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jueves, 22 de octubre de 2009
Obama no está ayudando. Al menos el mundo discutía con Bush
De todas las explicaciones del premio Nobel de la Paz a Barack Obama, la que ostenta la mayor veracidad fue pronunciada por Nicolas Sarkozy (1). “Pone el sello a la vuelta de América al corazón de todas las gentes del mundo.” En otras palabras, ésta fue la forma europea de decir a América, “os queremos de nuevo”, como estas extrañas ceremonias de renovación de votos de las parejas tras tener una áspera discusión.
Ahora que Europa y los Estados Unidos están oficialmente unidos de nuevo, parece apropiado considerar si esto es necesariamente bueno. El comité del Nobel, que adjudicó el premio por el abrazo de Obama a la “diplomacia multilateral”, está evidentemente convencido de que el compromiso de EEUU con el escenario mundial es un triunfo para la paz y la justicia. No estoy tan segura. Después de nueve meses en el gobierno, Obama tiene un claro historial como un jugador global. Una y otra vez, los negociadores de los EEUU han elegido no fortalecer las leyes internacionales y protocolos sino debilitarlos, a menudo llevando a otros países ricos a una caída libre.
Vamos a empezar donde las espadas están en todo lo alto: El cambio climático. Durante los años de Bush, las políticas europeas se distinguían de los EEUU expresando su compromiso inamovible con el protocolo de Kyoto. Así, mientras en los EEUU se incrementaban sus emisiones de dióxido de carbono en un 20% desde los niveles de 1990, los países de la Unión Europea redujeron las suyas en un 2%. No estelar, pero claramente una diferencia en donde la ruptura entre EEUU y Europa aportaba beneficios tangibles para el planeta.
Miremos hacia el futuro en la pugna de las negociaciones sobre clima que han finalizado recientemente en Bangkok (2). Se suponía que las conversaciones llevarían a un acuerdo en Copenhague (3) este diciembre que reforzaría significativamente Kyoto. En su lugar, los países desarrollados formaron un bloque pidiendo que Kyoto sea reemplazado. Donde Kyoto sentó claramente objetivos vinculantes de reducción de emisiones, el plan de EEUU haría que cada país decidiera cuanto recortar, después enviar sus planes a una monitorización internacional –con nada para hacerse ilusiones de asegurar que todos mantienen la temperatura del planeta por debajo de niveles catastróficos. Y donde Kyoto ponía la carga de la responsabilidad inequívocamente en los países ricos que han creado la crisis climática, el nuevo plan trata a todos los países como si fueran el mismo.
Estos tipos de flojas propuestas no son totalmente sorprendentes viniendo de los EEUU, lo que fue chocante fue la repentina unidad del mundo rico alrededor del plan – incluyendo a muchos países que habían previamente alabado las ventajas de Kyoto. Y hubo más traiciones: la Unión Europea, que había indicado que gastaría entre 19 billones y 35 billones de dólares al año para ayudar a adaptarse a los países en desarrollo al cambio climático, fue a Bangkok con una oferta mucho menor, una más en línea con la promesa de Estados Unidos de …nada. Antonio Hill de Oxfam resumió las charlas: “Cuando comenzaron los disparos, comenzó una caída libre, con los países ricos debilitando los compromisos actuales bajo el marco internacional.”
Esta no es la primera vez que una celebrada vuelta a la mesa de negociaciones ha resultado en un chasco, con leyes internacionales duramente ganadas y convenciones tiradas por el suelo. Los EEUU jugaron un papel singular en la conferencia sobre racismo de las Naciones Unidas en abril. Después de sacar todo tipo de borradores del texto de negociación –sin referencias a Israel o a los Palestinos, nada sobre reparaciones sobre la esclavitud- la administración de Obama decidió boicotearla de cualquier forma, apuntando al hecho de que el nuevo texto reafirmaba el documento adoptado en 2001 en Durban.
Esta fue un débil excusa, pero había algo de lógica en ella, porque que los EEUU no habían nunca firmado el acuerdo de 2001. Lo que no tenía ningún sentido fue la ola de las retiradas por imitación del mundo rico. A las 48 horas del anuncio de los EEUU; Italia, Australia, Alemania, Holanda, Nueva Zelanda y Polonia habían renunciado. A diferencia de los EEUU, estos gobiernos habían firmado todos la declaración de 2001, así que no tenían razón para objetar un documento que lo reafirmaba.
No importaba. Como con las conversaciones sobre cambio climático, alineándose detrás de Obama – con su impecable reputación- fue una forma fácil evitar pesadas obligaciones y parecer progresista al mismo tiempo: Un servicio que los EEUU nunca pudo dar durante los años de Bush.
Los Estados Unidos han tenido una influencia perversa similar como nuevo miembro del consejo de derechos humanos de la onU. Su primer gran test fue el valiente informe del juez Richard Goldstone sobre la matanza de Israel en Gaza, que mostró que se habían cometido crímenes de guerra por ambas partes, el ejército de Israel y Hamas. En lugar de probar su compromiso a la ley internacional, EEUU usó su influencia para desprestigiar el informe como “profundamente falto de rigor” y forzar a la Autoridad Palestina (AP) a una retirada de una resolución de apoyo. La AP, que enfrentó una furiosa reacción en casa por ceder a la presión estadounidense, podría presentar una versión nueva.
Y después, fueron los encuentros del G20, los compromisos multilaterales del tipo más alto perfil de Obama. En el encuentro de abril en Londres (4), pareció por un momento que habría algún tipo de intento de coordinar un control de los especuladores financieros internacionales y los evasores de capital. Sarzoky incluso amenazó con irse del encuentro si se fracasaba en crear un compromiso de regulación serio. Pero la administración de Obama no tuvo interés real en el multilateralismo, promocionando en su lugar que los países deberían inventarse sus propios planes (o no) y esperar lo mejor – al igual que su imprudente plan sobre el cambio climático. Sarkozy, no es necesario decirlo, no se fue a ninguna parte sino a la sesión fotográfica para tener su foto con Obama.
Por supuesto, Obama ha hecho algún buen movimiento en el escenario mundial –como no alienarse con el gobierno golpista (5) de Honduras o apoyar la agencia de mujeres de la onU. Pero un claro patrón ha emergido: En áreas done otros países ricos estuvieron tambaleándose entre la acción de principios y la negligencia, la intervención de los Estados Unidos los han inclinado hacía la negligencia. Si este es el nuevo área de multilateralismo, no es un premio.
Traducido por Mario Cuellar para Globalízate
Artículo original
http://www.guardian.co.uk/commentisfree/cifamerica/2009/oct/16/obama-isnt-helping
Referencias:
(1) http://www.ambafrance-uk.org/Nobel-Peace-Prize-President.html
(2) http://www.guardian.co.uk/environment/blog/2009/oct/08/bangkok-climate-change-talks
(3) http://www.guardian.co.uk/environment/2009/may/01/q-and-a-copenhagen-summit
(4) http://news.bbc.co.uk/1/hi/in_depth/business/2009/g20/default.stm
(5) http://news.bbc.co.uk/1/hi/world/americas/8125292.stm
AUTOR : NAOMI KLEIN
FUENTE :GLOBALIZATE
Juegos de siglas emergentes
Las cosas que se dan por ciertas sin mayor examen raramente sobreviven a una buena prueba de esfuerzo, y pocas pruebas han sido tan fuertes como lo que la economía global ha debido sufrir en los últimos 24 meses. Somos testigos ahora de una saludable temporada de reevaluaciones que ha dado nuevas luces sobre nociones de tiempos de auge como el valor de los mercados opacos, la condición de intocable del consumidor estadounidense, o la sabiduría de la desregulación.
Sin embargo, una noción vacía que ha escapado relativamente inerme es el supuesto de que los países “BRIC” (Brasil, Rusia, India y China) marcarán cada vez más el tono de la economía mundial en los próximos años. El término BRIC, acuñado en un informe de Golden Sachs de 2003, no es del todo malo: con un 75% de acierto, sale bastante más airoso que varias predicciones económicas de aquellos días.
Y sin embargo, la crisis económica que comenzó en 2008 expuso a uno de estos cuatros países como un impostor. Si se ponen las estadísticas vitales de las economías del BRIC lado a lado, queda en lamentable evidencia el que, igual que en las palabras del viejo juego de Plaza Sésamo: “Una de estas cosas no es como las otras, una de estas cosas no es igual”.
La debilidad de la economía rusa y el alto nivel de apalancamiento de sus bancos y corporaciones, en particular, que en los últimos años se ocultó con la borrachera de dinero provocada por las alzas de los precios del gas y el petróleo, quedó penosamente al desnudo cuando la economía global trastabilló. Con una infraestructura obsoleta, Rusia además se aparta ella misma con sus políticas disfuncionales y revanchistas, y una tendencia demográfica que se encuentra en un declive casi terminal.
Incluso con la modesta recuperación de los precios de las commodities en los últimos seis meses, el sector energético ruso ha experimentado un declive en la producción en años recientes, en parte debido a temores de los inversionistas extranjeros a sufrir expropiaciones. El fondo de riqueza soberana, factor importante en la cada vez más re-centralizada economía rusa, se está vaciando rápidamente. Si la tendencia negativa continúa, el fondo de reserva ruso podría terminar por agotarse.
Mientras tanto, el descenso de Rusia generó una especie de juego de palabras entre académicos, especialistas en política exterior e inversionistas educados, para reemplazar al país en el club de las mayores economías de mercados emergentes. Se ha sugerido una variedad de acrónimo, desde el simpático BRICET (añadiendo Europa Oriental y Turquía) a BRICKETS (los anteriores más Corea del Sur) y, para estirar más aún la cosa, el BRIMC, que intenta pasar de contrabando a México en el grupo.
Rusia sobrevive en todas estas nuevas propuestas, a pesar de la inquietud que genera su economía. Al mismo tiempo, mantiene el mayor arsenal de armas nucleares del mundo (si bien esta algo obsoleto), así como un asiento permanente (y con él, la capacidad de veto) en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Eso sí que es más absurdo que cualquier acrónimo ingenioso.
Sólo desde el punto de vista del potencial y la solidez de las bases de su economía, Corea del Sur es un candidato mucho más creíble: una potencia económica sofisticada cuyo principal y único riesgo es que el régimen de su gemelo malvado del norte pueda colapsar e inundarla de refugiados hambrientos.
Lo mismo se puede decir de Turquía, con su sólido sector bancario, su floreciente mercado interno, la creciente importancia que ha adquirido para Oriente Próximo y las políticas energéticas, su apuesta a ser miembro de la Unión Europea, y sus vínculos con sus parientes étnicos de toda Asia Central.
Quizás el mayor y más atractivo candidato de todos sea Indonesia, el mayor estado musulmán del mundo, con una clase media en rápida expansión, un sistema político democrático y relativamente estable, y una economía que ha destacado en Asia a pesar de la recesión global. Desde una perspectiva estadounidense, Indonesia es una alternativa atractiva a Rusia, que recientemente se ha echado a competir con Venezuela por liderar las huestes de quienes adoran entonar cánticos propiciatorios del declive del Tío Sam.
Más aún, Indonesia ha mostrado capacidad de resistencia no solamente en lo económico, sino también como nación. A pesar de la diversidad de grupos étnicos y la multitud de islas que lo componen, el país ha hecho una rápida transición desde la dictadura militar y ha superado numerosos retos y dificultades, como la crisis financiera asiática de 1997, el tsunami de 2004, el surgimiento del islamismo radical, y también disturbios de origen interno. Si bien su PGB per cápita sigue siendo bajo, en asuntos económicos lo que importa es el potencial de un país, y en este aspecto Indonesia no hace más que brillar.
Indonesia depende menos de las exportaciones que sus vecinos asiáticos (por no mencionar a Rusia) y los mercados para sus recursos (madera, aceite de palma y carbón, en particular) han atraído una importante inversión extranjera. Mientras tanto, el gobierno de Yakarta ha adoptado duras medidas contra la corrupción y dado pasos para enfrentar problemas estructurales. Incluso las tendencias demográficas favorecen a Indonesia, que, con 230 millones de personas, ya es el cuarto mayor país del mundo en términos de población: una Alemania completa (más de 80 millones) más que Rusia.
Sin embargo, es difícil combatir las ideas vistosas y gratas al oído, y Rusia ha dado pasos para que el actual concepto de los BRIC se convierta en una realidad irreversible. En julio pasado se dio un paso determinante para crear a partir de la sigla una institución global de facto , cuando los líderes de los cuatro países se reunieron (por supuesto, en Rusia) para celebrar la primera "Cumbre del BRIC”.
La reunión generó una importante acometida contra los Estados Unidos, ya que cada miembro declaró su deseo de desbancar al dólar como moneda de reserva global. Unos pocos meses antes, los cuatro países sintieron la necesidad de anunciar un comunicado conjunto con vistas a la Cumbre del G-20 de abril, haciendo notar su determinación conjunta de cambiar las reglas del sistema económico global.
En el sector privado, han proliferado los fondos del índice BRIC, aunque Goldman Sachs ha compensado radicalmente su propia apuesta por el BRIC al introducir un segundo término (los “Nuevos 11”, o N-11) al debate. Esta agrupación añade a Bangladesh, Egipto, Indonesia, Irán, México, Nigeria, Pakistán, Filipinas, Corea del Sur, Turquía y Vietnam al radar económico y, junto con los cuatro países del BRIC, forma un “primer nivel” más lógico y defendible de economías emergentes.
A Rusia no le gusta nada la idea de perder categoría, y las autoridades estadounidenses parecen haber decidido mantenerse al margen del debate semántico. Aún así, a nadie debería sorprenderle el que Rusia haya presionado tanto para realizar la cumbre del BRIC en Ekaterimburgo, y que además haya pagado gran parte de la cuenta. ¿Por qué correr el riesgo de ponerse en evidencia tan pronto?
AUTOR : Nouriel Roubini es Presidente de RGE Monitor (www.rgemonitor.com) y Profesor de la Escuela Stern de Negocios de la Universidad de Nueva York.
FUENTE : PROJECT SYNDICATE
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