domingo, 16 de septiembre de 2012

Jugar con fuego

 Por Nouriel Roubini


Los mercados financieros se animaron a partir de julio con la esperanza de que las perspectivas económicas y geopolíticas mundiales no empeoraran o, si lo hiciesen, los bancos centrales estuvieran preparados para respaldar las economías y los mercados con nuevas rondas de facilitación de liquidez y de relajación cuantitativa. Así, pues, no sólo las noticias buenas –o mejores de lo esperado– impulsaron a los mercados, sino que, además, incluso las malas noticias han sido buenas, porque aumentan la probabilidad de que bomberos de los bancos centrales como el Presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Ben Bernanke, y el Presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, apaguen el fuego con cubos de efectivo.
Pero los mercados que suben con las buenas noticias y con las malas no son estables. Si las noticias económicas empeoran y disminuye la confianza en la eficacia de las autoridades, es probable que vuelvan a producirse episodios de pesimismo, en los que la impresión de los inversores se agría.
En la zona del euro, la euforia siguió a la decisión del BCE de prestar apoyo con compras potencialmente ilimitadas de bonos de países con dificultades, pero esa medida no supone un cambio en las reglas del juego; se limita a ganar tiempo para que las autoridades apliquen las contundentes medidas necesarias para resolver la crisis. Y las dificultades son ingentes: la recesión de la zona del euro está intensificándose a medida que continúan la severa y concentrada consolidación fiscal y el profundo racionamiento del crédito. Y, a medida que los bancos y los mercados de deuda pública de la zona del euro se van balcanizando cada vez más, la creación de una unión bancaria, una unión fiscal y una unión económica, mientras se apliquen políticas macroeconómicas que restablezcan el crecimiento, el equilibrio exterior y la competitividad, resultarán extraordinariamente difíciles.

Ni siquiera el apoyo del BCE es evidente. Los halcones monetarios –el Bundesbank y varios otros bancos centrales principales– preocupados por un nuevo mandato sin límite del BCE reclamaron con éxito una condicionalidad estricta y eficaz para los países beneficiarios de las compras de bonos. A consecuencia de ello, si no se cumplen sus estrictos criterios, pueden dejar de prestar apoyo a ese programa.
Además, Grecia podría salir de la zona del euro en 2013, antes de que España e Italia se hayan salvado del todo; España –como Grecia– está hundiéndose vertiginosamente en la depresión y podría necesitar un rescate en gran escala de la “troika” (el BCE, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional). Entretanto, el cansancio de la austeridad en la periferia de la zona del euro choca cada vez más con el cansancio de los rescates en el centro.
No es de extrañar, pues, que Alemania, que políticamente no puede votar a favor de aportar más recursos para rescates, haya externalizado esa tarea en el BCE, la única institución que puede sortear los parlamentos democráticamente elegidos, pero una vez más la aportación de liquidez por sí sola –sin políticas encaminadas a restablecer pronto el crecimiento– sólo retrasaría –pero no impediría– la ruptura de la unión monetaria, lo que acabaría desmontando la unión económico-comercial y propiciaría la destrucción del mercado único.
En los Estados Unidos, los últimos datos económicos –incluido un mercado laboral débil– confirman que el crecimiento es anémico y no es probable que la producción en la segunda mitad de 2012 sea mucho mayor del 1,6 por ciento de aumento anual registrado en el período de enero a junio y, dada la polarización política y la paralización normativa de los Estados Unidos, podemos esperarnos más controversias sobre el presupuesto y el límite máximo de deuda, otra bajada de la calificación crediticia y ningún acuerdo sobre una vía hacia la consolidación y la sostenibilidad a medio plazo, independientemente de si el Presidente Barack Obama resulta elegido o no en noviembre. Al contrario, debemos esperar un acuerdo sólo sobre la vía de la menor resistencia política: rehuir las opciones fiscales duras hasta que los vigilantes de los bonos despierten por fin, disparen los tipos a largo plazo e impongan el ajuste fiscal al sistema político.
En China, un aterrizaje forzoso resulta cada vez más probable, al desinflarse la burbuja de la inversión y disminuir las exportaciones netas. Entretanto, se están retrasando las reformas necesarias para reducir los ahorros y aumentar el consumo privado. Como en Europa y en los EE.UU., en 2012 sólo se evitará lo peor retrasándolo con más estímulo monetario, fiscal y crediticio.
Pero un aterrizaje forzoso resulta más probable en 2013, cuando se disipe el estímulo, aumenten los créditos morosos, se acelere la reducción de las inversiones y ya no se puedan poner parches ante el problema de refinanciación de las deudas de las administraciones provinciales y sus instrumentos especiales de inversión y, con la prudencia de unos nuevos dirigentes, mientras afiancen su poder, las reformas se producirán a paso de tortuga, con lo que es probable que aumente el malestar social y político.
Entretanto, el Brasil, la India, Rusia y otras economías en ascenso están dedicadas al mismo juego. Muchas no han hecho un ajuste cuando la debilidad de las economías avanzadas ha reducido el margen de crecimiento impulsado por las exportaciones y muchas retrasaron las reformas estructurales necesarias para impulsar el desarrollo del sector privado y el aumento de la productividad, al tiempo que adoptaban un modelo del capitalismo de Estado, que no tardará en revelar sus límites. Así, pues, la reciente desaceleración del crecimiento en los mercados en ascenso no es simplemente cíclica, debida a un crecimiento débil o a una recesión declarada en las economías avanzadas, sino estructural.
Semejantes vacilaciones resultan patentes también en el nivel geopolítico. Las más importantes potencias mundiales siguen probando con negociaciones y sanciones a fin de inducir al Irán a abandonar sus medidas para fabricar armas nucleares, pero este país procura ganar tiempo con la esperanza de alcanzar una zona de inmunidad. En 2013, un Israel que –con razón o sin ella– siente que el programa nuclear del Irán es una amenaza existencial o unos Estados Unidos que han rechazado la contención de un Irán nuclear o los dos juntos pueden decidir atacar, lo que provocaría una guerra y una brusca y gran subida de los precios del petróleo.
Unos gobiernos ineficaces con escasa capacidad de dirección son la causa del problema. En las democracias, las sucesivas elecciones propician opciones a corto plazo. En autocracias como China y Rusia, los dirigentes oponen resistencia a las reformas radicales que reducirían el poder de los grupos de interés arraigados, con lo que alimentarán el malestar social a medida que el resentimiento contra la corrupción y la captación de rentas estalle en protestas.
Pero, como todo el mundo está aplazando la adopción de las medidas necesarias, el problema se va agravando y, tanto en los más importantes mercados en ascenso como en las economías avanzadas, está acercándose a un muro de ladrillo. Las autoridades pueden chocar contra él o dar muestras de la capacidad de dirección y la lucidez necesarias para desmantelarlo con seguridad.



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