Henning Heine entrevistó la semana pasada para el diario alemán TAZ al prestigioso científico social y activista filipino Walden Bello, flamante ganador del premio Nóbel alternativo .
Señor Bello, el Banco Mundial ha hecho sonar estos días enérgicamente la alarma, alertando de un desplome de la economía mundial. ¿Cómo estima usted los posibles efectos de esto en el Sur?
Serán masivos. Sufrirán sobre todo las economías nacionales que se han abierto completamente a la globalización, vinculando su crecimiento a la industrialización orientada a la exportación a mercados extranjeros. Harto menos afectados se verán los países con menor grado de apertura, por ejemplo, muchos Estados africanos.
¿Qué efectos tiene ya la crisis?
Las exportaciones agrícolas de Argentina y Brasil se hallan en caída libre. En el este de Asia las exportaciones ya se han desplomado drásticamente. En China, según el gobierno, 20 millones de trabajadores han perdido el empleo en los últimos meses. El valor del won coreano ha caído cerca de un 30%. Las transferencias de dinero de los trabajadores emigrantes del sureste asiático a sus países de origen declinan espectacularmente; además, los desempleados indonesios y filipinos tienden cada vez más a regresar a su patria.
¿Seguirá agravándose la situación?
Desde luego, no le quepa la menor duda. No estamos sino al comienzo de un desplome de alcance planetario. Yo no sé cuándo se llegará a tocar fondo, ni cuánto tiempo se mantendrá la economía mundial en esa zona abisal. La economía global es como un submarino tocado que su hunde a toda velocidad en dirección al suelo marino. Una vez dé en él, nadie sabe si podrá rescatarse a la tripulación y sacarla a flote. Tampoco sabemos si los intentos keynesianos de revitalización de la economía lograrán ponerla a flote.
¿Espera usted que la próxima reunión del G 20 [en Londres, el próximo abril] consiga controlar las turbulencias?
No. No se dan los presupuestos para un nuevo sistema de Bretton Woods. Cada quién va por su lado. La idea de reformar el FMI y de que el Banco Mundial juegue un papel más activo cuenta con pocos apoyos. Además, no se cerrarán en la OMC (Organización Mundial de Comercio) los acuerdos de la Ronda de Doha, porque muchos negociadores desconfían de la globalización. Y además, en el proceso de Basilea se ha evitado fijar el imprescindible marco regulador del comportamiento bancario. Muchas palabras bonitas sobre multilateralismo, pero pocos hechos.
¿Cómo juzga usted el programa de la administración Obama en relación con la economía mundial?
En materia de política económica, la administración Obama mira para casa y se aleja de la globalización y el libre comercio. Es verdad que habla de multilateralidad y se manifiesta contra el proteccionismo, pero eso no son hasta ahora más que fórmulas hueras. La prioridad de Obama es la estabilización de la economía de los EEUU. El resto del mundo, puede esperar. Los EEUU desempeñarán retóricamente un papel dirigente en el próximo encuentro del G 20 en Londres en lo tocante a arquitectura financiera global y robustecimiento de la regulación. Pero todo se subordinará en la práctica a sus intereses nacionales. Sólo cuando se logre frenar el desplome de la economía estadounidense se dedicará Obama a temas de economía internacional.
¿Qué pasa con Europa?
La UE, lo mismo que los EEUU, se concentra más en sus problemas interiores. Queda por ver si se decide por esquemas estabilizadores valederos para toda la zona, o bien recae en un pensamiento nacional-estatal. Yo me temo que en Europa resultarán erosionados tanto el apoyo al multilateralismo como las pretensiones políticas de alcance planetario. Me preocupa, además, qué pasará con los emigrantes del Este y del Sur, dado que la economía de la UE se encoge a ojos vista. El racismo y los prejuicios étnicos podrían empezar a prosperar.
¿Qué habría que hacer con toda urgencia para evitar un ulterior desjarretamiento de la economía mundial?
A la vista de los excesos económicos cometidos a escala planetaria, una buena cosa sería la desglobalización. La cual debería venir acompañada por una regionalización económica y unas economías nacionales robustecidas. La globalización ha arruinado a las economías nacionales. Las ha hecho vulnerables hasta conducirlas al desplome, y eso en la medida en que aniquiló sus fronteras protectoras y sometió su producción y su comercio al mercado mundial. El desafío para nosotros es cómo crear un sistema mundial en el que la participación en el tráfico global de capital y servicios robustezca, en vez de debilitar, a las economías nacionales.
¿Cómo juzga usted el estado de la izquierda y de los movimientos sociales actuales?
La izquierda tiene instrumental teórico para comprender la crisis. Particularmente importante aquí es el análisis marxista –incluidas las intuiciones visionarias de Rosa Luxemburg—, según el cual el capitalismo tiende a la sobreacumulación y la sobreproducción. El desafío es levantar un movimiento de masas a escala mundial, dando simultáneamente, a escala nacional, una respuesta anticapitalista a la crisis. Democracia en la economía, más democracia en la política: ésos deberían ser los objetivos. Tenemos que darnos prisa, porque si no disponemos de ofertas y soluciones de izquierda para la gente, tal vez se dejen convencer por la derecha. Pero no podemos querer en modo alguno una recaída de los Estados en un escenario como el de los años 30.
Walden Bello, profesor de ciencias políticas y sociales en la Universidad de Filipinas (Manila), es miembro del Transnational Institute de Amsterdam y presidente de Freedom from Debt Coalition, así como analista sénior en Focus on the Global South.
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martes, 24 de marzo de 2009
La verdadera conspiración de AIG
Parecerá extraño, pero lo cierto es que la indignación pública levantada por los 135 millones de dólares de bonificaciones para altos ejecutivos de la aseguradora AIG es una bendición divina para Wall Street, incluidos los canallas de la propia AIG. ¿Por qué habrían de preocuparse tanto los medios de comunicación con el descubrimiento de una codicia al servicio de sí propia en el sector financiero? Todos y cada uno de los canales de TV, todos y cada uno de los periódicos de este país, de derecha a izquierda, han convertido esas bonificaciones en cabecera titular de sus informaciones de los dos o tres últimos días.
¿Qué yerro hay aquí? ¿No hay sobreactuación en una indignación que ha tenido sus expresiones más vociferantes en el senador Charles Schumer y en el congresista Barney Frank, los dos adelantados de los obsequios a los bancos el pasado año? ¿Le parece apropiado al presidente Obama venir a criticar ahora, después de tanto tiempo mudo, algo que le parece mal de Wall Street? Hasta el Wall Street Journal se ha metido en harina. La toma de control de AIG por parte del gobierno, dice, "se sirve de la empresa como instrumento para rescatar otras instituciones". Hay mucha más codicia que la observada en los empleados de AIG. La empresa debía mucho más a otros jugadores –por doquiera, y también en Wall Street— que el valor de los activos en su poder. Eso es lo que la llevó a la insolvencia. Y ha ido creciendo la oposición al modo en que Obama y McCain actuaron de consuno para apoyar un rescate que ha significado billones y billones de dólares tirados al sumidero. No realmente al sumidero, claro está, sino transferido a especuladores financieros situados en el triunfante lado "listo" de las malas apuestas financieras de AIG.
"La muchedumbre de Washington quiere centrarse en las bonificaciones porque busca desencadenar la cólera pública contra los actores privados", decía acusatoriamente el editorial del Wall Street Journal del pasado 17 de marzo. Mas, en vez de explicar que se trata de una maniobra distractora para pasar por alto las exacciones de Wall Street, mil veces mayores que el monto de las bonificaciones criticadas, se limitaban a atacar a su bestia negra de toda la vida: el Congreso. ¡Derecha e izquierda no diferirían sino en la elección del blanco al que dirigir la indignación pública!
He aquí el verdadero problema de todo el escándalo montado con las bonificaciones de 135 millones de dólares para los ejecutivos de AIG: esta suma es menos del 0,1% --una milésima— de los 183 mil millones de dólares que el Tesoro estadounidense dio a AIG para que pudiera dar satisfacción a sus acreedores. Esta suma, mil veces mayor que el volumen total de las bonificaciones en las que los promotores de Wall Street procuran centrar la atención del público, no se quedó en AIG. Desde hace seis meses, los medios de comunicación y los congresistas han tratado de descubrir a dónde fue a parar ese dinero. [El periódico económico] Bloomberg inició un pleito para descubrirlo. Chocó con un muro de silencio.
Hasta que, finalmente, el domingo 15 de marzo, por la noche, el gobierno soltó la prenda de los detalles. Eran enormemente embarazosos. El mayor recipiendario resultaba ser el mismo al que apuntaban los primeros rumores difundidos tempranamente por el mundo financiero: la propia empresa de Paulson, Goldman Sachs, encabezaba la lista. Era acreedora por valor de 13 mil millones de dólares. He aquí el perfil que va dibujándose. El pasado septiembre, el secretario del Tesoro, Paulson, de Goldman Sachs, compuso un terso memorándum de apenas 3 páginas esbozando su propuesta de rescate. El plan especificaba que, hicieran lo que hicieran él mismo u otros funcionarios del Tesoro (incluidos sus subordinados, asimismo procedentes de Goldman Sachs), ni sus decisiones podrían recurrirse legalmente, ni ellos mismos podrían se ser llevados a tribunales, y mucho menos procesados y perseguidos legalmente. Esta condición sacó de sus casillas al Congreso, que rechazó el rescate en primera instancia.
Ahora se ve que Paulson tenía muy buenas razones para introducir una cláusula legal que bloqueara la posible recuperación de los fondos dados por el Tesoro a los acreedores de AIG. En eso debería centrarse la indignación pública.
En cambio, los congresistas que más se destacaron por abogar a favor de la legislación del rescate –junto con Obama, quien en su debate final con McCain del viernes por la noche llegó a pronunciarse resueltamente a favor de la terrible versión "corta" del plan de rescate de Paulson— organizan ahora una escandalera con las bonificaciones de los ejecutivos de AIG, pero no contra los acreedores de la compañía aseguradora.
Hay dos cuestiones que han de plantearse siempre cuando se lanza una operación política. Primero: qui bono, ¿a quién beneficia? Y segundo: ¿por qué ahora? Según mi experiencia, la graduación de tiempos, el ritmo, es clave para averiguar la dinámica operante.
En lo tocante al qui bono: ¿qué ganan el senador Schumer, el congresista Frank, el presidente Obama y otros patrocinadores de Wall Street con esta escandalera pública? Pues para decirlo clarito: los pinta como a chicos duros con el sector bancario y financiero, no como a sus lobistas, siempre prestos a aprobar un obsequio tras otro. Así que la conmoción con AIG ha echado una cortina de humo sobre la verdadera naturaleza de sus lealtades políticas. Les permite posar con un ademán confundente, y así, posar como "honrados intermediarios" la próxima vez que tengan que aprobar deshonestamente el obsequio de unos cuantos billones de dólares más para los mayores patrocinadores y contribuyentes a sus propias campañas políticas.
En lo tocante a los ritmos, creo que ya ha quedado aclarado. La indignación con las bonificaciones de AIG ha logrado distraer la atención, desviándola de los acreedores de AIG, que fueron los que recibieron los 183 mil millones de dólares de obsequio del Tesoro. La suma "final" que tendrá que ir a parar a esos acreedores se rumorea que ronda los 250 mil millones, de modo que el senador Schumer, el congresista Frank y el presidente Obama todavía tienen mucho trabajo que hacer para Wall Street en el próximo año.
Para tener éxito en su trabajo, además de aplacar la indignación pública creciente con los malos rescates, necesitarán multiplicar los ademanes y los gestos con que se están prodigando ahora. Es un ejercicio de engaño.
Moraleja: cuanto más copiosas las lágrimas de cocodrilo vertidas sobre las bonificaciones a los ejecutivos de AIG (quienes, dicho sea de paso, parecen estar en el lado sano, de seguros bona fide del negocio de AIG, no en el jaleo de sus fondos de cobertura montados sobre un esquema Ponzi), tanto más distraerán la atención de la opinión pública respecto del obsequio de 183 mil millones de dólares, y tanto mejor colocados quedarán para seguir jugando obsequiosamente con dinero público (bonos del Tesoro y depósitos de la Reserva Federal) en beneficio de sus entidades financieras favoritas.
Sigamos la pista del dinero realmente dado a AIG: ¡183 mil millones de dólares! Ya sé que ese dinero se ha transferido ya, y que no hay forma de que lo devuelvan unos acreedores de AIG perfectamente conscientes de que Alan Greenspan, George Bush y Hank Paulson estaban llevando la economía estadounidense a un abismo inmobiliario, a un abismo de productos financieros derivados y a un abismo en materia de balanza de pagos, abismos, todos, que venían a confluir en la actividad de apostar contra las obligaciones de deuda colateralizada (CDO, por sus siglas en inglés) y de asegurar esas apuestas en AIG. Ese dinero ha sido lisa y llanamente chupado del Tesoro por la vía de colocar a propios en puestos públicos claves para que pudieran servirles mejor.
Pero sigámosles la pista a todos ellos. El senador Schumacher dijo a los recipiendarios de las bonificaciones de AIG que la I.R.S. [la agencia tributaria estadounidense] puede perseguirles y, de una u otra forma, recuperar el dinero. En realidad, también puede ir tras los recipiendarios del rescate de 183 mil millones de dólares. Todo lo que necesita hacer es recuperar los tradicionales impuestos sobre bienes raíces y aumentar los tipos marginales de los impuestos al ingreso y al patrimonio hasta los niveles (ya reducidos) de la era Clinton.
El dinero puede recuperarse. Y eso es precisamente lo que el señor Schumer, el señor Frank y otros no quieren que se debata públicamente. Por eso divierten la atención de la gente fingiendo escandalizarse con trivialidades. Una manera, muy propia de la época, de que la gente no vea el bosque y se pierda lo verdaderamente importante.
AUTOR :Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.
FUENTE : SIN PERMISO
¿Qué yerro hay aquí? ¿No hay sobreactuación en una indignación que ha tenido sus expresiones más vociferantes en el senador Charles Schumer y en el congresista Barney Frank, los dos adelantados de los obsequios a los bancos el pasado año? ¿Le parece apropiado al presidente Obama venir a criticar ahora, después de tanto tiempo mudo, algo que le parece mal de Wall Street? Hasta el Wall Street Journal se ha metido en harina. La toma de control de AIG por parte del gobierno, dice, "se sirve de la empresa como instrumento para rescatar otras instituciones". Hay mucha más codicia que la observada en los empleados de AIG. La empresa debía mucho más a otros jugadores –por doquiera, y también en Wall Street— que el valor de los activos en su poder. Eso es lo que la llevó a la insolvencia. Y ha ido creciendo la oposición al modo en que Obama y McCain actuaron de consuno para apoyar un rescate que ha significado billones y billones de dólares tirados al sumidero. No realmente al sumidero, claro está, sino transferido a especuladores financieros situados en el triunfante lado "listo" de las malas apuestas financieras de AIG.
"La muchedumbre de Washington quiere centrarse en las bonificaciones porque busca desencadenar la cólera pública contra los actores privados", decía acusatoriamente el editorial del Wall Street Journal del pasado 17 de marzo. Mas, en vez de explicar que se trata de una maniobra distractora para pasar por alto las exacciones de Wall Street, mil veces mayores que el monto de las bonificaciones criticadas, se limitaban a atacar a su bestia negra de toda la vida: el Congreso. ¡Derecha e izquierda no diferirían sino en la elección del blanco al que dirigir la indignación pública!
He aquí el verdadero problema de todo el escándalo montado con las bonificaciones de 135 millones de dólares para los ejecutivos de AIG: esta suma es menos del 0,1% --una milésima— de los 183 mil millones de dólares que el Tesoro estadounidense dio a AIG para que pudiera dar satisfacción a sus acreedores. Esta suma, mil veces mayor que el volumen total de las bonificaciones en las que los promotores de Wall Street procuran centrar la atención del público, no se quedó en AIG. Desde hace seis meses, los medios de comunicación y los congresistas han tratado de descubrir a dónde fue a parar ese dinero. [El periódico económico] Bloomberg inició un pleito para descubrirlo. Chocó con un muro de silencio.
Hasta que, finalmente, el domingo 15 de marzo, por la noche, el gobierno soltó la prenda de los detalles. Eran enormemente embarazosos. El mayor recipiendario resultaba ser el mismo al que apuntaban los primeros rumores difundidos tempranamente por el mundo financiero: la propia empresa de Paulson, Goldman Sachs, encabezaba la lista. Era acreedora por valor de 13 mil millones de dólares. He aquí el perfil que va dibujándose. El pasado septiembre, el secretario del Tesoro, Paulson, de Goldman Sachs, compuso un terso memorándum de apenas 3 páginas esbozando su propuesta de rescate. El plan especificaba que, hicieran lo que hicieran él mismo u otros funcionarios del Tesoro (incluidos sus subordinados, asimismo procedentes de Goldman Sachs), ni sus decisiones podrían recurrirse legalmente, ni ellos mismos podrían se ser llevados a tribunales, y mucho menos procesados y perseguidos legalmente. Esta condición sacó de sus casillas al Congreso, que rechazó el rescate en primera instancia.
Ahora se ve que Paulson tenía muy buenas razones para introducir una cláusula legal que bloqueara la posible recuperación de los fondos dados por el Tesoro a los acreedores de AIG. En eso debería centrarse la indignación pública.
En cambio, los congresistas que más se destacaron por abogar a favor de la legislación del rescate –junto con Obama, quien en su debate final con McCain del viernes por la noche llegó a pronunciarse resueltamente a favor de la terrible versión "corta" del plan de rescate de Paulson— organizan ahora una escandalera con las bonificaciones de los ejecutivos de AIG, pero no contra los acreedores de la compañía aseguradora.
Hay dos cuestiones que han de plantearse siempre cuando se lanza una operación política. Primero: qui bono, ¿a quién beneficia? Y segundo: ¿por qué ahora? Según mi experiencia, la graduación de tiempos, el ritmo, es clave para averiguar la dinámica operante.
En lo tocante al qui bono: ¿qué ganan el senador Schumer, el congresista Frank, el presidente Obama y otros patrocinadores de Wall Street con esta escandalera pública? Pues para decirlo clarito: los pinta como a chicos duros con el sector bancario y financiero, no como a sus lobistas, siempre prestos a aprobar un obsequio tras otro. Así que la conmoción con AIG ha echado una cortina de humo sobre la verdadera naturaleza de sus lealtades políticas. Les permite posar con un ademán confundente, y así, posar como "honrados intermediarios" la próxima vez que tengan que aprobar deshonestamente el obsequio de unos cuantos billones de dólares más para los mayores patrocinadores y contribuyentes a sus propias campañas políticas.
En lo tocante a los ritmos, creo que ya ha quedado aclarado. La indignación con las bonificaciones de AIG ha logrado distraer la atención, desviándola de los acreedores de AIG, que fueron los que recibieron los 183 mil millones de dólares de obsequio del Tesoro. La suma "final" que tendrá que ir a parar a esos acreedores se rumorea que ronda los 250 mil millones, de modo que el senador Schumer, el congresista Frank y el presidente Obama todavía tienen mucho trabajo que hacer para Wall Street en el próximo año.
Para tener éxito en su trabajo, además de aplacar la indignación pública creciente con los malos rescates, necesitarán multiplicar los ademanes y los gestos con que se están prodigando ahora. Es un ejercicio de engaño.
Moraleja: cuanto más copiosas las lágrimas de cocodrilo vertidas sobre las bonificaciones a los ejecutivos de AIG (quienes, dicho sea de paso, parecen estar en el lado sano, de seguros bona fide del negocio de AIG, no en el jaleo de sus fondos de cobertura montados sobre un esquema Ponzi), tanto más distraerán la atención de la opinión pública respecto del obsequio de 183 mil millones de dólares, y tanto mejor colocados quedarán para seguir jugando obsequiosamente con dinero público (bonos del Tesoro y depósitos de la Reserva Federal) en beneficio de sus entidades financieras favoritas.
Sigamos la pista del dinero realmente dado a AIG: ¡183 mil millones de dólares! Ya sé que ese dinero se ha transferido ya, y que no hay forma de que lo devuelvan unos acreedores de AIG perfectamente conscientes de que Alan Greenspan, George Bush y Hank Paulson estaban llevando la economía estadounidense a un abismo inmobiliario, a un abismo de productos financieros derivados y a un abismo en materia de balanza de pagos, abismos, todos, que venían a confluir en la actividad de apostar contra las obligaciones de deuda colateralizada (CDO, por sus siglas en inglés) y de asegurar esas apuestas en AIG. Ese dinero ha sido lisa y llanamente chupado del Tesoro por la vía de colocar a propios en puestos públicos claves para que pudieran servirles mejor.
Pero sigámosles la pista a todos ellos. El senador Schumacher dijo a los recipiendarios de las bonificaciones de AIG que la I.R.S. [la agencia tributaria estadounidense] puede perseguirles y, de una u otra forma, recuperar el dinero. En realidad, también puede ir tras los recipiendarios del rescate de 183 mil millones de dólares. Todo lo que necesita hacer es recuperar los tradicionales impuestos sobre bienes raíces y aumentar los tipos marginales de los impuestos al ingreso y al patrimonio hasta los niveles (ya reducidos) de la era Clinton.
El dinero puede recuperarse. Y eso es precisamente lo que el señor Schumer, el señor Frank y otros no quieren que se debata públicamente. Por eso divierten la atención de la gente fingiendo escandalizarse con trivialidades. Una manera, muy propia de la época, de que la gente no vea el bosque y se pierda lo verdaderamente importante.
AUTOR :Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.
FUENTE : SIN PERMISO
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