Por Jeffrey D. Sachs*
El mundo está en una encrucijada. La comunidad global puede unirse para luchar contra la pobreza, el agotamiento de los recursos y el cambio climático, o enfrentar una generación de inestabilidad política, zozobra ambiental y guerras por los recursos.
El Banco Mundial, con una conducción adecuada, puede jugar un rol fundamental para evitar esas amenazas y los riesgos que implican. Es mucho lo que está en juego a nivel mundial en esta primavera, ya que los 187 países miembros del Banco elegirán un nuevo presidente para suceder a Robert Zoellick, cuyo mandato finaliza en julio.
El Banco Mundial fue establecido en 1944 para fomentar el desarrollo económico, y casi todos los países son actualmente miembros. Su misión principal es reducir la pobreza mundial y garantizar que el desarrollo global sea ambientalmente sólido y socialmente incluyente. Lograr esas metas no solo mejorará las vidas de miles de millones de personas, también impedirá violentos conflictos alimentados por la pobreza, el hambre y las luchas por recursos escasos.
Los funcionarios estadounidenses tradicionalmente han considerado al Banco Mundial como una extensión de la política extranjera y los intereses comerciales de Estados Unidos. Como el Banco se encuentra a solo dos cuadras de la Casa Blanca, en la Avenida Pennsylvania, les ha resultado muy fácil dominar esa institución. Actualmente muchos de sus miembros, incluidos Brasil, China, India y varios países africanos, están alzando sus voces en busca de un liderazgo con mayor igualdad y cooperación, y una mejor estrategia que funcione para todos.
Desde la fundación del Banco hasta hoy, la regla implícita ha sido que el gobierno de los EE. UU. simplemente designa a cada nuevo presidente: los 11 han sido estadounidenses y ninguno de ellos experto en desarrollo económico –la responsabilidad central del Banco– ni con trayectorias en la lucha contra la pobreza o la promoción de la sostenibilidad ambiental. Por el contrario, EE. UU. ha elegido banqueros de Wall Street y políticos, probablemente para garantizar que las políticas del Banco sean adecuadamente amigables hacia los intereses comerciales y políticos estadounidenses.
Sin embargo, esa política está fracasando para los EE. UU. y dañando seriamente al mundo. Debido a una prolongada falta de conocimiento estratégico en su cúpula, el Banco ha carecido de una dirección clara. Muchos de sus proyectos tuvieron como objetivo los intereses corporativos estadounidenses en lugar del desarrollo sostenible. El banco ha inaugurado gran cantidad de proyectos de desarrollo, pero son excesivamente pocos los problemas globales que ha resuelto.
Durante demasiado tiempo, la dirección del Banco ha impuesto conceptos estadounidenses que a menudo son completamente inapropiados para los países más pobres y sus habitantes menos favorecidos. Por ejemplo, el Banco se ocupó en forma absolutamente torpe de la explosiva pandemia de SIDA, tuberculosis y malaria durante la década de 1990 y falló a la hora de enviar ayuda donde hacía falta para frenar esos brotes y salvar millones de vidas.
Aún peor, el Banco promovió cobros a los usuarios y el «recupero de costos» de los servicios de salud, dejando una atención sanitaria capaz de salvar vidas fuera del alcance de los pobres entre los pobres –precisamente quienes más la necesitaban. En 2000, durante la Cumbre del SIDA en Durban, recomendé un nuevo «Fondo Global» para luchar contra esas enfermedades, justificándolo precisamente en que el Banco Mundial no estaba haciendo su trabajo. El Fondo Global para la Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria fue creado, y desde entonces ha salvado millones de vidas, logrando un descenso de al menos el 30% de las muertes tan solo en África.
De manera semejante, el Banco dejó pasar oportunidades cruciales para apoyar a los pequeños agricultores de subsistencia y promover en forma más amplia un desarrollo rural integrado en las comunidades empobrecidas de África, Asia y Latinoamérica. Durante cerca de 20 años, aproximadamente entre 1985 y 2005, el Banco se resistió a implementar asistencia para grupos específicos de pequeños productores, un instrumento de probada eficacia, para permitir que los empobrecidos agricultores de subsistencia mejorasen sus rendimientos y salieran de la pobreza. Más recientemente, el banco ha aumentado su apoyo a los pequeños productores, pero aún queda mucho que puede y debe hacer.
El personal del Banco es muy profesional y lograría mucho más si se liberase del dominio de los cerrados intereses y puntos de vista estadounidenses. El Banco tiene potencial para convertirse en un catalizador del progreso en áreas clave que darán forma al futuro del planeta. Sus prioridades deben incluir la productividad agrícola; la movilización de tecnologías de la información para el desarrollo sostenible; la instalación de sistemas energéticos con reducidas emisiones de carbono; y educación de calidad para todos, con un mayor aprovechamiento de nuevas formas de comunicación para llegar a cientos de millones de estudiantes relegados.
Las actividades del Banco actualmente cubren todas esas áreas, pero la institución no logra un liderazgo eficaz en ninguna de ellas. A pesar de su excelente personal, el Banco no ha sido suficientemente estratégico ni ágil para convertirse en un agente de cambio eficaz. Lograr que el Banco cumpla adecuadamente su rol será un trabajo duro, que requerirá pericia en su dirección.
Lo que es aún más importante, el nuevo presidente del Banco deberá contar con experiencia profesional directa sobre los variados desafíos de desarrollo. El mundo no debe aceptar el status quo. Un nuevo líder del Banco Mundial que nuevamente provenga de Wall Street o de la política estadounidense sería un duro golpe para un mundo que necesita soluciones creativas a complejos desafíos de desarrollo. El banco necesita un consumado profesional listo para ocuparse de los grandes desafíos del desarrollo sostenible desde el primer momento.
Jeffrey D. Sachs es profesor de Economía y Director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia. También es asesor especial del secretario general de las Naciones Unidas para los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
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