Por Paul Krugman*
EL PAIS
El estancamiento de los salarios es la razón por la que la pobreza resulta tan difícil de erradicar
Han transcurrido 50 años desde que Lyndon Johnson declaró la guerra a la pobreza. Y ha sucedido algo curioso mientras se acercaba este aniversario. De repente, o eso parece, los progresistas han dejado de pedir disculpas por sus esfuerzos en defensa de los pobres y, en vez de eso, han empezado a proclamarlos a los cuatro vientos. Y los conservadores se han puesto a la defensiva.
No era esto lo que se esperaba. Durante mucho tiempo, todo el mundo
sabía —o, para ser más exactos, “sabía”— que la guerra contra la pobreza
era un lamentable fracaso. Y se sabía por qué: era culpa de los propios
pobres. Pero eso que todo el mundo sabía no era cierto, y los
ciudadanos parecen haberse dado cuenta.
La historia era esta: los programas contra la pobreza no habían
logrado reducirla porque la pobreza en Estados Unidos era en esencia un
problema social; un problema relacionado con las familias rotas, la
delincuencia y una cultura de la dependencia que las ayudas públicas no
hacían más que agravar. Y como todo el mundo se creía esta historia,
despotricar contra los pobres era una buena política, acogida con
entusiasmo por los republicanos y también por algunos demócratas.