miércoles, 30 de enero de 2013

Davos: el club de los fracasos

  


Editorial del The Guardian



Davos solía ser el club de los ganadores. A lo largo de los años de auge en la década de los 90 y el primer decenio del siglo, los altos ejecutivos empresariales se reunían todos los inviernos en lo alto de los Alpes suizos para discutir de modo señorial sobre la economía mundial y cómo podía revisarse para que se ajustara a sus objetivos y opiniones. Más globalizada, más mercantilizada. Pero en los cinco años transcurridos desde el derrumbe de Lehman Brothers (cuyo jefe, Dick Fuld era una presencia habitual en Davos), el Foro Económico Mundial (FEM) ha adoptado un tono necesariamente menos triunfalista. Hoy se le podría llamar el club de los fracasos. No el club de los perdedores, se entiende: incluso en medio de la depresión, a los ricos les sigue yendo bastante bien – tal como deja en evidencia Emmanuel Saez, el economista de Berkeley,  que ha descubierto que el 1% superior de los norteamericanos vio incrementarse sus ingresos en un 11,6% en 2010, aunque mientras tanto la renta del 99% inferior aumentó sólo un  0.2%. Pero el modelo económico por el que suspira el conjunto de Davos está hoy quebrado; cualquier arreglo o reforma duradero tendrá que venir de lugares y perspectivas muy diferentes.


Sin duda, Klaus Schwab y sus invitados del FEM son por lo menos parcialmente conscientes de esto. Es verdad que las reuniones de Davos pueden tener los mismos lemas ramplones de siempre (el de este año es “Dinamismo con resiliencia”, signifique lo que signifique) en lugar de otro más apropiado como "Metimos la pata". Pero la mezcla habitual de hombres de negocios (cuatro de cada cinco delegados son hombres) y financieros y ministros de gobierno se adereza ahora con sindicalistas, activistas contra la pobreza y economistas disidentes. Desde luego, se trata de un intento de lograr credibilidad, pero también es una tentativa de mayor pluralidad. Sin embargo, los clubes – que es lo que formalmente es el FEM – son entidades inherentemente no plurales, y en especial Davos, que cobra 45.000 libras esterlinas por ser miembro general y asistir una vez, y 98.500 libras por acceder a sus sesiones privadas. Está muy bien que el señor Schwab cargue contra la pobreza; tendría más sentido que empujara a los jefazos que van a Davos a subscribir una promesa conjunta de limitar la brecha salarial en sus propias empresas. Es poco probable.

Y sin embargo, la agenda consistente en ampliar mercados y despojar a los trabajadores de salarios y prestaciones impulsada en Davos (igual que por parte de otros innumerables organismos, tales como el FMI y la eurozona) está acabada. Cinco años después del crac de Wall Street, la economía mundial sigue paralizada. El informe del PIB que va a publicarse este viernes [25 de enero] en el Reino Unido subrayará el desaguisado obra de los partidarios de la austeridad, lo mismo que la ruina que puede verse en Grecia, España y Portugal. Y los últimos indicadores de la expansión que se ralentiza en China deberían terminar con cualquier vana esperanza de que otros cilindros de la economía vayan a hacer efecto. El único modo de salir del estancamiento consistirá en que Occidente acepte que se trata de una crisis de demanda, más que de oferta, una crisis que sólo puede contrarrestarse por medio de un gasto ingente en empleos y aumentos salariales. Nuevamente, hay pocas oportunidades de que esas soluciones surjan del conjunto de Davos, lo mismo que propuestas serias de políticas industriales de verdad.

Pero hay también un problema más fundamental. El programa de una globalización dirigida por las empresas e impulsada por las multinacionales está asimismo a buen seguro agotado. El término “hombre de Davos” lo acuñó el politólogo Samuel Huntington. En su opinión, los miembros de esta élite global tienen "poca necesidad de lealtad nacional, contemplan los límites nacionales como obstáculos que afortunadamente van desapareciendo, y tienen a los gobiernos nacionales por residuos del pasado cuya única función útil consiste en facilitar las operaciones globales de la élite". Sin embargo, en medio del crac fueron los gobiernos nacionales los que hubieron de dar un paso al frente y rescatar sus sistemas bancarios nacionales, y tratar luego de reactivar sus propias economías. 

Y a medida que se revela cada vez más claramente esta época como una era en la que escasea el crecimiento, lo que podemos esperar es que las naciones intenten exportar cada vez más a otros países. Es esto lo que está detrás de toda esa charla sobre "guerras de divisas" y "guerras comerciales", y no ha hecho más que empezar a rodar. Habrá a buen seguro mucho más mercantilismo descarnado expuesto a la vista en los próximos años. El conjunto de Davos se opondrá a buena parte de ello. Pero, al impulsar una falsa y desigual globalización, han creado las condiciones para una reacción contraria a su propia ideología.

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