martes, 16 de julio de 2013

¿Podemos permitirnos esperar para la redistribución?






Por Sam Pizzigati 
Traducido por Marta Mestre



El ‘mercado’ no trabaja para la clase trabajadora. Los ricos han amañado las normas. Es nuestro deber seguir luchando para reducir la desigualdad que esto supone. A todo esto, los sindicatos se preguntan ¿por qué no poner fin a esta manipulación de la regla?  

A menudo necesitamos nuevas palabras para lograr acercarnos a nuevas ideas. Frances O’Grady, la máxima dirigente de los obreros de Gran Bretaña, tiene una nueva palabra para nosotros. Predistribución.

¿Por qué motivo querría la secretaria general del Congreso de Sindicatos de Gran Bretaña hablarnos de “predistribución”? En nuestros, asombrosamente, desiguales tiempos modernos, su federación sindical argumenta a favor de un nuevo documento escrito la semana pasada, donde se demuestra que la redistribución ha llegado a su límite.

Los ricos – en ambos lados del Atlántico- ya se han ocupado de ello. En los últimos años, han desmantelado de manera sistemática los sistema tributarios progresivos - ruta tradicional que se había seguido para la redistribución de las concentraciones de los altos cargos de rentas y riquezas-.

Y aún peor. Los ricos y sus seguidores han convertido la redistribución en una palabra de cuatro letras políticas. Han tildado cualquier cosa que huela a redistribución de asalto peligroso a la sabiduría “natural” de nuestra economía de mercado.

Su argumento propone que debemos resignarnos y dejar que el mercado recompense a los emprendedores y sancione las negligencias. De lo contrario, nos arriesgaríamos a una condena económica eterna.

En realidad, evidentemente, el mercado no sólo recompensa a los emprendedores. Recompensa a los fijadores de precios, los anti-sindicalistas, a los monopolios y a los que son simple y llanamente afortunados. Es más, si hereda una gran fortuna, el mercado lo recompensará alegremente en su camino año tras año, no importa cuán perezosamente pueda usted comportarte en su día a día.

Los mercados, en definitiva, no siguen unas leyes “naturales”. Son simplemente un reflejo de las relaciones de poder existentes. Los que manejan el poder manejan también las normas de un modo formal e informal. Esto determina el modo en que el mercado funciona y quién puede aprovecharse de él.

A mediados del siglo XX, tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos, los ciudadanos comunes ejercían el poder suficiente – a través de los sindicatos y de las urnas- para tener un impacto sobre las reglas. Pero este poder ha disminuido a lo largo de las últimas tres décadas. Los ricos han reescrito las reglas para llenar única y exclusivamente sus bolsillos.

¿Hasta qué punto los salarios son profundamente deprimentes – sobre todo en los salarios mínimos de los convenios colectivos - en Gran Bretaña y los Estados Unidos a causa de estas nuevas normas? Hoy en día, en Gran Bretaña, el 20,6% de los empleados trabajan en empleos tasados como “salarios bajos”. Esto supone pagarles menos de dos tercios del sueldo medio que tiene el país.  

Sólo una gran nación desarrollada en el mundo - Estados Unidos- tiene una mayor proporción de empleados trabajando en empleos con salarios bajos. La cuota de EEUU es del 24’8%.

Otras naciones están haciendo que el trabajo sea mucho más rentable. En Francia, sólo el 11,1% de los trabajadores de mano de obra trabajan con salarios mínimos. En Noruega eso sucede sólo en un 8%.

No existen realidades fijas sobre el “mercado” que, en otras palabras, determinen qué tan altos o bajos son los salarios promedios de una nación. Son las decisiones reales tomadas por personas reales – en relación a las reglas que determinan cómo las economías funcionan realmente- las que suponen una determinación real sobre los salarios.

Los analistas británicos sostienen que impuestos más progresivos, por si mismos no serán suficientes para deshacer la desigualdad que han marcado las reglas impuestas en los últimos años.

En otras palabras, ya no podemos redistribuir más. Es necesario empezar a predistribuir – y de ese modo poner fin a estas prácticas de mercado que lo único que consiguen es dirigir la riqueza de nuestra economía lejos de las personas que realmente la crean-.

El panfleto obrero británico que Frances O’Grady introdujo la semana pasada llamado How to Boost the Wage Share (Cómo aumentar la participación salarial), avanza un plan de juego que permitiría revertir las tendencias que están empujando los ingresos de los trabajadores hacia los beneficios empresariales.

Stewart Lansley y Howard Redd, autores del panfleto y veteranos analistas económicos ofrecen una amplia variedad de propuestas a corto, mediado y largo plazo que se esfuerzan en forjar “una distribución más equitativa de los salarios que vaya antes de las tasas y los impuestos”.

Sus propuestas tienen algo en común subyacente. Todas tienen como objetivo “las causas del aumento de la desigualdad, y no la cura de sus síntomas en forma de redistribución”.

Este panfleto del Congreso de Sindicatos, en esencia, explora los pasos de acción que van desde el incremento del salario mínimo hasta la colocación de representantes de trabajadores en los consejos de administración que establecen los salarios para los ejecutivos.

En general, muchas de las ideas que recoge este panfleto aparecen también en Prosperity Economics (Economía de Prosperidad), artículo de Jacob Hacker y Nathaniel de la Universidad de Yale que los sindicatos americanos acogieron con entusiasmo.

Tanto el análisis americano como el británico subrayan la importancia, en palabras de Lansey y Reed, de “reequilibrar la economía fuera del trabajo mal remunerado”.  ¿Y si no lo hacemos? ¿y si dejamos que la proporción de los salarios siga disminuyendo? ¿qué sucederá si seguimos permitiendo que los poderosos y los privilegiados se apoderen de todo sin ninguna restricción?

Sin unas medidas destinadas a “elevar el nivel de las ganancias” y a “la limitación de recompensas excesivas para los que están arriba”, Lansey y Reed argumentan, la “recuperación” de la caída global que empezó en 2007 seguirá siendo imposible.

“Finalmente”, concluyen, “la creación de una brecha más reducida dependerá de un cambio fundamental en el equilibrio del poder económico y social”.

En una palabra: predistribución. 




Sam Pizzigati es miembro asociado del Institute for Policy Studies, ha escrito recientemente sobre desigualdad. Su último libro, The Rich Don’t Always Win: The Forgotten Triumph over Plutocracy that Created the American Middle Class, acaba de ser publicado.



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