Una economía sobreendeudada y mal acostumbrada como la estadounidense está en el origen de una crisis que ha “goteado” hacia su sociedad en términos de desempleo, reducción del consumo, aumento de la inseguridad alimentaria y sanitaria y de la desigualdad. No eran cuestiones nuevas, pero las ha agravado una crisis que primero fue bancaria y después financiera. El sistema financiero internacional estaba relativamente interconectado y los “productos tóxicos” habían recorrido parte del Planeta. El papel que juega la economía de los Estados Unidos en el mundo impactó primero en los países centrales, después en los emergentes y finalmente en casi todo el Planeta.
La crisis había sido prevista. Nouriel Roubini lo anticipó, y en febrero de 2008 anunciaba un “colapso sistémico y una depresión global” que, como “cisne negro”, también había sido pronosticada por Nassim Taleb. El sombrío panorama de una recesión/depresión transnacional ha producido algunas reacciones tal vez exageradas: Joseph Stiglitz ha dicho que la caída del Wall Street podía ser al fundamentalismo del mercado lo que la caída del Muro de Berlín fue para el comunismo. Más moderada era la afirmación sobre la enfermedad del mercado por la que éste pedía disculpas por los males causados, según la personalización de Frei Betto. Tiene sentido, entonces, plantearse qué es lo que, efectivamente, ha fenecido en esta crisis.
Hay cosas que sí parecen haberse ido: la pretensión de que las nuevas tecnologías significaban el fin de los ciclos económicos. Se vio con la crisis del “punto.com”. Ahora se vuelve a hablar de ciclos y no precisamente para generar optimismo, habiendo una corriente que subraya las peculiaridades de esta crisis: la Historia podría repetirse no en comedia sino en otra tragedia, pero, en todo caso, repitiendo lo sucedido entre 1929 y 1939 sobre todo en los Estados Unidos.
Gustavo Esteva (en La Jornada, 6 octubre 2008) hizo una lista de las posibles bajas producidas en esta crisis. Añadía sus dudas para cada una de ellas, que aquí se amplían aportando los motivos para relativizarlas. La razón básica para dudar de estas bajas apresuradas es la falta de perspectiva temporal, que es lo que aporta Immanuel Wallerstein y Arthur M. Schlesinger. Veámoslas.
Se ha hablado del fin de la hegemonía estadounidense. Arno J. Mayer no lo tiene tan claro y dice, literalmente, que las predicciones sobre esa caída son exageradas. Cierto que su poder se ha erosionado, pero sigue siendo viable su control del mundo mediante su poderío militar y las agencias de espionaje y desinformación operativas en el mundo. Podrá caer como hegemón, como cayó España o Inglaterra, pero puede hacerse realidad el sueño neoconservador de un New American Century: un siglo XXI tan americano (o sea, estadounidense) como lo fue el XX. No es la única hipótesis: podría emerger una nueva potencia hegemónica o podríamos entrar en un mundo regionalizado. En este último caso, y si América Latina fuese capaz de “desconectarse”, sería interesante analizar el papel de potencia regional que podría jugar el Brasil. Pero el mantenimiento de la hegemonía de los Estados Unidos es una hipótesis a no descartar y menos por un simple “wishful thinking”.
En cambio, sí parecería que termina el fundamentalismo del mercado, que es como también George Soros ha llamado a esa manía de adjudicar, contra toda evidencia, unos poderes taumatúrgicos al mercado sin la “mano invisible” de los sentimientos morales, es decir, sin un mínimo de regulación. Si ya estaba herido de muerte desde hacía años, las sucesivas intervenciones gubernamentales lo han llevado a la tumba. Hasta el presidente Sarkozy levanta acta de dicho final en su discurso de Toulon. Sin embargo, el mercantilismo y el proteccionismo intervencionista son dos caras de la misma moneda, sólo que unas veces se ve una y otras otra y no se les permite practicar una u otra a los países situados en niveles diferentes de la jerarquía mundial. Después de una etapa librecambista, los años 50 y 60 fueron proteccionistas, seguidos por esta etapa fundamentalista que termina, pero que no necesariamente desaparece para siempre. Cuando cesó en los años 40 nadie pensó que pudiera volver. Digamos, entonces, que está en coma, pero que puede despertar y que, en todo caso, no se ha aplicado de la misma manera en el Norte y en el Sur.
Otra cosa sería el grupo dominante en los gobiernos de G.W. Bush, los neoconservadores, y la ideología que ha tenido adeptos en el resto del mundo. Cierto que ya han sufrido otras derrotas con anterioridad, pero esas mismas derrotas muestran que pueden volver ya que mantendrán su capital económico, social, cultural y simbólico. Por ello, a pesar de la victoria de Barack Obama, esta herencia va a ser muy difícil de desmontar y no parece que esté en la agenda del nuevo presidente ni está en las posibilidades de acción que permite el sistema.
El “Consenso de Washington”, aquella serie de recetas de flexibilización, desregulación y privatizaciones que emergieron de Washington DC y se propagaron por el mundo, parece muerto. Unos pocos aún lo siguen, Calderón en México y a Uribe en Colombia, pero no sería difícil encontrar más casos en el mundo. Luego todavía no ha muerto.
Hay un "muerto" más en otras listas: el capitalismo, por lo menos enfermo como para necesitar “refundación”. No está tan claro: este sistema, y la jerarquía centro-periferia que incluye, ha demostrado en sus siglos de existencia una gran capacidad de adaptación para sobrevivir a sus frecuentes crisis. Además, como ha indicado Eduardo Gudynas, no se ve cuál sería la alternativa. A esto añadirá James Petras, en marxista, que para cambiar de sistema hace falta una clase social que sea la portadora del cambio y movimientos sociales capaces de hacerlo realidad. Pero lo importante es constatar cómo el problema ha mostrado los elementos del sistema que estaban conectados y los que no lo estaban (habiendo, pues, una globalización relativa) y cómo los intentos de solución se llevan a cabo partiendo de la estructura centro-periferia que lo caracterizan.
Parece, pues, que estamos en un "ya no" (hay cosas que, efectivamente, han muerto, con independencia de que puedan resurgir) y, simultáneamente, en un "todavía no" (lo nuevo no se vislumbra y hay continuidades constatables). Así que, como concluye Óscar Ugarteche, “para los que piensan que otro mundo es posible, ahora es cuando”. Falta saber cuál (y supongo que en el resto de este libro hay referencias a ello) y cómo (y aquí supongo que estamos más faltos de sugerencias).
AUTOR : José María Tortosa
FUENTE : PERIPECIAS # 129
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viernes, 20 de febrero de 2009
2008: EL FALLECIMIENTO DE LA GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL
La ideología de la globalización neoliberal ha estado en boga desde principios de los años 80. No era, de hecho, una idea nueva en la historia del sistema-mundo moderno, aunque reivindicó serlo. Más bien era la muy vieja idea de que los gobiernos del mundo debían dejar de estorbarle a las grandes y eficientes empresas en sus esfuerzos por prevalecer en el mercado mundial. La primera implicación de política pública era que los gobiernos, todos los gobiernos, debían permitir que estas corporaciones cruzaran libremente todas las fronteras con sus bienes y su capital. La segunda implicación de política pública era que los gobiernos, todos los gobiernos, debían renunciar ellos mismos a cualquier papel de dueños de estas empresas productivas, y privatizar así todo lo que poseyeran. Una tercera implicación era que los gobiernos, todos ellos, debían minimizar, si no eliminar, todos y cada uno de los diferentes pagos de transferencia por seguridad social a sus poblaciones. Por ciclos, esta vieja idea siempre ha estado de moda.
En los años 80, estas ideas fueron propuestas para contrarrestar a las también viejas visiones keynesianas y/o socialistas que habían prevalecido en la mayoría de los países del mundo: que las economías deberían ser mixtas (el Estado más las empresas privadas); que los gobiernos deberían proteger a sus ciudadanos de las corporaciones cuasi monopólicas propiedad de extranjeros; que los gobiernos deberían intentar ecualizar las oportunidades de vida transfiriendo beneficios a sus residentes menos afortunados (especialmente en los niveles de educación, salud y garantías de ingreso a lo largo de la vida), lo que requeriría, por supuesto, fijarle impuestos a los residentes más acomodados y a las corporaciones.
El programa de globalización neoliberal sacó ventaja del estancamiento mundial de ganancias que vino tras el largo periodo de expansión global sin precedentes posterior a 1945 y que abarcó hasta principios de los años 70, el cual impulsó la visión keynesiana o socialista de dominar las políticas públicas. El estancamiento de ganancias creó problemas en el balance de pagos para un número muy grande de gobiernos en el mundo, especialmente en el Sur global y en el llamado bloque socialista de naciones. La contraofensiva neoliberal fue encabezada por los gobiernos de derecha de Estados Unidos y Gran Bretaña (Reagan y Thatcher) más las dos principales agencias financieras intergubernamentales –el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial–, y estas instancias, juntas, crearon e impusieron lo que vino a ser conocido como Consenso de Washington. El lema de esta política conjunta fue acuñada por la señora Thatcher: TINA, siglas para “There Is No Alternative” (No hay alternativa). El lema intentaba transmitirle a todos los gobiernos que tenían que cumplir con el lineamiento fijado por las recomendaciones de política pública, o ser castigados con un lento crecimiento y la negación de toda ayuda internacional ante cualquier dificultad que pudieran enfrentar.
El Consenso de Washington prometió un crecimiento económico renovado para todos y una salida del estancamiento global de ganancias. A nivel político, los proponentes de la globalización neoliberal tuvieron mucho éxito. Gobierno tras gobierno –en el Sur global, en el bloque socialista y en los fuertes estados occidentales– privatizó las industrias, abrió sus fronteras al comercio y a las transacciones financieras, y recortó el Estado benefactor. Las ideas socialistas, aun las keynesianas, fueron desacreditadas en la opinión pública y las elites políticas renunciaron a ellas. La consecuencia visible más dramática fue la caída de la Unión Soviética y los regímenes comunistas de Europa central y del este, más la adopción de políticas amigables con el mercado por parte de la todavía denominada China socialista.
El único problema con este gran éxito político fue que no pudo igualarlo el éxito económico. Continuó el estancamiento de ganancias en las empresas industriales del mundo. La repentina alza en los mercados bursátiles en todas partes no se basó en ganancias de la producción sino en las manipulaciones especulativas financieras. La distribución del ingreso a escala mundial y en los diferentes países se volvió muy asimétrica, un incremento masivo en el ingreso de 10 por ciento superior y en especial de uno por ciento más elevado de la población mundial, y una caída en el ingreso real para el resto de las poblaciones mundiales.
La desilusión con las glorias del “mercado” sin restricciones comenzó a ser visible a mediados de los 90. Esto pudo observarse en varios planos: en muchos países regresaron al poder gobiernos más orientados hacia el bienestar social; hubo nuevos llamados –especialmente por parte de los movimientos laborales y las organizaciones de trabajadores rurales– a que los gobiernos emprendieran políticas proteccionistas; creció a escala mundial un movimiento altermundista cuyo lema es “otro mundo es posible”.
La reacción creció lenta pero constantemente. Entretanto, con el régimen de George W. Bush, los proponentes de la globalización neoliberal no sólo persistieron sino que incrementaron su presión. El gobierno de Bush pujó simultáneamente por una distribución del ingreso más distorsionada (mediante grandes recortes fiscales para los más acaudalados) y por una política exterior de militarismo unilateral macho (la invasión de Irak). Financió esto mediante una fantástica expansión de préstamos (un endeudamiento) con la venta de bonos del Tesoro estadunidense a quienes controlan las existencias mundiales de energía y las instalaciones de producción a bajo costo.
Se veía bien en el papel, si sólo se fijaba uno en las cifras de los mercados bursátiles. Pero era una burbuja de crédito superlativo condenada a estallar, y ahora está estallando. La invasión de Irak (más Afganistán y Pakistán) está demostrando ser un enorme fiasco político y militar. La solidez económica de Estados Unidos cae en el descrédito, lo que ocasiona una radical caída del dólar. Y los mercados bursátiles del mundo tiemblan conforme confrontan el pinchazo de la burbuja.
¿Así que cuáles son las conclusiones de política pública que extraen los gobiernos y las poblaciones? Parece haber cuatro en curso. La primera es el fin del papel que tenía el dólar estadunidense como divisa de reserva para el mundo, lo cual hace imposible continuar la política de superendeudamiento del gobierno de Estados Unidos y de sus consumidores. La segunda es el regreso a un alto grado de proteccionismo, tanto en el Norte como en el Sur globales. La tercera es el regreso a la adquisición estatal de las empresas que fracasan y la implementación de medidas keynesianas. La última es el retorno a políticas redistributivas más enfocadas al bienestar social.
La balanza política oscila de regreso. De aquí a 10 años se escribirá acerca de la globalización neoliberal como un oscilamiento cíclico en la historia de la economía-mundo capitalista. La cuestión real no es si esta fase terminó sino si el retorno pendular podrá restaurar, como en el pasado, un relativo equilibrio en el sistema-mundo. ¿O se habrá hecho ya demasiado daño? ¿Estaremos en un caos más violento en la economía-mundo y como tal en el sistema-mundo como un todo?.
AUTOR : Immanuel Wallerstein
FUENTE : GLOBALIZACION.ORG
En los años 80, estas ideas fueron propuestas para contrarrestar a las también viejas visiones keynesianas y/o socialistas que habían prevalecido en la mayoría de los países del mundo: que las economías deberían ser mixtas (el Estado más las empresas privadas); que los gobiernos deberían proteger a sus ciudadanos de las corporaciones cuasi monopólicas propiedad de extranjeros; que los gobiernos deberían intentar ecualizar las oportunidades de vida transfiriendo beneficios a sus residentes menos afortunados (especialmente en los niveles de educación, salud y garantías de ingreso a lo largo de la vida), lo que requeriría, por supuesto, fijarle impuestos a los residentes más acomodados y a las corporaciones.
El programa de globalización neoliberal sacó ventaja del estancamiento mundial de ganancias que vino tras el largo periodo de expansión global sin precedentes posterior a 1945 y que abarcó hasta principios de los años 70, el cual impulsó la visión keynesiana o socialista de dominar las políticas públicas. El estancamiento de ganancias creó problemas en el balance de pagos para un número muy grande de gobiernos en el mundo, especialmente en el Sur global y en el llamado bloque socialista de naciones. La contraofensiva neoliberal fue encabezada por los gobiernos de derecha de Estados Unidos y Gran Bretaña (Reagan y Thatcher) más las dos principales agencias financieras intergubernamentales –el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial–, y estas instancias, juntas, crearon e impusieron lo que vino a ser conocido como Consenso de Washington. El lema de esta política conjunta fue acuñada por la señora Thatcher: TINA, siglas para “There Is No Alternative” (No hay alternativa). El lema intentaba transmitirle a todos los gobiernos que tenían que cumplir con el lineamiento fijado por las recomendaciones de política pública, o ser castigados con un lento crecimiento y la negación de toda ayuda internacional ante cualquier dificultad que pudieran enfrentar.
El Consenso de Washington prometió un crecimiento económico renovado para todos y una salida del estancamiento global de ganancias. A nivel político, los proponentes de la globalización neoliberal tuvieron mucho éxito. Gobierno tras gobierno –en el Sur global, en el bloque socialista y en los fuertes estados occidentales– privatizó las industrias, abrió sus fronteras al comercio y a las transacciones financieras, y recortó el Estado benefactor. Las ideas socialistas, aun las keynesianas, fueron desacreditadas en la opinión pública y las elites políticas renunciaron a ellas. La consecuencia visible más dramática fue la caída de la Unión Soviética y los regímenes comunistas de Europa central y del este, más la adopción de políticas amigables con el mercado por parte de la todavía denominada China socialista.
El único problema con este gran éxito político fue que no pudo igualarlo el éxito económico. Continuó el estancamiento de ganancias en las empresas industriales del mundo. La repentina alza en los mercados bursátiles en todas partes no se basó en ganancias de la producción sino en las manipulaciones especulativas financieras. La distribución del ingreso a escala mundial y en los diferentes países se volvió muy asimétrica, un incremento masivo en el ingreso de 10 por ciento superior y en especial de uno por ciento más elevado de la población mundial, y una caída en el ingreso real para el resto de las poblaciones mundiales.
La desilusión con las glorias del “mercado” sin restricciones comenzó a ser visible a mediados de los 90. Esto pudo observarse en varios planos: en muchos países regresaron al poder gobiernos más orientados hacia el bienestar social; hubo nuevos llamados –especialmente por parte de los movimientos laborales y las organizaciones de trabajadores rurales– a que los gobiernos emprendieran políticas proteccionistas; creció a escala mundial un movimiento altermundista cuyo lema es “otro mundo es posible”.
La reacción creció lenta pero constantemente. Entretanto, con el régimen de George W. Bush, los proponentes de la globalización neoliberal no sólo persistieron sino que incrementaron su presión. El gobierno de Bush pujó simultáneamente por una distribución del ingreso más distorsionada (mediante grandes recortes fiscales para los más acaudalados) y por una política exterior de militarismo unilateral macho (la invasión de Irak). Financió esto mediante una fantástica expansión de préstamos (un endeudamiento) con la venta de bonos del Tesoro estadunidense a quienes controlan las existencias mundiales de energía y las instalaciones de producción a bajo costo.
Se veía bien en el papel, si sólo se fijaba uno en las cifras de los mercados bursátiles. Pero era una burbuja de crédito superlativo condenada a estallar, y ahora está estallando. La invasión de Irak (más Afganistán y Pakistán) está demostrando ser un enorme fiasco político y militar. La solidez económica de Estados Unidos cae en el descrédito, lo que ocasiona una radical caída del dólar. Y los mercados bursátiles del mundo tiemblan conforme confrontan el pinchazo de la burbuja.
¿Así que cuáles son las conclusiones de política pública que extraen los gobiernos y las poblaciones? Parece haber cuatro en curso. La primera es el fin del papel que tenía el dólar estadunidense como divisa de reserva para el mundo, lo cual hace imposible continuar la política de superendeudamiento del gobierno de Estados Unidos y de sus consumidores. La segunda es el regreso a un alto grado de proteccionismo, tanto en el Norte como en el Sur globales. La tercera es el regreso a la adquisición estatal de las empresas que fracasan y la implementación de medidas keynesianas. La última es el retorno a políticas redistributivas más enfocadas al bienestar social.
La balanza política oscila de regreso. De aquí a 10 años se escribirá acerca de la globalización neoliberal como un oscilamiento cíclico en la historia de la economía-mundo capitalista. La cuestión real no es si esta fase terminó sino si el retorno pendular podrá restaurar, como en el pasado, un relativo equilibrio en el sistema-mundo. ¿O se habrá hecho ya demasiado daño? ¿Estaremos en un caos más violento en la economía-mundo y como tal en el sistema-mundo como un todo?.
AUTOR : Immanuel Wallerstein
FUENTE : GLOBALIZACION.ORG
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