Por Joseph E. Stiglitz
Los bancos centrales a ambos lados del Atlántico adoptaron extraordinarias medidas de política monetaria en septiembre: la tan esperada «QE3» (tercera dosis de flexibilización monetaria por parte de la Reserva Federal estadounidense) y el anuncio del Banco Central Europeo sobre la compra ilimitada de bonos de los gobiernos de los países en problemas de la eurozona. Los mercados respondieron con euforia. En EE. UU., Por ejemplo, los precios de las acciones alcanzaron máximos posrecesión.
Los bancos centrales a ambos lados del Atlántico adoptaron extraordinarias medidas de política monetaria en septiembre: la tan esperada «QE3» (tercera dosis de flexibilización monetaria por parte de la Reserva Federal estadounidense) y el anuncio del Banco Central Europeo sobre la compra ilimitada de bonos de los gobiernos de los países en problemas de la eurozona. Los mercados respondieron con euforia. En EE. UU., Por ejemplo, los precios de las acciones alcanzaron máximos posrecesión.
Otros,
especialmente quienes forman parte de la derecha política, se mostraron
preocupados por la posibilidad de que las recientes medidas monetarias
impulsen inflación en el futuro y fomenten un gasto gubernamental
desenfrenado.
De hecho,
tanto los temores de los críticos como la euforia de los optimistas son
injustificados. Con tanta capacidad productiva actualmente subutilizada y
con perspectivas económicas tan sombrías en lo inmediato, el riesgo de
una inflación grave es mínimo.
Sin
embargo, las acciones de la Fed y el BCE enviaron tres mensajes que
deben brindar un respiro a los mercados. En primer lugar, afirmaron que
las acciones previas no han funcionado; de hecho, los bancos centrales
más importantes son en gran parte responsables de la crisis. Pero su
capacidad para revertir sus errores es limitada.
En
segundo lugar, el anuncio de la Fed sobre su decisión de mantener las
tasas de interés en niveles extraordinariamente bajos hasta mediados de
2015 implica que no espera una próxima recuperación. Eso debería
constituir una señal de aviso para Europa, cuya economía es actualmente
mucho más débil que la estadounidense.
Finalmente,
la Fed y el BCE indicaron que los mercados no recuperarán el pleno
empleo rápidamente por sí solos. Es necesario un estímulo. Eso debería
servir como réplica a quienes exigen exactamente lo opuesto tanto en
Europa como en Estados Unidos: mayor austeridad.
Pero el estímulo necesario –en ambos lados del Atlántico– es de carácter fiscal.
La política monetaria ha demostrado ser ineficaz y es improbable que
más de ella consiga regresar la economía al sendero del crecimiento
sostenible.
En los modelos
económicos tradicionales, la mayor liquidez produce más créditos, en su
mayoría para los inversores y a veces para los consumidores, lo que
incide positivamente sobre la demanda y el empleo. Pero consideren un
caso como el español, donde tanto dinero ha huido del sistema bancario
–y continúa haciéndolo mientras Europa juguetea con la implementación de
un sistema bancario común. El simple hecho de agregar liquidez mientras
se continúa con las actuales políticas de austeridad no reavivará la
economía española.
Además,
en EE. UU., los bancos más pequeños, que financian en gran medida a las
pequeñas y medianas empresas, fueron desatendidos. El gobierno federal
–tanto durante la presidencia de George W. Bush como la de Barack Obama–
asignaron cientos de miles de millones de dólares para apuntalar a los
megabancos, al tiempo que dejaban que cientos de estos prestamistas más
pequeños, aunque de fundamental importancia, quebraran.
Pero
los créditos se verían limitados incluso si los bancos gozaran de mejor
salud. Después de todo, las pequeñas empresas dependen de los créditos
con garantías, y el valor de los bienes raíces –la garantía más
habitual– aún se mantiene a un tercio de sus niveles precrisis. Además,
dada la magnitud de la capacidad ociosa en bienes raíces, las menores
tasas de interés afectarán poco los precios de los inmuebles y mucho
menos impulsarán otra burbuja de consumo.
Por
supuesto, no pueden descartarse efectos marginales: los cambios
pequeños en las tasas de interés de largo plazo debido a la QE3 pueden
producir pequeños aumentos en la inversión; algunos ricos aprovecharán
los mayores precios de las acciones para consumir más; y unos pocos
propietarios podrán refinanciar sus hipotecas y reducir sus pagos, lo
que también les permitirá impulsar el consumo.
Pero
la mayoría de los ricos saben que las medidas temporarias solo
generarán una efímera señal en los precios de las acciones –insuficiente
para permitir un aumento significativo del consumo. Más aún, los
informes sugieren que pocos de los beneficios por las menores tasas de
interés en el largo plazo se están filtrando a los propietarios de
viviendas; los principales beneficiarios, parece, son los bancos. Muchos
entre quienes desean refinanciar sus hipotecas aún no pueden hacerlo,
ya que deben más por sus hipotecas de lo que vale la propiedad
subyacente.
En otras
circunstancias, EE. UU. se beneficiaría por el debilitamiento del dólar
que se deriva de las menores tasas de interés –una suerte de devaluación
competitiva mediante políticas de «empobrecer al vecino» a expensas de
los socios comerciales estadounidenses. Pero, dadas las menores tasas de
interés europeas y la desaceleración global, es probable que los
beneficios sean pequeños incluso en este caso.
A
algunos les preocupa que la nueva liquidez conduzca a peores resultados
–por ejemplo, un boom de productos básicos, que funcionaría en gran
medida como un impuesto sobre los consumidores estadounidenses y
europeos. Las personas de mayor edad, que fueron prudentes y mantuvieron
su dinero en bonos gubernamentales, verán un descenso en su rendimiento
–algo que reducirá aún más su consumo. Y las bajas tasas de interés
impulsarán a las empresas que invierten a gastar en capital fijo, como
máquinas muy automatizadas, garantizando que, cuando llegue la
recuperación, generará relativamente pocos puestos de trabajo. En
resumen, los beneficios son, en el mejor de los casos, pequeños.
En
Europa, la intervención monetaria tiene un potencial de ayuda mayor
–pero el riesgo de empeorar las cosas es similar. Para disipar la
ansiedad sobre el despilfarro gubernamental, el BCE incluyó condiciones
en su programa de compra de bonos. Pero, si las condiciones funcionan
como medidas de austeridad –impuestas sin medidas conjuntas
significativas para impulsar el crecimiento– serán más semejantes a una
sangría: el paciente debe arriesgarse a morir antes de recibir medicinas
genuinas. El miedo a perder la soberanía económica hará que los
gobiernos se muestren reacios a pedir ayuda al BCE, y solo si la
solicitan habrá efectos reales.
Existe
un riesgo adicional para Europa: si el BCE se centra demasiado en la
inflación, mientras que la Fed busca estimular la economía
estadounidense, los diferenciales en las tasas de interés conducirán a
una apreciación del euro (al menos en términos relativos a lo que sería
si este no fuera el caso), socavando la competitividad y las
perspectivas de crecimiento de Europa.
Tanto
para Europa como para Estados Unidos, el peligro reside en que los
políticos y los mercados crean que la política monetaria puede revivir
la economía. Desafortunadamente, su impacto principal en este momento es
el de distraer la atención de medidas que verdaderamente estimularían
el crecimiento, incluida la política fiscal expansionista y reformas en
el sector financiero que impulsen el crédito.
La
caída actual, que ya dura media década, no tendrá una pronta solución.
Eso, en síntesis, es lo que están afirmando la Fed y el BCE. Cuanto
antes lo reconozcan nuestros líderes, mejor.
Premio Nobel de Economia, Profesor de Economia de la Universidad Columbia.
FUENTE: PROJECT SYNDICATE
No hay comentarios.:
Publicar un comentario