Por Mohamed A. El-Erian *
A juzgar por el nerviosismo de los mercados y "las expectativas de consenso", las perspectivas económicas de Estados Unidos son confusas. Un día, el país está al borde de una recesión de doble caída, y al siguiente está a punto de una potente recuperación, impulsada por consumidores fuertes y multinacionales de origen local que comienzan a desplegar, por fin, sus enormes reservas de efectivo. En el proceso, los mercados empujan a los inversionistas a una salvaje montaña rusa, en que la crisis europea (plagada de todavía más confusión y volatilidad) no hace más que agravar su mareo.
Se trata de una situación tan comprensible como inquietante para el bienestar de Estados Unidos y la economía global. Refleja el impacto de realineamientos económicos y financieros (e históricos) fundamentales, respuestas de política insuficientes y rigideces que afectan a todo el sistema e impiden un cambio estructural. Como resultado, existen ahora dudas legítimas sobre el funcionamiento subyacente de la economía de EE.UU. y, por tanto, su evolución en los próximos meses y años.
Una manera de entender las condiciones actuales -y lo que se necesita para mejorarlas- es considerar dos acontecimientos que hace poco atrajeron una considerable atención internacional: el lanzamiento del avión de pasajeros Dreamliner de Boeing y el trágico fallecimiento de Steve Jobs de Apple.
Comencemos con algunos elementos de dinámica aeronáutica simple, utilizando una analogía que a mi colega de PIMCO, Bill Gross, se le ocurrió para describir los riesgos económicos que enfrenta la economía estadounidense. Para que el Dreamliner despegue, ascienda y se mantenga a una altitud constante, debe hacer más que avanzar hacia adelante. Tiene que hacerlo lo suficientemente rápido como para superar umbrales físicos críticos significativamente mayores que los que rigen para la mayoría de los demás aviones Boeing, que son más pequeños.
Fracasar sería el equivalente a caer en una entrada en pérdida en el aire, en que un tibio movimiento hacia adelante dé lugar a una pérdida repentina de altitud. A menos que estemos convencidos de la capacidad del Dreamliner para evitar esa velocidad de pérdida, no tiene sentido hablar de todas las formas en que mejorará la experiencia de viaje de millones de personas en todo el mundo.
Hoy en día la economía de Estados Unidos corre el riesgo de llegar a esa situación. En concreto, la pregunta no es si puede crecer, sino si puede hacerlo lo suficientemente rápido como para impulsar una economía de gran tamaño que, según la Reserva Federal de EE.UU., se enfrenta a "un desapalancamiento de los balances, restricciones del crédito, e incertidumbre en empresas y hogares sobre las perspectivas económicas". Recordemos que esto ocurre a poco más de un año de que algunos funcionarios de EE.UU. proclamaran el "verano de recuperación" de la economía, visión basada en la creencia errónea de que Estados Unidos estaba llegando a "una velocidad de largada."
La velocidad de pérdida es un riesgo terrible para una economía como la de EE.UU., que necesita desesperadamente crecer de manera sólida. Sin un rápido crecimiento, no hay manera de revertir un desempleo persistentemente alto y cada vez más estructural (y por lo tanto, prolongado), desapalancar de modo seguro balances sobre-endeudados y evitar que las desigualdades de la riqueza y los ingresos, que ya son perturbadoras, se profundicen más aún.
El sector privado por sí solo no puede ni podrá contrarrestar el riesgo de caer en velocidad de pérdida. Lo que se necesita con urgencia es una mejor formulación de políticas. En concreto, las autoridades deben estar abiertas y dispuestas a comprender los inusuales desafíos que enfrenta la economía de EE.UU., reaccionar en consecuencia, y poseer instrumentos de política lo suficientemente potentes.
Desafortunadamente, no es el caso en Estados Unidos (ni en Europa, donde la situación es peor). Además, en las últimas semanas las autoridades estadounidenses han estado más interesadas en acusar a Europa y China que en reconocer y dar respuesta a los cambios de paradigmas que están en la raíz de los problemas económicos del país y sus crecientes problemas sociales.
Aquí es donde vienen al caso las ideas de Steve Jobs, uno de los mejores innovadores y emprendedores del mundo. Jobs hizo algo más que navegar por los cambios de paradigma, sino que esencialmente los creó. Era un maestro en convertir lo complejo en simple y, en lugar de sentirse paralizado por la complejidad, encontró nuevas formas de deconstruirla y superarla. El trabajo en equipo se convirtió en obligación, no en opción. Y evitó la búsqueda de un único "big bang", prefiriendo en su lugar apuntar a lograr una serie de avances decisivos.
Detrás de todo eso había voluntad de evolución, un impulso por lograr la perfección a través de la experimentación. Por otra parte, destacó en presentar a públicos de todo el mundo su visión y su estrategia para hacerla realidad.
Hasta ahora, las autoridades económicas de Estados Unidos se han quedado cortas en todos estos frentes. En lugar de comprometerse con un conjunto completo de medidas de refuerzo urgentemente necesarias, parecen obsesionadas con la inútil búsqueda de la "killer app", o aplicación revolucionaria, que solucione todos los problemas económicos del país. No es de sorprender que aún no la encuentren.
El trabajo en equipo ha quedado entrampado una y otra vez en guerras intestinas y disputas políticas. Poco se ha hecho por deconstruir la complejidad estructural, por no hablar de lograr suficiente apoyo público para una visión de mediano plazo, una estrategia de implementación que goce de credibilidad y un conjunto de medidas adecuadas para la tarea por delante.
Mientras más perdure el callejón sin salida de las políticas, mayor será el riesgo de caer en velocidad de pérdida para una economía que ya sufre una crisis de desempleo, un gran déficit presupuestario, muchas hipotecas "bajo el agua" (es decir, el valor de la vivienda resulta ser inferior al de la hipoteca), y tasas de interés en cero. Es un ambiente en el que los balances balance en mal estado sufren una presión aún mayor, y los inversores con situaciones sólidas se niegan a participar. En el proceso, el riesgo de recesión sigue siendo demasiado elevado, se profundiza la crisis del desempleo y las desigualdades aumentan a medida que las redes de seguridad social, de por sí ya sobreexigidas, muestran una porosidad cada vez mayor.
Director Ejecutivo y co-Presidente en funciones de PIMCO, y autor de When Markets Collide (Cuando los mercados colisionan). *
A juzgar por el nerviosismo de los mercados y "las expectativas de consenso", las perspectivas económicas de Estados Unidos son confusas. Un día, el país está al borde de una recesión de doble caída, y al siguiente está a punto de una potente recuperación, impulsada por consumidores fuertes y multinacionales de origen local que comienzan a desplegar, por fin, sus enormes reservas de efectivo. En el proceso, los mercados empujan a los inversionistas a una salvaje montaña rusa, en que la crisis europea (plagada de todavía más confusión y volatilidad) no hace más que agravar su mareo.
Se trata de una situación tan comprensible como inquietante para el bienestar de Estados Unidos y la economía global. Refleja el impacto de realineamientos económicos y financieros (e históricos) fundamentales, respuestas de política insuficientes y rigideces que afectan a todo el sistema e impiden un cambio estructural. Como resultado, existen ahora dudas legítimas sobre el funcionamiento subyacente de la economía de EE.UU. y, por tanto, su evolución en los próximos meses y años.
Una manera de entender las condiciones actuales -y lo que se necesita para mejorarlas- es considerar dos acontecimientos que hace poco atrajeron una considerable atención internacional: el lanzamiento del avión de pasajeros Dreamliner de Boeing y el trágico fallecimiento de Steve Jobs de Apple.
Comencemos con algunos elementos de dinámica aeronáutica simple, utilizando una analogía que a mi colega de PIMCO, Bill Gross, se le ocurrió para describir los riesgos económicos que enfrenta la economía estadounidense. Para que el Dreamliner despegue, ascienda y se mantenga a una altitud constante, debe hacer más que avanzar hacia adelante. Tiene que hacerlo lo suficientemente rápido como para superar umbrales físicos críticos significativamente mayores que los que rigen para la mayoría de los demás aviones Boeing, que son más pequeños.
Fracasar sería el equivalente a caer en una entrada en pérdida en el aire, en que un tibio movimiento hacia adelante dé lugar a una pérdida repentina de altitud. A menos que estemos convencidos de la capacidad del Dreamliner para evitar esa velocidad de pérdida, no tiene sentido hablar de todas las formas en que mejorará la experiencia de viaje de millones de personas en todo el mundo.
Hoy en día la economía de Estados Unidos corre el riesgo de llegar a esa situación. En concreto, la pregunta no es si puede crecer, sino si puede hacerlo lo suficientemente rápido como para impulsar una economía de gran tamaño que, según la Reserva Federal de EE.UU., se enfrenta a "un desapalancamiento de los balances, restricciones del crédito, e incertidumbre en empresas y hogares sobre las perspectivas económicas". Recordemos que esto ocurre a poco más de un año de que algunos funcionarios de EE.UU. proclamaran el "verano de recuperación" de la economía, visión basada en la creencia errónea de que Estados Unidos estaba llegando a "una velocidad de largada."
La velocidad de pérdida es un riesgo terrible para una economía como la de EE.UU., que necesita desesperadamente crecer de manera sólida. Sin un rápido crecimiento, no hay manera de revertir un desempleo persistentemente alto y cada vez más estructural (y por lo tanto, prolongado), desapalancar de modo seguro balances sobre-endeudados y evitar que las desigualdades de la riqueza y los ingresos, que ya son perturbadoras, se profundicen más aún.
El sector privado por sí solo no puede ni podrá contrarrestar el riesgo de caer en velocidad de pérdida. Lo que se necesita con urgencia es una mejor formulación de políticas. En concreto, las autoridades deben estar abiertas y dispuestas a comprender los inusuales desafíos que enfrenta la economía de EE.UU., reaccionar en consecuencia, y poseer instrumentos de política lo suficientemente potentes.
Desafortunadamente, no es el caso en Estados Unidos (ni en Europa, donde la situación es peor). Además, en las últimas semanas las autoridades estadounidenses han estado más interesadas en acusar a Europa y China que en reconocer y dar respuesta a los cambios de paradigmas que están en la raíz de los problemas económicos del país y sus crecientes problemas sociales.
Aquí es donde vienen al caso las ideas de Steve Jobs, uno de los mejores innovadores y emprendedores del mundo. Jobs hizo algo más que navegar por los cambios de paradigma, sino que esencialmente los creó. Era un maestro en convertir lo complejo en simple y, en lugar de sentirse paralizado por la complejidad, encontró nuevas formas de deconstruirla y superarla. El trabajo en equipo se convirtió en obligación, no en opción. Y evitó la búsqueda de un único "big bang", prefiriendo en su lugar apuntar a lograr una serie de avances decisivos.
Detrás de todo eso había voluntad de evolución, un impulso por lograr la perfección a través de la experimentación. Por otra parte, destacó en presentar a públicos de todo el mundo su visión y su estrategia para hacerla realidad.
Hasta ahora, las autoridades económicas de Estados Unidos se han quedado cortas en todos estos frentes. En lugar de comprometerse con un conjunto completo de medidas de refuerzo urgentemente necesarias, parecen obsesionadas con la inútil búsqueda de la "killer app", o aplicación revolucionaria, que solucione todos los problemas económicos del país. No es de sorprender que aún no la encuentren.
El trabajo en equipo ha quedado entrampado una y otra vez en guerras intestinas y disputas políticas. Poco se ha hecho por deconstruir la complejidad estructural, por no hablar de lograr suficiente apoyo público para una visión de mediano plazo, una estrategia de implementación que goce de credibilidad y un conjunto de medidas adecuadas para la tarea por delante.
Mientras más perdure el callejón sin salida de las políticas, mayor será el riesgo de caer en velocidad de pérdida para una economía que ya sufre una crisis de desempleo, un gran déficit presupuestario, muchas hipotecas "bajo el agua" (es decir, el valor de la vivienda resulta ser inferior al de la hipoteca), y tasas de interés en cero. Es un ambiente en el que los balances balance en mal estado sufren una presión aún mayor, y los inversores con situaciones sólidas se niegan a participar. En el proceso, el riesgo de recesión sigue siendo demasiado elevado, se profundiza la crisis del desempleo y las desigualdades aumentan a medida que las redes de seguridad social, de por sí ya sobreexigidas, muestran una porosidad cada vez mayor.
Director Ejecutivo y co-Presidente en funciones de PIMCO, y autor de When Markets Collide (Cuando los mercados colisionan). *
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