Por Nouriel Roubini
Project Syndicate
Los riesgos que afronta la zona del euro se han reducido desde el verano, cuando la salida de Grecia parecía inminente y los costos del endeudamiento de España e Italia alcanzaron nuevos niveles insostenibles, pero, si bien han disminuido las tensiones financieras, las condiciones económicas en la periferia de la zona del euro siguen siendo precarias.
Project Syndicate
Los riesgos que afronta la zona del euro se han reducido desde el verano, cuando la salida de Grecia parecía inminente y los costos del endeudamiento de España e Italia alcanzaron nuevos niveles insostenibles, pero, si bien han disminuido las tensiones financieras, las condiciones económicas en la periferia de la zona del euro siguen siendo precarias.
Varios
factores explican la reducción de los riesgos. Para empezar, el
programa de “transacciones monetarias directas” del Banco Central
Europeo ha sido increíblemente eficaz: los márgenes de los tipos de
interés de España e Italia se han reducido en unos 250 puntos básicos,
aun antes de que se gastara un solo euro para comprar bonos estatales.
La introducción del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), que aporta
otros 500 millones de euros (650 millones de dólares) para sostener los
bancos y las deudas soberanas, también ha ayudado, como también el
reconocimiento por los dirigentes europeos de que una unión monetaria
por sí sola es inestable e incompleta, pues requiere una integración
bancaria, fiscal y política más profunda.
Pero
tal vez lo más importante es que la actitud de Alemania para con la
zona del euro en general y Grecia en particular ha cambiado. Los
funcionarios alemanes entienden ahora que, dados los amplios vínculos
comerciales y financieros existentes, una zona del euro desordenada no
sólo perjudica a la periferia, sino también al centro. Han dejado de
hacer declaraciones públicas sobre una posible salida de Grecia y acaban
de apoyar un tercer plan de rescate para este país. Mientras España e
Italia sigan siendo vulnerables, un desplome griego podría desencadenar
un grave contagio antes de las elecciones alemanas del año próximo, lo
que pondría en peligro las posibilidades de la Canciller Angela Merkel
de conseguir otro mandato. Así, pues, Alemania seguirá financiando a
Grecia de momento.
No
obstante, la periferia de la zona del euro da pocas señales de
recuperación: el PIB sigue contrayéndose, por la actual austeridad
fiscal, la fortaleza excesiva del euro, una grave crisis crediticia
mantenida por la escasez de capital de los bancos y la deprimida
confianza de las empresas y los consumidores. Además, la recesión de la
periferia está extendiéndose ahora al centro de la zona del euro, pues
la producción francesa se ha contraído e incluso Alemania se ha
estancado, ya que el crecimiento en sus dos principales mercados de
exportación está disminuyendo (el resto de la zona del euro) o
aminorándose (China y otros países de Asia).
Además,
continúa la balcanización de la actividad económica, los sistemas
bancarios y los mercados de deuda pública, pues los inversores
extranjeros huyen de la periferia de la zona del euro y buscan seguridad
en el centro. Los niveles de deuda pública y privada son altos y
posiblemente insostenibles. Al fin y al cabo, se sigue sin abordar la
pérdida de competitividad que propició los grandes déficits exteriores,
mientras que unas tendencias demográficas adversas, unos débiles
aumentos de la productividad y una lenta aplicación de las reformas
estructurales reducen el crecimiento potencial.
Desde
luego, en los últimos años ha habido algunos avances en la periferia de
la zona del euro: se han reducido los déficits fiscales y algunos
países están acumulando ahora superávits presupuestarios primarios (pues
la balanza fiscal excluye los pagos de intereses). Asimismo, las
pérdidas de competitividad se han corregido en parte, pues los salarios
han quedado rezagados respecto del aumento de la productividad, con lo
que se han reducido los costos laborales unitarios y están en marcha
algunas reformas estructurales.
Pero,
a corto plazo, la austeridad, unos salarios más bajos y las reformas
son recesivos, mientras que el proceso de ajuste en la zona del euro ha
sido asimétrico y recesivo/deflacionario. Los países cuyos gastos
superaban sus ingresos se han visto obligados a gastar menos y ahorrar
más, con lo que han reducido sus déficits comerciales, pero países como
Alemania, que estaban ahorrando excesivamente y acumulando superávits
exteriores, no se han visto obligados a hacer un ajuste aumentando la
demanda interna, por lo que sus superávits comerciales han seguido siendo grandes.
Entretanto,
la unión monetaria sigue padeciendo un desequilibrio inestable: o la
zona del euro avanza hacia una integración más plena (reforzada por la
unión política para brindar una legitimidad democrática a la pérdida de
soberanía nacional en los asuntos bancarios, fiscales y económicos) o
padecerá desunión, desintegración, fragmentación y tarde o temprano la
ruptura. Y, mientras que los dirigentes de la Unión Europea han
publicado propuestas para una unión bancaria y fiscal, ahora Alemania
está haciéndola retroceder.
Los
dirigentes alemanes temen que los elementos de reparto del riesgo con
una integración más profunda (la recapitalización de los bancos por el
MEDE, un fondo de resolución común para bancos insolventes, un seguro de
depósitos en toda la zona del euro, una mayor autoridad fiscal de la UE
y una mutualización de la deuda) entrañen una unión de transferencias
políticamente inaceptable, en virtud de la cual Alemania y el centro
subvencionen unilateral y permanentemente a la periferia. Así, Alemania
cree que los problemas de la periferia no son consecuencia de la falta
de una unión bancaria o fiscal, sino que, en su opinión, los grandes
déficits fiscales y la deuda reflejan un escaso potencial de crecimiento
y una pérdida de competitividad, debidos a la falta de reformas
estructurales.
Naturalmente,
Alemania no reconoce que las uniones monetarias logradas como los
Estados Unidos tienen una unión bancaria plena con importantes elementos
de reparto de riesgos y una unión fiscal, por la cual las crisis
idiosincrásicas que padece la producción de determinados Estados quedan
absorbidas por el presupuesto federal. Los EE.UU. son también una gran
unión de transferencias, en la que los Estados más ricos subvencionan
permanentemente a los más pobres.
Al
mismo tiempo, aunque se están haciendo propuestas para una unión
bancaria, fiscal y política, se habla poco de cómo restablecer el
crecimiento a corto plazo. Los europeos están dispuestos a apretarse el
cinturón, pero necesitan ver una luz al final del túnel en forma de
ingresos y aumento de los puestos de trabajo. Si las recesiones se
intensifican, la reacción social y política contra la austeridad
resultará abrumadora: huelgas, disturbios, violencia, manifestaciones,
ascenso de partidos políticos extremistas y desplome de gobiernos
débiles. Y, para estabilizar las proporciones deuda/PIB, el denominador
debe empezar a aumentar; de lo contrario, los niveles de deuda
resultarán insostenibles, pese a los esfuerzos para reducir los
déficits.
Los riesgos
imprevistos de una salida de Grecia de la zona del euro o una pérdida de
acceso a los mercados en gran escala en Italia y en España han quedado
reducidos para 2013, pero la crisis fundamental de la zona del euro no
se ha resuelto y otro año de ir tirando mal que bien podría reavivar
esos riesgos de forma más virulenta en 2014 y años posteriores.
Lamentablemente, es probable que la crisis de la zona del euro no
desaparezca en los próximos años, con lo que seguirán siendo más
probables reestructuraciones de deuda coercitivas y salidas de la zona
del euro.
Nouriel Roubini es presidente de Roubini Global Economics (www.roubini.com) y profesor en la Escuela Stern de Administración de Empresas de la Universidad de Nueva York.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario