Por Simon Johnson
Project Syndicate
En la discusión sobre el excesivo tamaño de las mayores instituciones financieras estadunidenses se avecina un formidable cambio de opinión. Hace dos años, durante el debate sobre la legislación Dodd-Frank para la reforma financiera, pocos pensaban que los megabancos globales constituyesen un problema apremiante. Algunos destacados senadores llegaron a sugerir que los enormes bancos europeos representaban una suerte de modelo para Estados Unidos.
Project Syndicate
En la discusión sobre el excesivo tamaño de las mayores instituciones financieras estadunidenses se avecina un formidable cambio de opinión. Hace dos años, durante el debate sobre la legislación Dodd-Frank para la reforma financiera, pocos pensaban que los megabancos globales constituyesen un problema apremiante. Algunos destacados senadores llegaron a sugerir que los enormes bancos europeos representaban una suerte de modelo para Estados Unidos.
En todo caso, el
gobierno, según los directores ejecutivos de los mayores bancos, no
podía imponer un límite al tamaño de sus activos, ya que eso socavaría
la productividad y competitividad de la economía estadounidense. Aún se
escuchan esos argumentos, pero cada vez más provienen solamente de los
empleados de los megabancos globales, incluidos sus abogados,
consultores y sumisos economistas.
Todos
los demás han aceptado que estos mastodontes financieros se han tornado
demasiado grandes y complejos para ser administrados, y que esto
produce masivas consecuencias adversas para la economía en su conjunto.
Cada vez el director ejecutivo de uno de esos bancos se ve forzado a
renunciar, se acumula evidencia sobre la imposibilidad de administrar
estas organizaciones de manera responsable, que genere valor sostenible
para sus accionistas y mantenga la seguridad de los contribuyentes.