La crisis económica iniciada en
Estados Unidos ha alcanzado a Latinoamérica y se expresa tanto en el plano
financiero como en el productivo. En los últimos meses se repiten noticias
similares en casi todas las capitales. Las exportaciones comienzan a caer por la
reducción de las compras en los países industrializados, simultáneamente con
un descenso del precio de los principales productos exportados por América
Latina. El crédito disponible es escaso y las capacidades de maniobra de los
gobiernos se estrechan.
Un examen de esta situación indica que esta debacle global también representa
una crisis del modelo extractivista de desarrollo. No es sólo una cuestión del
acceso al crédito internacional o los problemas para colocar exportaciones,
sino que se tambalean los mecanismos esenciales que sostenían un desarrollo
enfocado en extraer recursos naturales y venderlos a los mercados globales.
Muchos gobiernos, desde Néstor Kirchner de Argentina a Alan García en Perú,
disfrutaron en el pasado de un excelente escenario económico, con un alto
crecimiento económico sustentado por sus elevadas exportaciones. Pero en
realidad ese cambio se debía en buena medida a factores externos (alta demanda
internacional y elevados precios), y estos gobiernos no aprovecharon esa
coyuntura para generar un estilo de desarrollo propio y autónomo. Casi todos
los países apostaron por profundizar todavía más la estrategia económica
extractivista, donde las estrellas fueron el agronegocio, el petróleo y gas
natural, y metales como aluminio o hierro a medio procesar. Incluso Brasil, que
se presenta a sí mismo como una economía industrializada, mantiene un perfil
exportador donde casi la mitad de los productos que vende son materias primas.
Un buen ejemplo es la situación de la producción de soja, el principal
producto de exportación de países como Brasil, Argentina y Paraguay. Su precio
había alcanzado picos en el orden de los US$ 600/ton, para caer a casi la
mitad, y con proyecciones para los próximos meses de US$ 300/ton. También ha
caído el precio del maíz, trigo y otros productos agroalimentarios, mientras
que el mercado de biocombustibles se ha contraído.
Las implicaciones sociales y ambientales de este tipo de caídas son muy
claras. Por ejemplo, siguiendo en el caso de la agropecuaria, seguramente se
endentecerá la agricultura intensiva en capital (como por ejemplo el recambio
de tractores o cosechadoras, uso intensivo de agroquímicos, etc.). La salida
para este problema es apostar a las formas de producción allí donde los costos
son menores (especialmente el valor de la tierra), y hasta donde lo permita la
red de infraestructura actualmente existente. Consecuentemente se podrían
esperar avances de la frontera agropecuaria sobre áreas silvestres en la
Amazonia central (por ejemplo en Rondonia y Acre y otros estados del “arco de
deforestación amazónica” en Brasil), pero también en las zonas adyacentes
de Perú (carretera Interoceánica Sur), en el oriente de Bolivia, oriente de
Paraguay, y norte de Argentina. La crisis generará un mayor impacto ambiental.
Paralelamente, la agricultura familiar y campesina será muy golpeada.
El comercio internacional agropecuario se encamina a mayores complicaciones. El
sistema de apoyos cambiará, y por ejemplo la crisis económica hace que en la
Unión Europea los sistemas de apoyo basados en el pago de subsidios se vuelvan
cada vez más dificultoso, y se juegue con la idea de imponer trabas
arancelarias clásicas. Entretanto, a los agricultores de EE.UU. también se les
hace cada vez más difícil acceder al crédito. Finalmente, no es un tema menor
que en China (uno de los principales destinos de nuestras exportaciones) el
Comité Central del Partido Comunista resolvió el pasado octubre permitir la
compra o alquiler de tierras, tanto con personas, cooperativas o incluso
empresas. Esto tendrá enormes efectos en el medio rural chino, y habrá que ver
si en 2009 este nuevo capitalismo rural permite mejorar la producción (con la
cual caerán las importaciones desde América Latina).
Entretanto, también se observa un desplome en el precio de los hidrocarburos
con lo cual en 2009 se complica la situación en Venezuela, Bolivia, Ecuador (y
en parte Perú y Brasil). Como se reducen las exportaciones y ha caído el
precio, los ingresos de esos países se verán muy recortados. Además, a lo
largo de 2009 seguramente se enlentecerá la exploración, prospección y
explotación de los nuevos yacimientos (especialmente en Perú y Ecuador).
Bolivia mantiene estancada su producción de hidrocarburos, incluso por debajo
de sus propias metas, y ahora enfrenta el problema de una reducción de la
demanda desde Brasil. Asimismo, las enormes inversiones que necesitará la
explotación de los yacimientos oceánicos de Brasil también quedarán en
suspenso. Un claro ejemplo de este nuevo escenario es que la empresa noruega que
construye las plataformas petroleras marinas (Sevan Marine), prácticamente ha
suspendido su montaje debido a la falta de crédito, poniendo en suspenso todos
los encargos de Petrobrás.
Finalmente, los precios de los minerales también se han desplomado. Esto
afecta a casi todos los países andinos (y una vez más, en parte a Brasil y
Argentina). Por ejemplo el cobre ha regresado al precio observado a fines de
2005. Las consecuencias ya se están observando, y se profundizarán en 2009:
nuevos proyectos de inversión suspendidos, la pequeña minería andina muy
afectada (como ya sucede en Perú), acentuando los problemas de pobreza y con
peores performances ambientales.
Tanto en el caso de los hidrocarburos como los minerales, hay ejemplos
históricos donde la caída de los precios internacionales desembocó en un
intento de compensación por medio de un aumento mayúsculo en los volúmenes
extraídos. Las consecuencias sociales y ambientales de ese camino han sido muy
negativas.
A medida que avanzan los problemas económicos en América Latina, aumenta la
competencia por las exportaciones y la atracción de capitales internacionales.
Consecuentemente los gobiernos recrudecerán sus resistencias a elevar las
exigencias y la fiscalización ambiental, en tanto es concebida como una traba a
las inversiones. Hay varios ejemplos en marcha: en Brasil se intenta reducir las
exigencias de protección en la Amazonia, mientras que en Argentina la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner acaba de vetar una ley que impediría
la minería en los glaciares de los Andes.
Los gobiernos, y muchos académicos, no parecen tomar conciencia que estamos
frente a una crisis del modelo extractivista. Esa idea del desarrollo como
crecimiento económico alimentado por las exportaciones de bienes primarios
encuentra ahora límites externos, los que se suman a sus límites internos,
expresados por conflictos sociales locales y sus impactos ambientales. De todas
maneras se insiste en el mismo camino, y no son pocos los gobiernos donde sus
planes para superar la crisis se basan en apoyar y subsidiar esos sectores. Un
ejemplo notable son los sucesivos paquetes de créditos para las exportaciones
agroindustriales en Brasil, y otro es la reciente aprobación de la Ley Minera
en Ecuador, la que alienta la producción transnacionalizada, y vuelve a apostar
a la idea del extractivismo exportador como motor del desarrollo.
Esta cuestión se convierte en uno de los temas urgentes para 2009: la
estrategia extractivista, basada en explotar la Naturaleza para exportar
materias primas hacia mercados globales, es insostenible en los planos
económicos, sociales y ambientales. Por lo tanto, los gobiernos y también los
movimientos sociales, deben comprender que sigue siendo necesario generar
estilos de desarrollo estructurados de otra manera, y en lugar de exportar
materias primeras pasar a utilizarlos en cadenas productivas propias,
compartidas, donde se genere empleo genuino y se pueda reducir el impacto social
y ambiental.
AUTOR :Eduardo Gudynas
FUENTE : alainet.org