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martes, 26 de enero de 2010

Obama:¿primeros pasos hacia una reforma bancaria?


El presidente Obama dió el pasado martes un paso en la buena dirección. ¿Cómo podemos saberlo? Las acciones de los bancos cayeron. Y el lobista en jefe del sector bancario se apresuró a declarar a la revista económica Bloomberg que los grandes banqueros quieren “una conversación civil, adulta” sobre la reforma. Magnífico. Deben de estar preocupados.

¡Ah! Y hay una tercera razón. Paul Volcker estaba allí. No es corrupto. No es ambicioso. Pocas veces ha subido a la palestra de la política. Que Volcker aparezca para respaldar al presidente en esta ocasión, es un buen síntoma.

El discurso del presidente fijó algunos principios importantes. Primero, la dimensión cuenta. No deberíamos permitir a los bancos –ni a cualquier otra institución financiera— llegar a ser “demasiado grandes para caer”. Un banco tan grande es demasiado grande para ser susceptible de regulación, y demasiado grande como para que sus propios dirigentes puedan gestionarlo razonable y efectivamente, aun si quisieran hacerlo. Es una “institución sistémicamente peligrosa”. No debería permitírsele crecer, porque a medida que se gana en dimensión, se hace todavía más peligroso.

Segundo, el comercio con productos financieros es peligroso. El comercio apalancado con esos productos es altamente rentable, pero excepcionalmente arriesgado, como un juego de azar. No deberían practicarlo instituciones cuyas actividades de riesgo están públicamente aseguradas –directa o indirectamente—, porque entonces se les da la oportunidad de chantajear al país cuando les va mal. Se acabó. John Reed, el antiguo presidente del consejo de administración de Citibank, está de acuerdo: en los 80 y en los 90 no lo hacían, y no se ve porqué necesitarían hacerlo ahora.

Tercero, el sector financiero tiene que ser reestructurado. Tenemos varios bancos de pequeño y mediano tamaño perfectamente viables, que no fueron afectados por la debacle de las subprime. Deberían crecer y contribuir a la reconstrucción de Norteamérica. Los grandes bancos son, ahora mismo, y por mucho, zombis. No sirven a propósito público alguno, y sin embargo, siguen siendo un peligro. La “Regla de Volcker” puede contribuir a protegernos, restaurando algo parecido a las protecciones que nos permitieron estar a salvo durante medio siglo gracias a la ley Glass-Steagall [derogada bajo la administración Clinton en 1998; n.T.]

El plan no es suficiente. Pero ahora que el presidente ha fijado una dirección, puede hacer más. Para empezar, debería servirse de los poderes regulatorios que ya tiene. Los llamados “tests de strees” del año pasado fueron una farsa, un ejercicio de relaciones públicas destinado a lanzar un mensaje muy simple: que el gobierno estaba dispuesto a respaldar a los bancos, pasara lo que pasara. Esa estrategia no funcionó. Y no es ése el mensaje que el gobierno tendría que querer emitir a estas alturas.

Así pues, repítanse esos “tests de stress” a los bancos. Esta vez, con verdaderos reguladores en los puesto de mando –la FDIC, no la Fed o el Tesoro—. Háganse auditorias limpias de los activos tóxicos conforme a los verdaderos valores de mercado de los mismos; dese publicidad a los e-mails de la aseguradora AIG, que, dicho sea de paso, son de propiedad pública, y revísese con seriedad la documentación de todas las hipotecas basura y de las obligaciones y los títulos respaldados en esas hipotecas. Ha de forzarse a los grandes bancos a disminuir su tamaño, y unos impuestos elevados son la más disuasoria prevención de las prácticas viciosas. Y perseguirlo, el mejor remedio contra el fraude.

Yo dudo mucho de que los grandes banqueros se avengan a ir por ese camino. Tal vez se limiten a retirarse, removiendo de golpe el más monstruoso estorbo de la vida política norteamericana, el gran obstáculo atravesado en el camino de la reforma financiera y de cualquier programa de efectiva recuperación económica.

Otra buena señal pudo verse hoy [22 de enero]. De acuerdo con The Washington Post, el Secretario del Tesoro, Timothy Geithner, se opuso a la línea de Volcker, y perdió el pulso. Es significativa la siguiente afirmación: “Los dirigentes del sector bancario (…) manifestaron sentirse alarmados y descorazonados con la marginación de Geithner, en parte porque apoyaban la línea más moderada propuesta por Geithner el año pasado”.

“Alarmados” y “descorazonados”, ¡buena señal! Mejor todavía: tenemos indicios esta mañana de que el Secretario está ofreciendo resistencia entre bambalinas. ABC News dice lo siguiente: "El Secretario del Tesoro, Tim Geithner, tiene reservas respecto de la nueva propuesta de Obama de limitar las dimensiones y el alcance de los bancos nacionales, según fuentes de ABC News. A Geithner le preocupa que las limitaciones propugnadas pudieran dañar la competitividad de las empresas estadounidenses en relación con sus competidores globales.”

Las informaciones de hoy dejan meridianamente claras las lealtades de Geithner. El próximo paso, en esta materia, depende del presidente.

Así pues, diríase que las cosas están deslizándose por la pendiente de la reforma financiera. Que siga así, señor presidente; ahora está usted en el buen camino.

AUTOR :
James K. Galbraith
FUENTE : SIN PERMISO

Ante el robo sistemático de los altos directivos ¿cuándo despertará la Casa Blanca?


Puede que el Congreso esté paralizado pero la administración Obama tiene el poder, incluso sin la intervención del Congreso, de actuar con respecto a los presidentes y altos ejecutivos de las corporaciones y sobre las lluvias de dinero que tanto enfurecen al americano medio.

Hace un año, los personajes influyentes de las cúspides del Partido Democrático celebraban las más grandes mayorías demócratas en el Congreso en una generación. La semana pasada, la desmoralización reinaba en las mismas cúspides.

La fuente inmediata del malestar: el anuncio sorpresa de que el Senador Byron Dorgan de Dakota del Norte, un popular demócrata en un estado fuertemente republicano, se retiraba a finales de año.

Los “substanciales” avances republicanos predecidos por las encuestas para las elecciones al Congreso de 2010, ahora parecen “casi inevitables”. En algunas encuestas, el movimiento derechista Tea Party figura en posiciones mucho más favorables que los demócratas.

El movimiento Tea Party, señala el analista laborista Les Leopold, expresa “la rabia de los americanos que han visto como las élites financieras se aprovechaban del sistema económico, luego lo destruían, luego se embolsaban las ayudas gubernamentales y luego empiezan de nuevo a aprovecharse del sistema”

Semana tras semana los titulares parecen no hacer más que ir alimentando esta rabia. La semana pasada, por ejemplo, tuvimos la noticia de que Citigroup, el mayor banco receptor de ayudas, otorgó a su director de inversiones, John Havens, el 30 de diciembre, una paga de $8,97 millones… En conjunto, otros cuatro ejecutivos del Citi se fueron el año pasado con más de $8,5 millones. El Citi todavía detenta 25.000 millones de dólares de los contribuyentes norteamericanos.

Y, ¿qué decir de H. Edward Hanway, que se retiró el 31 de diciembre como alto ejecutivo del gigante de los seguros médicos Cigna? A comienzos del último año de Hanway como alto ejecutivo, Cigna anunció planes para suprimir 1.100 empleos. Luego, la compañía publicó unos beneficios de $208 millones en el primer trimestre. Hanway se llevó $12,2 millones en 2009. La semana pasada empezó su retiro con una bonificación de $73 millones.

Pero la joya de la corona de la semana pasada puede haber sido la revelación de que, en 2008, la tambaleante compañía de seguros AIG de New York dirigida por el Banco de la Reserva Federal había “ocultado detalles al público con respecto a los pagos a los bancos por parte de la subvencionada aseguradora, en lo más profundo de la crisis financiera”

¿Qué detalles? Bancos como Goldman Sachs habían “asegurado” sus inversiones de riesgo cortando sus operaciones de transferencia de riesgo de crédito con AIG. Goldman podría haber perdido $13.000 millones si AIG no hubiera podido pagar estos productos. Pero AIG los pagó todos, contantes y sonantes, mediante el uso de dinero de los impuestos de rescate.

En esencia, El Tesoro de los Estados Unidos estaba lavando, vía AIG, dólares de los contribuyentes para Goldman y otros grandes bancos y la Reserva Federal de Nueva York – dando instrucciones a AIG para que no revelara estos desembolsos – estaba tratando de encubrir todo este lavado.

¿Quién era el principal dirigente de la Reserva Federal en Nueva York durante todo este tiempo? Timothy Geithner, el actual Secretario del Tesoro.

En el Tesoro, Geithner ha continuado procurando que las grandes eminencias de Wall Street se sientan lo más cómodamente posible. El año pasado hizo retroceder repetidamente cualquier intento del Congreso de poner límites de rescate significativos a las remuneraciones de los banqueros. Además, el “zar de las remuneraciones” con rescate, Ken Feinberg, al que supervisa, ha decidido en esencia que si a los banqueros se les paga millones en activos en vez de en efectivo, ello puede considerarse una reforma.

Mientras tanto, otros esfuerzos serios de reforma continúan estancados en el Congreso. Algunas medidas ocasionales y razonables de limitación de las remuneraciones que han pasado por el Congreso han perdido, todas ellas, fuerza en el Senado. La Casa Blanca, con tanta falta de acción se ha encontrado fuera de contacto con los americanos corrientes.

El “trato con guantes de seda a los banqueros”, del Presidente Obama, tal como observó el economista Paul Krugman la semana pasada, ha colocado a los “demócratas en el lado equivocado” de la “rabia populista” que se está amparando del país.

“Si los demócratas del Congreso no toman una línea dura con los bancos en los próximos meses", añade Krugman, “pagarán un alto precio en noviembre”

Pero el Presidente no necesita esperar al Congreso. Sus agencias federales tienen ya la autoridad y la capacidad para empezar a tomar medidas contra las remuneraciones excesivas de los ejecutivos, incluso sin la intervención del Congreso.

En la Federal Deposit Insurance Corporation (FDIC), la agencia federal que asegura los depósitos bancarios, se han empezado a dar pasos en esta dirección. Todos los bancos pagan honorarios a la FDIC y los bancos que se dedican a actividades de riesgo, con mayores probabilidades de bancarrota, pagan honorarios más elevados.

Hasta ahora, la FDIC nunca ha considerado las remuneraciones excesivas a los ejecutivos bancarios como una práctica que ponga en peligro la estabilidad bancaria. Pero, según ciertas noticias, puede que la FDIC esté cambiando de rumbo y defina las remuneraciones excesivas como una práctica peligrosa.

Según un análisis que está por salir en el Yale Law Journal, podría ser que el IRS tomara medidas considerablemente más drásticas contra las pagas excesivas, simplemente dando a las empresas que cotizan en bolsa “el mismo trato que a las demás empresas privadas”.

La legislación fiscal de los EEUU, señala el analista Aaron Zelinsky, normalmente permite que las empresas deduzcan de sus impuestos “una reserva razonable para salarios u otras remuneraciones”. Pero en esencia el Internal Revenue Service (IRS) solamente ha aplicado esta razonable normativa a las empresas que no cotizan en bolsa.

En estas empresas, continúa la suposición, ejecutivos sin escrúpulos pueden pagarse a sí mismos fortunas y evitar impuestos empresariales deduciendo dichas fortunas de sus obligaciones tributarias.

En las empresas que cotizan, el IRS asume que los consejos de administración, en tanto que responsables ante los accionistas, sirven de control contra este tipo de conducta sin escrúpulos de los ejecutivos. En realidad, obviamente los consejos de administración no controlan. Dan maquinalmente su visto bueno.

La ceguera del IRS ante esta realidad permite que las remuneraciones de los ejecutivos crezcan y que la situación se deteriore.

“Los peces pequeños en las empresas que no cotizan, al ganar relativamente pequeñas cantidades de dinero pueden perder sus deducciones tributarias por pagas excesivas a los ejecutivos”, señala Zelinsky, “mientras que los altos ejecutivos de empresas mucho mayores no se enfrentan a este tipo de normas o penalizaciones.”

Si el IRS acabara sencillamente con este doble rasero y empezara a aplicar tests de “razonabilidad” a las remuneraciones de los altos ejecutivos, podría denegar a las grandes empresas las deducciones tributarias por remuneraciones desmesuradas a los ejecutivos.

Una decisión del IRS en el sentido de que las remuneraciones de los ejecutivos en una gran empresa han llegado a ser desmesuradas sometería a las grandes empresas a una publicidad negativa, y ofrecería a los accionistas disconformes una valiosa munición para luchar contra las remuneraciones excesivas.

La Casa Blanca podría hacer realidad todo esto sin que hiciera falta ninguna acción del Congreso. La Casa Blanca, para resumir, tiene los medios para atacar las lluvias de dinero en las alturas que tanto irritan al estadounidense medio. ¿Tiene la Casa Blanca la voluntad? Esta puede ser la cuestión política más importante de este año.

AUTOR :
Sam Pizzigatti edita Too Much, la revista electrónica semanal sobre los excesos y la desigualdad.
FUENTE : SIN PERMISO
TRADUCION
Anna Maria Garriga Tarrés