Por Tristram Hunt*
Esta conversación "sobre Marx, las revueltas estudiantiles, la nueva izquierda y los Miliband", publicada por el dominical londinense The Observer en enero del año pasado con motivo de la publicación de How to Change the World [Cómo cambiar el mundo: Marx y el marxismo, 1840-2011, Barcelona, Crítica, 2011], reunió al gran historiador británico recientemente fallecido a los 95 años con Tristram Hunt, joven diputado laborista y profesor de Historia. Esta es la última gran entrevista con valor científico y político –no puramente periodístico— realizada a Hobsbawm, y se traduce y reproduce en SP para honrar su memoria.
Hampstead
Heath, en el frondoso norte de Londres, se enorgullece de su papel
como lugar de paseo en la historia del marxismo. Por aquí era, en
domingo, por donde paseaba Karl Marx con su familia subiendo Parliament
Hill, recitando a Shakespeare y a Schiller durante la caminata, para
pasar una tarde de comida campestre y poesía. Durante la semana se
juntaba con su amigo Friedrich Engels, que vivía en las inmediaciones,
para dar una vuelta rápida por el parque, donde los "viejos
londinenses", como se les conocía, reflexionaban sobre la Comuna de
París, la Segunda Internacional y la naturaleza del capitalismo.
Hoy,
en una calle lateral que sale del parque, la ambición marxista sigue
viva en casa de Eric Hobsbawm. Nacido en 1917 en Alejandría (Egipto)
bajo mandato británico, más de veinte años después de la muerte de Marx
y Engels, no llegó a conocer a ninguno de ellos personalmente, claro
está. Pero hablar con Eric en su espacioso salón, lleno de fotos
familiares, distinciones académicas y una vida entera de objetos
culturales, hay una sensación casi tangible de conexión con estos
hombres y su recuerdo.
La última vez que entrevisté a Eric, en 2002, había aparecido entre grandes elogios su brillante autobiografía Interesting Times [Años interesantes,
Crítica, Barcelona, 2003], crónica de su juventud en la Alemania de
Weimar, de una vida entera de amor por el jazz y de su transformación
del estudio de la historia de Gran Bretaña. Fue también en medio de
otro de los cíclicos ataques de los medios, tras la publicación del
libro antiestalinista de Martin Amis, Koba the Dread, [Koba el temible,
Anagrama, Barcelona, 2004], sobre la afiliación de Eric al Partido
Comunista. El "profesor marxista" que suscitaba la ira del Daily Mail
[diario sensacionalista británico] no buscaba, como él dijo, "acuerdo,
aprobación o simpatía", sino, más bien, comprensión histórica de una
vida del siglo XX moldeada por la lucha contra el fascismo.
Desde
entonces, las cosas han cambiado. La crisis global del capitalismo,
que ha hecho estragos en la economía mundial desde 2007, ha
transformado los términos del debate.
De pronto, la crítica de Marx de la inestabilidad del capitalismo disfruta de un resurgimiento. "Ha vuelto", chillaba el Times
en el otoño de 2008, mientras se desfondaban los mercados de valores,
se nacionalizaban sumariamente los bancos y el presidente Sarkozy
aparecía fotografiado hojeando Das Kapital (cuyo aumento
de ventas lo ha propulsado a las listas de éxitos alemanas). Hasta el
papa Benedicto XVI se vio movido a alabar la "gran capacidad
analítica". Marx, el gran ogro del siglo XX, había sido resucitado en
campus, reuniones de sucursal y secciones editoriales.
De
manera que no había mejor momento para que Eric reuniera sus ensayos
más celebrados sobre Marx en un solo volumen, junto a nuevo material
sobre el marxismo a la luz del crac. Para Hobsbawm,
sigue siendo apremiante el continuo deber de comprometerse con Marx y
sus múltiples herencias (que incluyen, en este libro, algunos buenos
capítulos nuevos sobre el significado de Gramsci).
Pero
el mismo Eric ha cambiado. Tuvo una mala caída en Navidad y ya no
puede escapar de las limitaciones físicas de sus 93 años. Sin embargo,
su humor y hospitalidad, lo mismo de él que de su mujer, Marlene, así
como el intelecto, su incisivo sentido político y la amplitud de su
visión, permanecen maravillosamente nítidos. Con un manoseado ejemplar
del Financial Times sobre la mesa del café, Eric se
mueve sin problemas de los resultados de los sondeos sobre el
presidente saliente de Brasil, Lula, a las dificultades ideológicas a
las que se enfrentaba el Partido Comunista en Bengala Occidental o las
convulsiones de Indonesia tras el crac global de 1857.
La sensibilidad global y la falta de provincianismo, puntos siempre
fuertes de su obra, siguen configurando su política e historia.
Y
después de una hora de hablar de Marx, el materialismo y la continuada
lucha por la dignidad humana ante los turbiones del libre mercado, se
deja el adosado de Hobsbawm en Hampstead – cerca de los senderos por los
que solían pasear Karl y Friedrich – con la sensación de haber pasado
una candente tutoría con una de las grandes cabezas del siglo XX. Y
alguien decidido a mantener una mirada crítica sobre el XXI.
Tristram Hunt - ¿Hay
un sentido reivindicativo en el corazón de tu libro de que aunque las
soluciones antaño ofrecidas por Karl Marx pudieran no ser ya
pertinentes, hizo las preguntas justas sobre la naturaleza del
capitalismo, y de que el capitalismo que ha surgido en los últimos 20
años es bastante parecido a lo que Marx estaba pensando en la década de
1840?
Eric Hobsbawm Sí,
desde luego que lo hay. El redescubrimiento de Marx en este periodo de
crisis capitalista se debe a que predijo bastante más del mundo
moderno que ninguna otra persona en 1848. Eso es, me parece, lo que
llamado la atención de una serie de observadores nuevos de su obra, y
paradójicamente, primero entre gente de negocios y comentaristas
económicos antes que entre la izquierda. Me acuerdo de que me di cuenta,
justo en el momento que se celebraba el 150 aniversario de la
publicación del Manifiesto Comunista, de que no se
hacían muchos planes para conmemorarlo en la izquierda. Algo más tarde,
almorzando con [el financiero] George Soros, me preguntó él: "¿Qué
piensa usted de Marx?" Aunque no hay mucho en lo que estemos de
acuerdo, me dijo: "Decididamente, algo tiene este hombre".
TH ¿Tienes
la impresión de que lo que a gente como Soros le gustaba en parte de
Marx era el modo en que describe de modo tan brillante la energía,
iconoclastia y potencial del capitalismo? ¿Es esa la parte que atraía a
los ejecutivos que vuelan en United Airlines?
EH - Creo
que es la globalización, del hecho de que predijo la globalización, lo
que pudiéramos llamar una globalización universal, incluida la
globalización de los gustos y todo lo demás, lo que les impresionó.
Pero pienso que los más inteligentes vieron también una teoría que
permitía una especie de desarrollo abrupto de la crisis. Porque la
teoría oficial de ese periodo [finales de los 90] desechaba en la
teoría la posibilidad de una crisis.
TH ¿Y este era el lenguaje del "poner fin a la expansión y recesión" y de rebasar el ciclo económico?
EH Exacto.
Lo que sucedió a partir de los años 70, primero en las universidades,
en Chicago y en otros lugares y, finalmente, desde 1980 con Thatcher y
Reagan fue, supongo yo, una deformación patológica del principio de
libre mercado del capitalismo: la economía de mercado puro y el rechazo
del Estado y la acción pública, que no creo que se practicara en
ninguna economía del siglo XIX, ni siquiera en los EE.UU. Y entraba en
conflicto, entre otras cosas, con la manera en que el capitalismo había
funcionado en su época de mayor éxito, entre 1945 y principios de los
70.
TH ¿Por "éxito", quieres decir en términos de la elevación de los niveles de vida en los años de postguerra?
EH Éxito
en el sentido de que había beneficios y garantizaba algo así como una
población relativamente satisfecha socialmente y políticamente estable.
No era lo ideal, pero era, diremos, un capitalismo de rostro humano.
TH ¿Y
tú crees que al renovado interés por Marx contribuyó el final de los
estados marxistas-leninistas? ¿Desapareció la sombra leninista y
pudimos volver a la naturaleza original de los escritos marxianos?
EH Con
la caída de la Unión Soviética, los capitalistas dejaron de tener
miedo y, en esa medida, tanto ellos como nosotros pudimos contemplar el
problema de un modo mucho más equilibrado, mucho menos distorsionado
por la pasión que antes. Pero fue más la inestabilidad de esta economía
neoliberal globalizada, que yo creo que empezó a hacerse tan
perceptible a finales de siglo. Ves, en cierto sentido, la economía
globalizada estaba de hecho dirigida por lo que uno podría llamar el
noroccidente global [Europa Occidental y América del Norte], que
impulsó este fundamentalismo de mercado ultraextremista. Inicialmente,
parecía que funcionaba bastante bien – al menos en el viejo
noroccidente – aunque desde el principio, se pudo ver que causaba
terremotos en la periferia de la economía global, grandes terremotos.
En América Latina se produjo una enorme crisis financiera a principios
de los años 80. A principios de los 90, hubo una catástrofe económica
en Rusia. Y luego, hacia el final de siglo, tuvimos este colapso que se
extendió de Rusia a Corea [del Sur], Indonesia y Argentina. Esto hizo
que la gente empezara a pensar, tengo la impresión, que existía una
inestabilidad básica en el sistema que anteriormente habían desechado.
TH Ha
habido ciertas sugerencias afirmando que la crisis de la que hemos
sido testigos desde 2008 en términos de Norteamérica, Europa y Gran
Bretaña no es tanto una crisis del capitalismo per se como del moderno
capitalismo financiero occidental. Mientras tanto, Brasil, Rusia, India
y China – los "Bric" – hacen crecer sus economías de acuerdo con
modelos cada vez más capitalistas al mismo tiempo. ¿O es que nos toca
sencillamente el turno de sufrir las crisis por las que ellos pasaron
hace 10 años?
EH El
auténtico ascenso de los países Bric es algo que ha sucedido en los
últimos 10 años, 15 años como mucho. Así que en esa medida puede
decirse que se trataba de una crisis del capitalismo. Por otro lado,
creo que existe el riesgo de asumir, como hacen los neoliberales y
partidarios del libre mercado, que sólo existe un tipo de capitalismo.
El capitalismo es, si quieres, como una familia, con una serie de
posibilidades, desde el capitalismo bajo la dirección del Estado de
Francia al libre mercado de Norteamérica. Por lo tanto, es un error
creer que el ascenso de los Bric es simplemente lo mismo que la
generalización del capitalismo occidental. No lo es: la única vez que
intentaron importar el fundamentalismo de mercado en bloque fue en
Rusia y allí ocasionó un fracaso absolutamente trágico.
TH Has
suscitado la cuestión de las consecuencias políticas del crac. En tu
libro, desechas la insistencia en examinar los textos clásicos de Marx
como algo que provee de un programa político consistente para hoy, pero
¿adónde crees que va ahora el marxismo como programa político?
EH No
creo que Marx tuviera alguna vez, como si dijéramos, un proyecto
político. Políticamente hablando, el programa específico marxiano era
que la clase trabajadora debía formarse como cuerpo con consciencia de
clase y obrar políticamente a fin de lograr poder. Más allá de eso,
Marx lo dejó todo deliberadamente vago, debido a su antipatía por las
cosas utópicas. Paradójicamente, diría incluso que los nuevos partidos
quedaron bastante dejados a la improvisación, para que hiciesen lo que
pudieran sin instrucciones efectivas. Lo que Marx había escrito en
torno a ello se limitaba a poco más que ideas al estilo de la Cláusula 4
[que en los estatutos de 1918 del Partido Laborista británico se
refería a la socialización de los medios de producción] sobre propiedad
pública, nada que se acercara en realidad lo bastante como para
proporcionar una guía para partidos o ministros. Mi opinión es que el
modelo principal que tenían en la cabeza los socialistas y comunistas
del siglo XX era el de las economías bajo dirección del Estado de la
Primera Guerra Mundial, que no era particularmente socialista, pero
suministraba cierta clase de guía sobre cómo podía funcionar el
socialismo.
TH ¿No
te sorprende la incapacidad de la izquierda marxiana o socialdemócrata
para explotar políticamente la crisis de los últimos años? Aquí
andamos sentados, unos veinte años después de la desaparición de uno de
los partidos que tú más admiraste, el Partido Comunista italiano. ¿Te
deprime el estado de la izquierda en este momento en Europa y más allá
de ella?
EH Sí,
por supuesto. De hecho, una de las cosas que trato de mostrar en el
libro es que la crisis del marxismo no sólo es la crisis de su brazo
revolucionario sino también de su rama revolucionaria. La nueva
situación en la nueva economía globalizada no sólo acabó por liquidar el
marxismo leninismo sino también el reformismo socialdemócrata, que
consistía esencialmente en la clase trabajadora que ejercía presión
sobre los estados nación. Pero con la globalización, ha disminuido de
modo efectivo la capacidad de los estados de responder a esta presión. Y
así, la izquierda se retiró sugiriendo: "Vamos a ver, a los
capitalistas les va bien, todo lo que necesitamos es que sigan teniendo
los mismos beneficios y nos aseguremos de mantener nuestra parte".
Esto
funcionaba cuando la porción correspondiente a esa parte adoptaba la
forma de creación de estados del bienestar, pero desde los años 70 en
adelante, dejó de funcionar y lo que hubo que hacer fue, en efecto, lo
que hicieron Blair and Brown: que ganen todo el dinero que puedan y
esperemos que sea bastante lo que gotee para mejorar la situación de
los nuestros.
TH ¿De
modo que existía un pacto fáustico durante los buenos tiempos: si los
beneficios gozaban de buena salud y podían asegurarse las inversiones
en educación y salud, no hacíamos demasiadas preguntas?
EH Sí, mientras se mantuviera el nivel de vida.
TH Y ahora, con la caída de los beneficios, ¿nos esforzamos por encontrar respuestas?
EH Ahora
que vamos por otra senda en los países occidentales, en los que el
crecimiento es relativamente estático, declinante incluso, la cuestión
de las reformas vuelve entonces a hacerse mucho más urgente.
TH ¿Ves
como parte del problema, en términos de la izquierda, el final de una
clase trabajadora de masas consciente e identificable, que resultaba
tradicionalmente esencial para la política socialdemócrata?
EH Históricamente,
es cierto. Los gobiernos y las reformas democráticas cristalizaron en
torno a los partidos de clase obrera. Estos partidos nunca fueron, o
solo muy rara vez, enteramente de clase obrera. Eran siempre, en cierta
medida, alianzas: alianzas con ciertos tipos de intelectuales
liberales y de izquierda, con minorías, minorías religiosas y
culturales, posiblemente en muchos países con diferentes clases de
pobres trabajadores, con empleo.
Con
la excepción de los Estados Unidos, la clase obrera siguió siendo un
bloque masivo, reconocible durante largo tiempo, desde luego, hasta bien
entrados los 70. Creo que la rapidez de la desindustrialización de
este país [Gran Bretaña] ha hecho trizas no sólo el volumen sino
también, si quieres, la consciencia de la clase obrera. Y no hay hoy un
país en el que la clase obrera industrial pura sea lo suficientemente
fuerte.
Lo
que es posible es que la clase obrera forme, como si dijéramos, el
esqueleto de movimientos más amplios de cambio social. Buen ejemplo de
esto, en la izquierda, es Brasil, que representa un caso clásico de
partido del trabajo de finales del siglo XIX basado en una alianza de
sindicatos, trabajadores, pobres en general, intelectuales, ideólogos y
una tipología variable de izquierdistas, lo que ha tenido como
resultado una notable coalición de gobierno. Y no se puede decir que no
haya tenido éxito después de ocho años de gobierno con un presidente
con un índice de un 80% de aprobación. Ideológicamente, hoy en día me
siento absolutamente como en casa en América Latina, porque sigue
siendo una parte del mundo en que la gente todavía habla y hace su
política en el viejo idioma, con el lenguaje del siglo XIX y XX del
socialismo, el comunismo y el marxismo.
TH En
términos de partidos marxistas, algo que resalta muy intensamente en
tu obra es el papel de los intelectuales. Hoy en día, vemos una gran
animación en campus como el tuyo en Birkbeck [College], con reuniones y
actos políticos. Y si echamos un vistazo a las obras de Naomi Klein o
David Harvey o a las actuaciones de Slavoj Zizek, hay verdadero
entusiasmo. ¿Te sientes animado por estos intelectuales públicos del
marxismo de hoy en día?
EH No
estoy seguro de que haya habido un giro de gran envergadura, pero no
cabe duda: con los recortes del actual gobierno se producirá una
radicalización de los estudiantes. En el lado negativo…si se observa la
última vez que se produjo una radicalización masiva de los
estudiantes, en el 68, no supuso tanto. Sin embargo, tal como pensaba y
pienso todavía, es mejor tener a jóvenes, hombres y mujeres, que crean
estar a la izquierda que hombres y mujeres jóvenes que crean que lo
único que hay que hacer es conseguir un empleo en la Bolsa.
TH ¿Y crees que gente como Harvey y Zizek desempeñan alguna clase de papel útil en eso?
EH Supongo
que es correcto describir a Zizek como alguien que lleva a cabo
actuaciones. Tiene este elemento de provocación que resulta tan
característico y contribuye a interesar a la gente, pero no estoy
seguro de que la gente que lee Zizek se sienta verdaderamente más cerca
de implicarse en repensar los problemas de la izquierda.
TH Pasemos
de Occidente a Oriente. Una de las cuestiones urgentes que se plantea
en tu libro es si el Partido Comunista chino puede evolucionar y
responder a su nueva posición en la escena global.
EH Esto
representa un gran misterio. El comunismo ha desaparecido, pero
permanece un importante elemento del comunismo, desde luego en Asia, el
Partido Comunista del Estado, que dirige la sociedad. ¿Cómo funciona
esto? En China, creo, existe un grado de consciencia más elevado de la
potencial inestabilidad de la situación. Probablemente se da una
tendencia a proporcionar mayor margen de maniobra a una clase media
intelectual y a sectores instruidos de la población en rápido
crecimiento, lo que, al fin y al cabo, podrá estimarse en decenas,
posiblemente centenares de millones. También es verdad que el Partido
Comunista de China parece estar reclutando a una dirección en buena
medida tecnocrática.
Ahora
bien, qué podemos sacar de todo esto junto, no lo sé. La única cosa
que creo posible con esta rápida industrialización es el crecimiento
de movimientos sindicales, y no está claro en qué medida el PCCh puede
tener espacio para organizaciones de trabajadores o si las considerará
inadmisibles, del mismo modo que juzgaron [inadmisibles] las
manifestaciones de la Plaza de Tiananmen.
TH
Hablemos de la política británica para conocer tus impresiones de la
coalición [liberal-conservadora]. Me parece que tiene un aire a los
años 30, en términos de ortodoxia fiscal, recortes de gasto,
desigualdades de renta, y con David Cameron como una figura casi a lo
Stanley Baldwin. ¿Qué lectura haces de ello?
EH Detrás
de los diversos recortes sugeridos, con la justificación de librarse
del déficit, parece existir claramente una exigencia sistemática,
ideológica para deconstruir, semiprivatizar las antiguas disposiciones,
ya se trate del sistema de pensiones, del sistema de bienestar, del
sistema escolar o incluso del sistema sanitario. Estas cosas no estaban
previstas en realidad en el programa electoral ni conservador ni
liberal, y sin embargo, viéndolo desde fuera, se trata de un gobierno
mucho más radicalmente a la derecha de lo que parecía a primera vista.
TH ¿Y cuál crees que debería ser la respuesta del Partido Laborista?
EH El
Partido Laborista no ha sido en su conjunto una oposición muy efectiva
desde las elecciones, en parte porque ha tardado meses y meses en
elegir a su líder. Creo que el Partido Laborista debería, por un lado,
acentuar mucho más que, para la mayoría de la gente, el periodo de los
últimos trece años no fue un descenso al caos sino que supuso
verdaderamente mejorar la situación, y sobre todo en campos como las
escuelas, los hospitales y toda una serie de logros culturales
añadidos, de modo que la idea de que, de un modo u otro, hay que
tirarlo todo a la basura, no es válida. Creo que nos hace falta
defender lo que la mayoría de la gente cree básicamente que hace falta
defender, que es la prestación de cierta forma de bienestar de la cuna a
la tumba.
TH Tú
conociste a Ralph Miliband [1] y eres viejo amigo de la familia
Miliband. ¿Qué cree que habría pensado Ralph de la carrera entre sus
hijos, que ha acabado con Ed dirigiendo el Partido?
EH Bueno,
como padre, evidentemente no podría evitar sentirse muy orgulloso.
Desde luego, estaría mucho más a la izquierda que sus dos hijos. Creo
que Ralph se identificó verdaderamente durante la mayor parte de su
vida con la idea de dejar de lado al Partido Laborista y la ruta
parlamentaria, y con la esperanza de que de algún modo sería posible
que llegara a aparecer un partido socialista propiamente dicho. Cuando
Ralph se reconcilió finalmente con el Partido Laborista, fue en su
periodo menos útil, el de [Tony] Benn, del que no salió realmente gran
cosa buena. No obstante, yo creo que Ralph habría esperado ciertamente
algo mucho más radical de lo que sus hijos parecen hasta ahora estar
haciendo.
TH El
título de tu nuevo libro es Cómo cambiar el mundo. En el ultimo
párrafo, escribes que "la superación del capitalismo todavía me parece
algo plausible". ¿Sigue siendo nítida esa esperanza y te mantiene
trabajando, escribiendo y reflexionando hoy en día?
EH Nada hay hoy de nítida esperanza en estos días. Cómo cambiar el mundo es
un relato de lo que llevó a cabo fundamentalmente el marxismo en el
siglo XX, en parte a través de los partidos socialdemócratas que no
derivaban directamente de Marx y otros partidos – partidos laboristas,
partidos de trabajadores – que siguen siendo en todas partes partidos
de gobierno o potencialmente de gobierno. Y en segundo lugar, a través
de la Revolución Rusa y sus consecuencias.
El
historial de Karl Marx, un profeta desarmado que inspiró cambios de
envergadura, es innegable. Y no es que esté diciendo muy deliberadamente
que no haya perspectivas equivalentes hoy en día. Lo que digo hoy es
que los problemas básicos del siglo XXI requerirían soluciones a las
que no pueden enfrentarse adecuadamente ni el mercado puro ni la
democracia liberal pura. Y en esa medida, habrá que hacer que funcione
una combinación diferente, una mezcla diferente de lo público y lo
privado, de acción y control por parte del Estado y de libertad.
Cómo
se le llamará, no lo sé. Pero bien puede ser que ya no se trate de
capitalismo, desde luego no en el sentido en que lo hemos conocido en
este país y en los Estados Unidos.
Tristram Hunt
es diputado laborista en los Comunes por la circunscripción de
Stoke-on-Trent Central. Ha sido profesor de historia moderna de Gran
Bretaña en la Queen Mary, University of London y es autor de The English Civil War: At First Hand y Building Jerusalem: The Rise and Fall of the Victorian City y de diversas series de programas para la BBC y Channel 4.
FUENTE: SIN PERMISO
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