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lunes, 5 de julio de 2010

¿Es el asesoramiento del FMI mejor que el consejo del primer borracho que te encuentras en la calle?



¿Es el asesoramiento del FMI mejor que el consejo del primer borracho que te encuentras en la calle?

Esta es la pregunta que gente de todo el mundo empezar a hacerse, a medida que el FMI reparte sus directrices de austeridad. El programa del FMI aboga por recortes en el gasto público destinado a atención sanitaria, pensiones y un amplio abanico de servicios públicos. También prescribe el recorte de las regulaciones del mercado de trabajo que aportan seguridad laboral a los trabajadores.

Y todas estas recomendaciones se dan en el contexto de un enorme déficit de demanda en la economía mundial. Dicho en otras palabras: decenas de millones de personas están desempleadas ahora mismo porque no hay suficiente gasto para mantenerlas empleadas. El programa del FMI reducirá probablemente el gasto, lo que, a su vez, inducirá una ulterior disminución de la demanda y generará un mayor desempleo.

Pero, el FMI dice que debemos confiar en él. La pregunta que todos deberíamos hacernos es: “¿Por qué?”.

¿Dónde estaba el FMI cuando la burbuja inmobiliaria en los EEUU y en otros lugares estaba hinchándose a niveles cada vez más peligrosos? ¿Estaba gritando frenéticamente e instando a los gobiernos a frenar las burbujas antes de que estallaran con desastrosas consecuencias? Después de todo, ¿qué podría haber sido más importante que la previsión de los peligros de estas henchidas burbujas?

Reconocer la hinchazón de las burbujas inmobiliarias y presagiar que estallido tendría consecuencias devastadoras para las economías, estaba chupado. Las economías no se ajustan fácilmente pérdidas de riqueza que en algunos casos rebasan el 50% del PIB.

Los verdaderos economistas lo saben, pero aparentemente los muchachos del FMI no, o si lo supieron, no pensaron que valiera la pena abrir la boca. En vano se buscará en las publicaciones del FMI, durante la intensificación de la burbuja inmobiliaria, la menor advertencia seria de los potenciales peligros. Ya puede hoy gritar comoquiera y dondequiera el FMI y proclamar la necesidad de austeridad, que ni siquiera se molestó en su día en registrar los peligros, y aun la existencia, de las burbujas que nos han arrastrado quieras que no al presente desastre.

El historial del FMI no sólo permite cuestionar fundadamente la competencia de la institución; autoriza moralmente también a poner en duda sus motivaciones. En ningún caso se ve esto más claramente que en el de la Argentina. A fines de 2001 Argentina dejó de pagar su deuda, para enfurecimiento del FMI. Antes de la mora, Argentina había sido un alumno ejemplar que abrazaba entusiásticamente el programa del FMI. Las previsiones de crecimiento del FMI reflejaron claramente su cambio de actitud hacia Argentina. Antes de la mora, el FMI fue siempre demasiado optimista con las perspectivas de crecimiento de Argentina, proyectando un crecimiento mucho mayor que el alcanzado realmente por aquel país. Después de la mora, el FMI fue excesivamente pesimista, haciendo proyecciones de crecimiento mucho menores que las posteriormente alcanzadas. Es difícil explicar este patrón de errores, si no es apelando a la motivación política.

Es posible observar un patrón similar en el último paquete de recomendaciones políticas del FMI para hacer frente a la crisis económica. El impacto de muchas de sus propuestas será reducir los beneficios que tienen los trabajadores de a pié. Es probable que los cambios propuestos en las regulaciones del mercado laboral también debiliten el poder de negociación de los trabajadores, comportando el recorte de salarios. Por otra parte, la reducción de la demanda inducida por el giro hacia la austeridad llevará a unos cuantos millones más a perder el puesto de trabajo, privando a los trabajadores de ingresos, y debilitando aún más el poder de negociación de quienes aún conserven el trabajo.

Hay alternativas. Los bancos centrales como el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra y la Reserva Federal, podrían comprar y retener grandes cantidades de deuda pública. Estos bancos centrales pueden asegurar que no haya problemas de solvencia, proporcionando un mercado para la deuda pública y evitando la acumulación de las cargas de los intereses. Los intereses pagados en el servicio de la deuda poder de los bancos se reembolsaría a los gobiernos.

Las grandes compras de deuda pública por parte del banco central no crearían inflación en un contexto de desempleo masivo y de exceso de capacidad. Esto es irrebatible. El banco central de Japón ha comprado una cantidad de deuda pública aproximadamente igual a su PIB, pero sigue mucho más preocupado por la deflación que por la inflación. A pesar que podríamos actuar mejor sobre los estímulos que Japón, la inflación simplemente no es un problema que haya que enfrentar, ni ahora ni en el horizonte de un futuro distante.

Resulta especialmente doloroso que estas llamadas a la austeridad vengan precisamente del FMI, una organización que no sólo brilla por su escasamente glorioso historial en punto a imponer políticas económicas que no funcionan, sino harto conocida también por los exorbitantes beneficios con que premia a sus economistas. Al amparo del programa de pensiones del FMI, muchos de sus altos cargos podrán retirarse al cumplir los 50 con pensiones de 6 dígitos. Imagínense a la gente que vio pasar sin enterarse la burbuja inmobiliaria o que se equivocó totalmente en Argentina holgazaneando en los trópicos a la edad de 51 años con una pensión del FMI superior a los 100.000 dólares anuales. Una cosa es segura: el primer borracho que se encuentren por la calle repartiendo consejos económicos podría ser más honrado.

AUTOR :
Dean Baker es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR). Es autor de Plunder and Blunder: The Rise and Fall of the Bubble Economy , así como de False Profits: Recoverying From the Bubble Economy.
Traducción Daniel Raventós
FUENTE : SIN PERMISO

La docta incompetencia de la teoría macroeconómica actual



Mark Thoma y Brad DeLong nos llaman la atención sobre la crítica de James Morly a la teoría macroeconómica actual. Hace algún tiempo, yo mismo escribí sobre eso. Como dejé dicho entonces, la historia básica de la macroeconomía “moderna” discurre sobre poco más o menos así:

1.- Lucas y sus discípulos coincidían en que la economía tiene una apariencia keynesiana –es decir, todo ocurre como si las políticas monetaria y fiscal tuvieran efectos reales—, pero sostuvieron que un enfoque teórico en términos de equilibrio con información imperfecta podía explicar por qué, y al propio tiempo, librarse de las implicaciones políticas keynesianas. Y ridiculizaron la teoría económica de Keynes.

2.- Hacia 1980 --¡hace ya tres décadas!— estaba ya claro que el proyecto científico de Lucas había fracasado. Los modelos de equilibrio con información imperfecta no pueden, en efecto, explicar hechos clave sobre los ciclos económicos, especialmente el de la persistencia de las recesiones aun cuando todos los agentes saben que se hallan en recesión.

3.- Sin embargo, lejos de admitir que seguían una senda equivocada, los abogados de la teoría macroeconómica que se practica en las universidades de agua dulce [1] doblaron la apuesta, y buscaron explicar el ciclo económico en términos de shocks reales.

4.- Tampoco este enfoque se ajustaba a los hechos. Así que, tratando de salvar sus modelos, añadieron más epiciclos, y si alguna vez tuvieron un adarme de claridad, ahora la perdieron toda.

5.- Los economistas de agua dulce declaran que el ciclo económico es profundamente enigmático, y que necesitamos más investigación antes de poder hacer recomendaciones políticas.

En suma, estamos ante una docta incompetencia. Los economistas que no se adentraron por esa senda y no arrojaron al agujero de la memoria todo lo que la profesión aprendió entre 1936 y 1973 no están particularmente desconcertados ante la situación en que ahora nos hallamos.. Al contrario; parece una versión extrema de algo bastante familiar, y las políticas recomendables no son difíciles de hallar.

Sólo quien sigue comprometido con un proyecto de investigación fracasado –un proyecto que fracasó hace una generación, pero que se negó en redondo a admitirlo— está perplejo.

NOTA T.: [1] Se llama “economistas de agua dulce” a los economistas antikeynesianos concentrados en varias universidades del interior de los EEUU, situadas cerca de grandes lagos (como la de Chicago), mientras que se conoce como “economistas de agua salada” a los keynesianos, concentrados más bien en las universidades norteamericanas de la costa atlántica y de la costa pacífica.

AUTOR :
Paul Krugman fue Premio Nóbel de Economía en 2008.
Traducción Roc F.Nyerro
FUENTE : SIN PERMISO