Por Simon Johnson
Project Syndicate
En la discusión sobre el excesivo tamaño de las mayores instituciones financieras estadunidenses se avecina un formidable cambio de opinión. Hace dos años, durante el debate sobre la legislación Dodd-Frank para la reforma financiera, pocos pensaban que los megabancos globales constituyesen un problema apremiante. Algunos destacados senadores llegaron a sugerir que los enormes bancos europeos representaban una suerte de modelo para Estados Unidos.
Project Syndicate
En la discusión sobre el excesivo tamaño de las mayores instituciones financieras estadunidenses se avecina un formidable cambio de opinión. Hace dos años, durante el debate sobre la legislación Dodd-Frank para la reforma financiera, pocos pensaban que los megabancos globales constituyesen un problema apremiante. Algunos destacados senadores llegaron a sugerir que los enormes bancos europeos representaban una suerte de modelo para Estados Unidos.
En todo caso, el
gobierno, según los directores ejecutivos de los mayores bancos, no
podía imponer un límite al tamaño de sus activos, ya que eso socavaría
la productividad y competitividad de la economía estadounidense. Aún se
escuchan esos argumentos, pero cada vez más provienen solamente de los
empleados de los megabancos globales, incluidos sus abogados,
consultores y sumisos economistas.
Todos
los demás han aceptado que estos mastodontes financieros se han tornado
demasiado grandes y complejos para ser administrados, y que esto
produce masivas consecuencias adversas para la economía en su conjunto.
Cada vez el director ejecutivo de uno de esos bancos se ve forzado a
renunciar, se acumula evidencia sobre la imposibilidad de administrar
estas organizaciones de manera responsable, que genere valor sostenible
para sus accionistas y mantenga la seguridad de los contribuyentes.
Wilbur
Ross, un inversor legendario con gran experiencia en el sector de
servicios financieros articuló claramente la percepción de los
entendidos del sector privado sobre esta cuestión. Recientemente comentó en CNBC,
«Creo
que la sofisticación de los bancos tal como se dio fue un error
fundamental y me parece que la complejidad es más problemática que
definir el tamaño adecuado. Tal vez los bancos se han vuelto demasiado
complejos –no demasiado grandes– para ser administrados».
Luego de la renuncia de Vikram Pandit como director ejecutivo del Citigroup, John Gapper señaló en el Financial Times que
«la relación entre precio y valor contable de las acciones del Citi es
menos de un tercio de la correspondiente a Wells Fargo», ya que este
último es un «banco estable y predecible», mientras que el Citigroup se
ha tornado demasiado complejo. Gapper también cita a Mike Mayo, un
analista líder del sector bancario: «El Citi es demasiado grande para
caer, demasiado grande para ser regulado, demasiado grande para ser
administrado, y ha funcionado como si fuese demasiado grande para que
eso le importe». Incluso Sandy Weill, quien convirtió al Citi en un
megabanco, se ha vuelto en contra de su propia creación.
Al
mismo tiempo, los principales reguladores han comenzado a articular
–con cierta precisión– lo que hace falta. Nuestros mayores bancos deben
volverse más simples. Tom Hoenig, expresidente del Banco de la Reserva
Federal de la Ciudad de Kansas y actualmente uno de los principales
funcionarios en la Corporación Federal de Seguros de Depósitos, propone
que los grandes bancos separen sus actividades comerciales de sus
operaciones con valores. Esas culturas nunca se combinaron bien, y las
grandes empresas que operan con valores son notablemente difíciles de
administrar.
Hoenig y
Richard Fisher, el presidente del Banco de la Reserva Federal de Dallas,
han liderado el ataque sobre esta cuestión dentro del Sistema de la
Reserva Federal. Ambos enfatizan que «demasiado complejo para ser
administrado» es casi sinónimo de «demasiado grande para ser
administrado», al menos dentro del sistema bancario estadounidense
actual.
George Will, un columnista conservador con muchos seguidores, recientemente apoyó la visión de Fisher.
Los grandes bancos reciben un importante subsidio de los
contribuyentes, que constituye una protección para los acreedores contra
la disminución de su valor. Esto les brinda una ventaja en su
financiamiento y distorsiona completamente los mercados. Estos subsidios
son peligrosos; fomentan la excesiva exposición a riesgos y un altísimo
apalancamiento –que implica una elevada deuda en relación con el
patrimonio de cada banco, y excesiva deuda respecto de la economía en su
conjunto.
Ahora, estas
cuestiones han sido retomadas por Dan Tarullo, un influyente miembro de
la Junta de Gobernadores del Sistema de la Reserva Federal. En un importante discurso reciente,
Tarullo solicitó poner límite al tamaño de los mayores bancos
estadounidenses para limitar sus obligaciones no provenientes de
depósitos como porcentaje del PBI –un enfoque completamente sensato que
condice con la legislación propuesta por dos congresistas: el senador
Sherrod Brown y el diputado Brad Miller.
Tarullo
tiene razón al desestimar los límites al tamaño de los bancos como una
panacea –su discurso dejó en claro que cualquier sistema financiero
presenta muchos riesgos potenciales. Pero, en el lenguaje –a menudo
sutil– de los funcionarios de los bancos centrales, Tarullo transmitió
un mensaje claro: el culto al tamaño ha fracasado.
De
manera más amplia, hemos perdido de vista el propósito de los bancos.
El papel de los bancos en todas las economías modernas es esencial, pero
ese rol no es asumir riesgos gigantescos y dejar en manos de la
sociedad la cobertura de las pérdidas por caídas en el valor de los
activos.
Ross volvió a dar en el clavo esta semana cuando dijo:
«Creo
que el verdadero propósito de los bancos, y la verdadera necesidad que
tenemos en este país respecto de su accionar, es otorgar créditos,
especialmente a las pequeñas empresas y las personas. Me parece que esa
es la parte difícil de cubrir».
Continuó diciendo
«Nuestros
mercados de capitales son lo suficientemente sofisticados y profundos
como para que la mayoría de las grandes corporaciones encuentren
variadas alternativas para capitalizarse. Para las empresas más pequeñas
y las personas la opción de los mercados de valores no existe. Son
quienes más necesitan a los bancos. Creo que en cierta medida se ha
perdido de vista ese propósito».
La
visión de Hoenig y Fisher es correcta. Tarullo va por buen camino. Ross
y muchos otros en el sector privado entienden completamente lo que hace
falta. Lo más probable es que quienes se oponen a las reformas
propuestas pertenezcan a los grandes bancos, se trata de personas que
han recibido pagos de esas organizaciones durante el año pasado o el
anterior.
Simon Johnson, ex economista jefe del FMI, es profesor en el MIT Sloan.
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