Gasten ahora que la economía sigue deprimida; ahorren luego, una vez que se haya recuperado. ¿Tan difícil resulta comprender esto?
Muy difícil, a juzgar por el actual estado del debate político. En todo el mundo, los políticos parecen decididos a hacer lo contrario. Están ansiosos por privarle de dinero a la economía cuando necesita ayuda, al tiempo que se resisten a abordar los problemas presupuestarios a largo plazo.
Pero a lo mejor una explicación clara de estos temas puede cambiar la forma de pensar de algunos. Así que hablemos de los déficits presupuestarios a largo y corto plazo. Me centraré en la situación de EE UU, pero otros países pueden aplicarse el cuento.
En estos momentos, como posiblemente habrán notado, el Gobierno de EE UU tiene un gran déficit presupuestario. Sin embargo, gran parte de este déficit es consecuencia de la actual crisis económica, que ha mermado los ingresos y ha requerido gastos extraordinarios para rescatar el sistema financiero. A medida que la crisis amaine, las cosas mejorarán. La Oficina Presupuestaria del Congreso, en su análisis de las propuestas presupuestarias del presidente Obama, prevé que esa recuperación económica hará que el déficit presupuestario anual pase de aproximadamente el 10% del PIB de este año a alrededor del 4% del PIB en 2014.
Por desgracia, eso no es suficiente. Incluso si los préstamos anuales del Gobierno se estabilizasen en el 4% del PIB, su deuda total seguiría creciendo más deprisa que sus ingresos. Es más, la Oficina Presupuestaria prevé que, tras tocar fondo en 2014, el déficit volverá a subir otra vez, en gran parte debido al aumento de los costes de la asistencia sanitaria.
De modo que EE UU tiene un problema presupuestario a largo plazo. Para hacer frente a este problema será necesario, ante todo, un esfuerzo real para mantener los costes sanitarios bajo control; sin eso, nada va a funcionar. También hará falta encontrar ingresos o recortes del gasto adicionales. Desde un punto de vista económico, esto no debería resultar difícil; en concreto, un pequeño impuesto sobre el valor añadido, del 5% por ejemplo, contribuiría en gran medida a tapar ese agujero, y los impuestos estadounidenses en conjunto seguirían estando entre los más bajos del mundo desarrollado.
Pero si al final tenemos que subir los impuestos y recortar el gasto, ¿no deberíamos empezar ya? No, no debemos.
Ahora mismo tenemos una economía enormemente deprimida, y esa economía deprimida está infligiendo daños a largo plazo. Cada año que transcurre con una tasa de paso extremadamente alta, aumenta la probabilidad de que muchos parados de larga duración nunca se reincorporen a la fuerza laboral y se conviertan permanentemente en ciudadanos de segunda categoría. Cada año que hay cinco veces más gente buscando trabajo que ofertas de empleo, a cientos de miles de estadounidenses que terminan sus estudios se les niega la posibilidad de iniciar sus vidas laborales. Y cada mes que pasa nos vamos acercando a una trampa deflacionista similar a la japonesa.
En momentos así, la tacañería no solo resulta cruel, sino que pone en peligro el futuro del país. Y ni siquiera es demasiado útil para reducir la carga de nuestra deuda futura, porque racanear con el gasto ahora amenaza la recuperación económica y, con ella, la esperanza de que aumenten los ingresos.
De modo que este no es buen momento para la austeridad fiscal. ¿Cómo sabremos cuándo ha llegado ese momento? La respuesta es que el déficit presupuestario debería convertirse en una prioridad siempre y cuando la Reserva Federal haya recuperado cierta capacidad de tirar de la economía, de manera que pueda compensar los efectos negativos de las subidas de impuestos y los recortes del gasto reduciendo los tipos de interés.
Actualmente, la Reserva no puede hacerlo porque los tipos de interés que puede controlar están cerca de cero y no pueden bajar más. Sin embargo, en última instancia, a medida que descienda el paro -probablemente cuando esté por debajo del 7% o menos-, la Reserva querrá subir los tipos para evitar una posible inflación. Y llegados a este punto podremos hacer un trato: el Gobierno empieza a recortar gastos y la Reserva Federal frena las subidas de los tipos, de modo que esos recortes no vuelvan a empujar a la economía a una crisis.
Pero el momento de hacer ese trato está todavía muy lejos (probablemente, dentro de dos años o más). Por tanto, lo responsable es gastar ahora y pensar en ahorrar más tarde.
Como he dicho, muchos políticos parecen decididos a hacer lo contrario. Muchos miembros del Congreso, en concreto, se oponen a ayudar a los parados de larga duración, por no hablar del Estado y los Gobiernos locales en apuros, basándose en que no podemos permitírnoslo. Al actuar así, están debilitando el gasto en un momento en que realmente lo necesitamos y poniendo en peligro la recuperación. Pero los esfuerzos por controlar los costes sanitarios fueron recibidos con gritos de "listas de la muerte".
Y algunos de los protestones por el déficit que más ruido hacen en el Congreso están haciendo todo lo que pueden por reducir los impuestos que paga el puñado de afortunados estadounidenses que van a heredar patrimonios multimillonarios. Esto no le servirá de nada a la economía ahora, pero reducirá los ingresos en miles de millones de dólares anualmente de manera permanente.
Pero algunos políticos deben ser sinceros en cuanto a lo de ser fiscalmente responsables. Y a ellos les digo: por favor, elijan bien el momento. Sí, tenemos que resolver nuestros problemas presupuestarios a largo plazo, pero no negándonos a ayudar a nuestra economía en un momento de necesidad.
AUTOR : Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008FUENTE : EL PAIS
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