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viernes, 27 de abril de 2012

Argentina recupera su petróleo


 Por Will Hutton *


Vamos a suponer que el gobierno británico supiera que un accionista clave de Centrica, nuestra última gran empresa energética británica, propietaria de British Gas, iba a vender su participación a Gazprom, verificando con ello su traspaso en propiedad al Estado ruso. Yo esperaría que, ante esta situación, el gobierno ampliara las disposiciones de la Enterprise Act [Ley sobre empresas], que permite a Gran Bretaña bloquear adquisiciones que van contra el interés nacional, para incluir el gas y la energía nuclear (la ley se limita en la actualidad a la defensa, servicios financieros y medios de información). Tengo fundadas certezas de que el presidente de Centrica, Sir Roger Carr, presidente también de la CBI [Confederation of British Industry, la patronal británica], comparte la misma opinión. Ningún país puede mostrarse indiferente a la propiedad de activos estratégicos y, por tanto, al uso que se haga de ellos. Su obligación primera se encuentra en el bienestar de sus ciudadanos. 

El gobierno argentino tuvo justo que enfrentarse a este dilema la semana pasada. YPF es su empresa nacional de petróleo y gas, que vendió a la petrolera española Repsol por 15.000 millones en 1999 como parte de su esfuerzo privatizador. No ha resultado un gran acuerdo para ninguna de las partes. La producción argentina de petróleo y gas se ha desplomado, se ha detenido la exploración de nuevas reservas y este país rico en petróleo tiene ahora que importarlo, con Repsol acusada de saquear la empresa y traicionar sus obligaciones.

La excusa de Repsol es que los controles de precios argentinos son absurdamente severos. Lleva queriendo vender desde hace algún tiempo su participación y en julio pasado encontró un comprador potencial: la compañía de petróleos estatal china Sinopec. El lunes, temiendo que el acuerdo estuviera a punto de cerrarse, el gobierno argentino se quedó con la parte del león de las acciones de Repsol para hacerse con el control de la mayoría. Mejor que YPF sea propiedad del gobierno argentino que del Partido Comunista Chino es su razonamiento.

Muchos gobiernos habrían hecho lo mismo. La propiedad importa. Sin embargo, Argentina ha sido rotundamente condenada: la UE, España, México, y hasta Gran Bretaña han echado su cuarto a espadas. The Economist truena diciendo que las travesuras de la  presidenta Cristina Fernández no deben quedar sin castigo: la nacionalización es un pecado irredimible. Se deduce que debería haberse permitido a Repsol disponer libremente de sus acciones a cualquier comprador y al mayor precio que pudiera conseguir. Argentina y sus ciudadanos no tienen derecho a intervenir.