sábado, 25 de mayo de 2013

Los consejos de administración deben responder

  



Por Simon Johnson
Project Syndicate



La reciente polémica sobre la gobernanza en JPMorgan Chase esconde otro asunto mucho más importante. Independientemente del logro de Jamie Dimon al conservar su doble papel como director general y presidente del Consejo de Administración, el fracaso principal claro es el papel que ha tenido el propio Consejo –problema que afecta a casi todos los megabancos del mundo.
Esto es irrefutable en el caso de JPMorgan Chase. El informe de la reciente investigación bipartidista encabezada por los senadores estadounidenses, Carl Levin y John McCain, sobre el perverso comercio de derivados (el “London Whale”), es tan solo un ejemplo. También está la larga lista de quejas y demandas judiciales que ahora encara la firma. Le costará trabajo a JPMorgan Chase recuperar pronto su reputación.
Pero el problema es mucho más grande: ningún megabanco global tiene un Consejo que funcione bien. Sus miembros se doblegan ante los directores generales, no examinan minuciosamente las decisiones de gestión y en muy pocas ocasiones autorizan solicitudes de indemnizaciones.
Los consejos de administración de los bancos grandes son negligentes por tres razones principales: Primero y más importante, no hay control de los mercados sobre los bancos más grandes. Uno no puede crear una participación significativa y después usarla para presionar a los consejos –sin mencionar una adquisición hostil. El caso de “London Whale” es un ejemplo. La presión sobre JPMorgan Chase fue totalmente inconsecuente –nada relevante va a cambiar.
Esto se debe sobre todo porque los reguladores –a pesar de lo que puedan decir–  protegen eficazmente a los megabancos de la disciplina del mercado. La “importancia sistemática” se ha convertido en una excusa para mantener impenetrables las barreras de acceso (otra razón por la que los ejecutivos quieren que se considere a sus firmas como demasiado grandes  como para fracasar).
Segundo, gran parte de los miembros de los consejos carecen de los conocimientos especializados pertinentes.  ¿Quién dentro del actual Consejo de JPMorgan o Citigroup tiene verdadera experiencia en dirigir una enorme y compleja operación financiera (que hará que estas compañías quiebren o continúen en la siguiente década)? ¿Quién de ellos sabe de riesgos macroeconómicos, no en términos de las trivialidades de mantener consenso, sino de los riesgos de cola –los eventos de baja probabilidad, pero de alto impacto– que siempre acompañan las crisis financieras?
Los miembros de consejos de administración  sin conocimientos especializados no plantean preguntas difíciles. Además, cinco años después de la crisis financiera más grande que haya habido en casi ochenta años, se pueden contar con los dedos de una mano los miembros del consejo que han tenido conocimientos especializados –en todos los bancos.
En consecuencia, los altos directivos de los megabancos no tienen prisa por acabar con la fuerte opacidad de los riesgos que toman como para permitir un escrutinio eficaz. Esto ayuda a mantener la discreción de las actividades de los miembros del consejo –y les da una excusa conveniente por no entender bien a bien cómo funciona la compañía.
La gobernanza efectiva es posible mediante distintos acuerdos  formales. En principio, un director general externo puede ser igual de efectivo que un presidente independiente –apreciación válida que se ha expresado en las últimas semanas.
¿No obstante, cuál de los enormes conglomerados bancarios tiene ahora un director así? ¿En cuál consejo los miembros están dispuestos a contradecir a los directores generales? Con seguridad, ese no ha sido el caso de JPMorgan Chase en los últimos meses.
Finalmente, los reguladores también se han mostrado sumisos ante los directores generales de los megabancos.  Los reguladores tienen el poder de exigir una mayor influencia de los consejos –o al menos que sean efectivos. Por ejemplo, podrían establecer requisitos más estrictos en cuanto a la especialización y títulos para director bancario (en el caso de los Estados Unidos los requisitos no son serios). En cambio, los reguladores se quedan de brazos cruzados mientras los consejos de los bancos continúan siendo clubes eternos en los que la membresía no se considera más que una distinción social.
Los reguladores lo consienten porque tienen temor. Su temor tiene que ver sobre todo con la idea de que si exigen mucho de la gobernanza bancaria esto de algún modo perturbará el flujo de crédito. Es un temor tonto y sin fundamentos, pero así es como piensan y actúan los reguladores –en un estado de constante ansiedad irracional.
Los bancos en cuestión son tan grandes y tan importantes para el funcionamiento de las economías que cada uno de ellos es demasiado grande como para regular. Siempre que grupos pequeños de individuos adquieren un gran poder relativo al Estado y a todos nosotros, los grandes problemas surgen. El poder corrompe, y el poder financiero también corrompe el sistema financiero.
Los bancos más grandes estuvieron mal administrados en los años previos a la crisis de 2008 –lo que mostró una combinación tóxica de arrogancia, incompetencia y apalancamiento excesivo– y sus problemas de gobernanza actuales son peores que en 2005 o 2007. A la crisis de 2008 le siguió una dura y larga recesión; no deberíamos prever un escenario distinto ahora.


 Simon Johnson, ex economista jefe del FMI, es profesor en el MIT Sloan, investigador principal en el Instituto Peterson de Economía Internacional.

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