Por Sam Pizzigati
Traducido por Marta Mestre
El ‘mercado’
no trabaja para la clase trabajadora. Los ricos han amañado las normas. Es
nuestro deber seguir luchando para reducir la desigualdad que esto supone. A
todo esto, los sindicatos se preguntan ¿por qué no poner fin a esta
manipulación de la regla?
A menudo necesitamos nuevas palabras para lograr acercarnos
a nuevas ideas. Frances O’Grady, la máxima dirigente de los obreros de Gran
Bretaña, tiene una nueva palabra para nosotros. Predistribución.
¿Por qué motivo querría la secretaria general del Congreso
de Sindicatos de Gran Bretaña hablarnos de “predistribución”? En nuestros,
asombrosamente, desiguales tiempos modernos, su federación sindical argumenta a
favor de un nuevo documento escrito la semana pasada, donde se demuestra que la
redistribución ha llegado a su límite.
Los ricos – en ambos lados del Atlántico- ya se han ocupado
de ello. En los últimos años, han desmantelado de manera sistemática los
sistema tributarios progresivos - ruta tradicional que se había seguido para la
redistribución de las concentraciones de los altos cargos de rentas y riquezas-.
Y aún peor. Los ricos y sus seguidores han convertido la
redistribución en una palabra de cuatro letras políticas. Han tildado cualquier
cosa que huela a redistribución de asalto peligroso a la sabiduría “natural” de
nuestra economía de mercado.
Su argumento propone que debemos resignarnos y dejar que el
mercado recompense a los emprendedores y sancione las negligencias. De lo
contrario, nos arriesgaríamos a una condena económica eterna.
En realidad, evidentemente, el mercado no sólo recompensa a
los emprendedores. Recompensa a los fijadores de precios, los anti-sindicalistas,
a los monopolios y a los que son simple y llanamente afortunados. Es más, si
hereda una gran fortuna, el mercado lo recompensará alegremente en su camino
año tras año, no importa cuán perezosamente pueda usted comportarte en su día a
día.
Los mercados, en definitiva, no siguen unas leyes
“naturales”. Son simplemente un reflejo de las relaciones de poder existentes.
Los que manejan el poder manejan también las normas de un modo formal e informal.
Esto determina el modo en que el mercado funciona y quién puede aprovecharse de
él.
A mediados del siglo XX, tanto en Gran Bretaña como en los
Estados Unidos, los ciudadanos comunes ejercían el poder suficiente – a través
de los sindicatos y de las urnas- para tener un impacto sobre las reglas. Pero
este poder ha disminuido a lo largo de las últimas tres décadas. Los ricos han
reescrito las reglas para llenar única y exclusivamente sus bolsillos.
¿Hasta qué punto los salarios son profundamente deprimentes
– sobre todo en los salarios mínimos de los convenios colectivos - en Gran
Bretaña y los Estados Unidos a causa de estas nuevas normas? Hoy en día, en
Gran Bretaña, el 20,6% de los empleados trabajan en empleos tasados como
“salarios bajos”. Esto supone pagarles menos de dos tercios del sueldo medio
que tiene el país.
Sólo una gran nación desarrollada en el mundo - Estados
Unidos- tiene una mayor proporción de empleados trabajando en empleos con
salarios bajos. La cuota de EEUU es del 24’8%.
Otras naciones están haciendo que el trabajo sea mucho más
rentable. En Francia, sólo el 11,1% de los trabajadores de mano de obra
trabajan con salarios mínimos. En Noruega eso sucede sólo en un 8%.
No existen realidades fijas sobre el “mercado” que, en otras
palabras, determinen qué tan altos o bajos son los salarios promedios de una
nación. Son las decisiones reales tomadas por personas reales – en relación a
las reglas que determinan cómo las economías funcionan realmente- las que
suponen una determinación real sobre los salarios.
Los analistas británicos sostienen que impuestos más progresivos,
por si mismos no serán suficientes para deshacer la desigualdad que han marcado
las reglas impuestas en los últimos años.
En otras palabras, ya no podemos redistribuir más. Es necesario empezar a predistribuir – y de ese
modo poner fin a estas prácticas de mercado que lo único que consiguen es
dirigir la riqueza de nuestra economía lejos de las personas que realmente la
crean-.
El panfleto obrero británico que Frances O’Grady introdujo
la semana pasada llamado How to Boost the Wage Share (Cómo aumentar la
participación salarial), avanza un plan de juego que permitiría revertir las
tendencias que están empujando los ingresos de los trabajadores hacia los
beneficios empresariales.
Stewart Lansley y Howard Redd, autores del panfleto y
veteranos analistas económicos ofrecen una amplia variedad de propuestas a
corto, mediado y largo plazo que se esfuerzan en forjar “una distribución más
equitativa de los salarios que vaya antes de las tasas y los impuestos”.
Sus propuestas tienen algo en común subyacente. Todas tienen
como objetivo “las causas del aumento de la desigualdad, y no la cura de sus
síntomas en forma de redistribución”.
Este panfleto del Congreso de Sindicatos, en esencia,
explora los pasos de acción que van desde el incremento del salario mínimo hasta
la colocación de representantes de trabajadores en los consejos de
administración que establecen los salarios para los ejecutivos.
En general, muchas de las ideas que recoge este panfleto
aparecen también en Prosperity Economics
(Economía de Prosperidad), artículo de Jacob Hacker y Nathaniel de la
Universidad de Yale que los sindicatos americanos acogieron con entusiasmo.
Tanto el análisis americano como el británico subrayan la importancia, en palabras de Lansey y Reed, de
“reequilibrar la economía fuera del trabajo mal remunerado”. ¿Y si no lo hacemos? ¿y si dejamos que la
proporción de los salarios siga disminuyendo? ¿qué sucederá si seguimos
permitiendo que los poderosos y los privilegiados se apoderen de todo sin
ninguna restricción?
Sin unas medidas destinadas a “elevar el nivel de las
ganancias” y a “la limitación de recompensas excesivas para los que están
arriba”, Lansey y Reed argumentan, la “recuperación” de la caída global que
empezó en 2007 seguirá siendo imposible.
“Finalmente”, concluyen, “la creación de una brecha más
reducida dependerá de un cambio fundamental en el equilibrio del poder
económico y social”.
En una palabra: predistribución.
Sam Pizzigati es miembro asociado del Institute for Policy
Studies, ha escrito recientemente sobre desigualdad. Su último libro, The Rich Don’t Always Win: The
Forgotten Triumph over Plutocracy that Created the American Middle Class,
acaba de ser publicado.
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