Mostrando las entradas con la etiqueta 12/13/2009. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta 12/13/2009. Mostrar todas las entradas
domingo, 13 de diciembre de 2009
La misión no cumplida de Bernanke
Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, ha hecho hace poco algunas afirmaciones pesimistas sobre las perspectivas económicas de EE UU. La economía, advertía, "se enfrenta a unos fortísimos vientos en contra". Todo lo que podemos esperar, decía, es "un crecimiento económico moderado el año que viene; suficiente para reducir la tasa de paro, pero a un ritmo más lento del que desearíamos".
En realidad, puede que haya sido demasiado optimista: hay muchas probabilidades de que el paro suba, no de que baje, el año que viene. Pero aunque descendiese ligeramente, hay que preguntarse por qué la Reserva Federal no trata de hacerlo bajar más deprisa.
Algunos antecedentes: no creo que mucha gente sea consciente de la cantidad de creación de empleo que necesitamos para salir del agujero en que estamos. No se trata solamente de los ocho millones de puestos de trabajo que EE UU ha perdido desde que empezó la recesión, porque el país necesita seguir sumando empleos (más de 100.000 al mes) para seguir el ritmo del crecimiento de la población. Y eso significa que necesitamos subidas realmente grandes del número de trabajos, un mes tras otro, si queremos ver a EE UU volver a algo parecido al pleno empleo.
¿Cómo de grandes? Mis cálculos aproximados dicen que tenemos que sumar unos 18 millones de puestos de trabajo a lo largo de los próximos cinco años, o 300.000 puestos al mes. Esto pone en perspectiva el informe sobre el empleo de la semana pasada, que mostraba una pérdida de "tan sólo" 11.000 puestos en noviembre. Era, esencialmente, un informe terrible, que fue presentado como una buena noticia simplemente porque hemos ido cuesta abajo durante tanto tiempo que a la prensa financiera esto le parece una mejora.
Así que si queremos recibir noticias realmente buenas, alguien tiene que asumir la responsabilidad de crear muchos empleos adicionales. Y a estas alturas, ese alguien tiene que ser, casi necesariamente, la Reserva Federal.
No pretendo absolver a la Administración de Obama de toda responsabilidad. Está claro que el Gobierno propuso un plan de estímulo económico que era demasiado pequeño desde el principio y que se vio recortado aún más por los centristas del Senado. Y las medidas que el presidente Obama ha propuesto a principios de esta semana, aunque crearían un número significativo de empleos adicionales, se quedan muy cortas para lo que la economía necesita.
Pero aunque los analistas económicos afirman que deberíamos tener un gran segundo estímulo, la realidad política es que el presidente (enfrentado a un bloqueo absoluto por parte de los republicanos y contando únicamente con el tibio apoyo de algunos miembros de su propio partido) probablemente no pueda conseguir en el Congreso los votos necesarios para hacer algo más que ponerle un parche al problema del paro.
La Reserva Federal, sin embargo, puede hacer más. Bernanke ha recibido muchos elogios, y merecidamente, por utilizar estrategias poco convencionales para minimizar los daños tras la quiebra de Lehman Brothers. Pero tanto la actuación de la Reserva Federal, según demuestra su aumento del crédito, como las palabras de Bernanke indican que la urgencia de finales de 2008 y principios de 2009 ha dado paso a una extraña mezcla de complacencia y fatalismo, una sensación de que la Reserva Federal ha hecho lo suficiente ahora que el sistema financiero se ha alejado del precipicio, aun cuando sus propias previsiones afirman que el paro seguirá castigándonos con tasas elevadas durante al menos los tres próximos años.
El argumento más específico y persuasivo que he visto para que la Reserva Federal tome más medidas lo ha presentado Joseph Gagnon, un ex empleado de la Reserva que ahora trabaja en el Instituto Peterson de Economía Internacional. Basando su análisis en la labor previa de nada menos que el propio Bernanke, en su encarnación anterior como investigador en economía, Gagnon insta a la Reserva Federal a ampliar el crédito comprando otros dos billones de dólares en activos. Un programa así podría contribuir enormemente a un crecimiento más rápido, sin tener prácticamente ningún lado negativo.
Así que, ¿por qué no lo hace la Reserva Federal? Parte de la respuesta podría ser política: los adversarios ideológicos del activismo gubernamental tienden a ser tan críticos con el aumento del crédito de la Reserva como lo son con el estímulo fiscal de la Administración de Obama. Y probablemente esto es lo que ha hecho que la Reserva Federal sea reacia a hacer pleno uso de sus poderes. Mientras tanto, un número significativo de funcionarios de la Reserva, especialmente en los bancos regionales, están obsesionados con el miedo a una inflación similar a la de los años setenta, que creen que acecha a la vuelta de la esquina aun cuando no hay ningún indicio de ello en los datos reales.
Pero creo que también es una cuestión de prioridades. La Reserva Federal pasó inmediatamente a la acción cuando se enfrentaba a la perspectiva de bancos destrozados; no parece igual de preocupada por la perspectiva de vidas destrozadas.
Y es de eso de lo que estamos hablando aquí. Ese paro elevado y prolongado que se adivina en las previsiones de la propia Reserva Federal es garantía de un inmenso sufrimiento humano: millones de familias que pierden sus ahorros y sus casas, millones de jóvenes estadounidenses incapaces de iniciar su vida laboral como es debido porque no hay trabajo disponible cuando se licencian. Si no hacemos que el paro baje pronto, estaremos pagando el precio durante una generación.
Así que es hora de que la Reserva Federal abandone esa complacencia, se deshaga de ese fatalismo y empiece a echar una mano para crear empleo.
AUTOR : PAUL KRUGMAN;profesor de economía en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía 2008.
FUENTE : EL PAIS
Banqueros, ¿quién los mete en cintura?
Existe una élite financiera mundial, anclada firmemente en Estados Unidos -Wall Street-, y en Europa, Reino Unido -City-, Suiza, Holanda, etcétera, que en las décadas finales del siglo XX y en la primera del XXI, se ha convertido en el poder hegemónico conductor del sistema capitalista. Es la élite que desde el Foro Económico Mundial de Davos ( Suiza ) y otras instancias semejantes, apoyándose en el renacido pensamiento liberal, reclamó manos libres para entronizar el mercado en el marco de una globalización neoliberal.
Imponiendo la libre circulación de capitales -en su provecho-, y apoyando la reivindicación de las grandes corporaciones occidentales para la libre, pero en realidad tramposa, circulación de mercancías en la Organización Mundial del Comercio ( OMC ), esa élite ha sido la verdadera dueña del mundo hasta la crisis financiera de 2008.
Lo más sorprendente es que desde el triunfo político mundial que para ella supuso el acceso al gobierno del neoconservadurismo, primero en Reino Unido -M. Thatcher, 1979-, y después en Estados Unidos -R. Reagan, 1981-, la única resistencia real frente a sus despropósitos fue la representada por organizaciones de la sociedad civil -entre ellas Attac-, que alertaron sobre los peligros de la financiarización de la economía capitalista, e invocaron la intervención de los poderes políticos para poner freno, mediante una reglamentación mínima, a una economía de casino, de burbujas especulativas que fueron estallando sucesivamente, en los años 80 y 90 del siglo pasado, en diversos países de la semiperiferia y de la periferia, latinoamericana, asiática y europeo oriental del renacido sistema capitalista global.
La exigencia, asumida gradualmente por el conjunto del movimiento altermundista -antiglobalizador, en la jerga descalificadora neoliberal-, fue ignorada irresponsablemente por los poderes políticos occidentales, es decir, centrales al sistema, para los que el estallido de las burbujas especulativas era -según una ideología culturalmente reaccionaria- un fenómeno propio de países en vías de desarrollo, inmaduros, periféricos o semiperiféricos en el sistema, pero imposible de imaginar en países desarrollados y solventes, como los del centro estructural.
Tanta arrogancia y prepotencia se vino abajo cuando la burbuja especulativa inmobiliaria, impulsada desde Wall Street, estalló provocando la crisis financiera, bancaria del corazón del sistema : Estados Unidos, Reino Unido, Holanda, Suiza, etcétera. Quebró Lehman Brothers y para evitar una cadena de quiebras que como un reguero de pólvora se extendiera por el conjunto del sistema financiero mundial, los poderes políticos, los estados, intervinieron inyectando a la banca ingentes cantidades - billones -, de dólares, euros, etcétera. El objetivo era evitar que la crisis financiera agudizara aún más la inevitable crisis económica del sistema. El temor, que la crisis financiera fuera el preludio de una Depresión tan devastadora como la de los años 30 del siglo XX.
Estabilizado el sistema, las miradas se dirigieron hacia los responsables directos del desaguisado, los banqueros. Durante años, como magos de las finanzas, gurus, etcétera, capaces de multiplicar la fortuna de toda clase de inversores, se les había ensalzado y considerado como intocables. Ellos mismos se asignaban unos ingresos desmesurados, pero " proporcionales" al dinero, a la riqueza que teóricamente podían generar para los clientes de sus entidades y productos.
Con la crisis estos falsos ídolos cayeron de sus pedestales. Algunos fueron desenmascarados como simples timadores, caso Madoff. Parecería que su estrepitoso fracaso -que en algunos casos llevó incluso a la nacionalización de bancos-, favorecería la imposición estatal, nacional e internacional, de una regulación o reglamentación del sistema financiero, con el fin de evitar la vuelta a prácticas especulativas susceptibles de provocar nuevas y dramáticas recaídas en la economía de casino. Durante algún tiempo hemos oído no solo las denuncias de políticos occidentales - estadounidenses y europeos- , dentro y fuera del G-7 y del G- 20, sobre su codicia y los riesgos excesivos que asumieron, y el propósito de poner coto a tanta aventura especulativa. Sin embargo, a la hora de la verdad es bien poco lo que se ha hecho. Persuadidos, por la experiencia, de que los estados no pueden permitir, so pena de aceptar depresiones económicas catastróficas, la caída libre de las entidades bancarias, pasado el pánico y el silencio inicial, los poderes financieros, la élite financiera, cercana siempre cuando no incrustada en los ministerios económicos de los gobiernos occidentales, ha vuelto por sus fueros, protestando y rechazando una excesiva regulación del sistema financiero nacional e internacional.
Rescatados por el estado, los bancos americanos, británicos, etcétera vuelven a obtener grandes beneficios, especulan con el petróleo, y sus altos directivos se asignan ingresos desorbitados en medio de una recesión que ha multiplicado, en la totalidad del sistema, el número de desempleados.
¿Harán algo los gobiernos y las cumbres del G-7 y del G-20 para meter en cintura a esta insaciable y provocadora élite financiera? ¿Impondrán, al menos, impuestos solidarios a las transacciones financieras con los que reequilibrar los maltrechos presupuestos generales de los estados? ¿Cerrarán, de verdad, los sórdidos paraísos fiscales? Me temo que no, que harán algunas operaciones cosméticas de maquillaje y que más pronto que tarde -N. Roubini, dixit -, se reproducirá el fenómeno de las devastadoras burbujas especulativas.
¿Por qué? Porque como ha recordado recientemente E. Toussaint -"Los movimientos de izquierda pueden llegar al gobierno, sin embargo, no consiguen el poder" -, en el orden capitalista los partidos pueden alcanzar el gobierno, pero el poder económico está en manos de la clase capitalista y, sobre todo, de su fracción financiera.
Por otra parte, casi todos los partido en Occidente son deudores, para la financiación de sus campañas electorales, de los bancos, lo que implica una situación de debilidad, cuando no de dependencia paralizadora. Poco puede esperarse, por consiguiente, de los gobiernos sin interés, ni coraje por estatalizar y / o crear una banca pública que suprima o reste fuerza al poder omnímodo de la casta financiera. Y, sin embargo, esa es una verdadera necesidad no sólo para los millones de trabajadores asalariados que constituyen la mayoría de la sociedad, sino también para los millones de pequeños y aún medianos empresarios que dependen del crédito de una entidades bancarias más inclinadas a especular que a facilitar la actividad productiva de la sociedad.
No es de extrañar, pues, que indignados por el papel jugado por los banqueros en la crisis financiera y por las consecuencias económicas y sociales de ésta, muchos ciudadanos, en países como Islandia, Reino Unido o Estados Unidos, salgan a la calle para exigir que los poderes públicos pongan coto de una vez a tantos desmanes.
AUTOR : Francisco Morote Costa
FUENTE : EL ECONOMISTA
Suscribirse a:
Entradas (Atom)