Por Nouriel Roubini
Los mercados financieros se animaron a partir de julio con la esperanza de que las perspectivas económicas y geopolíticas mundiales no empeoraran o, si lo hiciesen, los bancos centrales estuvieran preparados para respaldar las economías y los mercados con nuevas rondas de facilitación de liquidez y de relajación cuantitativa. Así, pues, no sólo las noticias buenas –o mejores de lo esperado– impulsaron a los mercados, sino que, además, incluso las malas noticias han sido buenas, porque aumentan la probabilidad de que bomberos de los bancos centrales como el Presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Ben Bernanke, y el Presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, apaguen el fuego con cubos de efectivo.
Los mercados financieros se animaron a partir de julio con la esperanza de que las perspectivas económicas y geopolíticas mundiales no empeoraran o, si lo hiciesen, los bancos centrales estuvieran preparados para respaldar las economías y los mercados con nuevas rondas de facilitación de liquidez y de relajación cuantitativa. Así, pues, no sólo las noticias buenas –o mejores de lo esperado– impulsaron a los mercados, sino que, además, incluso las malas noticias han sido buenas, porque aumentan la probabilidad de que bomberos de los bancos centrales como el Presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Ben Bernanke, y el Presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, apaguen el fuego con cubos de efectivo.
Pero
los mercados que suben con las buenas noticias y con las malas no son
estables. Si las noticias económicas empeoran y disminuye la confianza
en la eficacia de las autoridades, es probable que vuelvan a producirse
episodios de pesimismo, en los que la impresión de los inversores se
agría.
En la zona del
euro, la euforia siguió a la decisión del BCE de prestar apoyo con
compras potencialmente ilimitadas de bonos de países con dificultades,
pero esa medida no supone un cambio en las reglas del juego; se limita a
ganar tiempo para que las autoridades apliquen las contundentes medidas
necesarias para resolver la crisis. Y las dificultades son ingentes: la
recesión de la zona del euro está intensificándose a medida que
continúan la severa y concentrada consolidación fiscal y el profundo
racionamiento del crédito. Y, a medida que los bancos y los mercados de
deuda pública de la zona del euro se van balcanizando cada vez más, la
creación de una unión bancaria, una unión fiscal y una unión económica,
mientras se apliquen políticas macroeconómicas que restablezcan el
crecimiento, el equilibrio exterior y la competitividad, resultarán
extraordinariamente difíciles.
Ni
siquiera el apoyo del BCE es evidente. Los halcones monetarios –el
Bundesbank y varios otros bancos centrales principales– preocupados por
un nuevo mandato sin límite del BCE reclamaron con éxito una
condicionalidad estricta y eficaz para los países beneficiarios de las
compras de bonos. A consecuencia de ello, si no se cumplen sus estrictos
criterios, pueden dejar de prestar apoyo a ese programa.
Además,
Grecia podría salir de la zona del euro en 2013, antes de que España e
Italia se hayan salvado del todo; España –como Grecia– está hundiéndose
vertiginosamente en la depresión y podría necesitar un rescate en gran
escala de la “troika” (el BCE, la Comisión Europea y el Fondo Monetario
Internacional). Entretanto, el cansancio de la austeridad en la
periferia de la zona del euro choca cada vez más con el cansancio de los
rescates en el centro.
No
es de extrañar, pues, que Alemania, que políticamente no puede votar a
favor de aportar más recursos para rescates, haya externalizado esa
tarea en el BCE, la única institución que puede sortear los parlamentos
democráticamente elegidos, pero una vez más la aportación de liquidez
por sí sola –sin políticas encaminadas a restablecer pronto el
crecimiento– sólo retrasaría –pero no impediría– la ruptura de la unión
monetaria, lo que acabaría desmontando la unión económico-comercial y
propiciaría la destrucción del mercado único.
En
los Estados Unidos, los últimos datos económicos –incluido un mercado
laboral débil– confirman que el crecimiento es anémico y no es probable
que la producción en la segunda mitad de 2012 sea mucho mayor del 1,6
por ciento de aumento anual registrado en el período de enero a junio y,
dada la polarización política y la paralización normativa de los
Estados Unidos, podemos esperarnos más controversias sobre el
presupuesto y el límite máximo de deuda, otra bajada de la calificación
crediticia y ningún acuerdo sobre una vía hacia la consolidación y la
sostenibilidad a medio plazo, independientemente de si el Presidente
Barack Obama resulta elegido o no en noviembre. Al contrario, debemos
esperar un acuerdo sólo sobre la vía de la menor resistencia política:
rehuir las opciones fiscales duras hasta que los vigilantes de los bonos
despierten por fin, disparen los tipos a largo plazo e impongan el
ajuste fiscal al sistema político.
En
China, un aterrizaje forzoso resulta cada vez más probable, al
desinflarse la burbuja de la inversión y disminuir las exportaciones
netas. Entretanto, se están retrasando las reformas necesarias para
reducir los ahorros y aumentar el consumo privado. Como en Europa y en
los EE.UU., en 2012 sólo se evitará lo peor retrasándolo con más
estímulo monetario, fiscal y crediticio.
Pero
un aterrizaje forzoso resulta más probable en 2013, cuando se disipe el
estímulo, aumenten los créditos morosos, se acelere la reducción de las
inversiones y ya no se puedan poner parches ante el problema de
refinanciación de las deudas de las administraciones provinciales y sus
instrumentos especiales de inversión y, con la prudencia de unos nuevos
dirigentes, mientras afiancen su poder, las reformas se producirán a
paso de tortuga, con lo que es probable que aumente el malestar social y
político.
Entretanto, el
Brasil, la India, Rusia y otras economías en ascenso están dedicadas al
mismo juego. Muchas no han hecho un ajuste cuando la debilidad de las
economías avanzadas ha reducido el margen de crecimiento impulsado por
las exportaciones y muchas retrasaron las reformas estructurales
necesarias para impulsar el desarrollo del sector privado y el aumento
de la productividad, al tiempo que adoptaban un modelo del capitalismo
de Estado, que no tardará en revelar sus límites. Así, pues, la reciente
desaceleración del crecimiento en los mercados en ascenso no es
simplemente cíclica, debida a un crecimiento débil o a una recesión
declarada en las economías avanzadas, sino estructural.
Semejantes
vacilaciones resultan patentes también en el nivel geopolítico. Las más
importantes potencias mundiales siguen probando con negociaciones y
sanciones a fin de inducir al Irán a abandonar sus medidas para fabricar
armas nucleares, pero este país procura ganar tiempo con la esperanza
de alcanzar una zona de inmunidad. En 2013, un Israel que –con razón o
sin ella– siente que el programa nuclear del Irán es una amenaza
existencial o unos Estados Unidos que han rechazado la contención de un
Irán nuclear o los dos juntos pueden decidir atacar, lo que provocaría
una guerra y una brusca y gran subida de los precios del petróleo.
Unos
gobiernos ineficaces con escasa capacidad de dirección son la causa del
problema. En las democracias, las sucesivas elecciones propician
opciones a corto plazo. En autocracias como China y Rusia, los
dirigentes oponen resistencia a las reformas radicales que reducirían el
poder de los grupos de interés arraigados, con lo que alimentarán el
malestar social a medida que el resentimiento contra la corrupción y la
captación de rentas estalle en protestas.
Pero,
como todo el mundo está aplazando la adopción de las medidas
necesarias, el problema se va agravando y, tanto en los más importantes
mercados en ascenso como en las economías avanzadas, está acercándose a
un muro de ladrillo. Las autoridades pueden chocar contra él o dar
muestras de la capacidad de dirección y la lucidez necesarias para
desmantelarlo con seguridad.
FUENTE: PROJECT SYNDICATE
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