Por Joseph Stiglitz
Los impuestos sobre la renta de Mitt Romney se han convertido en un tema importante en la campaña presidencial estadounidense. ¿Es un tema de simple politiquería o es un tema realmente importante? Lo cierto es que sí, es un tema importante – y no sólo para los estadounidenses.
Los impuestos sobre la renta de Mitt Romney se han convertido en un tema importante en la campaña presidencial estadounidense. ¿Es un tema de simple politiquería o es un tema realmente importante? Lo cierto es que sí, es un tema importante – y no sólo para los estadounidenses.
Un
tema principal subyacente al debate político en los Estados Unidos es
el papel del Estado y la necesidad de acción colectiva. El sector
privado, si bien es central en una economía moderna, no puede garantizar
por si solo su éxito. Por ejemplo, la crisis financiera que comenzó en
el año 2008 demostró la necesidad de una reglamentación adecuada.
Además,
más allá de una reglamentación efectiva (que incluya la garantía de
igualdad de condiciones para la competencia), las economías modernas se
basan en la innovación tecnológica, lo que supone a su vez investigación
básica financiada por el gobierno. Este es un ejemplo de un bien público
– los bienes públicos son las cosas de las que todos nos beneficiamos,
pero cuyo abastecimiento sería insuficiente (o sería absolutamente
inexistente) si fuésemos a depender del sector privado.
Los
políticos conservadores en los EE.UU. subestiman la importancia de la
educación, la tecnología y la infraestructura que provee el sector
público. Las economías en las que el gobierno provee estos bienes
públicos se desempeñan mucho mejor que aquellas en las que no ocurre lo
propio.
Pero se debe pagar
por los bienes públicos, y es imperativo que todas y cada una de las
personas paguen la porción justa que les corresponde. Si bien puede
haber desacuerdo acerca de lo que ello conlleva, los que están en la
parte superior de la pirámide de distribución de ingresos quienes pagan
el 15% de sus rentas declaradas (puede que no se informe a las
autoridades estadounidenses sobre dineros que devengan intereses en
paraísos fiscales en las Islas Caimán y en otros paraísos fiscales)
claramente no están pagando su porción justa.
Hay
un viejo adagio en el idioma inglés que dice que lo primero que se
pudre en el pescado es la cabeza. Si los presidentes y las personas que
los rodean no pagan su porción justa de impuestos, ¿cómo podemos esperar
que alguien más lo haga? Y si nadie lo hace, ¿cómo podemos esperar que
se financien los bienes públicos que necesitamos?
Las
democracias se basan en un espíritu de confianza y cooperación en el
pago de impuestos. Si cada persona dedicaría la misma cantidad de
energía y recursos que dedican los ricos a evitar su porción justa de
impuestos, es posible que el sistema tributario colapse o que se lo
tenga que reemplazar por un sistema mucho más intrusivo y coercitivo.
Ambas alternativas son inaceptables.
En
términos más generales, una economía de mercado no podría funciona si
se tuviese que hacer cumplir cada contrato a través de una acción legal.
Sin embargo la confianza y la cooperación sólo pueden sobrevivir si
existe la convicción de que el sistema es justo. Investigaciones
recientes han demostrado que la convicción de que el sistema económico
es injusto menoscaba tanto la cooperación como el esfuerzo. No obstante,
crece la convicción (coming to believe)
que tienen los estadounidenses sobre que su sistema económico es
injusto; y el sistema tributario tiene un lugar emblemático en dicha
percepción de injusticia.
El
multimillonario inversionista Warren Buffett afirma que él debiese
pagar únicamente los impuestos que se le obliga a tributar, pero que
existe algo fundamentalmente equivocado en un sistema que impone cargas
impositivas a sus rentas mediante la aplicación de una tasa más baja en
comparación con la que se aplica a su secretaria. Buffett está en lo
cierto. Romney podría ser perdonado en caso de que él tomase una
posición similar. De hecho, pudiese llegar a ser un momento similar al
de Nixon en China: Romney pudiese cambiar el curso de la historia al
convertirse en un político rico en el pináculo del poder que aboga a
favor de que se paguen impuestos más altos.
Pero
Romney no ha optado por hacer esto. Evidentemente él no reconoce que un
sistema que impone tasas de impuesto más bajas a la especulación
financiera de las que impone al trabajo fuerte y duro distorsiona la
economía. De hecho, gran parte del dinero que se acumula en aquellos que
se encuentran en la parte superior de la pirámide de ingresos está
conformado por lo que los economistas llaman rentas, mismas que no surgen del aumento del tamaño del pastel económico, sino que surgen de tomar una tajada más grande del pastel ya existente.
Entre
los que están en dicha parte superior podemos encontrar a un número
desproporcionado de monopolistas, quienes aumentan sus ingresos mediante
la restricción de la producción y su participación activa en las
prácticas anticompetitivas; también se encuentran allí los presidentes
de las empresas que explotan las deficiencias de las leyes sobre
gobernanza corporativa y obtienen una porción mayor de los ingresos de
las empresas para ellos mismos (dejando menos beneficios para los
trabajadores), como también están en este grupo los banqueros
involucrados en préstamos depredadores y prácticas financieras en el
ámbito de tarjetas de crédito que son abusivas (a menudo dirigidas a los
hogares pobres y de clase media). Quizá no sea casualidad que la
búsqueda de rentas y la desigualdad hubiesen aumentado al mismo tiempo
que tasas más altas de impuestos hubiesen caído, ni que se hubiesen
extraído las entrañas de las reglamentaciones y se hubiese debilitado la
aplicación de las normas existentes: en resumen, han aumentado tanto
las oportunidades para recibir rentas como las ganancias provenientes de
la búsqueda de las mismas.
Hoy
en día, una deficiencia de demanda agregada afecta a casi todos los
países avanzados, lo que conduce a tasas altas de desempleo, a salarios
más bajos, a una mayor desigualdad, y – para cerrar el círculo vicioso –
a consumo restringido. En la actualidad se generaliza cada vez más el
reconocimiento del vínculo entre la desigualdad y la inestabilidad y
debilidad económica.
Existe
otro círculo vicioso: la desigualdad económica se traduce en
desigualdad política, la cual a su vez refuerza la primera, inclusive a
través de un sistema fiscal que permite que personas como Romney – quien
insiste en que él ha estado sujeto a una tasa de impuestos sobre las
rentas de “al menos el 13%” durante los últimos diez años – no paguen su
porción justa. La desigualdad económica resultante – que es un
resultado tanta de las fuerzas políticas como de las fuerzas del mercado
– contribuye a la debilidad económica generalizada de hoy en día.
Puede
que Romney no sea un evasor de impuestos; sólo una investigación
profunda del Servicio de Impuestos Internos de los EE.UU. podría llegar a
esa conclusión. Pero, teniendo en cuenta que la tasa marginal de
impuestos sobre las rentas en los EE.UU. es del 35%, él sin duda es un evasor de impuestos
en gran escala. Y, por supuesto, el problema no es sólo Romney; el
hecho más notable e importante es que su nivel de evasión fiscal hace
que sea difícil financiar bienes públicos, sin los cuales una economía
moderna no puede florecer.
Sin
embargo, es aún más importante puntualizar que la evasión fiscal en la
escala de Romney menoscaba la fe en la ecuanimidad fundamental del
sistema, y por tanto, debilita los vínculos que mantienen unida a la
sociedad.
Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es profesor universitario en la Universidad de Columbia.
FUENTE: PROJECT SYNDICATE
TEXTO ORIGINAL: http://www.project-syndicate.org/commentary/mitt-romney-s-fair-share-by-joseph-e--stiglitz
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