Por Harold Meyerson *
En el año 2008, Wall Street dio su apoyo respaldó a Barack Obama. Los agentes de hedge fund [fondos de cobertura], los inversores de private equity
[capital riesgo] y los ejecutivos megabancarios contribuyeron a su
campaña con el doble de fondos de los que fueron a John McCain. Muchos
de sus amos del universo financiero vieron en Obama a un tipo muy
parecido a ellos: hecho a sí mismo, muy brillante, enérgico y
respaldado por todas las credenciales académicas necesarias.
Ahora, según informa Alec MacGillis en The New Republic, Wall Street le ha vuelto la espalda a Obama con una venganza. Los agentes de hedge funds
han aportado a Mitt Romney cuatro veces más de lo que han contribuido a
la campaña de Obama, escribe MacGillis, y eso sin contar las
contribuciones a los "super PAC" [Comités de Acción Política que
recaudan indirectamente fondos para los candidatos] que apoyan a Romney y
otros candidatos republicanos.
Igual de notables son sus valoraciones de Obama, que rivalizan con las de Glenn Beck [ultraconservador demagogo televisivo].
Ken Griffin, ejecutivo de hedge fund que recogió fondos para Obama en 2008, pero respalda hoy los esfuerzos por derribarle, contaba al Chicago Tribune
el mes pasado que, desde que Obama ocupó su cargo, los valores del
capitalismo "están siendo atacados (…) Es la primera vez en que la
guerra de clases suscita la adhesión [de una administración] como
herramienta política". Preguntado si los superricos tenían una
desproporcionada influencia en la política y el gobierno, respondió
Griffin: "En realidad, creo que su influencia es insuficiente".
Dan Loeb, un demócrata que dirige un hedge fund
de Nueva York, hace mucho que abandonó a Obama. Su misiva del año 2010
a los accionistas acerca de la demanda de la SEC [Securities and
Exchange Commission, organismo público regulador y de control de la
Bolsa norteamericana] contra Goldman Sachs dio lugar al titular del New York Times, "Por qué está Wall Street abandonando a Obama". [1]
La demanda, por vender como inversiones seguras una serie de títulos
respaldados por hipotecas que Goldman había reunido precisamente porque
no eran sólidos [a fin de que un destacado cliente pudiera apostar
contra ellos), sobresaltó a Loeb como una barbaridad "destinada a
dividir al pueblo quitando poder y capital de las manos de unos para
ponerlo en las de otros".
Tal
vez la expresión más contundente del descontento de Wall Street
provenga de Leon Cooperman, de Omega Advisors, otrora partidario de
Obamaa, que se quejó a MacGillis de que el presidente, al intentar
subir los impuestos a los ricos, lo que hace es "[palabrota] a la gente
que tiene éxito".
Es verdad que Obama quiere que paguen más impuestos. Los socios de firmas de hedge fund
pagan sobre su sueldo tipos del 15%, como los correspondientes a
ganancias del capital, no del 35% que se aplica a los salarios más
altos. Obama quiere que paguen impuestos sobre su salario como si fuera
salario.
Pero
hay algo más que simple tacañería en esta animosidad contra Obama. Lo
que salta a la vista en estas acusaciones de los banqueros contra el
presidente, aun más que su ofendido amor propio, es su insularidad, su
absoluto despiste respecto a cómo los consideran sus conciudadanos
norteamericanos y su efecto sobre la economía norteamericana. ¿Quién,
aparte de los ignorantes moradores de Wall Street siente como una
afrenta una acción legal contra lo que parece un fraude en los títulos
de bolsa. ¿Quién, aparte de los muy ricos y los candidatos políticos
republicanos, piensa que los muy ricos no tienen influencia política
suficiente? ¿Quién cree que hacer que Warren Buffett pague impuestos
con el mismo tipo fiscal que su secretaria es tanto como defecar encima
de los ricos (desde luego, Buffett, no).[2]
Por
lo que respecta a la guerra de clases, nadie la ha librado de modo tan
hábil e implacable como Wall Street. Consideremos los siguientes
resultados de nuestra verdadera guerra de clases: entre 1960 y 1984, la
proporción de Wall Street en el total de los beneficios empresariales
suponía de media un 17%, de acuerdo con el economista Sameer Khatiwada
del International Institute for Labor Studies [Instituto Internacional
de Estudios Laborales], pero entre 1985 y 2008, su proporción aumentó
hasta llegar a una media del 30 %. Entre 1970 y 2007, el porcentaje de
todos los sueldos y salarios pagados en los Estados Unidos que iba al
1% más rico se elevó del 5.1 % al 12.4 %. Y en el año 2010, según
informaba el mes pasado Emmanuel Sáez, economista de la Universidad de
California, la proporción de ingresos antes de impuestos
correspondiente al 0.01 más rico llegó a su nivel más alto desde que el
servicio de recaudación de Hacienda [el Internal Revenue Service]
comenzó a registrar datos en 1913.
Estas
transformaciones no sucedieron por accidente. Son el resultado de las
campañas de Wall Street y los líderes empresariales llevadas a cabo a
lo largo de decenas de años para rebajar sus tipos fiscales, para
idear una estructura salarial para los ejecutivos que hiciera que se
disparasen sus ingresos, a menudo a expensas de los accionistas, para
debilitar la industria del país, y para crear formas más ingeniosas de
comercializar el crédito, algo que en última instancia enriqueció a los
banqueros y a nadie más. El ascenso del 1% también se vio impulsado por
la guerra con los sindicatos, lo cual ha rebajado el nivel de vida de
los norteamericanos de clase trabajadora a la vez que elevaba los
beneficios de sus patronos.
Wall
Street ha diezmado a la clase media y lo llama meritocracia. Obama no
reconocerá esa charada (al menos, no lo bastante). Romney la acepta de
todo corazón. Que los elementos dirigentes de Wall Street se hayan
pasado de Obama a Romney no guarda únicamente relación con preservar
sus ventajas fiscales y volver, mediante la revocación de la reforma
financiera Dodd-Frank, a tratos sumamente rentables que puedan poner en
peligro el conjunto de la economía. Tiene que ver con tener un
presidente que no ponga en tela de juicio las mentiras que cuentan — y
se cuentan — de sí mismos.
Notas: [1] Andrew Ross Sorkin, "Why Wall Street Is Deserting Obama" , The New York Times, 30 de agosto de 2010. [2] Warren Buffett, "Stop Coddling the Super-Rich", The New York Times,
14 de agosto de 2011. Como es bien sabido, Buffett ha expresado en
varias ocasiones su opinión de que deberían subirse los impuestos a los
más ricos.
*Harold Meyerson, columnista del diario The Washington Post y editor general de la revista The American Prospect, está considerado por la revista The Atlantic Monthly
como uno de los cincuenta columnistas mas influyentes de
Norteamérica. Meyerson es además vicepresidente del Comité Político
Nacional de Democratic Socialists of America y, según propia confesión,
"uno de los dos socialistas que te puedes encontrar caminando por la
capital de la nación" (el otro es Bernie Sanders, combativo y
legendario senador por el estado de Vermont).
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