. Una quinta parte de la población mundial (1.200 millones de personas) sobreviven con un dólar diario y 2.800 millones de personas con poco más de dos dólares al día. Cada día mueren 30 mil niños de hambre y 800 millones de personas padecen subalimentación crónica. Durante los últimos 30 años la diferencia entre los 20 países más ricos y los 20 países más pobres se ha triplicado.
Los mandamientos del egoísmo individualista pregonado por Hayek en las faldas del Monte Peregrino, han rendido sus frutos para algunos, a costa de hambre, muerte y destrucción humana.


jueves, 26 de enero de 2017

Descomposición del neoliberalismo

Por Claudio Zulian*






“La sociedad no existe” dijo Margaret Thatcher a modo de resumen de un credo neoliberal que empezaba a manifestarse con poder y sin embozo. No era sólo un análisis, era también un proyecto: había que barrer todo aquello que pudiera sustentar una “sociedad” – del latín “socius”: compañero, aliado -, en aras de un individualismo radical que supuestamente habría liberado toda las energías y las capacidades de la gente. Como tal proyecto no era nuevo: se trataba más bien de la adaptación de las ideas liberales clásicas, al contexto social, político y tecnológico actual. Cuarenta años después, las políticas neoliberales han efectivamente cuarteado la “sociedad”, arruinando bienes comunes – cuya capacidad de aglutinación social no es fruto sólo de las necesidades que cubren, sino también del sentimiento de pertenencia a lo común que generan (por la contribución de todos a su creación y a su sustento). Han mermado así la sanidad, el paro y las ayudas a los más pobres, entre otros. En cuanto a la enseñanza pública, la razón de su intento de desmantelamiento ha sido doble: por ser un bien común y por ser el lugar donde se transmiten aquellas enseñanzas humanísticas que han constituido, hasta ahora, la base de la cultura ciudadana: reflexión y sentido crítico.


El neoliberalismo no habría podido aplicar sus políticas con tanto éxito, si estas no correspondieran de manera precisa a una forma de vida que ya había ido transformando la sociedad: el consumismo. El individuo consumista y el neoliberal son el mismo individuo: edonista y calculador, sabe, en teoría, escoger racionalmente lo que en cada momento le conviene. Sólo él existe de verdad, no la sociedad – que no es más que la suma de todas las decisiones individuales. Con sus cálculos, este individuo haría el bien para sí mismo y, por eso mismo, para todos. Desde un punto de vista filosófico y científico, se trata, obviamente, de una abstracción y, en cuanto a la política, de una utopía. Incluso Hayek – una de las referencias más importantes del neoliberalismo -, consciente de que un conjunto de individuos estrictamente egoístas y calculadores no sólo no existe en la realidad, sino que además, no podrían hallar una forma de gobierno – de hecho, el liberalismo clásico tiene versiones anarquistas – propuso algunos guardarrailes para su propia teoría: “prefiero un dictador liberal a un gobierno democrático que no sea liberal”. Por si cabían dudas, lo dijo, además, refiriéndose a Pinochet. De hecho, el neoliberalismo ha mostrado siempre estas dos caras: por una parte, el fomento de la libertad del mercado, entendida como máxima expresión de la libertad humana y del progreso; por otra, el despliegue de políticas autoritarias, incluso limitadoras de la libertad de expresión, para imponer tal libertad de mercado. Por esta razón, los gobiernos neoliberales han sido siempre conservadores en lo social y en lo político. La contradicción de un discurso económicamente liberal y socialmente autoritario es, en parte, fruto de la raíz decimonónica del pensamiento (neo)liberal: como otras utopías del siglo XIX y XX, al identificar una idea política con la verdad – del espíritu o de la historia -, ha tendido a imponer su orden de manera coercitiva – para proteger al pueblo de sus propios “errores”. En este sentido, el neoliberalismo ha sido la última de las utopías de la modernidad de la que nos hemos tenido que hacer cargo. Mal que les pese a Hayek y sus sucesores, su modo de pensar revela su pertenencia a la misma cultura del comunismo y del socialismo “real” al que con tanto ahínco se opusieron. Y hasta podría parecer una síntesis legítima que China, con su gobierno autoritario, antes comunista, y su política de desarrollo capitalista a ultranza, pueda ser ahora el país más próximo a la utopía neoliberal.


Nuestro problema, sin embargo, no es la imposición de un orden neoliberal, sino los efectos de su descomposición. Las quiebras de 2008 rasgaron el velo que cubría las disfuncionalidades y las contradicciones de unos discursos y unas políticas que, como toda utopía, habían prometido una libertad y un bienestar que, cuatro decenios después, sólo pertenecía a unos pocos mientras el desorden y el malestar se extendían para el resto. La crisis de 2008 mostró además de manera meridiana que se trataba de un discurso instrumental de grupos que luchaban por la hegemonía económica y social: las élites de la banca y la industria abandonaron súbitamente todos los discursos neoliberales y pidieron a gritos la intervención estatal – el pecado más grave según la vulgata neoliberal – para socializar las pérdidas de las empresas y bancos afectados. La supuesta libertad de mercado reveló su carácter de coartada para el expolio y la rapiña cometidos al amparo de la “globalización”. El discurso neoliberal se empezó a cuartear, para ser finalmente abandonado y criticado por los mismos grupos que lo habían defendido – y que ahora consideraban que ya no servía sus intereses. El giro de los conservadores británicos – ¡el partido de Margaret Thatcher! -, ha sido espectacular en este sentido: del neoliberalismo globalizador al proteccionismo nacionalista. Un giro que ha encontrado en el autoritarismo conservador consustancial al neoliberalismo el puente por el que han transitado sin demasiado esfuerzo las élites neoliberales. La práctica de políticas autoritarias ha dejado, además, un conocimiento de cómo forzar y debilitar las instituciones democráticas. Ahora, cínicamente, la debilidad de esas instituciones es esgrimida para justificar otro autoritarismo que, supuestamente, quiere remediar los desastres del neoliberalismo.


Aunque ahora se abandonen, las políticas neoliberales han afectado profundamente todas las sociedades del planeta, desarticulando modos de vidas y prácticas sociales, de modo que su desaparición no supone volver a un estado anterior – por ejemplo a una sociedad genéricamente socialdemocrática -, sino encontrarnos con una sociedad herida y desorientada. Lo que el derrumbe del neoliberalismo trae a la luz, no es una sociedad pretérita, con todos sus elementos orgánicamente funcionantes – si es que eso existió alguna vez – sino restos dislocados de formas sociales “anteriores”. Pongo anteriores entre comillas, porque siguiendo el símil arqueológico, no hay realmente tal anterioridad: los restos son siempre contemporáneos, conviven con las construcciones actuales como una construcción más. Están sin embargo des-funcionalizados y su descubrimiento los re-funcionaliza. El racismo que infecta a muchos europeos es un buen ejemplo. Amin Ash, en su lúcido análisis de nuestra sociedad en “Europe, land of strangers” dedica todo un capítulo a la “resistencia de la ideas de raza”, llegando a la pesimística conclusión que habrá que contar con ellas e intentar tratarlas, más que pensar que se puedan erradicar. El neoliberalismo ha roto el equilibrio socialdemocrático que fue dominante en la Europa de la postguerra, atrayendo hacia sí las élites socialdemocráticas y erosionando su legado. Sin embargo, no ha sido capaz de fundar una nueva sociedad “neoliberal”: demasiados excluidos, demasiada angustia en los no excluidos – siempre al borde la exclusión, o siempre confrontados al cálculo de su propio placer y de su goce-, demasiado desorden en el mundo debido a la propia cultura neoliberal de las élites, ellas también presa de cálculos cortamente egoísticos: el cálculo y el interés personal no producen ningún “estadista”, ni siquiera un simple “hombre público”.

Vivimos pues, en el paisaje después de la batalla de la última utopía de la modernidad – y del último proyecto de dominio: el neoliberalismo. Algunos “generales” neoliberales todavía intentan dictar órdenes: mantener a toda costa la austeridad, subir los impuestos indirectos, atacar a los movimientos sociales. Pero sus propias tropas empiezan a desobedecer, desanimadas. Y los generales más avispados ya cambian completamente de estrategia – Trump, por ejemplo -, pensando ya en el después y, a la vez, anticipándolo.


Para quien vive un momento de descomposición de un proyecto de poder como el actual, la historia es un libro abierto – como dijo Hannah Arendt a propósito de los refugiados. La abrupta discontinuidad del discurso de las élites y el rápido aflorar de los síntomas de malestar en la sociedad, nos permiten tener una consciencia clara de las razones de estos cambios – de las fuerzas en campo, de sus puntos de tensión, de sus tendencias. Este conocimiento puede ayudarnos a imaginar nuevas formas políticas. Intentar substituir una utopía que se resquebraja con otra – aunque tenga las mejores intenciones -, sería simplemente empezar un nuevo ciclo de imposición, opresión, dislocación. Quizá ha llegado el momento de que miremos de cara el campo de restos que tenemos ante nosotros y tengamos en cuenta, de una vez, la historia. No como un lastre, sino como el territorio preciso en el que tenemos que operar. Cada crisis, como la que vivimos, nos muestra que las ruinas de las crisis anteriores están allí, siempre disponibles a resignificaciones y actualizaciones. Una de nuestras tareas es, sin duda, que la resignificación sea benigna y fértil – incluso en lo que atañe a los restos del neoliberalismo. Pero, para ello es fundamental que interpretemos correctamente estas ruinas: en su composición podemos detectar las ideas e intereses que constituyeron, durante un tiempo, los discursos dominantes; en sus bordes y sus grietas, podemos hallar restos de aquello que acabó con ellos y su intento de imponer un orden total a la sociedad; y también de aquello que ningún proyecto de dominio ha conseguido domar: el núcleo indecible que nos habita – llámese pulsión, deseo, goce o pasión. Una nueva política debería tener en cuenta, de una vez, la historia de eso y de su inacabable vitalidad.


* Cineasta

FUENTE: PUBLICO

sábado, 14 de septiembre de 2013

La conspiración financiera internacional

  




Por Vicenc Navarro



Se están publicando más y más informes, libros y artículos (ver Ellen Brown “Making the World Safe for Banksters”. CounterPunch, 05.09.13) que están documentando cómo se inició el proceso de desregulación de la banca, que desembocó en la enorme crisis financiera a los dos lados del Atlántico Norte. Cuanto más se publica, más se sabe de lo que en realidad puede definirse, sin reservas, como una conspiración en la que participaron activamente dirigentes de la banca estadounidense (tales como Goldman Sachs, Merrill Lynch, Bank of America, Citibank y Chase Manhattan Bank) y personajes responsables de las agencias reguladoras de la banca del gobierno federal de Estados Unidos, tales como Larry Summers y Timothy Geithner. El primero era (cuando la conspiración se inició) el segundo de a bordo del Ministerio de Hacienda, dirigido por el ex banquero Robert Rubin, durante la Administración Clinton, y el segundo, era el encargado de Asuntos Internacionales del mismo Ministerio.
El objetivo de ese proyecto era conseguir la desregulación del capital financiero en EEUU y también en el mundo. El primer paso fue la desregulación en EEUU a base de eliminar la Ley Glass-Steagall, la ley aprobada en 1933 por la Administración Roosevelt que claramente diferenciaba la Banca Comercial de la Banca de Inversiones, un punto clave para proteger a la mayoría de ahorradores y depositantes en la banca frente a la especulación, característica de gran número de actividades de la Banca de Inversión. La Administración Clinton, como resultado de la presión del centro financiero de EEUU, Wall Street, y con la ayuda de sus agentes en el gobierno federal, eliminó dicha Ley y, con ello, tal diferenciación. Una consecuencia fue el colapso de Lehman Brothers.
El segundo paso era la desregulación de la banca a nivel mundial. Ello requería el cambio de las reglas de la Organización Mundial del Comercio (World Trade Organization), y para ello se nombró a Geithner embajador de EUUU en dicha organización. Su objetivo (que consiguió que se aprobara) era cambiar las reglas de juego para la banca, mediante un addendum que aparentaba ser menor (conocido como addendum del Financial Services Agreement), que prohibía, en realidad, la regulación de las inversiones bancarias, incluyendo las especulativas.
Un problema que los conspiradores tenían es que el 40% de los bancos hoy en el mundo son bancos públicos (la mayoría de estos bancos existen hoy en los países BRIC -Brasil, Rusia, India y China-, que representaban el 40% de la población mundial). Y para complicarles más las cosas a los conspiradores, muchos de estos bancos estaban en países musulmanes, donde la usura es, no solo un pecado, sino también un acto criminal, lo cual dificultaba las políticas financieras de carácter especulativo. Estos factores, por cierto, han protegido a estos países frente a la especulación financiera y han sido menos afectados por la crisis financiera a nivel mundial. Países que fueron particularmente resistentes a esta desregulación fueron los llamados “enemigos de EEUU” (según el testimonio dado en el año 2007 por el general Wesley Clark, que era el jefe de las fuerzas militares de la OTAN, Democracy Now! 2007) que incluían Irak, Siria, el Líbano, Libia, Somalia, Sudán e Irán. Todos estos países eran islámicos, no pertenecían a la Organización Mundial del Comercio, y lo que era “peor” es que tampoco pertenecían al Bank for International Settlements en Suiza, la organización que supervisa los bancos a nivel mundial. Según el General Clark, estos países estaban en la lista de países que el gobierno federal de EEUU había considerado como países cuyos gobiernos deberían cambiar en los próximos cinco años. Y, según Ellen Brown, lo están intentando conseguir.

viernes, 12 de julio de 2013

Capital-Trabajo: el origen de la crisis actual






Por  Vicenç Navarro
Vnavarro.org



En la extensísima literatura escrita sobre las causas de la crisis actual, pocos autores se han centrado en el conflicto capital-trabajo (lo que solía llamarse “lucha de clases”). Una posible causa de ello es la atención que ha tenido la crisis financiera como supuesta causa única de la recesión. Eso ha desviado a los analistas del contexto económico y político que determinó y configuró la crisis financiera así como la económica, la social y la política. En realidad no se puede analizar cada una de ellas y la manera como están relacionadas sin referirse a tal conflicto capital/trabajo. Como bien dijo Marx: “La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”. Y las crisis actuales son un claro ejemplo de ello.

Durante el periodo que siguió a la Segunda Guerra Mundial, el conflicto renta del capital versus renta del trabajo se apaciguó gracias a un pacto entre los dos adversarios. Este pacto determinó que los salarios, incluyendo el salario social (con aumento de la protección social basada en el desarrollo de los servicios públicos del Estado del Bienestar) evolucionaran con el aumento de la productividad. Consecuencia de ello: las rentas del trabajo subieron considerablemente, alcanzando su máximo (a los dos lados del Atlántico Norte) en la década de 1970 (la participación de los salarios, en términos de compensación por empleado, en EEUU fue del 70% del PIB; en los países que serían más tarde la UE-15, este porcentaje era el 72,9%; en Alemania un 70,4%; en Francia un 74,3%; en Italia un 72,2%; en el Reino Unido un 74,3% y en España un 72,4%).

A finales de la década de 1970 y principios de los años 1980, este pacto social se rompió como consecuencia de la rebelión del capital ante los avances del mundo del trabajo. La respuesta del capital fue el desarrollo de una cultura económica nueva basada en el liberalismo, pero con una mayor agresividad. Es lo que llamamos el neoliberalismo, cuyo objetivo es recuperar el terreno perdido mediante el debilitamiento del mundo del trabajo. A partir de entonces, el crecimiento de la productividad no se tradujo tanto en el incremento de las rentas del trabajo, sino en el aumento de las rentas del capital. Y esta respuesta, mediante el desarrollo de las políticas neoliberales (que constituían un ataque frontal a la población trabajadora), fue muy exitosa: las rentas del trabajo descendieron en la gran mayoría de países citados anteriormente. En EEUU pasaron a representar en 2012 el 63,6% del PIB; en los países de la UE-15 el 66,5%; en Alemania el 65,2%; en Francia el 68,2%; en Italia el 64,4%; en el Reino Unido el 72,7%; y en España el 58,4%. El descenso de las rentas del trabajo durante el periodo 1981-2012 fue de un 5,5% en EEUU, un 6,9% en la UE-15, un 5,4% en Alemania, un 8,5% en Francia, un 7,1% en Italia, un 1,9% en el Reino Unido y un 14,6% en España, siendo este último país donde tal descenso fue mayor.

Tales políticas fueron iniciadas en 1979 en el Reino Unido la Primera Ministra Margaret Thatcher y en 1980en Estados Unidos por el presidente Ronald Reagan. También fueron aceptadas como “inevitables y necesarias” por el gobierno socialista de François Mitterrand en Francia en 1983, al sostener que su programa de clara orientación keynesiana (con el cual había sido elegido en 1980) no podía aplicarse debido a la europeización y globalización de la economía, postura sostenida por la corriente dominante dentro de la socialdemocracia europea conocida como Tercera Vía (en España, a partir de 1982, por los gobiernos socialistas de Felipe González).

La aplicación de estas políticas neoliberales, definidas como “socio-liberales” caracterizaron las políticas de los gobiernos socialdemócratas en la UE. Todas ellas tenían como objetivo facilitar la integración de las economías de los países de la UE en el mundo globalizado, aumentando su competitividad a base de estimular las exportaciones a costa de la reducción de la demanda doméstica, reduciendo los salarios. Una consecuencia de estas políticas fue que el aumento de la productividad no repercutió en el aumento salarial, sino en el aumento de las rentas del capital.

Para alcanzar este objetivo, el desempleo fue un componente clave para disciplinar al mundo del trabajo. En todos estos países, el desempleo aumentó enormemente. Pasó de ser un 4,8% en EEUU en 1970 a un 9,6% en 2010. En los países de la UE-15 pasó de un 2,2% a un 9,6%; en Alemania de un 0,6% a un 7,1%; en Francia de un 1,8% a un 9,8%; en Italia de un 4,9% a un 8,4%; en el Reino Unido de un 1,7% a un 7,8% y en España de un 2,4% a un 20,1%, siendo este crecimiento mayor en este último país.

Esta polarización de las rentas, con gran crecimiento de las rentas de capital a costa de las rentas del trabajo, es el origen de las crisis económicas y financieras. La disminución de las rentas del trabajo creó un gran problema de escasez de demanda privada. Pero esta pasó desapercibida como consecuencia de varios hechos. Uno de ellos fue la reunificación alemana en 1990 y el enorme gasto público que la acompañó (a fin de incorporar el Este de Alemania al Oeste y facilitar la expansión de la Alemania Occidental en la Oriental), que se financió principalmente a base de aumentar el déficit público de Alemania, pasando de estar en superávit en 1989 (0,1% del PIB) a tener déficit cada año desde entonces y alcanzando un 3,4% de déficit en 1996. Alemania siguió, pues, una política de estímulo a través del gasto público, que (como resultado de su tamaño y centralidad) benefició a toda la economía europea.

El segundo hecho fue el enorme endeudamiento de la población. Los créditos baratos concedidos por el sistema bancario retrasaron el impacto que el descenso de las rentas del trabajo tuvo en la reducción de la demanda. Este endeudamiento fue facilitado en Europa por la creación del euro, que tuvo como consecuencia la tendencia a hacer confluir los intereses de los países de la Eurozona con los de Alemania. La sustitución del marco alemán y la de todas las monedas de la Eurozona por el euro, tuvo como consecuencia la “alemanización” de los intereses monetarios. España es un claro ejemplo. El precio del crédito nunca había sido tan bajo, facilitando el enorme endeudamiento de las familias (y empresas) españolas, pasando así desapercibida la enorme pérdida de capacidad adquisitiva de la población trabajadora.

Por otra parte, la gran acumulación de capital (resultado de que la mayor parte del aumento de riqueza de los países, causado por el aumento de la productividad, sirviera predominantemente a aumentar las rentas del capital en lugar de las rentas del trabajo) explica el aumento de las actividades especulativas, incluyendo la aparición de las burbujas, de las cuales las inmobiliarias fueron las más comunes, aunque no las únicas. La rentabilidad era mucho más elevada en el sector especulativo que en el productivo, el cual estaba algo estancado, como resultado de la disminución de la demanda. El crecimiento del capital financiero fue la característica de este periodo a los dos lados del Atlántico Norte, crecimiento resultante del endeudamiento y de las actividades especulativas. Este crecimiento se basaba, en parte, en la necesidad de endeudarse, debido al continuo descenso del crecimiento anual de los salarios en todos estos países, una situación especialmente acentuada en los países de la UE-15 (los más ricos). Así, tal crecimiento anual medio en los países de la Eurozona descendió de un 3,5% en el periodo 1991-2000 a un 2,4% en el periodo 2001-2010; en Alemania de un 3,2% a un 1,1% y en España de un 4,9% a un 3,6%.

Los establishments financieros y políticos de la Unión Europea creyeron que la crisis financiera estaba creada y originada por el colapso del banco estadounidense Lehman Brothers y se limitaría al sector bancario de EEUU. Thomas Palley, una de las mentes económicas más claras de EEUU y más desconocidas en Europa, cita al que era Ministro de Finanzas alemán, el socialista Peer Steinbrück (candidato del SPD a la cancillería en las elecciones del próximo 22 de septiembre) que profetizó que aquello –resultado de las debilidades del sistema financiero estadounidense- significaría el fin del estatus de EEUU como gran poder financiero. Este colapso del dólar, según él, beneficiaría al euro.

La gran ironía de estas predicciones es que quien al final salvó a la banca alemana fue el Federal Reserve Board (FRB), el Banco Central de EEUU. El modelo alemán basado en la exportación hizo a la banca alemana enormemente vulnerable a ser contaminada. Los bancos alemanes estaban masivamente intoxicados con los productos especulativos (subprimes) de la banca estadounidense. Grandes bancos (como el Sachsen LB, el IKB Deutsche Industriebank, el Deutsche Bank, el Commerzbank, el Dresdner Bank o el Hypo Real Estate) así como las Cajas (como BayernLB, WestLB y DZ Bank) entraron en el periodo 2007-2009 en una enorme crisis de solvencia, teniendo que ser todos rescatados, muchos de ellos, por cierto, con la ayuda del Reserva Federal de EEUU.

La orientación económica, basada en la exportación (algo típico del modelo liberal), había contagiado profundamente al capital financiero alemán, como resultado de sus inversiones financieras tanto en la banca estadounidense (llena de productos tóxicos) como en los países periféricos llamados PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y España) y más tarde GIPSI (con la incorporación de Italia), llenas de actividades especulativas de tipo inmobiliario. En realidad la crisis financiera alemana y europea era incluso peor que la estadounidense y, cuando la enorme burbuja especulativa explotó (al paralizarse la banca alemana), apareció con toda crudeza el enorme problema del endeudamiento causado por la reducción de la demanda, ella misma provocada por la bajada de la renta del trabajo.

Una de las causas de ello es la arquitectura del sistema de gobierno del euro, resultado del dominio del capital financiero en su gobernanza. Tal sistema de gobierno es producto de un diseño neoliberal que se basa, en parte, en la diferencia de comportamientos entre el Banco Central Europeo (BCE) y la Reserva Federal y, en parte, en el distinto tipo de modelo exportador de EEUU y la Eurozona (multipolar en EEUU y centrado en la propia Eurozona en el caso europeo).

El BCE no es un banco central. La Reserva Federal sí lo es. El BCE no presta dinero a los Estados y no los protege frente a la especulación de los mercados financieros. De ahí que los Estados periféricos estén tan desprotegidos, pagando unos intereses claramente abusivos que han dado pie a la enorme burbuja de la deuda pública de estos países. Esto no ocurre en EEUU. La Reserva Federal protege al Estado norteamericano. California tiene una deuda pública tan preocupante como lo es la griega, pero esto no es una situación asfixiante para su economía. Sí lo es en Grecia.

A la luz de estos datos es absurdo que se acuse a los países periféricos de haber causado la crisis debido a su falta de disciplina fiscal. España e Irlanda estaban en superávit en sus cuentas del Estado durante todo el periodo 2005-2007. Eran los discípulos predilectos de la escuela neoliberal, dirigida por la Comisión Europea, siendo el Ministro Pedro Solbes, que había sido Comisario de Asuntos Económicos de la UE, el arquitecto de tal ortodoxia. En realidad, Alemania, durante el periodo 2002-2007, tuvo déficits públicos mayores que la supuestamente indisciplinada España.

No fue su inexistente falta de disciplina, sino la falta de un Banco Central que apoyara su deuda pública lo que causó el crecimiento de los intereses de la deuda pública, provista por los bancos alemanes entre otros, que se beneficiaron de la elevada prima de riesgo. El fin primordial de las medidas de recortes del gasto público, incluyendo el gasto público social, es pagar los intereses a la banca alemana, entre otros. El enorme sacrificio de los países GIPSI no tiene nada que ver con la explicación que se da en los medios y otros fórums de difusión del pensamiento neoliberal que atribuyen los recortes a la necesidad de corregir sus excesos, sino a pagar a una banca que controla el BCE que, en lugar de proteger a los Estados, los debilita para que tengan que pagar mayores cantidades a la banca. La evidencia de ello es abrumadora. El famoso rescate a la banca española es, en realidad, el rescate a la banca europea, incluyendo la alemana, la cual tiene invertidos más de 200.000 millones de euros en activos financieros españoles.

Una variación de esta explicación es el argumento de que el problema de la Eurozona es el grado del diferencial de competitividad, con alta competitividad en el centro –Alemania y Países Bajos- y reducida competitividad en el sur –GIPSI-. Este diferencial explica que los primeros tengan balanzas de comercio exterior positivas (exportan más que importan), mientras que los segundos las tengan negativas (es decir, importan más de lo que exportan). De ahí que la solución pase por un mayor crecimiento de la competitividad de los segundos. Y la mejor manera es bajar los salarios (lo que se llama devaluación doméstica).

Pero tal explicación tiene serios problemas. En primer lugar, ni Irlanda ni Italia tenían balanzas comerciales negativas cuando la crisis se inició. Es más, el crecimiento del componente negativo de la balanza de pagos en los países GIPSI se debió predominantemente al aumento de las importaciones, resultado del endeudamiento, no del descenso de la productividad o competitividad. Y ahora la mejora de su balanza comercial se debe a su escasa demanda. En ambos casos, poco que ver con cambios en la competitividad. En realidad, la productividad laboral estandarizada por actividad económica no es sustancialmente diferente en España que en Alemania. El problema, pues, no puede explicarse por un diferencial de competitividad, sino por un diferencial de demanda, acentuado a nivel europeo por un problema estructural, resultado del descenso de las rentas del trabajo. El motor de la economía de la eurozona se basa en el modelo exportador alemán, cuyo éxito se basa en la moderación salarial alemana (con salarios muy por debajo del nivel que les corresponde por el nivel de productividad), en la imposibilidad de los países periféricos de poder reducir el precio de su moneda (beneficiando a Alemania con ello), en la enorme concentración de euros, la movilidad de capitales de la periferia al centro y el dominio de las estructuras financieras, a través de la enorme influencia sobre el BCE que no actúa como un Banco Central. Ver la balanza de pagos como resultado de una diferencia de productividad es profundamente erróneo.

En realidad, Alemania debería actuar como motor estimulante de la economía, no mediante el aumento de sus exportaciones (basadas en bajos salarios), sino en un crecimiento de su demanda doméstica, incrementando sus salarios y su escasa protección social. El trabajador alemán tiene más en común con los trabajadores de los países GIPSI que con su establishment financiero y exportador. Y en los países periféricos deberían seguirse también políticas de estímulo, revirtiendo las políticas de austeridad que están contribuyendo a la recesión, además del malestar de las clases populares; políticas a las que se opondrán los agentes del capital, pues éstos verán reducidos sus ingresos. Así de claro. Marx, después de todo, llevaba razón.

jueves, 23 de mayo de 2013

Marx contra el IV Reich neoliberal

 







La estricta política de austeridad de la señora de Ulrich Merkel es una forma de protección a su industria y banca, y recuerda, quizá demasiado, la patriótica reacción ante la crisis de Weimar.



“Marx es el máximo investigador de temas económicos y socialistas de nuestro tiempo. A lo largo de mi vida he entrado en contacto con numerosos estudiosos, pero no conozco a ninguno que sea tan erudito y profundo como él”
M. A. Bakunin, 23 de enero de 1872


Hemos leído tanto a Marx que ya no sabemos interpretar sus textos. Hemos citado tanto a Marx, en cualquier situación, con cualquier excusa, que hemos olvidado de dónde provienen las citas y su utilidad práctica. Cubiertos de polvo, en los estantes superiores, olvidados, los libros de Marx, origen judío, bautizado luterano, ateo, nos recuerdan con sus arrugas y subrayados otras épocas, quizá más felices, otras vidas. Como un lejano pariente, aquel que recorrió ciudades de Europa de exilio en exilio, penuria económica, hasta morir, apátrida, en el Londres victoriano, hacedor de lo social, maestro de la sospecha, el analista que entendió lo real como el conjunto de circunstancias socio-materiales y relaciones sociales, nos mira, desde un pequeño retrato, y se interroga incrédulo, sobre nuestra actitud ante la primacía política, casi una dictadura contable, del hegemónico Reich neoliberal.
Marx no recuerda todo: tiene una confusa memoria del futuro. Murió en 1883, un 14 de marzo. A su entierro, en el cementerio de Highgate, asistió una docena, escasa, de personas. Alemania de Merkel: cuarto episodio de la saga. Y escrito en romanos da, si cabe, más miedo: IV Reich, el del ajuste, la explotación y el recorte. “Había algo más que yo echaba en falta en las usuales valoraciones de Marx. Siempre se ponía mucho énfasis en el Marx pensador, el teórico. Yo sabia que Marx fue un revolucionario extraordinariamente activo, primero como periodista rebelde en Alemania, después dentro de las asociaciones de trabajadores en París y en la Liga comunista de Bruselas.”, escribe Howard Zinn en el prólogo de Marx en el Soho (Hiru, 2002).
“Le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre”, dijo Engels en su entierro. Tenía 64 años. Había nacido en Tréveris (5 de mayo de 1818) y entendido, clarividencia científica, antes, incluso, de la “ruptura epistemológica” de la que habló, Bachelard al fondo, el bueno de -anda en el limbo- Louis Althusser, que la expansión de la burguesía -la casta neoliberal- iba a ser necesariamente global.
En el Manifiesto del Partido Comunista (primera edición, Londres, febrero de 1848), dos jóvenes, Engels anotó después que la mayoría de las ideas eran de Marx, intuyeron la inevitable globalización: “la necesidad de una venta cada vez más expandida de sus productos lanza a la burguesía a través de todo el orbe. Ésta debe establecerse, instalarse y entablar vinculaciones por doquier. En virtud de su explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado una conformación cosmopolita a la producción y al consumo.” El polvo acumulado, a medida que pasan las hojas, se eleva formando una cortina, una red, en el estadio actual de marasmo, de respuestas imprescindibles.
Leer a Marx no es leer a Aristóteles. Marx es acción, movimiento transformador, crítica del Estado y de sus aparatos de coerción, la teoría del valor y la plusvalía; Marx formulará también -Lenin será más concreto- el instante revolucionario, el tempo revolucionario, partiendo de que el carácter de la sociedad está determinado por su modo de producción. La socialdemocracia de tul e ilusión enterró a Marx: cátedras y seminarios analizaron, hasta el morfema, sus peligrosos trabajos.
Marx, venerable patriarca, escribió -no sin ironía- Anselmo Lorenzo. Canónico, fosilizado, su obra es una estampita multicolor en el santuario de la Academia: un cadáver exquisito. Pero el Manifiesto salta a los ojos, atraviesa corazón y cerebro, explica el mundo y concibe otro. A Marx, agudo periodista, le hubiera gustado verlo circular, fotocopiado o en soporte digital, por la emotiva pluralidad del 15M. He citado el MPC tomando una reliquia bibliográfica. La incompleta OME, volumen 9, Crítica, 1978, edición dirigida, también en el limbo, por Manuel Sacristán. Marx conoce el arranque del imperialismo e intuye la mundialización del capital. De la crisis/estafa financiera, y de la repartición desigual de sus costes, humillación al esclavizado Sur incluida, ya se encarga Alemania y sus sometidos gobiernos locales.
Es posible que Angela Dorothea Kasner, señora de Ulrich Merkel, física por Leipzig (entonces RDA), Premio Carlomagno, estudiase cuántica y partículas elementales viendo imágenes, retratos y bustos de Marx. Barba blanca, bigote levemente oscuro: le llamaban el Moro. La dama del rigor, igual que hizo la de hierro en GB, devuelve a Alemania al lugar que su Volksgeist cree que debe estar. Su estricta política de austeridad, una forma de protección a su industria y banca, recuerda, quizá demasiado, la patriótica reacción ante la crisis de Weimar.
Marx lo explica mejor: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa.” ( El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Editorial Progreso, Moscú, 1978). El IV Reich es la farsa neoliberal de un modelo en descomposición. El encendido romanticismo alemán, frente a la racional ilustración francesa, está presente en el destino y la identidad nacional del (otro) pueblo elegido. Algo de esto describe, con acierto, Modernidad y holocausto (1989; en español, Sequitur, 1997), el sociólogo Zymunt Bauman, antes de convertirse en el analista fetiche de las clases medias: Señor de lo Líquido.
“Acaso no haya otro país, salvo Turquía, tan poco conocido y erróneamente juzgado por Europa como España”, sintetizó en un artículo publicado en el New York Daily Tribune, el 21 de agosto de 1854. Una vez más, sus expresiones parecen escritas ayer, dirigidas contra el desprecio, racismo de clase, del Norte. Alejemos la idea del pensador en la torre de marfil; evitemos el anquilosamiento místico del clásico. Seamos irreverentes con Marx, atrevidos, y consideremos, igual que hacían sus contemporáneos, amigos o enemigos, Conversaciones con Marx y Engels de H.M. Enzensberger (Anagrama, 1974), los trabajos, panfletos y cuerpo doctrinal como herramientas de generación de conciencia y agitación: instrumentos.
Marx es un pensador de la acción, para la acción, un aldabonazo en la estructura social y patrimonial de la segunda mitad del siglo XIX. Su lectura, hoy, contra el furor de las formas extremas de monetarismo, contra la idea de que no existe -fin de la Historia hegeliana- alternativa al capitalismo, desvela (y ridiculiza) el mito del pensamiento dominante. Con una leve adecuación terminológica al presente, el Moro resurge como el indignado consciente, un militante de la transformación que, además de rodear el Congreso, agitar las burocracias de los partidos de izquierda y apuntarse a todas las plataformas posibles, asume la complejidad: nunca la derrota. Como dice el personaje Marx en la obra citada de Zinn: “¿No os habéis preguntado nunca por qué es necesario declararme muerto una y otra vez?”

miércoles, 15 de mayo de 2013

El neoliberalismo es una ideología, no una ciencia.





Es el sistema británico – el libre comercio – el más gigantesco sistema de esclavitud que el mundo haya visto jamás, y por tanto es la libertad lo que gradualmente desaparece de cada país sobre el cual Inglaterra pretende obtener el control
Adoptando el libre comercio, o sistema británico, nos colocamos a nosotros mismos junto a los hombres que han arruinado a Irlanda y la India, y están ahora envenenando y esclavizando al pueblo chino
Henry C. Carey, economista estadounidense partidario del proteccionista “Sistema Americano” y asesor económico del presidente Abraham Lincoln, 1793 – 1879.

Los abogados del capitalismo son muy propensos a apelar a los sagrados principios de la libertad, los cuales están personificados en una máxima: los afortunados no deben ser refrenados en el ejercicio de la tiranía sobre los desafortunados
Bertrand Russell, filosofo, matemático y escritor británico, 1872 – 1970



El pensamiento neoliberal es el presente valedor de la ideología del libre comercio. Su pensamiento es por ellos mismos calificado como único y carente de alternativas válidas. Es el que, actualmente, se enseña e impone en medios de comunicación y universidades. Supuestamente ha alcanzado la preeminencia intelectual porque siendo contrastado con todas sus alternativas se ha demostrado superior. Nada más lejos de la realidad. Si se hubiera contrastado con los datos reales, se hubiera llegado a la conclusión que ninguna nación hoy industrializada lo puso en práctica en su desarrollo económico. No se a cierta a comprender desde la buena fe a qué responde la imposición de una ideología nunca usada para el progreso económico y social.
Dado este déficit de realidad que sufre el actual pensamiento único es lógico que nos enfrentemos a tan grande precariedad intelectual entre nuestros “expertos”. Parece que el intelecto haya sido nuevamente asolado por esa especie  conservadurismo montaraz – teñidas muy habitualmente sus visiones de un dogmatismo acérrimo impenetrable al discurso lógico y a la fuerza de las pruebas. De esta forma se ha sembrado la ignorancia en los últimos decenios. Y nada mejor para extender el obscurantismo que hurtar a la sociedad y a nuestros estudiantes de las pruebas y los datos empíricos, los hechos históricos, que dejarían desnudo y desacreditarían de plano, un pensamiento – el neoliberalismo o libre mercado – que es fácilmente rebatible.
El neoliberalismo es una ideología, no una ciencia. Nuestros alumnos están siendo educados en un conocimiento parcial. Van a ser técnicos sin ningún tipo de perspectiva general ni ninguna capacidad de valorar las consecuencias de sus acciones. En la universidad se está haciendo común el rechazo al conocimiento histórico – bien se entorpece su enseñanza o se mitifica su realidad –, a la interdisciplinariedad en pos de enseñar la verdadera economía. Nada hay de verdadero en un pensamiento que falsifica la realidad histórica, política y social. Un pensamiento contenido en una burbuja al resguardo de su exposición a la realidad. Lo que se está enseñando son los intereses de una clase social, una determinada forma de ver el mundo y actuar sobre él donde el enriquecimiento individual, la codicia y el afán de conquista – competencia – tienen unas consecuencias terribles para la mayoría de la sociedad y el desarrollo económico y social de las diferentes naciones.
Realmente ¿Qué nos están hurtando? ¿Cuál es la historia del desarrollo capitalista? ¿Son los mercados libres? ¿Es la mano invisible? ¿Es un Estado alejado de la vida económica? Podemos decir sin temor a equivocarnos, con el respaldo de los hechos, que no. Verdaderamente es una historia de intervención estatal, proteccionismo, conquistas, agresiones militares, imperialismo, desposesiones, colonialismo, tratados desiguales, esclavitud, trabajo infantil, explotación sin igual de los seres humanos y el medio natural. Volviendo a citar a Bertrand Russell:[El capitalismo] es una sociedad en la cual una minoría muy pequeña de propietarios somete a la explotación al resto de la población, arremete contra la naturaleza y despilfarra los recursos naturales del planeta”.
Por tanto, si la historia y sus hechos no dicen que los países desarrollados han llegado a ser ricos gracias al libre comercio”, sino debido al proteccionismo y la intervención estatal ¿por qué somos bombardeados con una información radicalmente diferente? ¿Existe una grave deshonestidad intelectual? ¿Únicamente estamos aprendiendo un pensamiento lleno de prejuicios y dogmatismo? No se puede obviar que Reino Unido, por ejemplo, basó en gran parte su expansión industrial y comercial en la destrucción de industrias y mercados que le hacían la competencia como la manufactura de la lana irlandesa, el algodón indio, o las guerras del opio contra China. Una práctica de imponer bajo coacción, agresión o tratados desiguales una apertura comercial de nuevos mercados que todavía es usada en nuestros días.  
¿La “mano invisible”? La realidad a pesar de lo que nos cuentan los teóricos neoliberales es bien distinta. La mano era bien visible. Reino Unido se desarrolló con políticas intervencionistas y proteccionistas. Sus gobernantes – el primero, Enrique VII – se dieron cuenta que tenían que dar un enorme giro a sus políticas para dejar de ser una nación relativamente atrasada en la última década del S.XV. Más tarde – con Isabel I – logró el monopolio de los mares con el fin de conquistar nuevos mercados y colonias. Monopolio logrado con una ingente inversión estatal en construcción naval. A partir de 1721, Robert Walpole comenzó a impulsar las nuevas industrias manufactureras que darían a Inglaterra mediante su promoción y protección la hegemonía tecnológica antes de mediar el S.XIX.
A pesar de eso se considera a Inglaterra la cuna del laissez – faire y a Francia del proteccionismo, cuando el grado de proteccionismo británico había sido mucho mayor que el francés hasta 1860. Nos enfrentamos, por tanto, a un pensamiento ilusorio. Una propaganda muy poderosa y muy dañina. Reino Unido alcanzó la primacía tecnológica[detrás de unas altas y duraderas barreras arancelarias P. Bairoch], sólo entonces viró su política hacia un régimen de libre comercio que sólo 20 años después de su adopción se tambaleaba ante la competencia de otras potencias. Tuvo que ser la dura bofetada que recibió Francia de realidad, cuando el retraso tecnológico se hacía cada vez más evidente, que Napoleón III se vio obligado a girar a una política más proteccionista e intervencionista.
[Inglaterra] adoptó el Libre Comercio con una lentitud dolorosa: 84 años hubieron de transcurrir desde la publicación de La Riqueza de las Naciones hasta el presupuesto Gladstone de 1860; 31 desde Waterloo hasta la victoria ritual de 1846… En 1848, el Reino Unido tenía 1.146 artículos sujetos a derechos arancelarios; en 1860 tenía 48, siendo todos ellos, menos 12, artículos de lujo o semi–lujo. Habiendo sido [el sistema arancelario británico] el más complejo de Europa…” K. Fielden.
Todas estas medidas auspiciadas por todos los Estados fueron acompañadas de otras encaminadas a la creación y el fortalecimiento de instituciones sociales. No era el “libre emprendimiento individual lo que llevaba al desarrollo económico sino las política públicas y las instituciones sociales fuertes. Esto se refleja en el pensamiento estadounidense de la escuela americana que bebía directamente del proteccionismo británico: “Por más industriosos, ahorrativos, creativos e inteligentes que sean los individuos, no pueden compensar la falta de instituciones libres. La historia también enseña que la mayor parte de las capacidades productivas de los individuos provienen de las instituciones sociales y de las condiciones bajo las cuales se sitúan Fiedrich List. Tanto copió Estados Unidos el proteccionismo de sus hermanos británicos que el historiador Paul Bairoch los llamó: la madre patria y bastión moderno del proteccionismo”.

Para concluir ¿Qué más deberíamos saber? ¿Qué políticas aplicaron realmente las naciones actualmente hoy más ricas en sus procesos de industrialización y desarrollo económico? El especialista en desarrollo económico de la Universidad de Cambridge Ha–Joon Chang nos enumera las siguientes políticas verdaderamente realizadas por Reino Unido, Alemania, Francia, EEUU, Suecia, Bélgica, Países Bajos, Japón o Suiza para alcanzar la industrialización y la preponderancia tecnológica:

  • Protección arancelaria para ayudar a la creación de nuevas industrias mediante una política de promoción activa y coherente.
  • Concesión de monopolios, incluso, cárteles.
  • Implicación del Estado en industrias clave.
  • Subsidios y subvenciones a la industria, a la agricultura y a la exportación.        
  • Prohibición de exportación de materias primas sin manufacturar, es decir, sin tratar y aportarles un valor.
  • Controlar la calidad de los productos manufacturados para la exportación. Búsqueda continuada de una alta calidad y valor añadido en los productos.
  • Prohibición de importaciones de productos que se puedan realizar dentro del país.
  • Atracción de trabajadores extranjeros cualificados y capacitación de los trabajadores nacionales. Reino Unido, por ejemplo, en un principio importó trabajadores cualificados flamencos, holandeses y alemanes. Y, más tarde, prohibió la emigración de trabajadores nacionales cualificados.
  • Apoyo al espionaje industrial, robo de tecnología, copia de maquinaria, etc. No reconocimiento de las patentes extranjeras.
  • Favorecimiento de la importación e introducción de maquinaría y tecnología avanzada extranjera para su copia.
  • Prohibición de exportar tecnología avanzada a los competidores.
  • Inversión en educación pública  – primaria y universitaria – Construcción de escuelas y universidades. Alemania, además, reorientó su educación desde la teología a la ciencia en el S.XIX.
  • Inversión en “mejoras internas”, es decir, obras públicas e infraestructuras – carreteras, transportes, canalizaciones, teléfono, telégrafo, ferrocarril, electricidad, irrigación agrícola, etc. –  con menor o mayor colaboración privada.
  • Creación de institutos de investigación gubernamentales. Financiación de las políticas de investigación y ciencia. Concesión de becas para el estudio en el extranjero y la investigación.
  • Asunción de una política social en menor o mayor medida según cada país.
  •  Esta es la historia del libre mercado”. En ningún lugar encontramos la libertad o el desarrollo autónomo e independiente. Por todos lados, está la mano del Estado, el intervencionismo, las subvenciones, los aranceles, etc. Se nos niega conocer que los economistas clásicos eran partidarios de la intervención estatal con el fin de destruir la producción rural a pequeña escala convirtiendo a los campesinos en precarios trabajadores a sueldo de las fábricas. Asistimos bien a una tergiversación y manipulación de la historia que pone en entredicho la honradez profesional de ciertas personas, o bien, a un gravísimo desconocimiento de la realidad que pone en duda la competencia intelectual de algunos.
  •  Por último ¿El Estado reducido? ¿Los mercados naturales? ¿De verdad? No guardan eso los hechos históricos:
    No había nada natural en el laissez–faire; los libres mercados nunca pudieron haber existido simplemente permitiendo que las cosas siguieran su curso. De la misma manera que las fábricas de algodón – la principal industria de libre comercio – fueron creadas con la ayuda de aranceles proteccionistas, ayudas a la exportación y subsidios indirectos a los salarios, el propio laissez–faire fue aplicado por el Estado. En los años 30 y 40 tuvo lugar no solo una explosión de leyes que anulaban reglamentos restrictivos, sino también un enorme aumento de las funciones administrativas del Estado, que pasó a estar dotado de una burocracia central capaz de cumplir con las tareas impuestas por los partidarios del liberalismo. Para el utilitarista típico… el laissez–faire no era un método para obtener una cosa, era la cosa que quería obtenerse” Karl Polanyi.