Por Dan Kervick*
En la primera parte de
este ensayo, defendí la tesis de la Teoría Monetaria Moderna (TMM), según
la cual el Estado nacional es el emisor en régimen de monopolio de la moneda de
los EEUU, y traté de aclarar el actual estatus de esa moneda estatal respecto
del balance contable convencional de la Fed. En esta segunda parte del ensayo
desarrollo ulteriormente la diferencia entre el papel del Estado como emisor de moneda y el papel de los
hogares y las empresas del sector privado –incluidos los bancos comerciales—
como usuarios de moneda. Luego haré unas cuantas
consideraciones sobre el modo en que
el Estado suministra dinero a los sectores no-públicos de la economía, y
terminaré discutiendo varios tópicos que tienden a generar resistencia a la
idea misma de que exista ese monopolio público.
El papel de los bancos
El gobierno
nacional de los Estados Unidos es un productor de dinero fiduciario. Crea
dinero gastando, y el dinero que crea no es, realmente, un pasivo o una deuda de
alguna otra cosa. Pero la tesis de que el Estado es el productor de la moneda
en régimen de monopolio significa más que eso. Si el Estado es el productor de
la moneda en régimen de monopolio, eso quiere decir que el Estado es el único agente económico que produce
unidades adicionales de la moneda.
La tesis resulta
implausible para mucha gente. ¿Acaso no producen dinero los bancos cuando
emiten préstamos, y al hacerlo, crean depósitos a la vista? ¿Acaso no se
incluye normalmente este tipo de dinero en distintas métricas de la oferta de
dinero?
Cuando los
partidarios de la TMM sostienen que el Estado es el productor de moneda y de
activos financieros netos en régimen de monopolio, yo interpreto que lo que
quieren decir son dos cosas: i) el Estado es incuestionablemente el único
productor de la base monetaria o “dinero de alta potencia”, que incluye tanto
la moneda física como los saldos de reservas bancarias en la Fed; y ii) el
Estado es el responsable último de toda adición neta a los activos financieros
totales del sector no-público, dado que esa cantidad sólo puede incrementarse
si el Estado genera una adición neta a la base monetaria.
Pero hay una cosa
que no afirma la TMM cuando sostiene
que el Estado es el suministrador, en régimen de monopolio, de los activos
financieros netos a la economía: no afirma que las adiciones cuantitativas a la
base monetaria causen adiciones a la
cantidad de crédito bancario existente. La idea de que esas adiciones
cuantitativas causan expansiones del crédito bancario se basa en el modelo del
sector bancario fundado en la tesis del multiplicador monetario y los fondos
prestables. Los partidarios de la TMM, en cambio, han sido unánimes al insistir
en que la causación es al revés: los bancos expanden sus depósitos y
proporcionan más crédito sobre todo en respuesta a la demanda de más consumo y
más producción en los sectores no financieros de la economía. Esas fuerzas
generan demanda adicional de crédito, y los bancos suministrarán ese crédito
sin preocuparse de sus presentes saldos de reserva mientras el prestatario esté
dispuesto a tomar el préstamo a una tasa de interés que resulte rentable para
el banco, teniendo el banco debidamente en cuenta la credibilidad del
prestatario y los riesgos entrañados por el préstamo. La Fed influye en las tasas de interés de los
bancos y en la disponibilidad del crédito a un determinado precio, porque, en
efecto, puede actuar sobre las tasas de interés del préstamo de reservas
adicionales tomado de otros bancos o directamente de la Fed. Pero su control de
la cantidad de reservas bancarias tiene poca influencia sobre el volumen del
préstamo bancario. La Fed puede actuar sobre el precio, pero no sobre la
cantidad.
¿Son compatibles
esas dos afirmaciones de la TMM? Si la Fed no determina la cantidad total del
crédito bancario y si el crédito bancario crea activos financieros, ¿cómo puede
afirmarse que el Estado es el suministrador en régimen de monopolio de activos
financieros netos? La palabra clave aquí es “netos”. En nuestro sistema, los bancos
del sector privado no pueden desarrollar sus negocios de creación de crédito
sin una buena dosis de participación pública. Los depósitos bancarios a la
vista son esencialmente pagarés: representan pasivos del banco. ¿Qué debe el
banco en virtud de esos pagarés? Básicamente, dinero estatal en forma, o bien
de moneda física, o bien de saldos de reserva. He aquí porqué:
La gente da órdenes
de pago sobre sus depósitos a la vista cuando firman cheques o pagan con una tarjeta
de crédito, y por consecuencia, cualquier expansión en curso del volumen de los
depósitos bancarios requiere una expansión en curso del volumen de pagos, a menos
que los bancos ya tengan exceso de reservas. ¿Cómo se efectúan esos pagos? En
el caso más simple, el pago podría hacerse a otro cliente del mismo banco, y
entonces es muy fácil. Supóngase que os firmo un cheque sobre mi depósito a la
vista y que sois un cliente del mismo banco. Depositáis el cheque en el banco.
Ese depósito equivale a una orden mía para que el banco cargue cierta cantidad
en mi propio depósito a la vista y abone esa misma cantidad en vuestro depósito
a la vista. Efectivamente, mi banco cancela, conforme a mis indicaciones, un
pagaré contra dinero que me debe y crea otro pagaré por el mismo monto para
vosotros. Ha permutado los acreedores, pero no ha alterado el monto de lo que
debe.
Pero el grueso de
las órdenes de pago inician en nuestro sistema una secuencia que termina con un
pago efectuado por un banco a otro banco, y esos pagos se compensan y liquidan
a través de las cuentas de reserva de esos bancos en la Fed. Si te doy una
orden de pago sobre mi depósito a la vista a cambio de algún bien o servicio,
entonces mi banco se convierte en tu
deudor. Cuando depositas mi orden de pago en tu banco, tu banco, o bien te da
efectivo en caja, o bien cambia contigo su propio pagaré para la orden de pago
creando un nuevo depósito a la vista para ti. La orden de pago viene firmada en
el anverso por ti para tu banco. Mi banco se convierte entonces en el deudor de
tu banco. Tu banco y mi banco,
entonces, compensan y liquidan el pago a través de la Fed. Mi banco no ha
honrado su obligación legal y cumplido con su pagaré hasta que la cuenta de
reserva de mi banco no haya sido cargada y la cuenta de reserva de tu banco no
haya sido abonada.
De modo que los
pagarés que afectan a depósitos bancarios a la vista no pueden considerarse
pagados hasta que alguien reciba moneda física de ese banco o una transferencia
de fondos de la cuenta de reserva de ese banco en la Fed. Pero la moneda física
y los saldos de reserva sólo pueden venir del Estado. Así, los depósitos a la
vista consisten en pagarés de cosas que sólo puede suministrar, en régimen de
monopolio, el Estado. Esos pagarés son muy líquidos y son generalmente
aceptados como pago a cambio de bienes y servicios. Por eso son
convencionalmente clasificados como una forma de dinero, dinero “en sentido
amplio”.
Cuando el banco
concede un préstamo, el banco creará un depósito a la vista para el
prestatario. Eso es una deuda del banco. A cambio, el prestatario contrae la
obligación de pagar al banco un monto todavía mayor de dinero en algún momento
futuro. Eso es otra deuda, de manera que el proceso entraña un cambio de deuda
por deuda. Las obligaciones difieren en sus cantidades y en los parámetros temporales:
el depósito a la vista representa una obligación continua de pagar al
depositante inmediatamente. La deuda del prestatario es una obligación de pagar
alguna cantidad mayor de dinero en el futuro y durante algún período más
dilatado de tiempo.
Siempre que se de
una deuda financiera, hay un acreedor y hay un deudor, un activo y un pasivo.
Si yo te doy un pagaré por 1.000 dólares, entonces ese pagaré es un activo para
ti con un valor de 1.000 dólares, y un pasivo para mí, con un valor de 1.000
dólares. Eso es valor positivo para ti y valor negativo para mi, pero el sector
privado en su conjunto no se ha hecho por ello más rico. Tu riqueza ha
aumentado en la misma cantidad que ha disminuido la mía. El valor neto es cero.
Pues bien; eso es
lo que quiere decir la TMM cuando sostiene que el Estado es el suministrador,
en régimen de monopolio, de activos financieros netos al sector no-público. Aun
cuando los bancos y otras entidades pueden crear pagarés por sí mismos, sin
necesidad de que esos pagarés sean producidos o generados por el Estado, el
pagaré no agrega valor neto a los activos financieros de la economía, porque la
creación de la deuda genera simultáneamente un activo y un pasivo que lo
cancela. La emisión de crédito bancario, por voluminoso y liberal que sea, no
añade un céntimo a la cantidad neta de
activos financieros presentes en la economía.
Pero la moneda
fiduciaria del Estado es harto diferente. Cuando el Estado emite dinero de
base, a diferencia de lo que ocurre cuando los bancos emiten pagarés de dinero de base, el Estado, por
emitir, no incurre en una obligación, en virtud de la cual tenga que cancelar
el activo recibido por el recipiendario. Por eso la economía recibe una
inyección neta de activos financieros.
Cómo suministra dinero el Estado
Así pues, si el
stock neto de activos financieros del sector no-público tiene que crecer, el
Estado debe aumentar ese stock. Hay dos modos substancialmente diferentes de
hacerlo: el canal de la Fed y el canal del Tesoro. Ni de lejos sería
erróneo describirlos en los términos convencionales como canales controlados,
respectivamente, por la política
monetaria y por la política fiscal.
Ocurre, empero, que la TMM pone énfasis en que no hay una distinción neta entre
la política fiscal y la política monetaria, puesto que las operaciones
desarrolladas en los sistemas monetarios modernos entrañan a menudo la
participación de los bancos centrales, lo que las convierte, entonces, y al
propio tiempo, en un ejercicio de política monetaria.
La TMM tiende a
diferir de otras corrientes de pensamiento económico convencionales en la
relativa importancia que da a esos canales. Como ya se dejó dicho en la sección
anterior, los principales teóricos de la TMM tienden a ver las operaciones
públicas realizadas a través del canal de la Fed como respuestas
primordialmente pasivas y allanadas a las iniciativas del sector privado.
Asimismo, el modo primordial en que la Fed inyecta reservas adicionales en el
sistema bancario es comprando títulos del Tesoro a través de operaciones a
mercado abierto. Así, mientras se inyecta dólares en lo inmediato debido a una
de esas compras, la compra del título significa que el ingreso por los
intereses de ese título se pierde para el sector privado y se reorienta hacia
la Fed. De manera que no tenemos sino un “intercambio de activos”. Aun cuando
las inyecciones públicas de dinero a través del canal de la Fed son rutinarias
y esencialmente concomitantes con un sistema bancario que funciona
adecuadamente, la Fed no puede hacer mucho para revivir una economía desmayada
buscando cambiar el volumen total de reservas. Esta perspectiva de la TMM no se
compadece con la de muchos prominentes economistas y columnistas que no han
dejado de urgir en los últimos años a nuevas rondas de “estímulos” cuantitativos
por parte de la Fed, siempre en la idea de que la Fed ejerce un substantivo
control potencial sobre cualquier cosa, desde la demanda agregada hasta el
monto total del gasto nominal.
En cambio, la
imagen que ofrece la TMM de los poderes de la Fed es más limitada y reactiva de
lo que normalmente se cree. Por otra parte, la TMM sostiene que las operaciones
monetarias a través del canal del Tesoro pueden llevar directamente a
incrementos drásticos de la demanda de bienes de consumo y a la producción en
el sector privado de lo requerido por esa demanda adicional. E inyecciones de
este tipo por parte del Tesoro pueden resultar esenciales para detener los
drenajes de demanda causados por los desmesurados deseos de ahorro del sector
privado.
El banco central
no puede lograr que los bancos presten más inundando el sistema con saldos de
reservas adicionales, porque todos estos bancos del sector privado sólo querrán
expandir el crédito si hay negocios
que necesitan financiar la expansión de la producción con deuda añadida. Y los
negocios sólo tienen esa necesidad cuando tienen clientes actuales o potenciales con ingresos capaces de convertir
sus deseos de compra en demanda de mercado. Pero las inyecciones de dinero por
parte del Tesoro pueden incrementar directamente el poder de compra del
consumidor y la demanda de bienes y servicios, y así, satisfacer tanto el deseo
de las empresas de expandir la producción como la demanda de crédito para
financiar esa expansión.
Otra forma de
verlo es ésta: las políticas monetarias públicas concebidas para incrementar la
cantidad de saldos de reserva bancarios no incrementan automáticamente la
cantidad de depósitos a la vista, porque no hay mecanismo causal alguno que
transforme los incrementos de reservas en incrementos de depósitos a la vista.
El proceso causal es el inverso. La demanda de crédito causa un incremento en
los depósitos a la vista, en la medida en que los bancos avanzan préstamos y
crean, entretanto, depósitos a la vista. Esa expansión, a su vez, causa que los
bancos busquen más reservas para honrar sus exigencias de reservas y responder
al acrecido volumen de pagos verosímilmente generados por la expansión de los
depósitos.
Sin embargo,
cuando el Estado gasta dinero directamente en el sector privado –o efectuando
pagos por transferencia o comprando bienes y servicios—, esos pagos se revelen
inmediatamente como depósitos a la vista adicionales en la cuenta bancaria del
recipiendario. Por consiguiente, los pagos son compensados y liquidados entre
el Tesoro y el banco tenedor del depósito, y eso lleva a un incremento del
stock total de reservas del sector no-público, y por lo mismo, de sus activos
financieros netos. Pero no hay aquí un elemento de mera expectativa. No es que
registres un impulso en los saldos de reservas, un impulso ligado a una mera
expectativa de que el impulso llevará a un incremento de los depósitos a la
vista a través de la magia del multiplicador monetario. No. Lo que tienes es un
pago del Estado directamente efectuado a una cuenta de depósito a la vista,
siendo las reservas añadidas una mera consecuencia de eso. Si el propósito
público es impulsar el gasto y la actividad económica en la economía real, este
último método es, claramente, más directo y efectivo.
Por último, es de
vital importancia reconocer esto: puesto que el Estado detenta un monopolio
monetario y puesto que el Estado puede incurrir en un déficit puro, es decir [véase la Primera de este
ensayo] no compensado por impuestos adicionales o por tomar prestado del sector
privado, las inyecciones de moneda que se hacen correctamente a través del
canal del Tesoro no tienen porqué causar ninguna substitución inhibidora [crowding out] del gasto del sector
privado. Pueden, sí, representar una adición directa de activos financieros y
de poder de compra, no una mera transferencia del poder de compra de un sitio a
otro.
Lo que no es el monopolio monetario
Se me permitirá
concluir con una breve incursión en algunos tópicos que aparecen con frecuencia
en las discusiones sobre el monopolio monetario público, generando confusión y
resistencia a las tesis de la TMM sobre el papel del Estado en nuestra
economía.
Precios
Algunos sostienen
que no puede ser verdad que el Estado detenta un monopolio monetario, porque,
si lo fuera, entonces el Estado podría controlar el precio de cualquier cosa. Casi todas las
transacciones efectuadas en nuestra economía entrañan un intercambio de bienes
y servicios por dinero, lo que hace que el precio del dinero sea un factor en
casi todas las transacciones. Pero los monopolistas, viene a argüirse, fijan el
precio de mercado del producto que producen. De modo que, si el Estado fuera el
productor, en régimen de monopolio, de nuestra moneda, el Estado controlaría
prácticamente todos los precios. Pero es implausible pensar que el Estado tenga
tanto control.
Dos cosas hay que
observar aquí. La primera es que, aunque es verdad que los productores
monopolistas pueden fijar el precio de su producto en los mercados primarios en
los que los venden, no hay razón para pensar que los monopolistas controlan a
satisfacción el precio de meros pagarés por sus productos vendidos en mercados
secundarios. El Estado es el emisor en régimen de monopolio de reservas
bancarias y moneda –la base monetaria—, y por lo mismo, puede ejercer el
control que quiera sobre el precio al que serán vendidas a los bancos las
reservas y la moneda, así como sobre el precio que el Estado mismo paga por los
bienes y servicios que compra. Pero no controla todas las tasas de interés
cargadas por pagarés o dinero bancarios. Ni controla directamente las tasas a
las que la gente cambia, en los mercados privados, moneda estatal por lo que
desee comprar. Esas transacciones cotidianas de mercado tienen lugar en lo que
son, en efecto, mercados secundarios de la moneda estatal.
Asimismo, es
importante reconocer que cuando se dice que el Estado puede “controlar” el
precio en los pagos de cualesquiera bienes y servicios que compra, eso no
significa que el Estado pueda automáticamente obtener cualesquiera bienes y
servicios que le acomoden a cualquier precio que le acomode. Los monopolistas
controlan la oferta, pero no la demanda. Determinan la forma y la posición de
la curva de demanda, pero no la curva de demanda. Si un monopolista está
determinado a vender su bien monopolizado a algún precio premeditadamente muy
alto, puede llegar a lograrlo, pero sólo si está dispuesto a limitar sus ventas
a los relativamente escasos compradores dispuestos a pagar ese elevadísimo
precio. De manera que el valor de los bienes y servicios que un productor de
moneda en régimen de monopolio es capaz de recibir a cambio de su moneda
depende de la demanda de mercado que tenga esa moneda.
Impuestos
Sin embargo, la
TMM sostiene que el Estado influye substancialmente en la demanda de su moneda,
no sólo la suministra. Los teóricos de la TMM defienden una versión del cartalismo, de la tesis, esto es, de que
el Estado crea una demanda en curso para su moneda creando obligaciones
fiscales que sólo pueden honrarse con la moneda estatal. Esta tesis ha sido
criticada con el argumento de que el tipo de dinero que realmente controla el
Estado –moneda física y saldos de reserva— no es realmente necesario para el
pago de impuestos por los contribuyentes. Si el contribuyente posee dinero en
sentido amplio en forma de un depósito a la vista en un banco comercial, el
contribuyente puede firmar un cheque para el Estado sobre esa cuenta y el
cheque será aceptado. No se necesitaría, pues, monopolio monetario público.
Pero obsérvese lo
que ocurre cuando el Estado ingresa el cheque. El cheque es una orden de pago
para que el banco del contribuyente pague al Tesoro. Lo que hace entonces el
banco es un cargo en la cuenta del contribuyente y luego compensa y liquida un
pago con el Tesoro. Ese pago es una transferencia de fondos desde la cuenta de
reserva del banco en la Fed hacia una de las cuentas del Tesoro en la Fed. Así
pues, aun cuando el contribuyente podría pasar de la demanda de dinero de base
estatal, el banco necesita ese dinero de base para efectuar el pago al Tesoro
en nombre del contribuyente. De manera que la obligación fiscal genera una
demanda de saldos de reserva, pero la senda causal de la obligación a la
demanda entraña dos pasos, en vez de uno.
Actividad económica
A veces se
critica la TMM por presentar una imagen estatista de una economía centralizada
o de comando, cuyos procesos productivos están todos impulsados o determinados
por burócratas públicos. Y eso resultaría obviamente impropio para una economía
innovadora, libre y en buena medida privada como es la economía en que vivimos.
Pero este
estereotipo de la TMM es, sencillamente, erróneo. El hecho de que el Estado
detente un monopolio sobre la moneda no significa que el Estado dirija de uno u
otro modo el conjunto de la economía o impulse todos los procesos de crecimiento
y producción. El sistema monetario debería verse como una utilidad pública.
Juega un papel vital en el funcionamiento adecuado y efectivo de los sistemas
de pago y financiación, pero eso no determina en absoluto todo lo que ocurre
económicamente.
Es, desde luego,
verdad que un tema de la TMM es que hay mucha incomprensión del sistema
monetario, y que si la gente entendiera mejor el monopolio monetario detentado
por sus Estados, estaría en mejor posición para controlar más democráticamente
ese sistema monetario, sirviéndose de él más eficazmente para propósitos
públicos y de bien común. Pero, al final, el alcance y las dimensiones del
Estado, así como el grado de control que ejerza o deje de ejercer sobre la
economía, es un asunto de decisión política que refleja una serie de valores
sociales y morales. El hecho de que los ciudadanos de los EEUU posean ya un
monopolio monetario significa que poseen fabulosos poderes latentes y no
activados para controlar más y más democráticamente su futuro y su destino económico,
si así deciden hacerlo. Pero el que esos ciudadanos elijan ser más activos, o
se hagan más pasivos, o se mantengan en la posición actual, a la hora de
servirse del monopolio monetario para propósitos públicos es cosa de ellos. El
hecho de que el monopolio ya exista no significa que el Estado esté dirigiendo
activamente los asuntos económicos.
Incongruencia interna
El grueso de los
partidarios de la TMM se ven a sí mismos como parte de la tradición
post-keynesiana en el pensamiento económico. Un rasgo central de esa tradición
es la perspectiva monetaria endógena, que destaca algo ya mencionado: los
bancos no prestan sus reservas, y sus préstamos no están significativamente
restringidos por sus saldos de reservas en el banco central. Más bien se adquieren
reservas sólo para efectuar pagos y cumplir con las exigencias de reservas. Los
bancos, primero, hacen préstamos (sobre la base, primordialmente, de la demanda
de crédito en el mercado), y sólo luego adquieren reservas adicionales que
pudieran terminar necesitando después. La influencia del banco central en ese
proceso tiene primordialmente que ver con su determinación del precio de las
reservas, no con la cantidad de reservas.
A veces se dice
que esta tesis es incompatible con la insistencia de la TMM en la existencia de
un monopolio monetario público y con su afirmación de que el Estado es el único
suministrador de activos financieros netos a la economía, puesto que estas doctrinas
parecen sugerir que el Estado, después de todo, está, de uno u otro modo,
dirigiendo el crédito bancario.
Ya hubo ocasión
de ver lo equivocado de esa interpretación. La TMM sostiene que el suministro
de activos financieros netos del sector no-público no puede crecer a menos que
el Estado suministre dinero adicional al sector. Pero la TMM reconoce también
que la provisión de esas reservas a través del canal de la Fed es
primordialmente reactiva: el banco central, o bien vende moneda adicional y
saldos de reservas a los bancos cuando los bancos vienen a buscarlos, o bien se
asegura de que la tasa de Fondos de la Fed –la tasa de interés del préstamo
interbancario de reservas— es tal, que garantiza que las reservas adicionales
que necesitan los bancos pueden comprárselas unos a otros. Los objetivos
primordiales aquí son el adecuado funcionamiento del sistema de pagos y la
modulación de las tasas de interés.
Obviamente, esta
posición generalmente acomodaticia de la Fed es una elección política, que bien
podría cambiar en principio. Si por alguna razón la Fed dejara de comprar títulos
del Tesoro, dejara de descontar el préstamo, incrementara espectacularmente los
recargos por descubiertos, dejara de pagar intereses por las reservas y pusiera
por las nubes la tasa de los Fondos de la Fed, entonces los pagos colapsarían
en relativamente poco tiempo. Los bancos no serían capaces de adquirir las
reservas adicionales necesarias para satisfacer mayores exigencias de reserva y
responder al acrecido volumen de pagos que seguiría a las expansiones de sus
depósitos a la vista. Así que se ralentizarían o dejarían de conceder préstamos
adicionales.
Este modelo
monetario endógeno lo que nos dice esencialmente es que impulsos en los saldos
de reservas no “traen consigo” más préstamos y más depósitos a la vista en la
economía real. Más bien es la demanda de crédito y de depósitos a la vista lo
que generalmente “trae consigo” más saldos de reservas de la Fed, a fin de
acomodarse a los deseos del mercado. Los mecanismos causales que operan aquí
significan que los bancos centrales pueden –en principio— interrumpir la
expansión del préstamo negándose a suministrar los saldos de reservas
adicionales en demanda. Pero no puede hacer mucho para estimular la expansión
del préstamo inundando el sistema bancario con más saldos de reservas. La vía
por la que el Estado puede impulsar la demanda de crédito es impulsando la
demanda del consumo. Y lo hace sirviéndose del canal, más activo, del Tesoro
para gastar dinero directamente en las cuentas de depósito de la gente, no
utilizando el canal de la Fed. Esa imagen es plenamente congruente tanto con la
tesis del dinero endógeno como con la tesis del monopolio monetario.
Señoreaje
Podría decirse
que la TMM exagera el papel del Estado y yerra en su tesis del monopolio
monetario, atribuyendo al Estado poderes pretendidamente exclusivos que, en
realidad, poseen también los bancos. Uno de esos poderes es el señoreaje, un poder que posee cualquier
emisor de moneda. Si los bancos poseen poder de señoreaje, entonces poseen
también un poder que sólo pertenece a los emisores de moneda, lo que, viene a
decirse, significaría que el Estado no es, después de todo, un emisor de la
moneda en régimen de monopolio.
El señoreaje es
un fenómeno que ha existido siempre desde que hay dinero y desde que hay
emisores de dinero, pero eso ha llegado a resultar especialmente obvio en el
moderno mundo del dinero fiduciario, pues los Estados han abandonado las
monedas metálicas o respaldadas por metal. El señoreaje consiste en el hecho de
que el valor que puede obtenerse del intercambio de unidades de moneda en el
mercado es, por lo general, significativamente menor que el coste de producir
ese dinero. Así, el emisor o productor del dinero tiene la opción de producir
unidades adicionales de moneda y usarlas para comprar cosas, cosechando así un
beneficio. En el mundo contemporáneo, en el que el coste de producir miles de
millones de dólares de dinero estatal es sólo el coste de pulsar unas cuantas
teclas en el teclado de un ordenador, los beneficios del señoreaje son
potencialmente vastos.
Pero algunos
dirían que los bancos comerciales pueden conseguir ese mismo tipo de
beneficios. Considérese esta posibilidad: un banco desea amueblar varias
oficinas suyas. Negocia un precio con un empresa de material de oficina, crea
una nueva cuenta de depósito para la empresa en cuestión y le ingresa en cuenta
20.000 dólares. La empresa de material de oficina suministra material por valor
de 20.000 dólares. ¿Acaso no ha cosechado aquí el banco beneficios de
señoreaje, lo mismo que habría hecho el Estado si hubiera expandido su déficit
puro y comprado una flota de cazabombarderos sin aumentar los impuestos?
No; no son en
absoluto comparables los dos casos. Recuérdese que los depósitos a la vista en
un banco son genuinos pasivos del
banco. Una vez creada esta cuenta de 20.000 dólares para la empresa
suministradora, la empresa puede firmar un cheque sobre la cuenta en cualquier
momento. Y si lo hace, el banco tiene que pagar. Si la compañía suministradora
va y compra una automóvil nuevo por 20.000 dólares y firma un cheque sobre su
depósito a la vista para efectuar el pago al vendedor de automóviles, entonces
el banco debe 20.000 dólares al vendedor de automóviles. Se acabó el sueño de
un mobiliario de oficina superbarato.
Según he
sostenido, de ninguna manera económicamente pertinente puede decirse que un
Estado nacional que emite moneda nueva para pagar algún bien o servicio incurre
en un genuino pasivo, análogo al pasivo en que incurren los bancos comerciales.
Si el Estado imprime 150 mil millones de dólares en nuevo papel moneda para
pagar sus cazabombarderos y la empresa aeronáuticas utiliza parte de ese dinero
para pagar a un despacho de arquitectos por los planos de un nuevo edificio de
oficinas, no tiene sentido decir que el Estado debe dinero al despacho de
arquitectura. El dinero fiduciario del Estado, la base monetaria, no es un
instrumento de crédito. No es un pagaré de alguna otra cosa. Es el propio medio
final de pago. Una vez pagado su dinero fiduciario a la empresa aeronáutica, el
negocio entre el Estado y esa empresa ha terminado. La empresa no puede
reclamar nada más al Estado.
Los ciudadanos
estadounidenses poseen una empresa pública muy valiosa: un monopolio sobre la
producción de la oferta del dinero nacional. La TMM nos ayuda a ver y a
entender ese monopolio. Es cosa nuestra decidir qué se puede hacer con ese
monopolio. Y tal vez nuestros amigos en la Eurozona quieran empezar a trabajar
por la reconstitución de sus propios monopolios monetarios públicos
democráticamente gobernados: así podrían poner esos monopolios al servicio del
propósito público y salvar a su continente de los enloquecidos fanáticos de la
austeridad que son los europlutócratas. [Fin de la Segunda y última parte. Para
ver la primera, pulse AQUí]
Dan Kervick es doctor en filosofía por la
Universidad de Massachusetts, especialista en la filosofía de David Hume. Sus
áreas de investigación son la teoría de la decisión racional y la metafísica
analítica, y colabora regularmente en el blog de teoría económica
postkeynesiana New Economic Perspectives. *
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