Los bienes públicos, cuyo uso es de todos, no son objeto de derechos privados” (Art. 128. Constitución de 1979).
“La libertad de contratar garantiza que las partes pueden pactar válidamente según las normas vigentes al tiempo del contrato. Los términos contractuales no pueden ser modificados por leyes u otras disposiciones de cualquier clase… Mediante contratos-ley, el Estado puede establecer garantías y otorgar seguridades. No pueden ser modificados legislativamente, sin perjuicio de la protección a que se refiere el párrafo precedente” (Art. 62. Constitución de 1993).
El debate sobre las constituciones aparenta ser un terreno de iniciados o de gente de prurito, alejada de las preocupaciones de las grandes mayorías. Por lo menos es lo que se desprende del desdén con el que García se refiere al tema como si su marcha triunfal al primer mundo, las Olimpiadas, no requiriera del soporte de una institucionalidad democrática, abierta, y de algún grado de consenso social.
Y lo que es más significativo, toda la corte de gobierno y sus ecos periodísticos han dicho que esta discusión equivale en realidad a una voz de espanto de las inversiones y el fin del crecimiento económico que según el régimen está sacando de pobres a millones de peruanos. Ciertamente esto empuja a la pregunta de si las constituciones se hacen para mantener tranquilos a inversionistas mineros, petroleros, pesqueros, financieros y de servicios, muchos de ellos extranjeros. Pero, en fin, ése es su concepto de las cosas.
La clave aquí es saber qué es lo que podría ser tan “hecatómbico”, como pronostica el presidente del Congreso. Y ahí glosamos un botón de muestra de las diferencias que median entre la carta del 79 y el documento del 93. Si uno observa el artículo 128 de la Constitución de 1979, ve que el bien público exige un derecho público, que conlleva responsabilidades particulares. No se puede disponer libremente de las empresas, la infraestructura, los derechos que son de todos. Pero el artículo 62 del texto fujimorista equipara el contrato privado al que realiza el Estado, con un solo detalle, le da fuerza de ley (es decir, no puede ser revisado por otra ley) a lo pactado sobre bienes públicos por los administradores temporales del Estado.
Ésta es la base de la corrupción, aunque no quieran reconocerlo. Los gobernantes y funcionarios a su servicio fueron autorizados a contratar como si los bienes públicos fueran de su propiedad. Eso ha hecho que sean irreversibles los contratos que implican prebendas y beneficios a los contratantes, pero que no se pueden revertir, porque tienen fuerza de ley.
AUTOR : RAUL WIENER
DIARIO LA PRIMERA,6/18/2008
Mostrando las entradas con la etiqueta 6/18/2008. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta 6/18/2008. Mostrar todas las entradas
miércoles, 18 de junio de 2008
LA PRAGMATICA
Si como dijo Voltaire “la historia es la mentira con la que estamos de acuerdo”, ¿qué quedará del Apra? El Apra nació para cambiar al Perú. En el camino, restó a su pliego de reivindicaciones algunos puntos vitales. Era el pragmatismo de mediados de los 40. Luego vino el pragmatismo de mediados de los 50, cuando Manuel Prado gobernó para que nada se moviera y todo pareciera que se movía. Le siguió el pragmatismo de los 60, cuando el Apra casó en primeras nupcias con el zafio general Manuel Odría, su perseguidor del 48 al 55 del siglo pasado. Durante un primer ensayo de gobierno, el Apra quiso ser socialista estatizando la banca, proyecto que fue impedido por los propios apristas de la vieja guardia. Allí el pragmatismo de broche de oro lo puso Alan García al admitir la corrección impuesta por Ramiro Prialé y Luis Alberto Sánchez. Sin embargo, hubo en esa época un pragmatismo cleptócrata que el recuento de los historiadores habrá de consignar. Y ahora, globalizada y más que robusta, el Apra ensancha su último pragmatismo y lo convierte en ecuménico. Si antes la alianza fue con Prado (el de Clorinda) y con Odría (el de María), ahora el acuerdo es con Bush (el cristiano que bombardeó el jardín del Edén porque nunca supo qué era eso de la Mesopotamia). Cuando se dice Bush no se dice Bush solamente. Se dice el mundo de las corporaciones, el del Israel convertido en verdugo, el del imperialismo sin culpa y el del terrorismo de Estado que dice perseguir al terrorismo. Este terrorismo, que es el único que la prensa nombra y condena, ha nacido y crecerá como reacción al asco que el “orden mundial” provoca entre sus víctimas. No habría habido ayatolás sin la depravación del Sha ni el golpe de Estado de la British Petroleum y la CIA en contra de Mossadegh. Nadie habría inventado al Al Fatah o al Hamas sin la crueldad israelí y la ocupación sanguinaria de las tierras palestinas. Bin Laden sería un locutor de desmanes sin la Franja de Gaza o la mezcla llameante de petróleo y corrupción en las monarquías de arena. Los talibanes no seguirían matando si Afganistán no fuese territorio de conquista (como lo fue cuando la Unión Soviética lo invadió). No habría bombas iraquíes si el lodo injerencista de Bush no hubiese salpicado Bagdad, Basora o Faluya. Y sí, también: Sendero no hubiese reclutado a miles de jóvenes dispuestos a todo si la sociedad peruana no fuese una donde la desigualdad se pinta como virtud y las multitudes se siguen apostando en cerros y puentes para pedir lo que consideran justo. Y Polay no habría sido lo que fue sin la traición doctrinaria del Apra ni Cerpa Cartolini hubiese hecho lo que hizo si no hubiese sido testigo de los seis obreros muertos en la retoma de “Cromotex”. El “orden mundial” es un pacto de sabandijas. La “democracia” suele ser una cola donde cada cuatro o cinco años se vota a regañadientes por alguien que habrá de decepcionar. Y la prensa ya no es la de Émile Zola sino la de Judith Miller, la editora que emputeció al New York Times contando las mentiras de Bush sobre “las armas de destrucción” que no tenía Irak y por las cuales fue bombardeado y ocupado. ¿Qué quedará del Apra cuando la anécdota pase? Quedará quizás el mayor ejemplo de pragmatismo multiforme de la historia política peruana. Con lo que podemos concluir que el pragmatismo del Apra le viene de muy lejos. Y que si antes fue pragmática doméstica hoy es pragmática planetaria. Y, para ser sincero, no desentona con el mundo de Bush y su “orden mundial”. Por lo que deberíamos dejar de sorprendernos cada vez que el doctor García –resumen del Apra– decida que las tierras comunales se venden y los puertos se concesionan y hasta las islas episódicas del Amazonas se privatizan. Eso se llama pragmatismo. Porque el pragmatismo es el atajo que nos conduce al mismo sitio. |
AUTOR : CESAR HILDEBRANT DIARIO LA PRIMERA,6/18/2008 |
Recomendar |
Suscribirse a:
Entradas (Atom)