sábado, 25 de febrero de 2012

Los economistas que predican en el desierto

Por Carlos Berzosa

La economía es una ciencia social y como tal está sujeta a controversias que se han dado desde sus orígenes. En los últimos tiempos, sin embargo, se ha intentado acallar por todos los medios el que hubiera discrepancias imponiéndose el pensamiento principal, el cual algunos lo han querido elevar a único. Existen, sin embargo, enfoques diferentes y propuestas teóricas distintas. Este planteamiento nos puede conducir a un gran debate teórico, sobre si existe un cuerpo único en la teoría económica del cual se deducen las mismas políticas económicas a aplicar, o bien, aunque se asuma un cuerpo teórico como central en el análisis, éste puede dar lugar a aplicaciones distintas. Otros, sin embargo, consideran que no existe una teoría única y que se ofrecen planteamientos diferentes, que en muchos casos, son incompatibles entre sí. Las discrepancias, por lo general, han venido producidas por el rechazo, por parte de una minoría de la profesión académica, del esquema neoclásico como un instrumento válido para analizar la realidad. La contribución de Keynes, en los años treinta del siglo XX, cuestionó a la teoría neoclásica, que si no lo fue en todo, si lo hizo en gran parte del edificio teórico. Esta teoría, sin embargo, lejos de darse por derrotada ante la ineficacia que demostró en la Depresión de los Treinta, incorporó las contribuciones de Keynes a su esquema de equilibrio, dando lugar a lo que se ha conocido como síntesis neoclásica- keynesiana.

Esta explicación es la que se impuso en prácticamente todos los manuales de economía que se impartieron en la posguerra, y el modelo keynesiano se explicó de esta forma en donde el equilibrio desempeñaba un papel central y, por el contrario, el desequilibrio, esencial en el esquema de Keynes, desaparece de la escena. De este modo la teoría de Keynes, que surgió como heterodoxa frente a la ortodoxia dominante, fue absorbida por la ortodoxia, y se convirtió en el pilar básico de la economía convencional de posguerra hasta la década de los setenta.
Esta interpretación de Keynes no fue aceptada por todos sus discípulos, que discrepaban de lo que se había hecho con el pensamiento de su maestro, y volvían a retomar las ideas que explicaban el funcionamiento de la economía de mercado como inestable, en la que existía el capitalismo de casino, y en el que el sistema financiero era muy vulnerable. Esta corriente se definió como poskeynesiana, y fue una de las heterodoxias que combatieron a los neoclásicos, y cuestionaron que se pudiera compatibilizar a Keynes con los principios que regían en esta escuela tan influyente. Autores destacados de esta corriente son Robinson, Kaldor, Kalecki, y Minsky. La interpretación keynesiana convencional fue útil mientras la economía marchaba bien, pero dejó de serlo cuando surgió la crisis de los setenta. Una buena síntesis de la crítica a la economía ortodoxa se puede encontrar en el libro que con ese mismo título ha coordinado Miren Etxzarreta (Universidad Autónoma de Barcelona).
A partir de los años setenta del siglo XX, la síntesis neoclásica-keynesiana es desplazada por los monetaristas, los neoliberales, y las contribuciones que se dieron sobre las expectativas racionales, y la economía de oferta. El keynesianismo pasó a convertirse en heterodoxia frente al fundamentalismo de mercado. Así tenemos que economistas neokeynesianos, esto es, que aceptan el planteamiento de la síntesis, como Stiglitz, Krugman, Rodri, se empiezan a convertir en críticos de los neoliberales, sin que esto suponga abandonar sus presupuestos teóricos. Resulta muy significativo que Rodri titulara un libro “Many Economics Many Recipes”(2009), en donde ya establece lo principal de su análisis, que hay una teoría económica pero existen políticas económicas diferentes que son las que explican los éxitos o los fracasos de los países en su carrera hacia el desarrollo.
De hecho, como dice el mismo autor, su separación del consenso del “main-stream” se produce en la investigación de las políticas seguidas, y de las evidencias empíricas, y de ahí no se deduce que tenga que haber una única política económica y que necesariamente las recomendaciones que se dan no tienen que ser para todos igual. Rodri crítico con “el Consenso de Washington”, se desmarca del pensamiento único en cuanto las recetas a aplicar.
Con motivo del estallido de la crisis se ha avivado el debate y se han intensificado las diferencias. La diferencia frente a la crisis de los treinta es que no se acepta que la ortodoxia dominante sea cuestionada. Los críticos son numerosos y no solamente surgen de las filas de la heterodoxia, sino también de la ortodoxia, como es el caso de algunos de los autores mencionados. En muchos casos, todos ellos, partiendo de supuestos teóricos diferentes, sin embargo coinciden en sus análisis de las causas de la crisis y de sus posibles remedios. A pesar de la lucidez de sus enfoques y análisis, lo peor es que predican en el desierto.
El desarrollo de los acontecimientos les está dando la razón en muchas cosas y la situación empeora por escuchar solamente las voces ortodoxas y no a las que discrepan del discurso oficial. Hay que preguntarse, en todo caso, si los economistas que tienen tanto predicamento lo consiguen porque sus argumentaciones teóricas son muy buenas y no dejan ningún resquicio a la crítica, o bien porque sus proposiciones se encuentran en consonancia con los poderes económicos y financieros. Esto último es lo que se impone sin lugar a dudas y por ello que la salida de la crisis se basa en apretar cada vez más las tuercas a los de abajo y beneficiar a los de arriba. El hecho de no hacer caso a los predicadores en el desierto puede tener, no obstante, consecuencias muy negativas.

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