Por Nouriel Roubini
Project Syndicate
Hace poco más de un año, en el verano de 2012, la zona del euro –frente a los crecientes temores por la salida de Grecia y los insostenibles elevados costos de endeudamiento para Italia y España– parecía estar al borde del colapso. Hoy, el riesgo de que la unión monetaria pueda desintegrarse ha disminuido significativamente, pero los factores que lo impulsaron continúan en gran medida desatendidos.
Varios
avances ayudaron a recuperar la calma. El presidente del Banco Central
Europeo, Mario Draghi, se comprometió a hacer «todo lo necesario» para
salvar al euro, e institucionalizó rápidamente esa promesa a través del
establecimiento del programa de «transacciones monetarias directas» del BCE para la compra de bonos soberanos de los miembros en problemas de la zona del euro. Se creó el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE),
con €500 mil millones a su disposición para rescatar a los bancos de la
zona del euro y a los gobiernos de sus países. Se han logrado algunos
progresos para una unión bancaria europea. Y Alemania ha comprendido que la zona del euro es tanto un proyecto político como económico.
Además,
ha finalizado la recesión en la zona del euro (si bien cinco economías
de su periferia continúan retrocediendo y la recuperación es aún muy
frágil). Se ha implementado una cierta reforma estructural y han tenido
lugar muchos ajustes fiscales. La devaluación interna (una reducción del
costo unitario de la mano de obra para recuperar la competitividad) ha
tenido lugar en cierta medida (en España, Portugal, Grecia e Irlanda,
pero no en Italia y Francia). Eso ayudó a mejorar los balances externos.
Y aunque Alemania y otros países del núcleo de la zona del euro
desearían que esos ajustes ocurran más rápidamente, siguen mostrándose
dispuestos a proporcionar financiamiento y los gobiernos comprometidos
con los ajustes aún se mantienen en el poder.
Pero,
por debajo de la calma superficie de los menores diferenciales y
riesgos de eventos excepcionales, los problemas fundamentales de la zona
del euro continúan sin solución. Para comenzar, el crecimiento
potencial aún es demasiado bajo en la mayor parte de la periferia,
considerando las poblaciones envejecidas y el bajo crecimiento de la
productividad, mientras que el crecimiento –incluso cuando la periferia
salga de la recesión en 2014– seguirá por debajo del 1 % durante los
próximos años, lo que implica que las tasas de desempleo se mantendrán
en niveles muy altos.
Mientras
tanto, los niveles de deuda pública y privada –tanto interna como
externa– aún son demasiado elevados y su participación en el PBI
continuará aumentando debido a un crecimiento lento o negativo del
producto. Esto significa que el problema de la sostenibilidad en el
mediano plazo aún no ha sido resuelto.
Al
mismo tiempo, la pérdida de competitividad solo se ha revertido
parcialmente y la mayor parte de las mejoras en los balances externos
son de carácter cíclico más que estructural. La grave recesión en la
periferia ha causado que las importaciones colapsen allí, pero el menor
costo unitario de la mano de obra no ha impulsado lo suficiente a las
exportaciones. El euro es aún demasiado fuerte y eso limita gravemente
la mejora en la competitividad necesaria para impulsar las exportaciones
netas frente a una débil demanda interna.
Finalmente,
si bien el efecto fiscal negativo sobre el crecimiento es ahora menor,
sigue siendo negativo. Y sus efectos se ven amplificados en la periferia
por una continua restricción crediticia, a medida que los bancos
insuficientemente capitalizados se desapalancan a través de la venta de
activos y la reducción de sus carteras de créditos.
El
problema mayor, por supuesto, es que los avances hacia una unión
bancaria, fiscal, económica y política –esencial en todos sus aspectos
para la viabilidad de la zona del euro en el largo plazo– han sido
demasiado lentos. De hecho, no se ha avanzado en lo más mínimo en las
últimas tres y el progreso en la unión bancaria ha sido limitado.
Alemania se resiste contra los elementos de esa unión que implican
compartir los riesgos: un seguro común para los depósitos, un fondo
común para liquidar los bancos insolventes y recapitalización directa
del capital accionario de los bancos mediante el MEDE.
Alemania
teme que compartir los riesgos implique desplazarlos, y que cualquier
forma de unión fiscal se convierta asimismo en una «unión de
transferencias», donde el núcleo de países ricos subsidiará
permanentemente a la periferia más pobre. Al mismo tiempo, todo el
proceso regulatorio para el sector financiero es procíclico. Las nuevas ratios de suficiencia del capital según el acuerdo III de Basilea, las próximas revisiones de calidad de los activos y pruebas de solvencia del BCE, e incluso las normas de competencia de la Unión Europea
(que obligan a los bancos a contraer el crédito si reciben ayuda
estatal) implican que los bancos tendrán que centrarse en la obtención
de capital –y por lo tanto no proveerán el financiamiento necesario para
el crecimiento económico.
Además,
el BCE se niega a ser creativo en sus políticas –como las implementadas
por el Banco de Inglaterra– que reducirían la restricción crediticia. A
diferencia de la Reserva Federal de EE. UU. y el Banco de Japón, no
está participando en la flexibilización cuantitativa y su «orientación
basada en promesas sobre el futuro» para mantener bajas las tasas de
interés no resulta muy creíble. Por el contrario, las tasas de interés
se mantienen demasiado altas y el euro demasiado fuerte como para
impulsar un crecimiento económico más rápido en la zona del euro.
Mientras
tanto, la fatiga por austeridad aumenta en la periferia de la zona del
euro. El gobierno italiano está a punto de colapsar; el gobierno griego
se encuentra bajo una intensa presión mientras busca ampliar los
recortes presupuestarios; y a los gobiernos portugués y español les está
costando mucho alcanzar incluso las metas fiscales más relajadas que
fijaron sus acreedores, mientras que las presiones políticas se
acumulan.
Y la fatiga por
rescate está apareciendo en el núcleo de la zona del euro. En Alemania,
el próximo gobierno de coalición parece decidido a incluir a los
socialdemócratas, que promueven rescates mediante reestructuraciones
para los acreedores privados de los bancos –que solo exacerbarían la
balcanización del sistema bancario de la zona del euro. Y los partidos
populistas en todo el núcleo se resisten por igual contra los rescates
de los bancos y los gobiernos.
Hasta
ahora, el gran acuerdo entre el núcleo y la periferia se ha mantenido:
la periferia mantiene la austeridad y las reformas, mientras que el
núcleo conserva su paciencia y brinda financiamiento. Pero las tensiones
políticas en la zona del euro pueden alcanzar pronto un punto de
quiebre, cuando posiblemente los partidos populistas antiausteridad en
la periferia y los partidos populistas antieuro y antirrescate en el
núcleo logren victorias en las elecciones del Parlamento Europeo el
próximo año.
Si eso
ocurre, un renovado brote de turbulencia financiera debilitaría la
frágil recuperación económica de la zona del euro. La calma que ha
prevalecido en los mercados financieros de la zona del euro durante la
mayor parte del año pasado resultaría tan solo un respiro temporal entre
tormentas.
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