¿Que ocurre con los
millones que los grandes ejecutivos y gestores de fondos especulativos se han
apropiado durante las décadas recientes? Nuestra legislación fiscal actual no
nos permitirá recuperarlos.
Theodor Roosevelt no aprobaría la facilidad con la que los súper-ricos
pueden actualmente perpetuar sus enormes acumulaciones de riqueza.
¿Puede una democracia sobrevivir si los más ricos de entre los
ricos pueden transmitir a sus herederos, generación tras generación, la mayor
parte de sus fortunas?
Esta cuestión se convirtió, hace un siglo, en uno de los
temas más importantes del debate político en los Estados Unidos. Fortunas de
tamaño casi inimaginable se apilaban por entonces en el paisaje económico de la
nación. Los norteamericos temían que estas grandes fortunas pudieran
convertirse fácilmente en los fundamentos de una nueva aristocracia, de
dinastías financieras que convertirían la democracia norteamericana en letra
muerta.
¿Cómo podrían, los norteamericanos medios, prevenir esta
ruina? La nación necesitaba que cada vez más norteamericanos se pusieran de
acuerdo en gravar –y fuertemente– las fortunas que los súper-ricos legaban a
sus herederos.
El Presidente Theodore Roosevelt declaró en1906 que
Norteamérica debía imponer “una carga en constante aumento sobre las herencias
de las grandes fortunas, cuya perpetuidad no constituye ciertamente ningún
beneficio para el país.”
Una década más tarde el Congreso empezó a poner en marcha
esta carga. Los legisladores establecieron un impuesto federal sobre los
grandes patrimonios que los ricos dejaban a su muerte y este nuevo impuesto patrimonial
conseguiría un sólido apoyo en la Casa Blanca, tanto por parte de republicanos
como de demócratas.
Un gran “poder económico heredado”, como opinaba Franklin D.
Roosevelt en 1935, “es inconsistente con los ideales de esta generación de la
misma forma que el poder político heredado era inconsistente con los ideales de
la generación que estableció nuestro Gobierno”.
Cualquier sociedad que tolera una clase “inmensamente rica”,
añadiría una generación más tarde el Presidente republicano Dwight Eisenhower, está
atrayéndose problemas.
“Desde el principio de los tiempos”, recordaba Ike a los
norteamericanos, “demasiado frecuentemente la opulencia ha preparado el terreno
a la depravación y finalmente la destrucción”.
La depravación, esto es. Hace una docena de años los líderes
políticos de Norteamérica decidieron empezar a deshacerse del impuesto federal
sobre el patrimonio. El compromiso presupuestario de última hora arrancado a
finales del 2010 amplió –y profundizó– esta piratería.
Nuestro último compromiso presupuestario federal de última
hora –la negociación sobre el “abismo fiscal” llegó a buen fin la víspera del
2013– ha blindado ahora toda esta piratería. Actualmente nuestros ricos pueden
hacer exactamente aquello contra lo que el Republicano Teddy Roosevelt nos
previno. Pueden “perpetuar” fácilmente sus “inmensas fortunas”.
La facilidad de esta perpetuación no ha aparecido en la
mayoría de informaciones sobre el abismo fiscal. Normalmente estas
informaciones señalan que el acuerdo permite a una persona rica legar, libre de
impuestos, los mismos 5 millones de dólares que el acuerdo fiscal del 2010 estableció
en la legislación fiscal. Pero esta cifra de 5 millones es solo un indicio de
la gran vía libre que los legisladores norteamericanos han abierto a los norteamericanos
más terriblemente opulentos.
Estos 5 millones $, para los principiantes, se ajustan
anualmente según la inflación. En 2013, este ajuste elevará la exención a 5,25
millones $. A su vez, estos 5,25 millones $ se aplican a un solo cónyuge. Una
pareja podrá este año quedar totalmente exenta del impuesto sobre el patrimonio
hasta un valor de 10,5 millones $.
Ni siquiera esta aritmética cuenta toda la historia.
Décadas atrás el Congreso se dio cuenta de que las fortunas
dinásticas florecerían si los ricos podían evitar la obligación del impuesto sobre
el patrimonio cediendo en vida el grueso de sus fortunas a sus herederos.
Solución: el impuesto sobre las donaciones, un gravamen federal sobre las
transmisiones substanciales de dinero en metálico y otros activos.
Los impuestos sobre donaciones y sobre el patrimonio han
trabajado en tándem. Las substanciales donaciones que los ricos han hecho en
vida a sus herederos se sustrae del total exento del impuesto sobre el
patrimonio. En 2013, una pareja rica que haya otorgado 2 millones $ en
donaciones solamente estará exenta, a su muerte, de otros 8,5 millones $.
Por lo menos esto es lo que dice la teoría. En realidad, los
ricos pueden “donar” de manera que puedan conseguir exenciones mucho mayores
del impuesto sobre el patrimonio. En 2013, el impuesto sobre donaciones solo
tendrá efecto cuando una persona individual rica done a un solo individuo más
de 14.000 $ en un solo año.
Una pareja rica puede, bajo este lucrativo resquicio, dar
conjuntamente 28.000 $ al año a tantos individuos como quiera, durante tantos
años como quiera, y no tener que pagar ni un penique en impuestos sobre
donaciones.
Consideremos, por ejemplo, un ejecutivo de Wall Street con
dos hijos adultos y cuatro nietos. Este ejecutivo y su esposa pueden donar
168.000$ al año a sus seis seres queridos sin pagar ni un solo impuesto sobre
la donación.
Y, ¿que ocurre con estos seis seres queridos? No tienen que
pagar ni un solo penique de impuesto sobre la renta personal por estos 168.000
$. Ni siquiera tienen que declarar estos 168.000 $ en sus declaraciones de
renta. Ni tampoco deberán pagar impuestos – ni tan solo declarar – los mega
millones adicionales que puedan heredar.
En otras palabras, estamos dejando que nuestras grandes
fortunas aumenten más allá de cualquier límite razonable. Nuestros progresistas
antepasados no aceptaban esta acumulación. Tampoco nosotros deberíamos
aceptarla.
Sam Pizzigati,
miembro
asociado del Institute for Policy
Studies, escribe habitualmente sobre la desigualdad. Su ultimo libro es Los ricos no siempre ganan: el olvidado
triunfo sobre la plutocracia que creó la clase media norteamericana.
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