El mundo está cayendo en una grave desaceleración mundial, probablemente la peor del último cuarto de siglo, quizá incluso la peor desde la Gran Depresión de 1929. Una crisis que, en más de un sentido, es made in USA, fabricada en Estados Unidos.
Estados Unidos exportó sus hipotecas tóxicas al resto del mundo en forma de títulos respaldados por activos. Exportó su filosofía desreguladora del mercado libre, algo que ahora hasta Alan Greenspan, su sumo sacerdote, admite que fue un error. Exportó su cultura de irresponsabilidad empresarial y la opaca práctica de las opciones de compra de acciones, que fomentan esa mala contabilidad que, al igual que ocurrió en los escándalos de Enron y Worldcom hace unos pocos años, tan importante ha sido en este descalabro. Como colofón, EE UU ha exportado su desaceleración económica.
La Administración de Bush ha acabado haciendo lo que todos los economistas le instaban a hacer: inyectar más liquidez en los bancos. Sin embargo, como siempre, el problema está en los detalles, y puede que el secretario del Tesoro estadounidense, Henry Paulson, haya logrado incluso echar por tierra esta buena idea, ya que parece haber concebido una recapitalización bancaria que no va a producir la reactivación del crédito, algo que no sería nada bueno para la economía.
Más importancia tiene aún que las condiciones impuestas por Paulson a los bancos estadounidenses receptores de capital sean mucho peores que las dictadas por el primer ministro británico Gordon Brown (por no hablar de las que consiguió Warren Buffett cuando proporcionó mucho menos dinero a Goldman Sachs, el banco de inversión más sólido de EE UU). Los precios de las acciones demuestran que, para los inversores, éste ha sido un acuerdo excelente.
Una de las razones para preocuparse por el mal acuerdo que se ha ofrecido a los contribuyentes estadounidenses es la deuda nacional que se nos viene encima. Antes incluso de esta crisis financiera, estaba previsto que el endeudamiento de EE UU pasara de 5,7 billones de dólares en 2001 a más de 9 billones este año. Por sí sola, la deuda del presente año se acercará al medio billón, y la del año próximo, al acentuarse la desaceleración en Estados Unidos, será todavía mayor. El país necesita un gran paquete de medidas de estímulo. Pero los conservadores fiscales de Wall Street (sí, los mismos que nos han conducido a este bajón) ahora pedirán que se modere el déficit (lo cual nos recuerda a Andrew Mellon en la Gran Depresión de 1929).
Podemos decir que la crisis se ha extendido a los mercados emergentes y a los países menosdesarrollados. Por curioso que parezca, Estados Unidos, pese a todos sus problemas, sigue considerándose el lugar más seguro para depositar el dinero. Supongo que no es muy sorprendente, ya que, con todo, el aval del Gobierno de EE UU tiene más credibilidad que el de un país del Tercer Mundo.
Mientras Estados Unidos rebaña los ahorros del mundo para solucionar sus problemas, las primas de riesgo se disparan y, por todas partes, la renta, el comercio y los precios de las materias primas se hunden. Los países en vías de desarrollo van a pasarlo mal. Probablemente algunos vayan a sufrir más que otros: los que ya antes de que arreciara la crisis tenían un considerable déficit comercial, los que debían refinanciar una deuda nacional y los que mantenían vínculos comerciales estrechos con Estados Unidos. Los países que, como China, no han liberalizado del todo sus mercados financieros y de capital, se congratularán de no haber cedido ante Paulson y el Tesoro estadounidense, que les conminaban a hacerlo.
Muchos están pidiendo ayuda ya al Fondo Monetario Internacional (FMI). Lo que se teme es que, al menos en ciertos casos, el FMI retome sus antiguas y fallidas recetas, basadas en una contracción fiscal y monetaria que no hará más que incrementar la injusticia en el mundo. Aunque los países desarrollados apliquen políticas estabilizadoras anticíclicas, los que están en vías de desarrollo se verán obligados a tomar otras de carácter desestabilizador que alejarán el capital cuando más lo necesitan.
Hace diez años, en la época de la crisis asiática, se habló mucho de la necesidad de reformar la arquitectura financiera mundial. Es evidente que se hizo poco, demasiado poco. En esa época, muchos pensaban que lo que de verdad buscaban esos nobles llamamientos era impedir una auténtica reforma: los que se habían beneficiado del sistema anterior sabían que la crisis pasaría y, con ella, las demandas de reforma. No podemos permitir que eso vuelva a ocurrir.
Quizá estemos de nuevo ante una situación como la de Bretton Woods. Las antiguas instituciones han reconocido que la reforma es necesaria, pero se mueven tan lentas como los glaciares. No hicieron nada por impedir la crisis actual y preocupa que no sean capaces de reaccionar eficazmente ahora que arrecia.
Tuvieron que pasar 15 años y una guerra mundial para que el mundo se reuniera a abordar las debilidades del sistema financiero común que contribuyó a la Gran Depresión de 1929. Esperemos que en esta ocasión no nos cueste tanto tiempo, ya que, dado el grado de interdependencia global, simplemente los costes serían demasiado elevados.
Sin embargo, mientras que el antiguo Bretton Woods lo dominaron Estados Unidos y Gran Bretaña, el panorama global actual es notablemente distinto. De igual manera, las antiguas instituciones de Bretton Woods acabaron definiéndose a partir de un conjunto de doctrinas económicas que ahora se han revelado fallidas, no sólo en los países en vías de desarrollo, sino en el propio núcleo del capitalismo. La inminente cumbre mundial, para conducir realmente a la creación de un orden financiero más estable y equitativo, deberá enfrentarse a estas nuevas realidades.
AUTOR:JOSEPH E. STIGLITZ; PREMIO NOBEL DE ECONOMIA 2001
FUENTE:EL PAIS, EDICION 11/9/2008.
FUTURO.ORG:ANALISIS, CRITICA,PROYECTO,ALTERNATIVAS.
http://sites.google.com/site/futuroorg/
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viernes, 14 de noviembre de 2008
LAS PRIORIDADES DE OBAMA
El martes, 4 de noviembre de 2008, es una fecha que vivirá en la fama (lo opuesto a la infamia) para siempre. Si a quien lee estas líneas la elección de nuestro primer presidente afroamericano no le emocionó, si no le llenó los ojos de lágrimas y le hizo sentirse orgulloso de su país, es que le pasa algo.
Ahora bien, ¿marcará también esta elección un punto de inflexión en la política propiamente dicha? ¿Puede Barack Obama emprender verdaderamente una nueva era de políticas progresistas? Sí, puede.
En estos momentos, muchos comentaristas recomiendan a Obama que tenga cuidado. Algunos usan argumentos políticos: EE UU, dicen, sigue siendo un país conservador, y los votantes castigarán a los demócratas si se inclinan hacia la izquierda. Otros dicen que la crisis financiera y económica no deja margen de maniobra para actuar, por ejemplo, en la reforma de los seguros médicos. Confiemos en que Obama tenga suficiente sentido común para ignorar esos consejos.
Por lo que respecta al argumento político, cualquiera que dude que hemos vivido un gran realineamiento político no tiene más que ver lo que ha sucedido en el Congreso. Tras las elecciones de 2004, hubo muchos que declararon que habíamos entrado en una era prolongada, quizá permanente, de dominio republicano. Desde entonces, los demócratas han obtenido dos victorias consecutivas y han ganado al menos 12 escaños en el Senado y más de 50 en la Cámara de Representantes. Ahora disponen de unas mayorías en las dos cámaras más amplias de las que tuvo el Partido Republicano en ningún momento de sus 12 años de reinado.
Hay que tener en cuenta, además, que la elección presidencial de este año era un claro referéndum sobre filosofías políticas, y venció la filosofía progresista.
Tal vez la mejor forma de subrayar la importancia de este dato es comparar esta campaña con la de hace cuatro años. En 2004, el presidente Bush ocultó su verdadera agenda. Se presentó, para decirlo claro, como el defensor de la nación contra terroristas unidos en matrimonios homosexuales, y dejó atónitos a sus propios partidarios cuando, poco después de vencer, anunció que su primera prioridad iba a ser la privatización de la Seguridad Social. Aquello no era por lo que la gente había pensado que votaba, y el plan de privatización pasó rápidamente de ser una empresa gigantesca a convertirse en una farsa.
Este año, en cambio, Obama presentó un programa que incluía el seguro médico garantizado y los recortes fiscales para la clase media, pagados con unos impuestos más altos para los ricos. John McCain dijo que su rival era un socialista y un "redistribuidor", pero EE UU votó por él. Eso sí que es tener un mandato.
¿Y qué ocurre con el argumento de que la crisis económica va a impedir poner en marcha un programa progresista?
No cabe duda de que la lucha contra la crisis costará mucho dinero. Rescatar el sistema financiero exigirá seguramente grandes sumas de dinero, además de los fondos ya desembolsados. Y también necesitamos con urgencia un programa de aumento del gasto público para fomentar la producción y el empleo. ¿Es posible que el déficit del presupuesto federal ascienda a un billón de dólares el año que viene? Sí.
Pero los manuales clásicos de economía nos dicen que está bien, que es apropiado incurrir en déficits temporales ante una economía deprimida. Y uno o dos años en números rojos, si bien contribuirían modestamente a los futuros gastos financieros federales, no deberían ser un obstáculo para un plan de salud que, por muy rápidamente que se convirtiera en ley, seguramente no entraría en vigor hasta 2011.
Aparte de eso, la propia respuesta a la crisis económica es, en sí, una oportunidad de impulsar un programa progresista. No obstante, Obama no debe imitar la costumbre del de Bush de convertir cualquier cosa en un argumento a favor de sus políticas preferidas. (¿Recesión? La economía necesita ayuda; ¡vamos a bajar los impuestos a los ricos! ¿Recuperación? Los recortes fiscales para los ricos funcionan; ¡vamos a aplicar unos cuantos más!).
Pero sí sería justo que la nueva Administración deje claro que la ideología conservadora, con su convicción de que la codicia siempre es buena, ha ayudado a crear esta crisis. Lo que dijo Franklin Delano Roosevelt en su segunda toma de posesión -"siempre hemos sabido que el interés egoísta e irresponsable era malo desde el punto de vista moral; ahora sabemos que es malo desde el punto de vista económico"- no ha sido nunca tan cierto como hoy.
Y hoy parece ser uno de esos momentos en los que también es verdad que, por el contrario, lo que es bueno desde el punto de vista moral es bueno desde el punto de vista económico. Ayudar a los más necesitados, aumentando las prestaciones de salud y desempleo, es lo que se debe hacer desde una perspectiva ética; es una forma mucho más eficaz de estímulo económico que rebajar el impuesto sobre las plusvalías. Ofrecer ayuda a gobiernos locales en situación difícil para que puedan mantener los servicios públicos esenciales es importante para quienes dependen de dichos servicios, pero es también una forma de evitar pérdidas de puestos de trabajo e impedir que la economía caiga en una depresión aún más profunda. Es decir, abordar un programa de prioridades progresista -llamémoslo un nuevo New Deal- no es sólo posible desde el punto de vista económico, es exactamente lo que necesita la economía.
Lo importante es que Barack Obama no debe escuchar a quienes tratan de asustarlo para que sea un presidente inactivo. Ha recibido un mandato político; tiene de su parte el sentido común económico. Podríamos decir que lo único a lo que debe tener miedo es al propio miedo.
AUTOR: PAUL KRUGMAN; PREMIO NOBEL DE ECONOMIA 2008
FUENTE: EL PAIS , EDICION 11/9/2008
FUTURO.ORG:ANALISIS,CRITICA,PROYECTO,
ALTERNATIVAS
http://sites.google.com/site/futuroorg/
Ahora bien, ¿marcará también esta elección un punto de inflexión en la política propiamente dicha? ¿Puede Barack Obama emprender verdaderamente una nueva era de políticas progresistas? Sí, puede.
En estos momentos, muchos comentaristas recomiendan a Obama que tenga cuidado. Algunos usan argumentos políticos: EE UU, dicen, sigue siendo un país conservador, y los votantes castigarán a los demócratas si se inclinan hacia la izquierda. Otros dicen que la crisis financiera y económica no deja margen de maniobra para actuar, por ejemplo, en la reforma de los seguros médicos. Confiemos en que Obama tenga suficiente sentido común para ignorar esos consejos.
Por lo que respecta al argumento político, cualquiera que dude que hemos vivido un gran realineamiento político no tiene más que ver lo que ha sucedido en el Congreso. Tras las elecciones de 2004, hubo muchos que declararon que habíamos entrado en una era prolongada, quizá permanente, de dominio republicano. Desde entonces, los demócratas han obtenido dos victorias consecutivas y han ganado al menos 12 escaños en el Senado y más de 50 en la Cámara de Representantes. Ahora disponen de unas mayorías en las dos cámaras más amplias de las que tuvo el Partido Republicano en ningún momento de sus 12 años de reinado.
Hay que tener en cuenta, además, que la elección presidencial de este año era un claro referéndum sobre filosofías políticas, y venció la filosofía progresista.
Tal vez la mejor forma de subrayar la importancia de este dato es comparar esta campaña con la de hace cuatro años. En 2004, el presidente Bush ocultó su verdadera agenda. Se presentó, para decirlo claro, como el defensor de la nación contra terroristas unidos en matrimonios homosexuales, y dejó atónitos a sus propios partidarios cuando, poco después de vencer, anunció que su primera prioridad iba a ser la privatización de la Seguridad Social. Aquello no era por lo que la gente había pensado que votaba, y el plan de privatización pasó rápidamente de ser una empresa gigantesca a convertirse en una farsa.
Este año, en cambio, Obama presentó un programa que incluía el seguro médico garantizado y los recortes fiscales para la clase media, pagados con unos impuestos más altos para los ricos. John McCain dijo que su rival era un socialista y un "redistribuidor", pero EE UU votó por él. Eso sí que es tener un mandato.
¿Y qué ocurre con el argumento de que la crisis económica va a impedir poner en marcha un programa progresista?
No cabe duda de que la lucha contra la crisis costará mucho dinero. Rescatar el sistema financiero exigirá seguramente grandes sumas de dinero, además de los fondos ya desembolsados. Y también necesitamos con urgencia un programa de aumento del gasto público para fomentar la producción y el empleo. ¿Es posible que el déficit del presupuesto federal ascienda a un billón de dólares el año que viene? Sí.
Pero los manuales clásicos de economía nos dicen que está bien, que es apropiado incurrir en déficits temporales ante una economía deprimida. Y uno o dos años en números rojos, si bien contribuirían modestamente a los futuros gastos financieros federales, no deberían ser un obstáculo para un plan de salud que, por muy rápidamente que se convirtiera en ley, seguramente no entraría en vigor hasta 2011.
Aparte de eso, la propia respuesta a la crisis económica es, en sí, una oportunidad de impulsar un programa progresista. No obstante, Obama no debe imitar la costumbre del de Bush de convertir cualquier cosa en un argumento a favor de sus políticas preferidas. (¿Recesión? La economía necesita ayuda; ¡vamos a bajar los impuestos a los ricos! ¿Recuperación? Los recortes fiscales para los ricos funcionan; ¡vamos a aplicar unos cuantos más!).
Pero sí sería justo que la nueva Administración deje claro que la ideología conservadora, con su convicción de que la codicia siempre es buena, ha ayudado a crear esta crisis. Lo que dijo Franklin Delano Roosevelt en su segunda toma de posesión -"siempre hemos sabido que el interés egoísta e irresponsable era malo desde el punto de vista moral; ahora sabemos que es malo desde el punto de vista económico"- no ha sido nunca tan cierto como hoy.
Y hoy parece ser uno de esos momentos en los que también es verdad que, por el contrario, lo que es bueno desde el punto de vista moral es bueno desde el punto de vista económico. Ayudar a los más necesitados, aumentando las prestaciones de salud y desempleo, es lo que se debe hacer desde una perspectiva ética; es una forma mucho más eficaz de estímulo económico que rebajar el impuesto sobre las plusvalías. Ofrecer ayuda a gobiernos locales en situación difícil para que puedan mantener los servicios públicos esenciales es importante para quienes dependen de dichos servicios, pero es también una forma de evitar pérdidas de puestos de trabajo e impedir que la economía caiga en una depresión aún más profunda. Es decir, abordar un programa de prioridades progresista -llamémoslo un nuevo New Deal- no es sólo posible desde el punto de vista económico, es exactamente lo que necesita la economía.
Lo importante es que Barack Obama no debe escuchar a quienes tratan de asustarlo para que sea un presidente inactivo. Ha recibido un mandato político; tiene de su parte el sentido común económico. Podríamos decir que lo único a lo que debe tener miedo es al propio miedo.
AUTOR: PAUL KRUGMAN; PREMIO NOBEL DE ECONOMIA 2008
FUENTE: EL PAIS , EDICION 11/9/2008
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