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lunes, 13 de mayo de 2013

Teoría económica estándar


  




Por  Daniel Raventós



En el mundo rico, aunque cada vez esté menos claro si pertenecen a este selecto grupo algunas economías que antes sin duda sí resultaban incluidas, estamos unas 4 ó 5 veces mejor, si tomamos en cuenta algunos indicadores habituales como el PIB per cápita, de lo que estábamos en 1930. Pero en el mismo lugar y para el mismo intervalo de tiempo, la jornada de trabajo solamente se ha reducido en un quinto. Esto por una parte.

Por la otra: más conocidos son los datos crecientes de desempleo y pobreza en el mismo mundo rico, para no apartarnos del mismo lugar. ¿Y cuáles son las medidas más reiteradas en los últimos años para intentar contener tanto el desempleo creciente y la pobreza? También son conocidas: aumento de la edad de jubilación, alargamiento de la jornada laboral, mayores facilidades para el despido.

Se tiene que ser economista de una pasta muy especial para no ya no digamos constatar, sino intuir, recelar, sospechar… que algo no cuadra.

En fecha tan temprana como 1732, Sir William Pulteney había declarado en la Cámara de los Comunes británica: "Es ahora mismo una queja universal en el País que los salarios ofrecidos a los trabajadores son la causa principal de la decadencia de nuestros comercio y de nuestras manufacturas; nuestra tarea, así pues, consiste en tomar todas las medidas imaginables para hacer que nuestros trabajadores trabajen por salarios más bajos que los actuales." Casi tres siglos después, el año pasado de 2012, Eric Green, jefe del gabinete de investigación de tasas de cambio exterior en TD Securities, llegó a sostener, en plena crisis, que las grandes empresas estadounidenses estaban amenazadas por una "contracción en sus márgenes de beneficios causada por los costes laborales". La continuidad es hasta sorprendente.

La afirmación de Green no es ninguna flor de verano, como cualquiera que esté acostumbrado a leer, no ya publicaciones académicas sino revistas y periódicos económicos. Forma parte de la miseria de la teoría económica. Ya hace un buen número de años que más que teoría debería llamarse en propiedad dogma de la peor especie. En todo caso, un cuerpo doctrinario completamente inútil para entender el mundo, aunque sea el mundo más estrictamente económico. Ya en el año 2000 un grupo de estudiantes parisinos realizó una sonada protesta contra la teoría económica que les enseñaban y pedían "romper con el paradigma de los mundos imaginarios". Los mismos estudiantes se denominaban con toda la retranca del mundo "economistas post-autistas".

Han pasado 13 años, estamos inmersos desde hace un lustro en la mayor crisis económica desde los años 30, y seguimos de forma académicamente predominante con la prevalencia de esta economía autista. Si solamente su influencia fuera académica, la verdad es que no tendría mucha importancia. En el mundo académico de la economía, de la sociología, de la politología… se escriben y se idean, junto a algunas investigaciones de indudable interés, muchas necedades y despropósitos. Y lo mejor que pueda pasar es que queden confinados en el pequeño mundo de sus cuidadores. Pero la cosa cambia sobremanera cuando su influencia se extiende entre los gobernantes de los países ricos, aunque sea con muchos matices, por supuesto, entre ellos. La teoría económica estándar no pudo prever la crisis porque el capitalismo no puede ser intrínsecamente inestable para dicha teoría. Con las consecuencias de la crisis bien a la vista, desempleo y pobreza crecientes, la teoría económica estándar seguía apuntando a los sindicatos y las distintas "rigideces" del mercado laboral y, por supuesto, de todas las formas de protección laboral que en muchos lugares la clase trabajadora había logrado después de duras luchas. Una vez que los primeros instantes de la crisis hubieron pasado y con ellos la inicial sorpresa (¿se acuerdan de las "refundaciones del capitalismo" que iban a emprender en el 2008?) se prosiguió con mayor altanería si cabe la ofensiva contra el déficit público y por la necesidad de "reformas" (contrareformas, en pura ley) estructurales. Bajo la palabra austeridad, la teoría económica estándar dejó claro que el objetivo era una ofensiva contra el estado de bienestar. Se llamó durante muchos años lucha de clases. Este término se eclipsó durante unas décadas a lo largo del siglo XX por alguna de las modas académicas de turno. Fue el multimillonario estadounidense Warren Buffet que, lejos de estar afectado por estas modas, realizó unas declaraciones recogidas por Ben Stein en el New York Times  del 26 de noviembre de 2006 que dejó sorprendidos a mucha gente: "Claro que hay lucha de clases, pero es mi clase, la clase de los ricos, la que está haciendo esta guerra, y estamos ganando". Es una frase muy reiterada y por ello muy conocida en estos últimos siete años, sí, pero que difícilmente puede resumir mejor la situación aún desde que fue dicha hasta ahora. Entonces, muchos incautos inteligentes cayeron en la cuenta de que la lucha de clases se puede hacer desde arriba de forma muy agresiva. Otros incautos no inteligentes no se enteraron de nada. Y siguen aún sin hacerlo. En todo caso, la clase del señor Buffet, después de 2006, no solamente va ganando la lucha, sino que va arrasando. 



 
Daniel Raventós es profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona