El presidente Obama dió el pasado martes un paso en la buena dirección. ¿Cómo podemos saberlo? Las acciones de los bancos cayeron. Y el lobista en jefe del sector bancario se apresuró a declarar a la revista económica Bloomberg que los grandes banqueros quieren “una conversación civil, adulta” sobre la reforma. Magnífico. Deben de estar preocupados.
¡Ah! Y hay una tercera razón. Paul Volcker estaba allí. No es corrupto. No es ambicioso. Pocas veces ha subido a la palestra de la política. Que Volcker aparezca para respaldar al presidente en esta ocasión, es un buen síntoma.
El discurso del presidente fijó algunos principios importantes. Primero, la dimensión cuenta. No deberíamos permitir a los bancos –ni a cualquier otra institución financiera— llegar a ser “demasiado grandes para caer”. Un banco tan grande es demasiado grande para ser susceptible de regulación, y demasiado grande como para que sus propios dirigentes puedan gestionarlo razonable y efectivamente, aun si quisieran hacerlo. Es una “institución sistémicamente peligrosa”. No debería permitírsele crecer, porque a medida que se gana en dimensión, se hace todavía más peligroso.
Segundo, el comercio con productos financieros es peligroso. El comercio apalancado con esos productos es altamente rentable, pero excepcionalmente arriesgado, como un juego de azar. No deberían practicarlo instituciones cuyas actividades de riesgo están públicamente aseguradas –directa o indirectamente—, porque entonces se les da la oportunidad de chantajear al país cuando les va mal. Se acabó. John Reed, el antiguo presidente del consejo de administración de Citibank, está de acuerdo: en los 80 y en los 90 no lo hacían, y no se ve porqué necesitarían hacerlo ahora.
Tercero, el sector financiero tiene que ser reestructurado. Tenemos varios bancos de pequeño y mediano tamaño perfectamente viables, que no fueron afectados por la debacle de las subprime. Deberían crecer y contribuir a la reconstrucción de Norteamérica. Los grandes bancos son, ahora mismo, y por mucho, zombis. No sirven a propósito público alguno, y sin embargo, siguen siendo un peligro. La “Regla de Volcker” puede contribuir a protegernos, restaurando algo parecido a las protecciones que nos permitieron estar a salvo durante medio siglo gracias a la ley Glass-Steagall [derogada bajo la administración Clinton en 1998; n.T.]
El plan no es suficiente. Pero ahora que el presidente ha fijado una dirección, puede hacer más. Para empezar, debería servirse de los poderes regulatorios que ya tiene. Los llamados “tests de strees” del año pasado fueron una farsa, un ejercicio de relaciones públicas destinado a lanzar un mensaje muy simple: que el gobierno estaba dispuesto a respaldar a los bancos, pasara lo que pasara. Esa estrategia no funcionó. Y no es ése el mensaje que el gobierno tendría que querer emitir a estas alturas.
Así pues, repítanse esos “tests de stress” a los bancos. Esta vez, con verdaderos reguladores en los puesto de mando –la FDIC, no la Fed o el Tesoro—. Háganse auditorias limpias de los activos tóxicos conforme a los verdaderos valores de mercado de los mismos; dese publicidad a los e-mails de la aseguradora AIG, que, dicho sea de paso, son de propiedad pública, y revísese con seriedad la documentación de todas las hipotecas basura y de las obligaciones y los títulos respaldados en esas hipotecas. Ha de forzarse a los grandes bancos a disminuir su tamaño, y unos impuestos elevados son la más disuasoria prevención de las prácticas viciosas. Y perseguirlo, el mejor remedio contra el fraude.
Yo dudo mucho de que los grandes banqueros se avengan a ir por ese camino. Tal vez se limiten a retirarse, removiendo de golpe el más monstruoso estorbo de la vida política norteamericana, el gran obstáculo atravesado en el camino de la reforma financiera y de cualquier programa de efectiva recuperación económica.
Otra buena señal pudo verse hoy [22 de enero]. De acuerdo con The Washington Post, el Secretario del Tesoro, Timothy Geithner, se opuso a la línea de Volcker, y perdió el pulso. Es significativa la siguiente afirmación: “Los dirigentes del sector bancario (…) manifestaron sentirse alarmados y descorazonados con la marginación de Geithner, en parte porque apoyaban la línea más moderada propuesta por Geithner el año pasado”.
“Alarmados” y “descorazonados”, ¡buena señal! Mejor todavía: tenemos indicios esta mañana de que el Secretario está ofreciendo resistencia entre bambalinas. ABC News dice lo siguiente: "El Secretario del Tesoro, Tim Geithner, tiene reservas respecto de la nueva propuesta de Obama de limitar las dimensiones y el alcance de los bancos nacionales, según fuentes de ABC News. A Geithner le preocupa que las limitaciones propugnadas pudieran dañar la competitividad de las empresas estadounidenses en relación con sus competidores globales.”
Las informaciones de hoy dejan meridianamente claras las lealtades de Geithner. El próximo paso, en esta materia, depende del presidente.
AUTOR :James K. Galbraith
FUENTE : SIN PERMISO
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