Por Simon Johnson
Project Syndicate
Existen dos versiones opuestas sobre los recientes esfuerzos de reforma financiera y sobre los peligros que en la actualidad plantean los bancos grandes alrededor del mundo. Una versión está errada; la otra es aterradora.
Project Syndicate
Existen dos versiones opuestas sobre los recientes esfuerzos de reforma financiera y sobre los peligros que en la actualidad plantean los bancos grandes alrededor del mundo. Una versión está errada; la otra es aterradora.
En
el centro de la primera versión, que es la preferida de los ejecutivos
del sector financiero, se encuentra la postura que indica ya se han
adoptado todas las reformas necesarias (o que pronto se las adoptará).
Los bancos tienen menos deuda en relación con sus niveles de capital de
la que tenían en el año 2007. Se han implementado nuevas normas que
limitan el alcance de las actividades bancarias en los Estados Unidos, y
pronto dichas normas se convertirán en ley en el Reino Unido – y Europa
continental podría seguir este ejemplo. Los partidarios de esta postura
también afirman que los megabancos están gestionando mejor el riesgo en
comparación con su forma de gestión antes de que estalle la crisis
financiera mundial en el año 2008.
En
la segundo versión, los bancos más grandes del mundo siguen siendo
demasiado grandes para ser administrados y tienen fuertes incentivos
para participar precisamente en el tipo de toma de riesgos excesivos que
puedan hacer caer a las economías. Las pérdidas en transacciones
bursátiles incurridas el año pasado por la “Ballena londinense” en
JPMorgan Chase son un ejemplo de lo mencionado. Y, según los defensores
de esta versión, casi todos los grandes bancos muestran síntomas de una
mala administración crónica.
Si
bien el debate sobre los megabancos a veces suena técnico, de hecho, es
bastante simple. Haga esta pregunta: si una institución financiera
descomunal se mete en problemas, ¿es esto un gran problema para el
crecimiento económico, el desempleo, y otros indicadores similares? O,
de manera más franca, ¿podrían Citigroup o una empresa europea de tamaño
similar meterse en problemas y tropezar de nuevo inclinándose hacia la
quiebra sin atraer algún tipo de apoyo gubernamental y del banco central
(ya sea apoyo transparente o ligeramente disfrazado)?
Los EE.UU. dieron un paso en la dirección correcta con el Título II de la ley de reforma financiera Dodd-Frank (Dodd-Frank reform legislation)
en el año 2010, la cual fortaleció las facultades de resolución de la
Corporación Federal de Seguro de Depósitos (FDIC). Y la FDIC ha
desarrollado algunos planes plausibles específicamente para hacer frente
a las entidades financieras nacionales. (Yo soy miembro del Comité
Asesor para Resoluciones Sistémicas de la FDIC; mas, todas las opiniones
expresadas en este artículo son únicamente mías.)
Sin
embargo, un gran mito acecha al corazón del razonamiento de la
industria financiera que indica que todo se encuentra bien. Las
facultades de resolución de la FDIC no funcionarán en empresas
financieras grandes, complejas y transfronterizas. La razón es simple:
la ley de los EE.UU. puede crear una facultad de resolución que funciona
sólo dentro de las fronteras nacionales. Abordar la quiebra potencial
en una empresa como Citigroup requeriría un acuerdo transfronterizo
entre los gobiernos y todos los organismos responsables.
En los encuentros informales durante las recientemente celebradas reuniones de primavera (spring meetings)
del Fondo Monetario Internacional en Washington, DC, tuve la
oportunidad de conversar con altos funcionarios y los asesores de estos,
quienes asistían a dichas reuniones representando a distintos países,
incluyendo a los de Europa. Les hice a todos ellos la misma pregunta:
¿cuándo vamos a tener un marco vinculante sobre facultades de resolución
transfronterizas?
Las
respuestas generalmente se extendieron en un rango que iba desde “no
durante nuestras vidas” a “nunca”. También esta vez, la razón es simple:
los países no quieren comprometer su soberanía ni atar sus manos en
cualquier forma. Los gobiernos quieren tener la posibilidad de decidir
la mejor manera de proteger los intereses nacionales percibidos, en el
momento se produce una crisis. Nadie está dispuesto a firmar un tratado o
de cualquier otra manera comprometerse anticipadamente en una forma
vinculante (quien menos desea asumir tal compromiso es una mayoría del
Senado de los EE.UU., y dicho Senado es el organismo que debe ratificar
un tratado de esta índole).
Como Bill Dudley, presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, dijo recientemente (put it recently),
utilizando el lenguaje delicado que utilizan los banqueros que se
encuentran a cargo de los bancos centrales, “Los impedimentos para una
resolución transfronteriza disciplinada aún tienen que ser plenamente
identificados y desmantelados. Esto es necesario para eliminar el
problema denominado ‘demasiado grande para quebrar’”.
Traducción:
la resolución disciplinada de los megabancos globales es una ilusión.
Mientras permitamos que existan bancos transfronterizos en o cerca de su
escala actual, nuestros líderes políticos no podrán de tolerar su
quiebra. Y, debido a que estas grandes instituciones financieras son
según cualquier definición significativa “demasiado grandes para
quebrar”, pueden pedir prestado a costos más baratos de lo que ocurriría
en otros casos. Lo que es peor, tienen tanto el motivo y la oportunidad
de crecer y llegar a ser aún más grandes.
Esta
forma de apoyo gubernamental equivale a un gran subsidio implícito para
los bancos grandes. Es una extraña forma de subsidio, sin duda, pero no
por ello es menos perjudicial para los intereses públicos. Por el
contrario, debido a que el apoyo gubernamental implícito a los bancos
que son “demasiado grandes para quebrar” aumenta con la cantidad de
riesgo que dichos bancos asumen, este apoyo puede situarse entro uno de
los subsidios más peligrosos que el mundo jamás haya visto. Después de
todo, más deuda (en relación al capital) significa mayores réditos
cuando las cosas van bien. Y, cuando las cosas van mal, se convierte en
un problema de los personas que pagan impuestos, es decir de los
contribuyentes (o el problema de algún gobierno extranjero y de sus contribuyentes).
¿Qué
otro sector del mundo empresarial tiene la capacidad de impulsar a la
economía mundial hacia una recesión, tal como los bancos la impulsaron
en el otoño del año 2008? ¿Y quiénes más tiene un incentivo para
maximizar la cantidad de deuda que emiten?
Lo
que las dos versiones sobre la reforma financiera tienen en común es
que ninguna de ellas tiene un final feliz. O bien establecemos un límite
máximo significativo en cuanto al tamaño de nuestras firmas financieras
más grandes, o vamos a tener que sujetarnos fuertemente para atravesar
por la explosión económica, avivada por la deuda, que vendrá.
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