Por Paul Krugman
En general, soy un hombre de números y conceptos, no de sentimientos. Cuando critico a alguien como Paul Ryan, el presidente republicano del Comité Presupuestario de la Cámara, hago hincapié en su irresponsabilidad y falta de honestidad, no en su evidente falta de empatía con los menos afortunados.
Aun así, hay veces —en el caso de Ryan y, más en general, en el de gran parte de su tribu política— en las que esa falta de empatía simplemente le deja a uno sin palabras. Harold Pollack, un catedrático de gestión de servicios sociales en la Universidad de Chicago, pillaba hace poco a Ryan calificando los recortes que ha propuesto en Medicaid, los cupones para alimentos y otras ayudas de “reforma del Estado de bienestar, segunda ronda” en unos comentarios que siguieron al anuncio de su último plan presupuestario y que indicaban que nuestro actual conjunto de programas de seguridad social es “una hamaca que adormece a personas no discapacitadas y las lleva a vidas de dependencia y complacencia”.
Oh, dios mío!
En The Reality Based Community Blog, Pollack escribía no hace mucho: “Yo vivo y trabajo en la zona sur de Chicago, cerca de cientos de miles de personas pobres a las que les harían mucho daño las políticas que el congresista Ryan defiende. Algunas están en paro. Otras trabajan duro cada día en puestos de trabajo horribles. Otras son estudiantes de primaria. No necesitan lecciones de un congresista claramente consentido sobre su ‘voluntad y sus incentivos para aprovechar al máximo su vida”. Ante todo, si piensan que la reforma del Estado de bienestar ha sido algo estupendo, lean el extenso reportaje de Jason DeParle publicado en The New York Times y titulado 'Los límites del estado de bienestar dejan a los pobres a la deriva mientras la recesión nos castiga', sobre la desesperación de muchos estadounidenses pobres que intentan sobrevivir en una economía deprimida, sin la protección de la destrozada red de seguridad social. Hay que tener una incapacidad monumental para imaginar las vidas de otras personas para elogiar alegremente los resultados de la reforma del estado de bienestar en un momento como este.
Y si se paran a pensar en lo desesperado que hay que estar para tener derecho a los cupones para alimentos y a Medicaid, la idea de que estos programas fomentan la "complacencia" deja sin palabras.
Ah, y por supuesto, ser una persona "no discapacitada" en la economía actual no garantiza, ni remotamente, que uno pueda realmente encontrar trabajo, por mucho que se esfuerce en buscarlo.
Nos dicen que Ryan es un buen tipo. Y puede que lo sea, con la gente que conoce. Pero evidentemente no tiene la más mínima idea sobre las vidas de los menos afortunados, o el menor interés por ellas.
Origen de las apariencias engañosas
No me gustó la decisión del presidente Obama de describir a los republicanos como darwinistas sociales en un discurso a principios de este mes; no porque pensase que estaba equivocado, sino porque me preguntaba cuántos votantes entenderían su razonamiento. ¿Cuántas personas saben quién fue Herbert Spencer? (Él acuñó la expresión “supervivencia de los mejor adaptados”).
Resulta, sin embargo, que los intelectuales de derechas están furiosos porque... bueno, es un poco desconcertante. Una de sus quejas es que algunos darwinistas sociales del siglo XIX eran racistas; bueno, muchas personas del siglo XIX en general eran racistas, pero el racismo no es el fundamento de la doctrina.
La otra es que los conservadores modernos no quieren ver a la gente pobre morir en sentido literal. ¿Y?
Como dice Jonathan Chait, un analista de New York Magazine, la característica verdaderamente definitoria del darwinismo social es la idea de que las grandes desigualdades son necesarias y apropiadas. Y eso es sin lugar a dudas lo que cree la derecha actual, que es la idea que se pretende ocultar con toda esa falsa indignación sobre el calificativo de darwinista.
En general, soy un hombre de números y conceptos, no de sentimientos. Cuando critico a alguien como Paul Ryan, el presidente republicano del Comité Presupuestario de la Cámara, hago hincapié en su irresponsabilidad y falta de honestidad, no en su evidente falta de empatía con los menos afortunados.
Aun así, hay veces —en el caso de Ryan y, más en general, en el de gran parte de su tribu política— en las que esa falta de empatía simplemente le deja a uno sin palabras. Harold Pollack, un catedrático de gestión de servicios sociales en la Universidad de Chicago, pillaba hace poco a Ryan calificando los recortes que ha propuesto en Medicaid, los cupones para alimentos y otras ayudas de “reforma del Estado de bienestar, segunda ronda” en unos comentarios que siguieron al anuncio de su último plan presupuestario y que indicaban que nuestro actual conjunto de programas de seguridad social es “una hamaca que adormece a personas no discapacitadas y las lleva a vidas de dependencia y complacencia”.
Oh, dios mío!
En The Reality Based Community Blog, Pollack escribía no hace mucho: “Yo vivo y trabajo en la zona sur de Chicago, cerca de cientos de miles de personas pobres a las que les harían mucho daño las políticas que el congresista Ryan defiende. Algunas están en paro. Otras trabajan duro cada día en puestos de trabajo horribles. Otras son estudiantes de primaria. No necesitan lecciones de un congresista claramente consentido sobre su ‘voluntad y sus incentivos para aprovechar al máximo su vida”. Ante todo, si piensan que la reforma del Estado de bienestar ha sido algo estupendo, lean el extenso reportaje de Jason DeParle publicado en The New York Times y titulado 'Los límites del estado de bienestar dejan a los pobres a la deriva mientras la recesión nos castiga', sobre la desesperación de muchos estadounidenses pobres que intentan sobrevivir en una economía deprimida, sin la protección de la destrozada red de seguridad social. Hay que tener una incapacidad monumental para imaginar las vidas de otras personas para elogiar alegremente los resultados de la reforma del estado de bienestar en un momento como este.
Y si se paran a pensar en lo desesperado que hay que estar para tener derecho a los cupones para alimentos y a Medicaid, la idea de que estos programas fomentan la "complacencia" deja sin palabras.
Ah, y por supuesto, ser una persona "no discapacitada" en la economía actual no garantiza, ni remotamente, que uno pueda realmente encontrar trabajo, por mucho que se esfuerce en buscarlo.
Nos dicen que Ryan es un buen tipo. Y puede que lo sea, con la gente que conoce. Pero evidentemente no tiene la más mínima idea sobre las vidas de los menos afortunados, o el menor interés por ellas.
Origen de las apariencias engañosas
No me gustó la decisión del presidente Obama de describir a los republicanos como darwinistas sociales en un discurso a principios de este mes; no porque pensase que estaba equivocado, sino porque me preguntaba cuántos votantes entenderían su razonamiento. ¿Cuántas personas saben quién fue Herbert Spencer? (Él acuñó la expresión “supervivencia de los mejor adaptados”).
Resulta, sin embargo, que los intelectuales de derechas están furiosos porque... bueno, es un poco desconcertante. Una de sus quejas es que algunos darwinistas sociales del siglo XIX eran racistas; bueno, muchas personas del siglo XIX en general eran racistas, pero el racismo no es el fundamento de la doctrina.
La otra es que los conservadores modernos no quieren ver a la gente pobre morir en sentido literal. ¿Y?
Como dice Jonathan Chait, un analista de New York Magazine, la característica verdaderamente definitoria del darwinismo social es la idea de que las grandes desigualdades son necesarias y apropiadas. Y eso es sin lugar a dudas lo que cree la derecha actual, que es la idea que se pretende ocultar con toda esa falsa indignación sobre el calificativo de darwinista.
Darwinismo social de un republicano = diseño inteligente
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