Por Mark Engler
El progreso internacional en la recuperación del descenso económico de los últimos años ha ido a paso de tortuga. Pero hay crecimiento al menos en un sector. La desvergüenza de la élite financiera global.
Enfrentado a una crítica del movimiento Ocupar que se ha unido bajo el lema “Somos el 99 Por ciento”, el restante uno por ciento ha respondido. Y, al menos aquí en Estados Unidos, no ha sido agradable.
Anteriormente en este mismo año, The New York times ofreció un atisbo de un mundo en el que chocan el privilegio extremo, el “acceso” político y las perspectivas sorprendentemente fuera de contacto con la realidad. En una reunión con Jim Messina, director de campaña de Obama, más de 20 importantes donantes, muchos de ellos de Wall Street, expresaron con ira que se sentían acusados injustamente de crear la recesión y demonizados por su riqueza bien merecida. Un donante sugirió que, de la misma manera en que Obama en una oportunidad pronunció un poderoso y sanador discurso acerca de la raza, el presidente debía pronunciar uno ahora acerca de la desigualdad.
Se aclara que no es para apoyar a los que se quedan rezagados. Él quería un discurso que defendiera a los ricos.
Desde entonces, algunos en la cúspide han ido más allá de la autocompasión y han lanzado una agresiva campaña parta convencer al mundo que debiéramos agradecerles sus servicios.
Entre 1978 y 2011, a pesar de grandes incrementos en productividad, los salaries de los trabajadores se estancaron. Sin embargo, los más acomodados prosperaron. La compensación a los directores generales se incrementó en más de 725 por ciento, según el Instituto de Política Económica. El 10 por ciento más rico de los norteamericanos controla ahora más del 70 por ciento del valor neto del país.
El progreso internacional en la recuperación del descenso económico de los últimos años ha ido a paso de tortuga. Pero hay crecimiento al menos en un sector. La desvergüenza de la élite financiera global.
Enfrentado a una crítica del movimiento Ocupar que se ha unido bajo el lema “Somos el 99 Por ciento”, el restante uno por ciento ha respondido. Y, al menos aquí en Estados Unidos, no ha sido agradable.
Anteriormente en este mismo año, The New York times ofreció un atisbo de un mundo en el que chocan el privilegio extremo, el “acceso” político y las perspectivas sorprendentemente fuera de contacto con la realidad. En una reunión con Jim Messina, director de campaña de Obama, más de 20 importantes donantes, muchos de ellos de Wall Street, expresaron con ira que se sentían acusados injustamente de crear la recesión y demonizados por su riqueza bien merecida. Un donante sugirió que, de la misma manera en que Obama en una oportunidad pronunció un poderoso y sanador discurso acerca de la raza, el presidente debía pronunciar uno ahora acerca de la desigualdad.
Se aclara que no es para apoyar a los que se quedan rezagados. Él quería un discurso que defendiera a los ricos.
Desde entonces, algunos en la cúspide han ido más allá de la autocompasión y han lanzado una agresiva campaña parta convencer al mundo que debiéramos agradecerles sus servicios.
Entre 1978 y 2011, a pesar de grandes incrementos en productividad, los salaries de los trabajadores se estancaron. Sin embargo, los más acomodados prosperaron. La compensación a los directores generales se incrementó en más de 725 por ciento, según el Instituto de Política Económica. El 10 por ciento más rico de los norteamericanos controla ahora más del 70 por ciento del valor neto del país.