domingo, 9 de septiembre de 2012

La porción justa de Mitt Romney

 Por Joseph Stiglitz







Los impuestos sobre la renta de Mitt Romney se han convertido en un tema importante en la campaña presidencial estadounidense.  ¿Es un tema de simple politiquería o es un tema realmente importante? Lo cierto es que sí, es un tema importante – y no sólo para los estadounidenses.
Un tema principal subyacente al debate político en los Estados Unidos es el papel del Estado y la necesidad de acción colectiva. El sector privado, si bien es central en una economía moderna, no puede garantizar por si solo su éxito. Por ejemplo, la crisis financiera que comenzó en el año 2008 demostró la necesidad de una reglamentación adecuada.
Además, más allá de una reglamentación efectiva (que incluya la garantía de igualdad de condiciones para la competencia), las economías modernas se basan en la innovación tecnológica, lo que supone a su vez investigación básica financiada por el gobierno. Este es un ejemplo de un bien público – los bienes públicos son las cosas de las que todos nos beneficiamos, pero cuyo abastecimiento sería insuficiente (o sería absolutamente inexistente) si fuésemos a depender del sector privado.
Los políticos conservadores en los EE.UU. subestiman la importancia de la educación, la tecnología y la infraestructura que provee el sector público. Las economías en las que el gobierno provee estos bienes públicos se desempeñan mucho mejor que aquellas en las que no ocurre lo propio.

Pero se debe pagar por los bienes públicos, y es imperativo que todas y cada una de las personas paguen la porción justa que les corresponde. Si bien puede haber desacuerdo acerca de lo que ello conlleva, los que están en la parte superior de la pirámide de distribución de ingresos quienes pagan el 15% de sus rentas declaradas (puede que no se informe a las autoridades estadounidenses sobre dineros que devengan intereses en paraísos fiscales en las Islas Caimán y en otros paraísos fiscales) claramente no están pagando su porción justa.
Hay un viejo adagio en el idioma inglés que dice que lo primero que se pudre en el pescado es la cabeza. Si los presidentes y las personas que los rodean no pagan su porción justa de impuestos, ¿cómo podemos esperar que alguien más lo haga? Y si nadie lo hace, ¿cómo podemos esperar que se financien los bienes públicos que necesitamos?
Las democracias se basan en un espíritu de confianza y cooperación en el pago de impuestos. Si cada persona dedicaría la misma cantidad de energía y recursos que dedican los ricos a evitar su porción justa de impuestos, es posible que el sistema tributario colapse o que se lo tenga que reemplazar por un sistema mucho más intrusivo y coercitivo. Ambas alternativas son inaceptables.
En términos más generales, una economía de mercado no podría funciona si se tuviese que hacer cumplir cada contrato a través de una acción legal. Sin embargo la confianza y la cooperación sólo pueden sobrevivir si existe la convicción de que el sistema es justo. Investigaciones recientes han demostrado que la convicción de que el sistema económico es injusto menoscaba tanto la cooperación como el esfuerzo. No obstante, crece la convicción (coming to believe) que tienen los estadounidenses sobre que su sistema económico es injusto; y el sistema tributario tiene un lugar emblemático en dicha percepción de injusticia.
El multimillonario inversionista Warren Buffett afirma que él debiese pagar únicamente los impuestos que se le obliga a tributar, pero que existe algo fundamentalmente equivocado en un sistema que impone cargas impositivas a sus rentas mediante la aplicación de una tasa más baja en comparación con la que se aplica a su secretaria. Buffett está en lo cierto. Romney podría ser perdonado en caso de que él tomase una posición similar. De hecho, pudiese llegar a ser un momento similar al de Nixon en China: Romney pudiese cambiar el curso de la historia al convertirse en un político rico en el pináculo del poder que aboga a favor de que se paguen impuestos más altos.
Pero Romney no ha optado por hacer esto. Evidentemente él no reconoce que un sistema que impone tasas de impuesto más bajas a la especulación financiera de las que impone al trabajo fuerte y duro distorsiona la economía. De hecho, gran parte del dinero que se acumula en aquellos que se encuentran en la parte superior de la pirámide de ingresos está conformado por lo que los economistas llaman rentas, mismas que no surgen del aumento del tamaño del pastel económico, sino que surgen de tomar una tajada más grande del pastel ya existente.
Entre los que están en dicha parte superior podemos encontrar a un número desproporcionado de monopolistas, quienes aumentan sus ingresos mediante la restricción de la producción y su participación activa en las prácticas anticompetitivas; también se encuentran allí los presidentes de las empresas que explotan las deficiencias de las leyes sobre gobernanza corporativa y obtienen una porción mayor de los ingresos de las empresas para ellos mismos (dejando menos beneficios para los trabajadores), como también están en este grupo los banqueros involucrados en préstamos depredadores y prácticas financieras en el ámbito de tarjetas de crédito que son abusivas (a menudo dirigidas a los hogares pobres y de clase media). Quizá no sea casualidad que la búsqueda de rentas y la desigualdad hubiesen aumentado al mismo tiempo que tasas más altas de impuestos hubiesen caído, ni que se hubiesen extraído las entrañas de las reglamentaciones y se hubiese debilitado la aplicación de las normas existentes: en resumen, han aumentado tanto las oportunidades para recibir rentas como las ganancias provenientes de la búsqueda de las mismas.
Hoy en día, una deficiencia de demanda agregada afecta a casi todos los países avanzados, lo que conduce a tasas altas de  desempleo, a salarios más bajos, a una mayor desigualdad, y – para cerrar el círculo vicioso – a consumo restringido. En la actualidad se generaliza cada vez más el reconocimiento del vínculo entre la desigualdad y la inestabilidad y debilidad económica.
Existe otro círculo vicioso: la desigualdad económica se traduce en desigualdad política, la cual a su vez refuerza la primera, inclusive a través de un sistema fiscal que permite que personas como Romney – quien insiste en que él ha estado sujeto a una tasa de impuestos sobre las rentas de “al menos el 13%” durante los últimos diez años – no paguen su porción justa. La desigualdad económica resultante – que es un resultado tanta de las fuerzas políticas como de las fuerzas del mercado – contribuye a la debilidad económica generalizada de hoy en día.
Puede que Romney no sea un evasor de impuestos; sólo una investigación profunda del Servicio de Impuestos Internos de los EE.UU. podría llegar a esa conclusión. Pero, teniendo en cuenta que la tasa marginal de impuestos sobre las rentas en los EE.UU. es del 35%, él sin duda es un evasor de impuestos en gran escala. Y, por supuesto, el problema no es sólo Romney; el hecho más notable e importante es que su nivel de evasión fiscal hace que sea difícil financiar bienes públicos, sin los cuales una economía moderna no puede florecer.
Sin embargo, es aún más importante puntualizar que la evasión fiscal en la escala de Romney menoscaba la fe en la ecuanimidad fundamental del sistema, y ​​por tanto, debilita los vínculos que mantienen unida a la sociedad.

 Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es profesor universitario en la Universidad de Columbia.


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