Para los gobiernos del mundo, el brote de la nueva gripe ha llegado en mal momento. Ya sus finanzas se encontraban bajo severa presión por la crisis económica global, y ahora deben voltear sus bolsillos para aumentar sus inventarios de antivirales si quieren evitar una pandemia. En cambio, para las farmacéuticas que venden ese tipo de fármacos, el momento no pudo haber sido mejor.
Roche, fabricante suiza de Tamiflu, será la mayor beneficiaria si el pánico durase más de unos días. El precio de las acciones de Roche ha experimentado una repentina recuperación, ya que su fármaco es el arma principal contra la nueva cepa de A/H1N1 que ha infectado a más de 400 personas en México. La empresa ha dejado en claro que tiene la capacidad suficiente para suministrar la medicina a los gobiernos que deseen prevenir o tratar la enfermedad.
Otra gran beneficiaria es GlaxoSmithKline (GSK), del Reino Unido, que tiene la patente internacional del antiviral Relenza, desarrollado por la empresa australiana Biota. Como Tamiflu, Relenza es eficaz contra la cepa A/H1N1, así como contra el virus de la influenza aviar que en 1996 causó un pánico similar en Asia. Se afirma también que causa menos efectos secundarios que Tamiflu, y está menos expuesto a la resistencia.
En efecto, a pesar de lo que Biota ve como un displicente esfuerzo de comercialización por parte de GSK, en realidad las ventas de Relenza habían alcanzado a las de Tamiflu antes de que surgiera la contingencia. En marzo, el gobierno de Canadá fue el más reciente de varios que han anunciado que reducirían las compras de Tamiflu en favor de Relenza. En la actualidad Tamiflu representa 90% de sus reservas, mientras la participación de Relenza es de sólo 10%.
Tamiflu se había convertido en un componente clave en las defensas nacionales contra influenza estacional y brotes pandémicos porque la resistencia era poco frecuente. Pero esto cambió cuando el año pasado surgió una cepa resistente de la variedad H1N1 en el norte de Europa. La cepa resistente se ha extendido a otras partes del mundo. Desde entonces, casi todos los virus A/H1N1 analizados en Norteamérica han sido resistentes a Tamiflu; en respuesta a eso, los gobiernos, de Alemania a Estados Unidos (EU), han renovado o cambiado sus reservas de medicamentos.
Gracias a esto, y a la caída generalizada de las ventas de antigripales desde su pico en 1996, Roche sufrió un desplome de 68% en las ventas de Tamiflu durante 2008 a 564 millones de dólares, en comparación con mil 700 mdd del año anterior. Mientras tanto, las ventas de Relenza saltaron dramáticamente, elevándose de 29 millones de dólares (mdd) durante el primer trimestre de 2008 a 462 mdd en el primer trimestre del presente ejercicio.
¿Falló el disparo?
La principal interrogante es cómo afectará el virus A/H1N1 a este equilibrio de poder. Hasta ahora los primeros signos sugieren que –al igual que el virus H5N1 de la gripe aviar– la influenza A/H1N1 involucrada en el brote mexicano no es resistente al Tamiflu. La Organización Mundial de la Salud (OMS) dice que tanto el fosfato de oseltamivir (Tamiflu) como el zanamivir (Relenza) son eficaces en el tratamiento de la enfermedad, en tanto que la amantadina y la rimantadina, que se usan principalmente contra la influenza estacional, no lo son.
A pesar de sus problemas, Tamiflu aún es considerado la primera línea de defensa contra la influenza, con Relenza como respaldo. Además, Roche parece haber superado los cuellos de botella de producción que causaron escasez mundial en el punto más álgido de la gripe aviar. Tanto Roche como GSK dicen contar con suficientes reservas de sus medicinas si la influenza humana se expande más, aunque la OMS aún no les ha pedido que las distribuyan.
Para los gobiernos, la nueva gripe es sin duda un oportuno recordatorio de que, al margen de las presiones financieras sobre el sistema de salud, no es momento de escatimar antivirales. No obstante, a no ser que suceda algo fuera de lo previsto y el pánico ceda su lugar a una pandemia real, es poco probable que esto provoque una bonanza de ventas para Roche o para GSK, cuyos resultados han disminuido últimamente.
Este mes, GSK reportó una caída anualizada de 5% en sus ingresos durante el primer trimestre, a 9 mil 960 mdd, y un descenso de 31% en utilidades operativas, a 2 mil 910 mdd. La empresa lucha contra los efectos de la expiración de patentes de antiguas medicinas de gran éxito como Lamictal (lamotrigina), fármaco para la epilepsia, y su antidepresivo Wellbutrin (bupropión). La empresa también ha sido afectada por recientes fracasos clínicos, como los decepcionantes resultados de elesclomol para el tratamiento del melanoma metastático, durante un ensayo fase 3. La productividad de la investigación y desarrollo sigue siendo un serio desafío.
La investigación y desarrollo de Roche también ha sufrido contratiempos; Avastin (bevacizumab), su fármaco contra el cáncer, ha fracasado en evitar la recurrencia del cáncer de colon después de una cirugía. Sin embargo, los proyectos de la empresa están enfocados a consumar la toma de posesión de Genentech, la compañía estadunidense de biotecnología. Así, al contar en su catálogo con fármacos biotecnológicos especializados, sería menos vulnerable que la mayoría de las grandes farmacéuticas a la competencia genérica. Las ventas del primer trimestre de la empresa se elevaron 7% de manera anualizada para alcanzar 10 mil 100 mdd; y Avastin y Rituxan (rituximab) mostraron un gran desempeño.
El nuevo interés por sus medicinas contra la influenza mantendrá a flote a ambas empresas. Pero no serían las únicas beneficiarias de la nueva gripe: la bonanza mayor será para aquellas empresas que logren desarrollar una vacuna contra el virus. Novartis de Suiza y Baxter International de EU están en la carrera, y ambas han sido ya contactadas por la OMS en su lucha contra la influenza humana. Pero si la pandemia llega pronto, las vacunas serán de poca ayuda. Las actuales contra la influenza estacional no parecen tener efecto alguno sobre el virus H1N1, y la producción a gran escala de una vacuna eficaz podría tomar cuatro años. Mientras, el mundo tendrá que atenerse a Tamiflu y Relenza.
AUTOR :EIU
FUENTE : LA JORNADA
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martes, 5 de mayo de 2009
El regalo perfecto para Wall Street: un impuesto a las transacciones financieras
Como guante a la medida, un impuesto a las transacciones financieras [FTT, por sus siglas en inglés; T.] les iría de maravilla a todos esos banqueros e inversores de Wall Street. Un impuesto modesto, que sería demasiado pequeño para que el inversor medio lo notase, podría recaudar fácilmente más de 100 mil millones de dólares al año. Eso es dinero de verdad, incluso en el terreno de los rescates a AIG y Citigroup.
Los chicos de Wall Street y los políticos a los que dan su apoyo odian que la gente hable de un impuesto de este tipo. Empiezan a enfurruñarse y resoplar y sacan a sus mejores portavoces para rápidamente desestimar este tipo de visiones tan ingenuas que esgrimen los no iniciados en el complejo mundo de las finanzas. Este descrédito tan arrogante suele ser suficiente para alejar a periodistas e informadores de dicha idea, y para desanimar a la mayoría de grupos de interés y resto políticos de hacer presión en serio sobre esta cuestión.
Pero en el caso de aquellos que no se dejan intimidar fácilmente por los banqueros fanfarrones y sus voceros (que incluyen a muchos economistas), un FTT tiene todo el sentido del mundo. El porqué es bastante sencillo.
Un impuesto del 0,25% sobre la venta o compra de un activo afectará muy poco a alguien que planee mantenerlo durante 5-10 años como inversión a largo plazo. Un impuesto así costaría 25 dólares en el momento de la compra a alguien que adquiera 10.000 dólares de acciones de IBM. Si el precio se dobla en diez años, luego tendrá que pagar 50 dólares cuando las venda. Estas cantidades resultan ridículas al lado de lo que tendrá que pagar de impuestos sobre ganancias del capital.
Del mismo modo, si un granjero tiene que pagar un impuesto del 0,02% al comprar futuros para asegurar su cosecha de trigo, el coste por asegurar una cosecha por valor de 400.000 dólares sería de 80 dólares. Esta cantidad tendría muy poco efecto en su decisión de asegurar la cosecha o en las ganancias que obtendrá por ella. De hecho, como el precio de negociar acciones, futuros y otros activos financieros ha caído fuertemente durante las últimas tres décadas, un impuesto modesto sobre las transacciones solamente haría subir su coste a precios de hace 15 o 20 años.
Un pequeño aumento de los costes de transacción sería una carga muy manejable para quienes utilizan los mercados financieros para sostener sus actividades productivas económicamente. Sin embargo, impondría un coste mucho más serio para aquéllos que ven el mercado financiero como un casino en el que hacer sus apuestas cada día, hora o minuto. Los especuladores que cuentan con meterse en el mercado a las 2 de la tarde y recoger sus ganancias a las 3 son los que estarían sujetos a un riesgo mucho mayor si tuviesen que pagar un impuesto a las transacciones financieras, por modesto que fuera.
Del mismo modo, los ingenieros financieros que se especializan en desarrollar complejos instrumentos financieros puede que consideren un FTT un fastidio. Un FTT podría implicar que sus instrumentos derivados fuesen gravados en varios momentos distintos. Por ejemplo, la adquisición de una opción sobre una acción sería gravada, así como lo sería también la compra en si misma de la acción si ésta se ejecutase. Derivados más complejos podrían acabar sujetos al impuesto varias veces, reduciendo sustancialmente el beneficio potencial generado por la mera complejidad.
Los de Wall Street y sus voceros insistirán en que un FTT no se puede obligar a pagarlo fácilmente, y que simplemente provocaría una huída del comercio hacia otros países. Hay sin embargo un pequeño problema con este argumento, llamado "Reino Unido". El Reino Unido ha tenido en vigor un impuesto sobre las compraventas de acciones durante décadas (las transacciones de derivados y otros instrumentos financieros no están gravadas). La cantidad que se recauda cada año sería el equivalente en la economía estadounidense a 30 mil millones de dólares. Obviamente, este impuesto puede conseguirse que se pague.
De hecho, podemos ir más lejos que el Reino Unido y añadir otras medidas para hacer que la obligación de pago sea más divertida. Por ejemplo, podemos dar a los trabajadores un incentivo para que informen sobre el fraude de sus jefes dándoles un 10% de cualquier ingreso o multa que recaude el gobierno. Debe haber sin duda muchos oficinistas en el sector financiero que agradecerían tener la oportunidad de convertirse en millonarios simplemente delatando a sus jefes.
Por otro lado, está claro que la posibilidad de que la industria financiera se vaya a otros países no debería preocuparnos en absoluto. ¿Por qué debería preocuparnos más el tener que comprar nuestros servicios financieros a otros países de lo que nos preocupa tenerles que comprar nuestro acero? Si el sector se va a otro país, entonces será también para corromper a los políticos de otro país.
El argumento es pues simple. Un FTT podría permitirnos recaudar más de 100 mil millones de dólares al año para poder financiar la sanidad pública o cualquier otra partida presupuestaria que consideremos necesaria. Lo hace de una forma muy progresiva en términos fiscales y debilitaría la influencia del sector financiero tanto política como económicamente. De hecho incluso Larry Summers, el jefe del Consejo Económico Nacional del Presidente Obama, ha dicho alguna vez que un FTT es una buena idea.
Como nos recordaba el Presidente Obama en referencia a las bonificaciones en los sueldos de AIG, no podemos gobernar con odio. Sin embargo, podemos gobernar con un claro sentido de la justicia y la buena economía. Un impuesto a las transacciones financieras cumple con ello.
AUTOR :
Dean Baker es co-director del Center for Economic and Policy Research (CEPR).
Traducción para www.sinpermiso.info: Xavi Fontcuberta
FUENTE : SIN PERMISO
Los chicos de Wall Street y los políticos a los que dan su apoyo odian que la gente hable de un impuesto de este tipo. Empiezan a enfurruñarse y resoplar y sacan a sus mejores portavoces para rápidamente desestimar este tipo de visiones tan ingenuas que esgrimen los no iniciados en el complejo mundo de las finanzas. Este descrédito tan arrogante suele ser suficiente para alejar a periodistas e informadores de dicha idea, y para desanimar a la mayoría de grupos de interés y resto políticos de hacer presión en serio sobre esta cuestión.
Pero en el caso de aquellos que no se dejan intimidar fácilmente por los banqueros fanfarrones y sus voceros (que incluyen a muchos economistas), un FTT tiene todo el sentido del mundo. El porqué es bastante sencillo.
Un impuesto del 0,25% sobre la venta o compra de un activo afectará muy poco a alguien que planee mantenerlo durante 5-10 años como inversión a largo plazo. Un impuesto así costaría 25 dólares en el momento de la compra a alguien que adquiera 10.000 dólares de acciones de IBM. Si el precio se dobla en diez años, luego tendrá que pagar 50 dólares cuando las venda. Estas cantidades resultan ridículas al lado de lo que tendrá que pagar de impuestos sobre ganancias del capital.
Del mismo modo, si un granjero tiene que pagar un impuesto del 0,02% al comprar futuros para asegurar su cosecha de trigo, el coste por asegurar una cosecha por valor de 400.000 dólares sería de 80 dólares. Esta cantidad tendría muy poco efecto en su decisión de asegurar la cosecha o en las ganancias que obtendrá por ella. De hecho, como el precio de negociar acciones, futuros y otros activos financieros ha caído fuertemente durante las últimas tres décadas, un impuesto modesto sobre las transacciones solamente haría subir su coste a precios de hace 15 o 20 años.
Un pequeño aumento de los costes de transacción sería una carga muy manejable para quienes utilizan los mercados financieros para sostener sus actividades productivas económicamente. Sin embargo, impondría un coste mucho más serio para aquéllos que ven el mercado financiero como un casino en el que hacer sus apuestas cada día, hora o minuto. Los especuladores que cuentan con meterse en el mercado a las 2 de la tarde y recoger sus ganancias a las 3 son los que estarían sujetos a un riesgo mucho mayor si tuviesen que pagar un impuesto a las transacciones financieras, por modesto que fuera.
Del mismo modo, los ingenieros financieros que se especializan en desarrollar complejos instrumentos financieros puede que consideren un FTT un fastidio. Un FTT podría implicar que sus instrumentos derivados fuesen gravados en varios momentos distintos. Por ejemplo, la adquisición de una opción sobre una acción sería gravada, así como lo sería también la compra en si misma de la acción si ésta se ejecutase. Derivados más complejos podrían acabar sujetos al impuesto varias veces, reduciendo sustancialmente el beneficio potencial generado por la mera complejidad.
Los de Wall Street y sus voceros insistirán en que un FTT no se puede obligar a pagarlo fácilmente, y que simplemente provocaría una huída del comercio hacia otros países. Hay sin embargo un pequeño problema con este argumento, llamado "Reino Unido". El Reino Unido ha tenido en vigor un impuesto sobre las compraventas de acciones durante décadas (las transacciones de derivados y otros instrumentos financieros no están gravadas). La cantidad que se recauda cada año sería el equivalente en la economía estadounidense a 30 mil millones de dólares. Obviamente, este impuesto puede conseguirse que se pague.
De hecho, podemos ir más lejos que el Reino Unido y añadir otras medidas para hacer que la obligación de pago sea más divertida. Por ejemplo, podemos dar a los trabajadores un incentivo para que informen sobre el fraude de sus jefes dándoles un 10% de cualquier ingreso o multa que recaude el gobierno. Debe haber sin duda muchos oficinistas en el sector financiero que agradecerían tener la oportunidad de convertirse en millonarios simplemente delatando a sus jefes.
Por otro lado, está claro que la posibilidad de que la industria financiera se vaya a otros países no debería preocuparnos en absoluto. ¿Por qué debería preocuparnos más el tener que comprar nuestros servicios financieros a otros países de lo que nos preocupa tenerles que comprar nuestro acero? Si el sector se va a otro país, entonces será también para corromper a los políticos de otro país.
El argumento es pues simple. Un FTT podría permitirnos recaudar más de 100 mil millones de dólares al año para poder financiar la sanidad pública o cualquier otra partida presupuestaria que consideremos necesaria. Lo hace de una forma muy progresiva en términos fiscales y debilitaría la influencia del sector financiero tanto política como económicamente. De hecho incluso Larry Summers, el jefe del Consejo Económico Nacional del Presidente Obama, ha dicho alguna vez que un FTT es una buena idea.
Como nos recordaba el Presidente Obama en referencia a las bonificaciones en los sueldos de AIG, no podemos gobernar con odio. Sin embargo, podemos gobernar con un claro sentido de la justicia y la buena economía. Un impuesto a las transacciones financieras cumple con ello.
AUTOR :
Dean Baker es co-director del Center for Economic and Policy Research (CEPR).
Traducción para www.sinpermiso.info: Xavi Fontcuberta
FUENTE : SIN PERMISO
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