Por Michael R. Krätke *
De abandonar Grecia la zona euro,
habría que esperar un terremoto de grave a muy grave para el resto de países
europeos.
En Grecia viven en torno a
once millones de personas. La Unión Europea tiene una población de 492
millones, de los cuales 324 viven en la zona euro. La economía griega se
encuentra en la 32ª posición de la clasificación mundial y genera un Producto
Interior Bruto (PIB) de 222 mil millones de euros (cifras de 2010). Grecia es
cualquier cosa menos un gigante, sobre todo si se la compara con la locomotora
económica de la Unión Europea: Alemania contribuye con unos 2.600 mil millones
de euros a prácticamente un tercio del PIB de la zona euro. Una quiebra del
estado griego y una salida de la zona euro quizá no convulsionen la economía
mundial, pero desde hace dos años muchos tiemblan con la sola posibilidad de
quiebra del socio heleno. En un sentido estricto, su bancarrota es desde hace
tiempo una realidad, sólo se trataba de cómo gestionarla inteligentemente.
De abandonar los griegos
la zona euro o de ser expulsados, se cerniría una catástrofe sobre Grecia y un
terremoto de grave a muy grave para los 16 restantes países de la zona euro.
Bancos franceses y alemanes, entre ellos algunas instituciones suizas,
perderían dinero. Lo que sin duda más inquieta es la esperada reacción de
pánico de los mercados, porque el “riesgo de contagio” es enorme.
De informar el gobierno de
Atenas de un retorno al dracma, el flujo de capitales que ahora tiene sucede
con toda fluidez se aceleraría en extremo. No sólo los oligarcas griegos, sino
también los inversores comunes desplazarían todos sus créditos disponibles
hacia el extranjero, los inversores extranjeros reclamarían a sus clientes
griegos sus créditos o los cancelarían directamente. Los bancos griegos
cerrarían para detener el asalto a sus cuentas. En pocas horas los griegos se
verían asfixiados por una verdadera crisis monetaria.
Por debajo del punto de congelación
Si vuelve Grecia al
dracma, el curso del euro caería desde el primer minuto en picado hasta
aterrizar en el suelo. Los analistas de mercado calculan actualmente con al
menos un 60%. En un suspiro se generaría una inflación galopante. De repente
estallaría el crack de la deuda privada. No sólo en los estados, sino en todos
los créditos en el interior y en el exterior. De la noche a la mañana se
convertirían la mayoría de ellos en bonos “basura” si la crisis de deuda griega
se extiende hasta convertirse en una crisis de deuda europea. Si el dracma se
desploma, la mayoría de deudores no podría satisfacer el cumplimiento de sus
pagos. No sólo el estado griego, todo el país entraría en bancarrota.
Como nadie sabe
exactamente cuántos bonos “basura” tienen los bancos europeos en créditos
griegos en sus carteras de inversiones, es de prever una crisis crediticia (credit
crunch): en el negocio interbancario los ánimos caerían por debajo del
punto de congelación y el BCE tendría que dar un paso al frente, y como para
los bancos griegos no habría ninguna ayuda financiera de la zona euro, ésta se
transformaría en una crisis bancaria y monetaria. El gobierno de Atenas tendría
que detener el flujo de capitales para apoyar al dracma ni que fuera
moderadamente. En consecuencia: un comercio reducido a un mínimo de transacciones
con el extranjero.
El miedo a escenarios
similares en Portugal, Irlanda, España e Italia –que recién comienza– haría
dispararse al alza de manera vertiginosa los costes para una restructuración de
la deuda del estado en todos estos países. “Apalancar” y “re-apalancar” una vez
más el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) no alcanzaría para evitar
una quiebra del estado de los cuatro países. En última instancia, los bancos se
desharían de sus préstamos en masa, para vaciar tan rápido como les fuera
posible en el mercado de reportos (repo market), donde podrían aparcar
los préstamos en sus portafolios y obtener al mismo tiempo beneficios. Y si no
hubiera ningún agente dispuesto a querer (y poder) especular con beneficios
crecientes, éstos dormirían en el comercio “normal” del mercado secundario.
Permanece en pie tan sólo la cuestión de si el BCE se postularía o no como
principal comprador de estos títulos. Invendibles no tienen ningún valor.
Todo será más caro
Una quiebra del estado de
Grecia sería difícil de gestionar en el seno de la zona euro. Sin embargo, de
salir Grecia de la zona euro, los países de Europa se precipitarían al abismo
de una crisis financiera. Hasta el momento se han aprovechado del desastre de
deuda de los países del sur de Europa los contribuyentes locales [en
referencia al lector alemán, N.T.]. Nunca pudo un ministro de Finanzas
alemán endeudarse tan barato como lo ha hecho Wolfgang Schäuble (que sea
inteligente o no hacerlo, es harina de otro costal).
Hasta el momento los
contribuyentes alemanes lamentan y se lamentan (igual que los franceses o
holandeses) pero no han pagado ni un céntimo a los griegos. El gobierno alemán
sólo ha dado garantías. Mientras Grecia permanezca en la zona euro y la quiebra
del estado griego pueda gestionarse, Alemania dará garantías, pero no tendrá
que pagar nada. Incluso si el fondo de rescate debiera contar con una quiebra
del estado griego, la cuestión no le saldría a los alemanes especialmente cara
si se tiene en cuenta las enormes ganancias del fisco alemán desde comienzos de
la crisis de deuda.
Mientras haya un mercado
para los préstamos del estado de estas características, las depreciaciones
“voluntarias” de los títulos de deuda griegos de un 50 hasta un 60% pueden
absorberlas los grandes bancos europeos. BNP Paribas, Commerzbank, ING-Bank,
Barclays y algunos otros recién lo han demostrado. Perder unos 100 millones de
euros y cancelarlos, esto es, aceptar un descenso de las ganancias de un 70% y
más equivale a sólo un semestre. Algo así no terminará desde luego con los
grandes bancos internacionales. En el peor de los casos no alcanzarán sus
objetivos de beneficios para el próximo año. La deuda privada griega será
segura mientras los griegos permanezcan en la zona euro.
Sin embargo, de prestar la
canciller Angela Merkel oídos a la sabiduría de Hans Olaf Henkel [1] y
otros ideólogos profesionales parecidos y señalar a Grecia para una salida de
la zona euro, la cuestión saldrá cara, también para los contribuyentes
alemanes. Y no sólo para ellos: una crisis financiera europea –la segunda desde
2008, esto es, en el espacio de tres años–, nada menos que en medio de una
recesión, terminaría mal. No sólo en una catástrofe económica mundial, sino en
un crack europeo, al que habría que agradecer por largo tiempo los patriotas
alemanes y su resentimiento anti-griego.
NOTA: [1] Hans-Olaf Henkel
(Hamburg, 1940) fue presidente de la Bundesverband der Deutschen Industrie
(BDI) entre 1995 y 2000 y miembro de los consejos de dirección de Bayer AG (farmacéutica)
y Continental (automóvil) entre otras. Henkel se alzó como paladín del
neoliberalismo en Alemania empuñando la bandera del “menos estado y más
mercado”. Tertuliano habitual en varios talk-shows, Henkel, que calificó
a la Unión Europea de una “Unión Europea de Repúblicas Socialistas Soviéticas”,
recomendó en noviembre de 2010 en un artículo para Focus dividir la zona
euro en dos áreas: una zona norte (Alemania, Benelux, Austria, Finlandia e
Irlanda) caracterizada por su “estabilidad monetaria y disciplina
presupuestaria” con un “euro fuerte” y una zona sur para la periferia europea
con un “euro débil” bajo dirección de Francia, congruente con su “talento para
la improvisación y naturaleza dispendiosa”.
Miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de política económica
y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam, investigador asociado al
Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad y catedrático de
economía política y director del Instituto de Estudios Superiores de la
Universidad de Lancaster en el Reino Unido. *
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