miércoles, 30 de enero de 2013

Davos prospera mientras los demás pagamos por sus excesos


 Por Will Hutton












Más de 2.500 machos y hembras alfa de más de cien países descenderán sobre Davos esta semana con el fin de pasar cuatro días discutiendo la urgente necesidad de que el mundo adopte un "dinamismo de resiliencia". Este, el lema organizativo este año de la reunión anual de los mandamases en el Foro Económico Mundial, es supuestamente el modo de salir de la crisis. Carece de sentido.

¿Quién apoyaría, por ejemplo, el estancamiento sin resiliencia? El capitalismo occidental, y, discutiblemente, el capitalismo global, han llegado a un aparente callejón sin salida. Se encuentran en graves problemas. Pero si la mejor respuesta a la austeridad y el malestar económico es el dinamismo con resiliencia, harían mejor los delegados en quedarse en casa. Como llamada a la acción, lo mismo daría apremiar a todo el mundo a que fuesen viriles, femeninas y decididos. Virtuosos estados de ánimo, pero apenas sí un plan de acción.  


En cualquier caso, para la mayoría de los líderes empresariales que asisten a Davos, el malestar económico es una abstracción. La porción de los beneficios en el PIB de casi todos los países occidentales alcanza cifras récord, lo mismo que los salarios de los ejecutivos. Mientras tanto, los salarios reales de la mayoría se están estancando, si no cayendo, lo que justifican nuestros líderes en Davos como consecuencia conveniente, si bien triste, del "ajuste estructural". Goldman Sachs, escarnecido por diferir el pago de incentivos al próximo año financiero de modo que su personal pueda disfrutar de una menor tasa impositiva, acaba de disfrutar de un año de bonanza. Los hombres y mujeres de Davos están prosperando. No hay para ellos ajustes estructurales.

Habrá sin duda los habituales llamamientos a un mayor libre comercio, más investigación científica y mayor inversión en habilidades mientras los ejecutivos vestidos con trajes caros van de los seminarios y los sonoros discursos más relevantes a las recepciones y vuelta a la mesa de la cena. Pero lo que no habrá en Davos será una voluntad de consentir un cambio radical en la forma en que se organiza el capitalismo. Puede hacer lo que quiera y eso significa adjudicar fortunas a los que están en la cumbre, con escaso riesgo, mientras desvían la penuria hacia otros.   

La paradoja estriba en que la razón principal por la que el capitalismo se encuentra en crisis es que, sin esos desafíos, ha minado su propio dinamismo y capacidad de innovación. Por el contrario, ofrece simplemente un enorme e injustificado auto-enriquecimiento para los que están en lo más alto.   

Tampoco acaban aquí las malignas consecuencias de la desigualdad. Me asombró leer en un reciente documento de trabajo del FMI, con el título, bien poco sugerente, de “Desigualdad de renta y desequilibrios por cuenta corriente”, que todo – sí,  todo – el deterioro del actual déficit por cuenta corriente entre principios de los 70 y 2007 podía explicarse por el aumento de la desigualdad en Gran Bretaña. Es una historia similar, aunque no tan grave, en el resto del Occidente industrializado, o mejor, que se desindustrializa.

Lo que el equipo del FMI muestra es que la parte de la renta nacional dedicada a beneficios y aumentos salariales del estrato superior aumenta hasta sus actuales niveles, de modo que se crea una dinámica económica nociva. Por definición, hay una parte del pastel más pequeña a disposición de la gran masa de asalariados, cuyos salarios reales acaban exprimidos. Para mantener su nivel de vida, tienen que pedir prestado, lo que ha sido más fácil que nunca en los últimos 40 años a medida que las bancos aprovechaban la desregulación financiera. Sigue así creciendo la demanda conjunta, pero al precio de tirar de importaciones y de un nivel de deuda personal cada vez más elevado en el caso de los asalariados corrientes.        

Finalmente, la música se para, como se ha parado ahora, conforme se hacen insostenibles tanto la deuda como el volumen de importaciones. La situación actual en Gran Bretaña – niveles demenciales de deuda del sector privado y un déficit comercial inaudito – se puede por tanto explicar por el aumento de la desigualdad. Y una de las causas principales de eso, piensa el FMI, ¡es la disminución del poder negociador de los sindicatos!  

Yo argumentaría que hay un quiebro más en esta historia. La desigualdad que impulsa el tener unos sindicatos más débiles y un mercado laboral desregulado golpea a la inversión y la innovación. A los equipos de ejecutivos no les hace falta invertir e innovar de modo dinámico para conseguir una rica recompensa personal. Sólo tienen que estar en su puesto, exprimiendo los salarios reales de la mano de obra para hacer aumentar los beneficios, hoy la ruta fácil y rápida para un rendimiento aparentemente mejor, y de ese modo incrementar su propia remuneración. Y aunque inviertan e innoven, sufre la capacidad de ampliar la producción rápidamente porque cada vez hay menos consumidores con salarios reales en aumento para comprar nuevos productos. La desigualdad es una receta para el estancamiento. Si Davos quiere "dinamismo con resiliencia", los delegados deberían estar discutiendo cómo reducir los beneficios como parte del PIB a niveles más normales, e impulsar a la vez la renta real de la masa de su mano de obra. Estemos seguros de que esto no va a figurar en el orden del día. Pues lo que ello implica – mejor negociación salarial, nuevos acuerdos para compartir beneficios con toda la mano de obra, una regulación más inteligente del mercado de trabajo y unos salarios de ejecutivos orientados a la innovación a largo plazo más que al incremento anual de beneficios – es la antítesis de todo aquello en lo que creen Davos y el consenso internacional.  

Y sin embargo, la realidad saldrá a la luz. Todo el mundo sabe a estas alturas, hasta en Davos, que no hay retorno posible al mundo de antes de 2008, que dependía de una abundante provisión de crédito barato. Del mismo modo, nos hace falta salir de la recesión con crecimiento, lo cual precisa algo más que una continua financiación con déficit y dinero ultrabarato o la alternativa de una interminable austeridad. La respuesta consiste en dar poder económico a los hombres y mujeres corrientes.

Es una espléndida oportunidad de que los sindicatos vuelvan a imaginar su papel en las sociedades occidentales. Una de las razones por las que ha resultado fácil reducir su poder en el mundo anglosajón es que hayan sido tan desagradables, poco imaginativos y a la defensiva, defensores reflejos de los privilegios de los que tienen empleo, de los iniciados y del status quo. Quienes tengan memoria larga recordarán la oposición militante del movimiento sindical británico a la cogestión – es decir, a situar trabajadores en las juntas de las empresas – en la década de 1970. Una estupidez.

Sin embargo Gran Bretaña, y por lo que a eso respecta Occidente, precisa algún modo de hacer más poderoso al trabajo en sus relaciones con el capital. Parece una petición imposible. Necesitamos negociadores salariales con mayor influencia, pero que sean capaces de comportarse racionalmente, presionando para conseguir más cuando verdaderamente se puede, pero llegando a acuerdos y dejando espacio cuando las empresas para las que trabajen se encuentren entre la espada y la pared. Una vía para salir adelante es la cogestión, poner  trabajadores en las juntas de las empresas. Otra forma consistiría en volver a revisar las ideas del Premio Nobel y profesor James Meade y organizar bonificaciones para que los beneficios de una empresa se compartan de manera equitativa entre trabajadores, gestores y accionistas. Y hay más…

Davos está intelectualmente en bancarrota. Pero la ideología que enarbola no caerá por sí sola. El callejón sin salida del capitalismo requiere contendientes que lo desafíen intelectualmente, movimientos sociales y dirigentes sindicales preparados para atreverse a volver a imaginar su papel. Nos hace falta el fermento y la protesta de la sociedad civil. Se moverán los partidos socialdemócratas, pero solamente cuando perciban un cambio en el ánimo popular. Es problema de todos y responsabilidad de cada uno de nosotros actuar en la medida que podamos.


Will Hutton, veterano e influyente periodista económico del grupo de The Guardian (del que fue columnista y jefe de la sección de economía), escribe semanalmente en The Observer  (del que ha sido director). Comenzó su carrera como analista de bolsa y pasó después a trabajar para la BBC en radio y televisión. Miembro del Consejo de la London School of Economics y profesor visitante de la Universidad de Bristol, Hutton dirige la Work Foundation, una consultoría independiente y de investigación no orientada al lucro. También es autor de algunos libros críticos con el estado de la economía británica e internacional que han tenido notable repercusión, como The Revolution That Never Was (1987), The State We're In (1996), The State to Come (1997), The Stakeholding Society (1999), On The Edge (editado con Anthony Giddens) (2000) y, sobre todo, The World We're In (2002) (editado en los EE. UU. como A Declaration of Interdependence).

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