sábado, 5 de mayo de 2012

El mayor problema de la economía no es la falta de conocimiento, sino los bajos salarios

 Por Vicenc Navarro.


Existe un debate en EEUU sobre las causas de las desigualdades y de la polarización social (ver mi artículo “¿A qué se debe la polarización social?”. Sistema Digital. 16.03.12), que es relevante a las discusiones que han existido en España sobre la sociedad del conocimiento. En realidad, ha habido casi consenso en el establishment económico, político y mediático español, de que el futuro de España dependerá primordialmente del nivel de educación académica existente entre la población. La imagen que se ha promovido es que la sociedad del futuro requerirá elevadas cualificaciones, que se obtendrán en centros de educación superior. De ahí que la estrategia del desarrollo se haya basado en optimizar el número de estudiantes que fueran a la universidad o a un nivel de formación superior.
Creo haber sido de los pocos autores que han criticado esta concepción en España (ver mi artículo “Por qué existe un elevado desempleo: el error de la tesis de ‘la sociedad del conocimiento’“. Sistema Digital. 04.03.11, expuesto en mi blog www.vnavarro.org), sin que mis escritos hayan tenido ninguna resonancia o aceptación. El término de sociedad de conocimiento, como motor del desarrollo, continúa siendo parte de la sabiduría convencional. Y recientemente el Gobierno PP lo ha promovido de nuevo.
El problema con tal postulado y con tal estrategia es que la mayoría de puestos de trabajo en EEUU (y en España), hoy y en el futuro, no requieren elevadas cualificaciones. Según los datos de la Agencia de Estadísticas Laborales del Gobierno estadounidense (‘U.S. Bureau of Labor Statistics’ -BLS-) sólo el 20% de los puestos de trabajo existentes en EEUU requieren educación universitaria. El grupo mayor, el 43%, requiere educación secundaria, y un 26% educación primaria. El porcentaje de personas con educación universitaria, sin embargo, es un 31%, un número mayor que el número de puestos de trabajo que requieren tal cualificación. La consecuencia de ello es que se está educando a personas que estarán trabajando en puestos de trabajo que requieren menor educación, creando una gran frustración (que es lo que está pasando ahora).

Ni que decir tiene que hace falta personal especializado con formación universitaria. Según el BLS, faltan seis millones de profesionales con master o doctorado. Pero estos seis millones representan menos del 5% de toda la fuerza laboral. Las categorías laborales más extensas (más de un tercio de toda la población laboral, es decir 49 millones de personas) están constituidas por personal administrativo de nivel medio (con un salario de 30.710 dólares); personal en comercio y en ventas (con un salario de 24.370 dólares) y personal en restaurantes y lugares de ocio (18.700 dólares). El otro tercio lo constituye personal de ayuda en las escuelas de infancia (19.300 dólares), trabajadores de asistencia domiciliaria (20.250 dólares), personal de seguridad (23.920 dólares), asistentes técnicos de la docencia (20.310 dólares), y trabajadores de la construcción (29.830 dólares). Estos trabajadores continuarán siendo la mayoría de trabajadores en EEUU (y en España).
De ahí que estos puestos de trabajo requieran su propio conocimiento (distinto al universitario) y sus propias condiciones de trabajo. Un cambio fundamental es la revalorización de estos puestos de trabajo, sus condiciones laborales y su valoración. El clasismo dominante de la sociedad española explica el excesivo número de universidades, cuyo desarrollo era para garantizar a los hijos de las clases dominantes una educación universitaria que les garantizara mantenerse en lo que se define como clase alta. El descuido, cuando no discriminación, hacia los otros sectores y clases sociales, explica la escasa valoración de los puestos de trabajo que no requieren educación llamada superior. De ahí la necesidad de movilizar a los colectivos de tales sectores para conseguir mayores salarios y mejores condiciones de trabajo. Y esto no se conseguirá mediante aumento de su educación, sino con su capacidad de acción, incluyendo su sindicalización. Es fundamental para este grupo que se aumente el salario mínimo. En EEUU, tal salario es 7,25 dólares por hora, que significa al año (trabajando 44 horas semanales) unos ingresos anuales de 15.080 dólares, que es ligeramente superior al umbral de pobreza (11.000 dólares). En España la situación es incluso peor: el salario mínimo es aproximadamente 10.110 dólares al año, sólo 230 dólares más que el umbral de pobreza (9.879 dólares). Tal trabajador necesita trabajar todo el año para pagar el coste del coche más económico de la gama estadounidense (un Ford Fiesta, 13.200 dólares). En la época de Henry Ford (el fundador de la Ford que promovió salarios altos para sus empleados para que se compraran sus coches), un trabajador de la Ford tenía que trabajar (en 1914) cuatro meses para pagarse un coche. Hoy tiene que trabajar un año. Y ahí está el enorme problema de demanda que se basa en los escasos y bajos salarios de la clase trabajadora estadounidense. De ahí que comience a haber preocupación, incluso entre algunos sectores del establishment empresarial de EEUU, que algo no está funcionando bien en la economía estadounidense, y este algo recae no en la supuesta ausencia de conocimiento de la fuerza laboral, sino en su limitada capacidad adquisitiva, motor de toda la economía.
Una última observación. No existe una plena realización en España del extremismo de la derecha española. El comprensible deseo de ver a España entre los países avanzados llega a una situación que en inglés se llama “wishful thinking”, que vive de la ilusión de homologar a las derechas españolas a las existentes en otros países. Y ello no es cierto. Un ejemplo. El señor. José Mª Aznar quiere identificarse con el candidato republicano a la Presidencia de EEUU, el señor. Mitt Romney. Le visitó en Boston y como era de esperar apareció la fotografía y fue promovida por el PP. Tal candidato ha ido adaptando posturas más y más derechistas durante las primarias del partido Republicano, adoptando el programa del Tea Party, que es lo más derechista que existe en aquel país. No es, pues, santo de mi devoción. Pero es justo reconocer que, consciente del problema que describo en este artículo, ha sorprendido a muchos indicando que está a favor de que aumente sustancialmente el salario mínimo y que éste se incremente anualmente para adaptarlo a la inflación, posturas que serían impensables en el señor Aznar. En realidad, éste ha repetido ‘ad nauseam’ que elevar el salario mínimo destruiría empleo, ignorando u ocultando que la experiencia internacional no avala tal postulado. Antes al contrario. Tal como ha indicado James Galbraith “subir el salario mínimo quiere decir que aumenta el consumo, y con ello la necesidad de tener más trabajadores para aumentar la producción de los productos consumidos”. El incremento más reciente del salario mínimo fue en Australia, donde aumentó a 16 dólares por hora y, sin embargo, el desempleo continuó siendo uno de los más bajos del mundo, un 5%. En España hemos ido viendo como el descenso de la capacidad adquisitiva de la clase trabajadora ha creado un enorme problema de demanda y de endeudamiento. De ahí que la solución exige un cambio de rumbo muy sustancial, con aumento de los salarios, incluyendo el salario mínimo, y con una gran creación de empleo por parte del sector público, lo opuesto a lo que está ocurriendo.

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