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miércoles, 19 de noviembre de 2008

OTRA AGENDA FRENTE A LA CRISIS

La crisis actual, una auténtica crisis sistémica, financiera, económica, social, ecológica, energética y alimentaria, llega después de un largo periodo de ascenso de las resistencias al neoliberalismo y de la crítica al capitalismo global, aunque marcado por las dificultades de los movimientos populares para revertir una correlación de fuerzas global frente al capital muy desfavorable. La crisis no ha hecho más que confirmar la pertinencia de una crítica radical al actual orden de cosas. Francamente, lo que parece difícil hoy no es ser anti-capitalista, sino no serlo, aunque obviamente los dirigentes del G20 reunidos estos días en Washington no lo vean así.

El siglo anterior terminó con la abrupta emergencia del movimiento altermundialista en Seattle en la cumbre de la OMC en noviembre de 1999. Siguió después una fase de crecimiento del movimiento hasta las movilizaciones contra el G-8 en Génova en julio de 2001 y los atentados del 11 de septiembre en New York. Después de algunos titubeos iniciales, en los que el movimiento pareció perder fuelle, la nueva etapa se caracterizó por la centralidad adquirida por la lucha contra la “guerra global permanente”, cuyo cenit fueron las movilizaciones del año 2003 contra la invasión de Irak.

A partir de entonces, entramos en una nueva fase marcada por una pérdida de centralidad de las movilizaciones altermundialistas y de su capacidad aglutinadora y unificadora y de mayor dispersión y fragmentación de las luchas sociales. Aunque la dinámica general de los últimos años ha sido de aumento de las resistencias, éstas han sido muy desiguales por todo el mundo y han experimentado dificultades importantes en Europa y Estados Unidos, donde han tenido una lógica globalmente defensiva y han conseguido pocas victorias que permitieran acumular fuerzas de forma sólida. En América Latina, en cambio, se ha producido una crisis profunda del modelo de acumulación neoliberal y un ascenso de los movimientos populares.

Desde el hundimiento de Wall Street han proliferado los discursos acerca de la “refundación del capitalismo”. Los movimientos sociales y las organizaciones populares no deberían tener duda alguna: no se puede esperar gran cosa de la “refundación del capitalismo” patrocinada por Sarkozy, Brown y compañía, más allá de la puesta en marcha de medidas regulatorias del sistema financiero necesarias para su correcto funcionamiento desde el punto de vista de los intereses del capital, y de algunas reformas. Y no parece plausible tampoco que la izquierda “social-liberalizada” mayoritaria, la que ha desregulado, privatizado y flexibilizado por doquier vaya ahora a transformarse en defensora de otro modelo de sociedad. Al contrario, las políticas implementadas ante la crisis van en la línea de “socialización de los costes” y de hacer pagar a los sectores populares la crisis del capital.

La agenda del G-20 no es la de los movimientos populares. Ante los intentos de regulación sistémicos y de dar una salida a la crisis favorable a los intereses del capital es necesario plantear claramente otra agenda, la de una ruptura con el paradigma neoliberal desde una lógica anticapitalista. Es necesario contraponer a la lógica del capital otra totalmente distinta, la del bien común. Pero ello sólo será posible como consecuencia de la movilización social y de la creación de unas correlaciones de fuerzas globales más favorables a los sectores populares. Conviene avanzar en la coordinación de las protestas a escala internacional, nacional y local, y buscar espacios de convergencia y solidaridades para evitar el aislamiento y la fragmentación de las resistencias. Las movilizaciones de este fin de semana en Washington, en varias ciudades del Estado español y en otros lugares del mundo son un primer intento, aunque débil, de articular una respuesta internacional a la crisis y dar una visibilidad general a muchas luchas particulares en curso.

Ante las falsas “alternativas” inconsistentes, que buscan corregir los “excesos” del sistema y asegurar su viabilidad, hace falta plantear cambios reales. Es el momento de profundizar en las propuestas de alternativas de fondo y radicalizar su contenido. En cierta forma, el impacto de la crisis ha hecho que algunas de las ideas y demandas formuladas por los movimientos alternativos en los últimos años (la Tasa Tobin, la supresión de los paraísos fiscales…) parezcan poca cosa, aunque no lo sean. Se trata ahora, en paralelo a la lucha por la implementación de las mencionadas políticas, de defender medidas concretas frente a la crisis y de plantear de nuevo “grandes propuestas” y poner encima de la mesa alternativas hasta ahora fuera del debate por parecer demasiado lejos de la realidad. Ejemplos de ello son la nacionalización sin indemnización y puesta bajo control público democrático del sistema bancario, la consigna “cero despidos” en empresas con beneficios y que utilizan la crisis como pretexto, una reforma fiscal progresista y un impuesto especial sobre las grandes fortunas para crear un fondo de solidaridad, o el énfasis en el control democrático, público y social de los principales resortes de la economía.

La crisis incrementa el malestar social frente al actual sistema económico, hará aumentar las contradicciones y las resistencias sociales, aunque en clave muy defensiva, y abre posibilidades para la articulación de un proyecto alternativo. Pero al mismo tiempo multiplica los riesgos de un fracaso en este terreno, en términos de mayor desánimo o desmoralización de los sectores populares o de crecimiento de alternativas reaccionarias.

“Otro mundo es posible” ha sido el eslogan, impreciso y genérico, que ha popularizado el movimiento altermundialista. En verdad, como ha recordado alguna vez el filósofo francés Daniel Bensaïd, si es posible no lo sabemos, pero no hay duda de que es absolutamente necesario.
AUTOR:Josep Maria Antentas y Esther Vivas
FUENTE:GLOBALIZATE.


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¿Qué debería contener un segundo acuerdo de Bretton Woods?

Para aquellos que hemos reclamado por mucho tiempo que la arquitectura financiera internacional necesita reformas profundas, la llamada a convocar una segunda conferencia de Bretton Woods es afortunada. Cabe recordar, por supuesto, que después de las crisis asiática y rusa de 1997-1998 se hicieron solicitudes similares, que los países industrializados no tomaron en serio. Quizás el hecho de que ahora están en el centro de la tormenta los lleve a tomar la tarea con empeño.

Hay dos problemas fundamentales con el reciente llamado a la reforma. El primero es que carece de contenido: no es claro en qué consistirían las discusiones sobre un eventual Bretton Woods II. El segundo es que el proceso comenzó con un paso en la dirección equivocada, al excluir a la mayoría de los países de los diálogos. Es obviamente saludable que el Grupo de los 7 o un subconjunto de países del G-7 muestre liderazgo, pero no puede haber una reforma fundamental sin un proceso inclusivo que de voz adecuada tanto a los países industrializados como en desarrollo, y tanto a los países grandes como pequeños. Las instituciones de alcance mundial, no grupos ad hoc de países deben estar en el centro del proceso de reforma.

El tema más claro de la agenda es cómo corregir el déficit de regulación prudencial que caracteriza los mercados financieros mundiales. Esta discusión debe comenzar por acuerdos sobre los principios regulatorios. Uno obvio es que las regulaciones deben ser comprensivas, para evitar los vacíos significativos que condujeron a la turbulencia actual.

Las regulaciones deben tener también un fuerte contenido anti-cíclico, lo que implica aumentar el capital y provisiones (o reservas) de la entidades financieras e impedir el excesivo endeudamiento (apalancamiento) durante los auges, y evitar que la inflación de activos retroalimente las expansiones crediticias. Se debe descartar la dependencia de los modelos internos de evaluación de riego de las entidades financieras, el principal centro de atención del segundo acuerdo de Basilea sobre regulación bancaria. Esa estrategia ha demostrado ser peligrosa y de hecho, ya se ha visto cómo el uso de modelos similares de riego por parte de las instituciones puede aumentar la inestabilidad financiera.

Todo nuevo sistema regulatorio debe estar basado en una red adecuada de instituciones nacionales y regionales (del cual carece aún la Unión Europea) e incluir una verdadera supervisión internacional de las instituciones financieras de alcance mundial. La mayoría está de acuerdo con que el Fondo Monetario Internacional (FMI) no debe ser el centro del sistema regulatorio. El Banco de Pagos Internacionales y el Comité de Basilea están en una mejor posición para asumir esta tarea, pero deben ampliar sus membresías y evitar uno de los problemas principales que enfrentó el Comité de Basilea en los últimos años: la falta de representación de los países en desarrollo.

Tres temas centrales de reforma del FMI deben ser incluidos también en la agenda. El primero es la necesidad de una verdadera moneda mundial de reservas, basada quizás en los derechos especiales de giro del FMI. Esto contribuiría a superar tanto la inequidad como la inestabilidad que es inherente a un sistema mundial de reservas basado en una moneda nacional . El sistema actual está plagado de ciclos de confianza en el dólar y por perturbaciones periódicas asociadas a políticas adoptadas por los Estados Unidos sin tener en cuenta sus impactos globales y que terminan, por lo tanto, por ser impuestas sobre el resto del mundo.

El segundo tema es la necesidad de colocar al FMI y no al G-7 –o en realidad cualquier “G”—en el centro de la coordinación de las políticas macroeconómicas a nivel mundial. Esta es la única forma de dar a los países en desarrollo una voz adecuada en este campo. El ejercicio de supervisión multilateral de los desequilibrios internacionales de pagos que lanzó el Fondo en 2006 fue un paso interesante en esa dirección, pero careció de claros compromisos de las partes y de efectividad.

El tercer tema es la principal demanda de los países en desarrollo: el FMI debe prestar durante las crisis de balanza de pagos con rapidez y sin condiciones excesivas, especialmente cuando la fuente de la crisis es una reversión súbita de los flujos de capital o un brusco deterioro de los términos de intercambio. Esto convertiría al FMI en algo más parecido a un banco central, que proveería liquidez en forma ágil, de manera similar a la forma como los bancos centrales de los países industrializados han proporcionado liquidez en escala masiva durante meses recientes. En el caso del FMI, el financiamiento de la liquidez necesaria podría ser provisto por emisiones anti-cíclicas de derechos especiales de giro.

En todos estos campos, el FMI debe hacer un uso más activo de instituciones regionales. Por una década he venido señalando que el FMI del futuro debe ser visto como la cúpula de una red de fondos de reserva regionales –es decir, como un sistema con un diseño más similar al del Banco Central Europeo o al del sistema de la Reserva Federal en los Estados Unidos.

Un diseño institucional de este tipo podría ser adoptado también en el campo de la regulación prudencial. Una red más densa de instituciones estaría mejor diseñada para una comunidad internacional heterogénea y podría proporcionar mejores servicios y dar una voz más fuerte a los países más pequeños.

Finalmente, una de los principales defectos de la arquitectura financiera actual es la falta de un esquema institucional apropiado para manejar los problemas de sobreendeudamiento a nivel internacional, es decir una corte similar a las que existen a nivel nacional para manejar las quiebras de las empresas. El sistema actual depende de mecanismos ad hoc , que generalmente llegan demasiado tarde, cuando los problemas de sobreendeudamiento ya han tenido un impacto devastador sobre los países. El único mecanismo regular a nivel internacional en este campo es el Club de Paris pero solo maneja deudas oficiales. El segundo acuerdo de Bretton Woods debería resolver este problema, creando una corte internacional de quiebras.

La crisis financiera actual ha hecho patente la necesidad de reformar la actual arquitectura financiera internacional. Pero cualquier llamado a una segunda conferencia de Bretton Woods debe tener contenido concreto. La agenda debe incluir un sistema mundial de regulación y supervisión prudencial; un FMI profundamente transformado, que maneje una moneda mundial de reservas, coordine las políticas macroeconómicas a nivel internacional y cuente con líneas de crédito ágiles; y la creación de una corte internacional de quiebras.
AUTOR:José Antonio Ocampo, anterior Secretario General Adjunto de las Naciones Unidas para Asuntos Económicos y Sociales y ex-Ministro de Hacienda de Colombia es actualmente Profesor y co-director de la Iniciativa para el Diálogos de Política de la Universidad de Columbia en Nueva York.
FUENTE:PROJECT SYNDICATE.


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