Por Tonino Perna
Karl Polanyi explicaba en su conocido ensayo La gran
transformación el advenimiento del mercado como fruto de una transformación
en mercancía de tres factores: el trabajo, la tierra y la moneda. Ninguno de
los tres, decía Polanyi, es producto del hombre: «el trabajo no es más que otro
nombre para una actividad que acompaña a la vida misma y que a su vez no se
produce para vender (...) la tierra no es más que otro nombre para la
naturaleza, que no es producto del hombre, la moneda por último es solamente un
símbolo del poder adquisitivo». Por esto hablaba Polanyi de mercancías
ficticias, que es tanto como decir de una simulación que ha convertido en
mercancía lo que no lo es, con consecuencias desastrosas para la sociedad y
para los ecosistemas.
Si hubiese vivido hasta nuestros días, creo que Polanyi
habría añadido «la política» como mercancía ficticia, en la medida en que el
proceso de mercantilización la ha alcanzado y englobado plenamente. En Italia,
este fenómeno está más claro que en otros países en tanto en cuanto el proceso
de disgregación/descomposición de los partidos se encuentra en un estado más
avanzado. Por otra parte, pocos lo saben, pero hemos sido un país «laboratorio
político», en el que se han logrado grandes aportaciones políticas, de Maquiavelo
a Gramsci, todavía estudiados en tantas universidades extranjeras.
Pero es sobre todo en el siglo XX cuando Italia aparece
como vanguardia/laboratorio político, para bien y para mal. En Italia se ha
«inventado» el fascismo, una forma moderna de dictadura que conjuga el
nacionalismo con instancias sociales y que ha retomado el nazifascismo de
Hitler (que en una conocida carta le reconocía a Mussolini haberlo inspirado),
y con algunas variantes, Perón en Argentina, Franco en España y Salazar
en Portugal. En los años 90 ha llegado el berlusconismo, una forma
política nueva que nace en concomitancia con el exceso de poder asumido por los
medios de comunicación, sobre todo la televisión. También esta forma política
ha sido imitada por diversos países, de Perú a Indonesia, donde, a través del
control de los principales medios, han llegado al gobierno los principales
líderes.
En fin, en los últimos años ha nacido el grillismo,
un movimiento político que utiliza por primera vez Internet/la Red de forma «substancial»
para dar a todos la impresión de que cuentan y participan directamente en lo
que se escoge políticamente, con un destacado componente moralizador y una
fuerte exigencia de «democracia directa». Este fenómeno parece responder mejor
que ningún otro a la crisis vertical de los partidos, pero responde todavía
mejor – como ha resaltado Giuliano Santoro en su ensayo Un Grillo
qualunque – a la evolución de la sociedad del espectáculo, de la que
hablaba ya Guy Debord en los años 70. El grillismo, también denominado
Movimiento 5 Estrellas, que muchos consideraban efímero, se está revelando algo
mucho más arraigado y convincente en la era del «mercado electoral», gracias
también a la innovación eficazmente introducida por Grillo: al instrumento
postmoderno de las redes sociales le ha asociado un instrumento antiguo como
son los mítines en las plazas. Hallazgo genial, como el que tuvo la FIAT cuando
lanzó el nuevo 500, una mezcla de pasado «en la forma» y futuro «en la
tecnología», o la de las galletas del Mulino Bianco que te dan una idea de
naturaleza del producto junto a la eficiencia de una fábrica moderna.
Este es el dato absolutamente inédito de la política en
todos los países de capitalismo maduro, dicho de otro modo, donde el proceso de
mercantilización ha englobado todo lo existente, de las relaciones sociales a
los afectos, nuestra relación con la naturaleza. Ya no hay «Política»,
entendida como lucha entre diversas visiones del mundo, entre diferentes
valores e ideologías, pero está el mercado electoral, que es un segmento dentro
del más vasto y omniabarcador «mercado mundial». En el «mercado electoral»
cuenta la novedad de la oferta – no por casualidad se proclaman todos a favor
de lo «Nuevo» - la fuerza de la marca que se identifica con el jefe, la
capacidad de suscitar emociones en los consumidores/electores a través de lemas
eficaces.
Las estrategias puestas en práctica por las
fuerzas/empresas políticas son idénticas a las que se usan para el lanzamiento
de un nuevo producto o para fidelizar a los consumidores respecto a un producto
ya presente en el mercado. Los sondeos, que de forma obsesiva están acompañando
esta campaña electoral, demuestran cómo las preferencias de los
electores/consumidores siguen la tendencia de la exposición mediática del líder
de turno, su capacidad de suscitar imágenes cautivadoras, de conquistar la
simpatía de sus oyentes. No importa si, por ejemplo, el Cavaliere [Berlusconi]
las mete bien gordas - como los cuatro millones de puestos de trabajo – o
si no, que Grillo prometa un salario de ciudadanía con el ahorro de los costes
de la representación política, y toma el ejemplo de Sicilia, donde los doce
consejeros regionales del M5S han renunciado a cerca de 10.000 euros de sus
emolumentos para alimentar u fondo de microcréditos (¡¿qué pasa con el «salario
de ciudadanía» para millones de parados/no ocupados?!). También se hace
publicidad de un nuevo perfume que te hace imaginar que puedes conquistar a una
mujer/hombre guapísima/o, o bien un nuevo automóvil con el que puedes cruzar el
Polo Norte.
No es por tanto casual que en nuestro país, que sigue
siendo vanguardia/laboratorio político, los cómicos hagan política (y no sólo
Grillo), y los políticos hagan de cómicos (y no sólo el Cavaliere). Es
verdad que no todos tienen el mismo talento. El pobre Fini, con sus
razonamientos bien articulados en buen italiano, está completamente fuera del
mercado, parece un político de otro siglo. El profesor Monti, en cambio, se ha
vuelto patético desde que intenta hacerse el simpático, va a la televisión a
programas de variedades, intentando salirse del papel de estadista, gris y
riguroso, que se le había otorgado. También él ha fundado un «partido
personal», como han hecho en los últimos veinte años, por este orden,
Berlusconi, Di Pietro, Casini, Fini, Vendola, y por último Oscar Giannino
[Candidato de Hacer para detener el declive, movimiento de centro-derecha]. En
este plano, el último partido junto a la Liga Norte, que sigue estando en el
campo político, es el PD, y seguramente tiene razón Bersani al decir que los
«partidos personales» son el cáncer de la democracia. Solo que confunde
los efectos con la causa que, como hemos recordado, está ligada al proceso de
mercantilización global que ha reducido la política a mercancía, y las
elecciones políticas a un mercado como los demás.
Cierto es que no podemos pensar que se pueda volver al
siglo pasado, antes de los años 90, cuando la gente votaba «por la cruz»
[símbolo de la Democracia Cristiana], por «la hoz y el martillo» [del PCI] o
por la «llama tricolor» [del MSI neofascista], y no sólo por la cara y la
simpatía que se ganaba el líder de turno. Quizás haría falta otorgar más valor
a las autonomías municipales, uno de los pocos espacios que han resistido esta
deriva mercantilista de la política, uno de los pocos lugares donde todavía
cuentan las pasiones y programas, capacidad de compromiso y movilización
social, y no sólo la invención de una nueva marca. Seguramente, más allá de la
abolición del Porcellum [literalmente “cerdada”, como denominó el
politólogo Giovanni Sartori a la Ley Calderoli de 2005, disposición electoral
berlusconiana] la peor ley electoral de Europa, hay que repensar cómo podrá
regresar a escena la Política y cómo podrán tener más sentido las elecciones
que vender un nuevo automóvil, ordenador o “tablet”.
Tonino Perna es periodista del
diario italiano Il Manifesto.
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