Por Sam Pizzigati
En Estados Unidos hemos
perdido nuestra economía manufacturera. Actualmente estamos perdiendo nuestra
economía de servicios. Nos estamos convirtiendo rápidamente, como temen algunos
observadores, en una “economía de sirvientes”.
Bombero, jugador de
baloncesto, domador de leones, profesor, niñera: pregunte a los niños que
quieren ser de mayores y obtendrá todo tipo de respuestas. Pero nunca oirá
ésta. Nunca oirá decir a los chiquillos que quieren dedicar sus carreras a
servir a los ricos.
La juventud actual quizás
quiera reconsiderar la cuestión. Tienen delante suyo una economía
norteamericana en la que servir a los ricos parece, cada vez más, ofrecer el
mejor futuro con verdaderas oportunidades. Efectivamente, tal como dice el
economista Jeff Faux, estamos en camino de convertirnos plenamente en una
“economía de sirvientes”.
Anteriormente hemos
tenido en el mundo “economías de sirvientes”. En algunas ocasiones la gente
incluso corría para obtener un estatuto de sirviente. Al principio de la era
industrial los trabajos en minas y fábricas eran sucios y peligrosos y no se
cobraba casi nada. El trabajo doméstico en familias ricas podía parecer, en
comparación, un refugio relativamente seguro.
Pero este cálculo cambió
cuando los trabajadores se organizaron y consiguieron el derecho a negociar
colectivamente para una mayor participación en la riqueza que ellos creaban.
Durante la primera mitad del siglo 20, los norteamericanos super-ricos perdieron
su dominio y cada vez menos norteamericanos trabajaron como sirvientes para
ellos.
Este estado de cosas no
duró mucho. Desde finales de los años 70 hemos asistido a un asalto a los
fundamentos de una mayor igualdad – sindicatos fuertes, impuestos progresivos
considerablemente graduados, límites reguladores a la práctica empresarial –
que ha dejado vacía la clase media norteamericana.
Los buenos trabajos en la
industria han desaparecido casi completamente, desplazados al exterior. La
mayoría de norteamericanos ya no fabrican cosas. Proporcionan servicios.
Podríamos, naturalmente,
tener una robusta economía de “servicios” si construyéramos dicha economía en
base a proporcionar servicios de calidad a todos
los norteamericanos. Pero proporcionar estos servicios de calidad, de todo
tipo, desde la educación hasta la salud y los transportes, supondría una
inversión pública significativa – y unos impuestos significativos a los
norteamericanos ricos.
Hace medio siglo los
ingresos fiscales provenientes de los impuestos a los norteamericanos ricos
eran significativos. Actualmente ya no. Los recortes fiscales han minimizado
estos ingresos y han dejado los servicios públicos subfinanciados de manera
crónica. Lo cual enfrenta a los jóvenes de hoy día, tal como apunta el economista
Jeff Faux en su nuevo libro La economía
de los sirvientes: donde la elite norteamericana lleva a las clases medias,
con una dura elección.
Los jóvenes pueden
hacerse ingenieros y programadores y pasar sus carreras en “una competición
despiadada con gente de todo el mundo” igualmente inteligente y formada pero
“dispuesta a trabajar por mucho menos”. O bien pueden entrar en la economía de
sirvientes y “servir a aquellos pocos en la cumbre que han conseguido llegar a
formar parte de la élite global”.
En esta nueva “economía
de sirvientes” no estamos hablando precisamente de niñeras y chóferes. Estamos
hablando, como señala la periodista Camilla Long, de “pilotos, publicistas,
marchantes de arte y guardaespaldas” – una “nueva y brillante falange de ayudantes
personales”.
¿Te gustaría ver mundo?
En la nueva economía de sirvientes puedes convertirte en “especialista en
joyas” y viajar a países extranjeros para escoger piedras preciosas para
clientes ricos.
¿Quieres afrontar nuevos
retos cada día? Puedes convertirte en conserje y alquilar un día un elefante
para la ceremonia de boda de un amo rico y al siguiente organizarle una partida
de ajedrez con un gran campeón.
O bien, si te inclinas
por lo tradicional, siempre puedes pagarte un curso de 12.000 dólares de un mes
de duración que te acredite como sirviente, en los términos exigidos por el
gremio de mayordomos profesionales ingleses.
Un buen mayordomo puede
sacarse fácilmente mas de 100.000 dólares al año. Pero servir a los ricos puede
ser mucho mas lucrativo. El decorador interiorista Michael Smith obtuvo unos
honorarios de 800.000 dólares por su trabajo en el despacho de un alto
ejecutivo de Wall Street. El procurador de New York, David Boies practica una
abogacía favorable a los plutócratas – y unos honorarios de 1.220 dólares la
hora.
John Blackburn, un
arquitecto de Washington D.C. está especializado en el diseño de caballerizas
para jinetes ricos. Una caballeriza cuesta aproximadamente unos 3 millones de
dólares. Sus honorarios, según el Washington
Post, se mueven entre el 8 y el 10 % del coste de una caballeriza.
Pero nos encontramos con
un problema. Tenemos una cantidad limitada de super-ricos que puedan permitirse
encargar caballerizas y pedir elefantes.
El Instituto de
Investigación del Crédito Suizo calculó el verano pasado que solamente 38.000
norteamericanos poseían fortunas de al menos 50 millones de dólares. En todo el
mundo hay tan solo 3 millones de personas que posean como mínimo 5 millones de
dólares.
Incluso si cada uno de
estos 3 millones proporcionara, directa o indirectamente, un buen empleo en la
“economía de sirvientes” a unas 100 personas, todavía tendríamos
aproximadamente otros 4 billones de personas fuera de la “economía de
sirvientes” buscando como entrar en ella.
Tal como expone
claramente Jeff Faux, la “economía de sirvientes” no puede llevar más que a un
punto muerto. Necesitamos cambiar de rumbo.
http://www.ips-dc.org/articles/the_dead-end_servant_economy
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