sábado, 13 de abril de 2013

La promesa de la Abe-economía

 Por Joseph Stiglitz
Project Sindicate



El programa del primer ministro japonés Shinzo Abe para la recuperación económica de su país ha dado lugar a un aumento de la confianza interna. Pero ¿hasta qué punto puede la “Abe-economía” atribuirse el mérito?
Curiosamente, un vistazo más cercano al desempeño de Japón durante la última década sugiere pocas razones para que tener un sentimiento bajista persistente. De hecho, en términos de crecimiento del producto por trabajador empleado, a Japón le ha ido muy bien desde inicios del nuevo siglo. Con una fuerza laboral en contracción, la estimación estándar para Japón en el año 2012 – es decir, antes de la Abe-economía – fue que la producción por trabajador empleado creció en una tasa interanual del 3,08%. Ese crecimiento es mucho más robusto que el de los Estados Unidos, donde la producción por trabajador creció sólo un 0,37% el año pasado, y mucho más fuerte del de Alemania, donde se redujo en un 0,25%.
No obstante, como muchos japoneses correctamente perciben, la Abe-economía sólo puede ayudar a la recuperación del país. Abe está haciendo lo que muchos economistas (incluyéndome entre ellos) han estado pidiendo en los EE.UU. y Europa: un programa integral que implique políticas monetarias, fiscales y estructurales. Abe compara este enfoque a sostener tres flechas – si se las sostienen de forma separada, se puede doblar cada una de ellas; si se las sostiene juntas, no se puede doblar ninguna.
El nuevo gobernador del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda, viene con una gran experiencia adquirida, primero en el ministerio de finanzas, y luego como presidente del Banco Asiático de Desarrollo. Durante la crisis del Asia oriental de finales de la década de 1990, él vio de primera mano el fracaso de la sabiduría convencional impulsada por el Tesoro de los EE.UU. y el Fondo Monetario Internacional. Ya que no esta casado con las obsoletas doctrinas de los banqueros de los bancos centrales, Kuroda se ha comprometido a revertir la deflación crónica de Japón, estableciendo una inflación objetivo del 2%.
La deflación aumenta la carga de la deuda real (ajustada según la inflación), así como también la tasa de interés real. Aunque hay poca evidencia de la importancia que pudiesen tener los pequeños cambios en las tasas de interés reales, el efecto que tiene incluso una leve deflación en la deuda real, año tras año, puede ser significativo.
La postura asumida por Kuroda ya condujo a la debilitación de la tasa de cambio del yen, lo que hace que los productos japoneses sean más competitivos. Esto simplemente refleja la realidad de la interdependencia de la política monetaria: si la política de la Reserva Federal los EE.UU. denominada como flexibilización cuantitativa debilita el dólar, otros tienen que responder para evitar la apreciación excesiva de sus monedas. Algún día puede ser que logremos una coordinación más cercana de las políticas monetarias a nivel mundial; sin embargo, por el momento, fue razonable que Japón responda, aunque fuera de forma tardía, a los eventos que ocurrieron en otros lugares.
La política monetaria hubiese sido más eficaz en los EE.UU. si se hubiese dedicado más atención a los bloqueos de créditos – por ejemplo, a los problemas de refinanciación de los propietarios de viviendas, incluso a tasas de interés más bajas, o a la falta de acceso al financiamiento de las pequeñas y medianas empresas. Uno tiene la esperanza de que la política monetaria de Japón vaya a enfocarse en dichos temas críticos.
Sin embargo, Abe tiene dos flechas más en su aljaba de políticas. Los críticos que argumentan que el estímulo fiscal en Japón fracasó en el pasado – argumentando que llevó únicamente a un desperdicio de inversiones en infraestructuras inútiles – cometen dos errores. En primer lugar, está el caso hipotético: ¿cómo se hubiera desempeñado la economía de Japón en ausencia de estímulo fiscal? Dada la magnitud de la contracción de la oferta de crédito a raíz de la crisis financiera de finales de 1990, no es de extrañar que el gasto público no hubiera podido restaurar el crecimiento. La situación hubiera sido mucho peor sin el gasto; en la forma que ocurrió, el desempleo nunca superó el 5,8%, y durante los estertores de la crisis financiera mundial, alcanzó el 5,5%. En segundo lugar, cualquier persona que visite Japón reconoce los beneficios de sus inversiones en infraestructura (Estados Unidos podría aprender una valiosa lección en este tema).
El verdadero desafío será diseñar la tercera flecha, a la que Abe se refiere como “crecimiento”. Esto incluye políticas destinadas a reestructurar la economía, a mejorar la productividad y a incrementar la participación laboral, especialmente de las mujeres.
Algunos hablan de la “desregulación” – una palabra que con razón ha caído en el descrédito a raíz de la crisis financiera mundial. De hecho, Japón cometería un error si retrocede en sus regulaciones ambientales, o en sus regulaciones de salud y seguridad.
Lo que se necesita es la regulación correcta. En algunas áreas, será necesario contar con una participación más activa del gobierno para garantizar una competencia más efectiva. Sin embargo, en muchas áreas en las que es necesaria una reforma, como por ejemplo en las prácticas de contratación, se requieren cambios en las convencionalidades del sector privado, no en las regulaciones gubernamentales. Abe sólo puede establecer el tono, no puede dictar los resultados. Por ejemplo, pidió a las empresas aumentar los salarios de sus trabajadores, y muchas empresas tienen previsto ofrecer una prima mayor a la de costumbre al final del año fiscal en el mes de marzo.
Los esfuerzos del gobierno para aumentar la productividad en el sector de servicios probablemente serán de especial importancia. Por ejemplo, Japón se encuentra en una buena posición para aprovechar las sinergias entre un mejorado sector de salud y sus capacidades de fabricación de primera categoría en el ámbito del desarrollo de instrumentación médica.
Las políticas dirigidas a la familia, junto con los cambios en las prácticas laborales de las empresas, pueden reforzar el cambio de costumbres, llevando a una mayor (y más efectiva) participación de la mano de obra femenina. Mientras que los estudiantes japoneses clasifican en niveles altos en comparaciones internacionales, la falta generalizada de dominio del inglés, la lengua franca del comercio internacional y la ciencia, pone en desventaja al Japón en el mercado mundial. Los aumentos en las inversiones en investigación y educación tienden a redituar altos dividendos.
Hay muchas razones para creer que la estrategia de Japón para rejuvenecer su economía tendrá éxito: el país tiene instituciones fuertes que le brindan beneficios, tiene una fuerza laboral bien educada con excelentes habilidades técnicas y comportamientos sensatos de diseño, y se encuentra región más dinámica (¿en la única región dinámica?) del mundo. Sufre de una menor desigualdad en comparación con muchos países industriales avanzados (aunque tiene más desigualdad que Canadá y los países del norte de Europa), y ha tenido un compromiso con la preservación del medio ambiente que es de más larga data.
Si la agenda integral que Abe ha trazado se ejecuta bien, se vindicará la confianza creciente de hoy en día. De hecho, Japón podría convertirse en uno de los pocos rayos de luz en el que al contrario es un sombrío paisaje de países más avanzados.


Premio Nobel de Economia, 2001.

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