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jueves, 30 de octubre de 2008

LA CRISIS QUE ALIMENTA LA BURBUJA

A estas alturas, ciudadanas y ciudadanos, seguimos sin entender exactamente las razones reales de la gran crisis financiera que ha estallado en el mundo. Leemos o escuchamos profundos, aunque poco didácticos, análisis sobre los motivos y las consecuencias de la misma, pero las personas de a pie únicamente tenemos el oscuro convencimiento de que, habiéndola provocado las entidades financieras, bancarias..., seremos nosotros y nosotras quienes sufriremos sus peores efectos. Sabemos que ésta se trasladará, ya lleva un tiempo en ello, a nuestro entorno más cercano y se traducirá en aumento de hipotecas, posibles congelaciones salariales, cierre de empresas y aumento del paro; en suma, nos dirán aquello, tantas veces oído, de que es necesario que “nos apretemos el cinturón”.

Vislumbramos alguna cuestión elemental más, como es el hecho de que habiéndola provocado quienes más ganan, la pagaremos quienes menos posibilidades tenemos de hacerlo. (Nota triste: es insultante para la inteligencia leer en la prensa que el gobierno alemán ha aprobado que los directivos de los bancos no ganen más de 500.000 €uros al año; horror, qué van a hacer estas pobres gentes). También asistimos perplejos al hecho de que no se depura ninguna responsabilidad en esas entidades financieras, las cuales tienen nombres y apellidos al frente de las mismas y, sin embargo, los gobiernos se aprestan rápidamente a socorrerlas con dinero público, ese que todos y todas aportamos a las arcas del estado. Y esto, aunque no nos lo dicen, sabemos que supondrán recortes en los gastos sociales. Es decir, pagaremos dos veces: una, mediante la crisis en el entorno productivo y las consecuencias citadas anteriormente; dos, a través de los recortes en inversiones sociales.

Y por último, asistimos a llamamientos a la refundación necesaria del capitalismo, los cuales adornan con el calificativo de “será con rostro humano”. Cuando lo que realmente se ha puesto en cuestión es la viabilidad del neoliberalismo aplicado e impuesto durante las últimas décadas y su rostro más inhumano. Aquel que somete todo a la libertad extrema del mercado, a las privatizaciones absolutas de todo lo posible y que prima a éste por encima del ser humano y de los pueblos.

Todo ello se justifica con que hay que salvar el sistema porque si éste cae caeremos todos y todas. Llamamientos a que peligra nuestro modo de vida, nuestro occidental nivel de riqueza, por lo que pretenden convencernos, para evitar los cuestionamientos y protestas al sistema, que es mejor esto que la hecatombe que se nos vendría encima con una caída/desaparición de este sistema neoliberal. Así, debemos ser los primeros interesados en que no se produzca, por ejemplo, la quiebra de los bancos, pues ello traería consigo el peligro de perder nuestros ahorros y las posibilidades de una vida mejor. Por lo tanto, callar ante la entrega masiva de fondos públicos a esas entidades es lo más inteligente.

Esto está ocurriendo y esto alimenta nuestra burbuja de falso bienestar en nuestra sociedad (Segunda nota triste: todas las burbujas, sean de cristal o de jabón, se rompen). Esa que nos hace vivir aislados de nuestro propio entorno y cada vez más alejados de la situación en que viven las tres cuartas partes de la humanidad. Es como si ya formáramos dos planetas diferentes, pero sin percibir que el nuestro vive así a costa del otro.

Esas tres cuartas partes de la población mundial llevan en crisis permanente desde hace demasiadas décadas y el sistema neoliberal imperante no ha hecho sino agudizar su situación. Todos los estudios y análisis demuestran que la brecha entre ricos y pobres, incluso en nuestra burbuja, no ha hecho sino aumentar en los últimos años. Se prometía que la libertad de mercado, que la desregularización del comercio y las privatizaciones no haría sino aumentar y extender la riqueza y mejorar las condiciones de vida de toda la población mundial. Pero los resultados demuestran que esto no es así, que la situación de pobreza se convierte en situación de miseria para un número cada vez mayor de personas en África, América y Asía, pero también en Norteamérica y Europa, y que la riqueza no ha hecho sino concentrarse en cada vez menos manos.

Y para ocultar esto, este capitalismo, en vías de refundación, nos empuja a considerar que debemos salvarnos nosotros mismos para que nuestro sistema de vida no se deteriore, ese espejismo que es el “vivir mejor”, en vez del “vivir bien”. Percibimos que todo lo salvable está en esa burbuja que es nuestro pequeño mundo de riqueza y que, entonces, hay que aceptar hacer los ajustes necesarios para que la misma no se deteriore. Todo lo que hay fuera no existe, o no nos debe afectar; no nos debe de interesar.

Desde la solidaridad y la cooperación internacional, tenemos la obligación y el deber de poner la situación de la mayoría de población mundial en el centro del debate. Por que no se trata de reajustar para mantener el sistema, cuando sabemos que éste es injusto para la inmensa mayoría, aunque sea nuestra tabla de salvación. La ética, la justicia y la dignidad de las personas y pueblos debe de considerarse como fundamental cuando se trata la crisis y sus soluciones y reconocer que el sistema neoliberal no cumple con esos mínimos de ética, justicia y dignidad.

Pero esto último no es solamente una cuestión de ética, sino básicamente de derechos. Cuando este año se cumple el 60 aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, debemos poner las bases para un nuevo sistema donde esos derechos, y los que de los mismos se desprenden, no sean únicamente una declaración de reconocimiento, sino que puedan ejercerse por parte de todas las personas y pueblos de este mundo. Porque, un ejemplo más, el derecho a la vida no lo es si ésta no puede ser una vida digna y para todos y todas, y la indignidad del sistema establecido nos la quita.

Es el momento de sentarnos a reflexionar, pero también a actuar, sobre el sistema que hemos estado desarrollando, para vislumbrar que no lo necesitamos, ni lo queremos, básicamente porque no es justo para todas las personas que poblamos este planeta llamado Tierra.
AUTOR:JESUS GONZALES PAZOS
FUENTE:ALAI


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No pagan impuesto a las ganancias de capital

El 16 de mayo del 2006, la suiza Xstrata compra la mina Tintaya a la australiana BHP Billiton por US$ 750 millones. BHP Billiton ha realizado una ganancia de capital, motivo por lo que debe pagar impuestos. En julio del 2006, la SUNAT dice: "El resultado de julio incluye un pago extraordinario de S/. 400 millones por la venta de acciones de una empresa que generó una ganancia de capital gravada a una empresa no domiciliada" (Nota de Prensa # 147-2006, www.sunat.gob.pe).

El 5 de febrero del 2007, la china Zijin compra Majaz a la inglesa Monterrico Metals por US$ 179 millones. El 22 de agosto del 2007, la empresa Chinalco compra el proyecto Toromocho a la canadiense Peru Copper por US$ 792 millones. El 14 de enero del 2008 la petrolera francesa Perenco le compra a Barrett el Contrato de Licencia por el Lote 67, por un monto que no ha sido dado a conocer. ¿Es que Monterrico Metals, Peru Copper y Barrett pagaron impuesto a la ganancia de capital? No.

¿Por qué BHP Billiton sí y las otras no? La respuesta es que la mina Tintaya es una empresa domiciliada en el Perú, mientras que BHP Billiton no lo es. Por ello, la ley del impuesto a la renta establece que BHP Billiton debe pagar el impuesto a la ganancia de capital porque al ser Tintaya una empresa domiciliada en el Perú, la renta que genera Tintaya está afecta al pago de impuestos.

No sucede lo mismo con Monterrico Metals, pues Zijin compra la empresa en Londres. Chinalco compra a Peru Copper en Canadá. Y Perenco compra a Barrett en EEUU. Al comprar a la matriz en el extranjero, ya no pagan el impuesto a la ganancia de capital en Perú. Pero, ojo, las empresas que realizan la ganancia de capital pagan el impuesto en Inglaterra, Canadá y EEUU. De Ripley: otros países cobran impuestos por ingresos de fuente peruana.

En Chile sucedía algo parecido. A fines del 2001, Exxon quiso vender la mina Disputada de las Condes a Anglo American, en un acuerdo donde no se pagaría impuesto a la ganancia de capital en Chile. Para solucionar ese problema, la Ley 19.840 de noviembre del 2002 (Ley Plataforma) estableció de manera explícita que son rentas de fuente chilena (por tanto, pagan impuestos en Chile) las que se originen en la venta de acciones de una empresa constituida en el extranjero, cuya adquisición le permita, directa o indirectamente, tener participación en la propiedad de otra sociedad constituida en Chile (Art. 1).

La ministra de Hacienda María Eugenia Wagner dijo: "si una empresa en Chile quiere comprarse otra compañía, tiene que pagar impuesto a la ganancia de capital, ya sea si esa adquisición la hace directamente en Chile o indirectamente a través de una sociedad que está afuera. No hay ninguna razón para que inversionistas que compran directamente en Chile paguen impuesto a la ganancia de capital y los inversionistas que lo hacen en forma indirecta no lo paguen. Eso sería una discriminación. Hemos descubierto este vacío legal y lo que estamos haciendo en esta ley es cambiarlo" (El Mercurio, 17/9/2002, publicado en www.cristaldemira.com, 22/10/02).

Clarísimo. En un país que se respeta, eso es lo que se hace. Pero aquí hemos tenido dos dizque reformas tributarias (la de fines del 2003 y la de fines del 2006) que ni siquiera tocaron el tema. Al contrario, prolongaron siempre las exoneraciones tributarias a las ganancias de capital que se realicen en la Bolsa de Valores.

Como lo hemos dicho siempre en esta columna, las fusiones y adquisiciones de empresas, en el extranjero y aquí, son moneda corriente en la globalización, lo que obliga a legislar sobre el tema porque son cientos de millones de dólares los que se dejan de recaudar con casos como los de Monterrico Metals, Barrett, Peru Copper y muchos más. Hay que acabar con la discriminación. Hagamos lo que hizo Chile.

El problema no es que los técnicos "no se dan cuenta". Claro que saben de qué se trata. Lo que pasa es que los intereses de las empresas son muy grandes y han tomado al Estado desde adentro, lo que impide una legislación adecuada. Eso es lo que hay que cambiar para tener un país que se respete.
AUTOR: HUMBERTO CAMPODONICO
FUENTE:CRISTAL DE MIRA

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El Paludismo del Capitalismo

Antes de la Revolución Industrial, las crisis se expresaban a través de la escasez de bienes y servicios, como consecuencia de fenómenos exógenos a la dinámica económica, tales como cambios climáticos (malas cosechas), pestes, revoluciones o guerras, siempre circunscritas sectorial o geográficamente. A partir del siglo XIX, en cambio, las crisis recurrentes son endógenas al sistema, apareciendo como procesos de sobreproducción o exceso de mercancías invendibles, cuya gravedad provenía del hecho que se contagiaba velozmente a diversas ramas económicas del propio país en que se originaron, así como a gran parte de la economía-mundo.


Como tal el capitalismo sufre ineludiblemente las tercianas del paludismo, esas terribles fiebres intermitentes que brotan a intervalos más o menos cíclicos, contrariamente a los que creen en los ‘mercados perfectos’, que supuestamente se autorregulan automáticamente y dan lugar a procesos armónicos de expansión económica. Pero la historia económica nos recuerda que ese mal retorna terca e indefectiblemente. Baste enumerar los años en que comenzaron esas febriles recesiones y depresiones que afectaron al unísono –entre muchos otros países- a Gran Bretaña, EEUU y Francia: 1797; 1807; 1814; 1818; 1825; 1836; 1847; 1857; 1866; 1873; 1881; 1890; 1907; 1918; 1929; 1953, 1957; 1973; 1980; 1990; 2001; y 2008.


Si sumamos los 210 años transcurridos desde la primera de las fechas nombradas, siguiendo las definiciones del National Bureau of Economic Research (NBER), constataremos que abarcaron –para el caso de EEUU- exactamente 80 años. En promedio, duraron 56 meses, cifra ciertamente sobredimensionada por la ‘Depresión Larga’ de 1873 a 1896 (23 años) y la ‘Gran Depresión’ de 1929 a 1939 (una década). Si añadiéramos las debacles de los países periféricos no acabaríamos de enumerarlas, para lo que bastaría recordar sólo las más conocidas de la década pasada: México (1994), el sudeste asiático (desde 1997), Rusia (1998), Brasil (1999), Argentina (2000) y Turquía (2001).


Obviamente los economistas ortodoxos atribuyen todos estos achaques a las nefastas intromisiones estatales, a sabiendas de que en muchos casos fue precisamente el gobierno quien evitó que la economía norteamericana caiga en el pantano o que la ayudara para atenuarle la fiebre que le generaron las picaduras de las féminas del mosquito anófeles. Esto fue especialmente cierto a partir de los años treinta, como consecuencia de la adopción de políticas keynesianas avant la lettre (el New Deal, p.ej.), que posteriormente fueron racionalizadas por Keynes en su Teoría General y cuyas lecciones se aplicaron en el periodo de posguerra conocido como el de los Años Dorados (1945-1973), pero que tampoco pudieron calmar las recesiones.


Ese recetario fue sustituido, desde los años setenta, por las recomendaciones de los monetaristas, quienes tampoco dieron en el blanco, como nos lo acaba de recordar Paul A. Samuelson, comentando el “suicidio del capitalismo de Wall Street” del 2007: “En el fondo de este caos financiero, el peor en un siglo, encontramos lo siguiente: el capitalismo libertario del laissez-faire que predicaban Milton Friedman y Friedrich von Hayek, al que se le permitió desbocarse sin reglamentación. Esta es la fuente primaria de nuestros problemas de hoy. Hoy estos dos hombres están muertos, pero sus envenenados legados perduran” (“Adiós al capitalismo de Friedman y Hayek”, en El País, octubre 26).


De manera que lo más grave es que, como es sabido, aún no existe una cura garantizada para la malaria, como tampoco se vislumbra la que permita contener la “exuberancia irracional” (Greenspan) inherente al capitalismo contemporáneo. Y lo paradójico es que la ciencia económica es aún muy joven (u olvidadiza) para entender el capitalismo y este ya está muy viejo como para curarlo del paludismo.
AUTOR:Jürgen Schuldt
FUENTE:MEMORIAS DE GREGORIO SAMSA

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